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La empleada seduce al jefe
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Laura, 46 años, media melena teñida de rubio, menuda, constitución delgada, corredora ocasional. Laura está casada con un tipo de cincuenta llamado Luis al que había querido y, a pesar de todo, aun quería, o por lo menos le tenía algo de aprecio. Desde hace año y medio la convivencia se había vuelto monótona y el sexo había quedado reducido a algo casual, tan casual que con suerte lo hacían una vez al mes.

La última vez había sido un poco patético. Laura había puesto interés, se había maquillado y se había puesto ropa interior nueva; un sujetador rojo de encaje que levantaba sus pequeños, pero todavía firmes pechos y un tanga del mismo color que dejaba sus redonditas nalgas al aire. De esa guisa había entrado en el dormitorio donde le esperaba su marido sentado en la cama, en calzoncillos.

Esperaba algún piropo, o al menos algún comentario sobre su atuendo, pero nada de nada. Hubo breve y tímido beso en los labios. Luego Luis se levantó y se bajó los calzoncillos y Laura, poniéndose de cuclillas, estimuló, agarrándolo con su mano, el desnudo miembro hasta conseguir una erección decente. La mujer se puso de pie y su marido le indicó que se girase y se apoyase contra la pared. Sumisa, Laura obedeció y tras bajarse el tanga se inclinó ligeramente, separó las piernas y poniendo su pompis en pompa ofreció la entrada de su coño. Luis la penetró jadeando y tirándose un pedo en el primer empujón.

– Perdón. – susurró.

Laura no dijo nada.

El acto duro poco.

Ella fue al baño mientras su marido se tumbaba sobre el edredón sujetando una tablet con la mano derecha, buscaba un video porno y se masturbaba con la mano izquierda hasta eyacular.

Luego la pareja se dio un beso de buenas noches y cada uno ocupó su lugar en la amplia cama de matrimonio.

****************

Dos días después de la pobre experiencia sexual, Laura se encontraba trabajando en la oficina. Eran en total cuatro empleadas, dos empleados y el jefe.

Ese día, por la tarde, nubes negras habían oscurecido el cielo anunciando tormenta. La atmósfera en la oficina, casualmente, seguía el paralelismo con el tiempo y el rumor, tantas veces precursor de la noticia, corrió por la oficina. Habría despidos, se hablaba de hasta dos personas.

Laura era una persona práctica y su mente trabajó en valorar la situación. De los seis empleados ella era la de más edad. ¿Cómo pensaría su jefe? Fríamente el tema de los salarios, salvo con Jose el nuevo empleado, era muy parejo. Por tema de experiencia, Jose sería el candidato a dejar la compañía y ella se salvaría, porque había otros…. pero no estaba claro.

****************

Al día siguiente la empleada, vestida con traje de chaqueta y pantalón entró en el despacho de Carlos, su jefe. El director, con traje y corbata, tenía siete años menos que ella, constitución fuerte con un pelín de barriga que no afectaba a su atractivo. Vello en brazos, pecho y otras partes íntimas, cabello corto de color negro y barba.

– Me llamaba. – dijo Laura entrando con aplomo en la oficina y cerrando la puerta tras ella.

– Sí. – respondió su jefe.

El despacho era amplio. Una mesa de madera maciza sobre la que descansaba el portátil, el sillón negro y acolchado con ruedas de Carlos, dos sillas para invitados y un par de cuadros abstractos. La luz de la mañana se colaba por un gran ventanal.

No había nubes.

Al menos fuera.

Carlos suspiró dando muestras de cansancio.

– ¿Puedo ayudarte en algo? se te ve cansado. – dijo Laura tuteándole.

– Si no tuviésemos estos problemas económicos contrataría a una masajista. – respondió el aludido medio en serio medio en broma.

Eso era lo malo, nunca se podía estar seguro de lo que se ocultaba tras el sarcasmo.

– Yo puedo ayudarte. – saltó la empleada antes de pensar. Bajo esa máscara de tranquilidad estaba nerviosa. Se había pasado la noche dando vueltas al rumor, vueltas que siempre acababan en estrechos callejones cortados al tráfico.

– ¿Sabes dar masajes?

Laura guardó silencio durante unos segundos y justo antes de que su jefe tomara la palabra, dijo lo impensable con voz sexy mientras desabrochaba dos botones de su camisa.

– No, pero puedo hacer otras cosas.

Ahora venía el momento de la verdad. Tras la sorpresa inicial Carlos podría echarla del despacho y ya de paso de la empresa dejándola en la "puta calle". O también podía seguir el juego. Pasados unos instantes, sin que la amenaza se verbalizase, Laura decidió tomar la iniciativa y probar suerte jugándose todo a un número. Se agachó y a gatas se dirigió hacia su jefe metiéndose debajo de la mesa. Al llegar a su lado, observó como el pene había crecido bajo los pantalones de vestir. Acarició la entrepierna y levantó la cabeza mirando a Carlos que ya tenía la cara colorada, viva estampa del deseo y la vergüenza.

La empleada comenzó a desabrochar la hebilla del cinturón. Carlos, de reojo, vio el canalillo entre las dos tetas, contrajo las nalgas y decidió facilitar la tarea desabrochándose el botón y bajando la cremallera. Luego, levantado la pelvis se bajó los calzoncillos. El pene, libre y de buen tamaño, recibió la caricia del aire, aire que también se coló por el nacimiento de la raja del culo del varón que había quedado expuesta para que, un hipotético observador que viese la escena desde el ángulo opuesto, se recrease.

Laura olfateó el miembro notando, con sorpresa, cierto olor a colonia de granel. Luego, con la punta de la lengua, tocó el capullo provocando un espasmo de excitación. Dejo caer saliva sobre el miembro y comenzó a darle chupetones bajando lentamente hasta llegar a los peludos huevos. Huevos que mordisqueó con suavidad. Carlos emitió un gruñido ahogando un jadeo.

– ¿Te está gustando? – ronroneó la trabajadora.

El hombre respondió acariciando el cabello rubio de la mujer.

La empleada abrió la boca, sujetó el falo con una mano, y se metió la punta en la boca. Luego lo sacó y volvió a meterlo y poco después, ya sin manos, se lo tragó entero y comenzó a meterlo y sacarlo a buen ritmo mientras la saliva escapaba de su boca goteando.

Carlos agarró con fuerza el reposa brazos de su sillón y levantó el trasero apretándolo, estaba a punto de correrse. Laura, notándolo, dejó de chupársela y sacó de su bolsillo un paquete de clínex, envolvió el pene y animó a su jefe, en un susurro, a que eyaculase sin miedo.

Pronto el papel quedo impregnado de semen.

******************

Esa noche Laura pensó en lo que había hecho. Estaba segura de que su jefe, al menos por ahora, no la despediría. Por supuesto todo eso tendría que permanecer en secreto. Otro tema era la infidelidad, y aquí tampoco, a juicio de la mujer, tenía porque sentirse culpable. Después de todo, su marido no la atendía como tendría que hacerlo.

******************

El siguiente episodio digno de reseñar ocurrió tres días después.

La reunión con un cliente no fue bien, en parte por su culpa. Carlos, en su despacho, tenía cara de pocos amigos y no dudó en echarle la bronca.

Lo peor de todo es que tenía razón.

Lo más grave que todavía no se sabía quien sería despedido y después de aquello ella tenía más papeletas.

Laura, una vez más, decidió actuar. Se acercó a su jefe y le habló así.

– Lo siento Carlos. Me he portado muy mal y tienes derecho a gritarme. – dijo.

Luego, tras unos segundos de duda continuó.

– He sido una chica mala y me merezco unos azotes.

Y al terminar la frase se tumbó boca abajo sobre las rodillas de su jefe apoyando las manos en el suelo para guardar el equilibrio.

El culito quedó a merced de Carlos.

La empleada, tensa, esperó para ver en que acababa el atrevimiento.

La espera no se demoró mucho y enseguida notó las manos de su jefe sobándole los glúteos.

Los azotes llegaron después. Seis en total.

– Levántate.

La mujer obedeció incorporándose torpemente.

Carlos la dio un abrazo y luego la besó en los labios. Un "pico" rápido.

– Una cosa más. ¿Tú sabes poner inyecciones en la nalga?

Laura le miró a los ojos y añadió.

– He visto hacerlo.

*****************

Una semana después, en casa. Laura reflexionó sobre lo vivido. Tenía que decidir si seguir o pararse. Le gustaba su jefe y quería más. Quizás besarle de verdad y tener sexo oral, quizás ir más allá y sentir su pene penetrándola. Incluso, una vez, había pensado en practicar sexo anal. Pero no había nada seguro y para dar estos pasos tendría que hablarlo con él.

Hoy tocaba hacerlo con su esposo. Volver a la rutina. ¿Le contaría algún día todas estas cosas? Probablemente no, Laura era ante todo una persona práctica.

Se desnudó y se puso ropa interior limpia. Bragas en lugar de tanga. La última vez había sido un poco patético, pero aun así ansiaba tener sexo con su marido. Sonrió pensando en el tema escatológico. Un escape de gas le puede ocurrir a cualquiera, incluso a ella. Sí, en eso había diferencia, con su jefe nunca se podría relajar al cien por cien. Por un instante imaginó a su jefe poniéndola una inyección en el culo, nervios, un pedete…

– Laura, estás despedida.

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