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Memorias de África (X)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Estos indígenas tenían la costumbre de distribuirse en pequeños grupos durante la vida cotidiana. Descubrí dónde se metían los hombres la mayoría del tiempo, unos pescando, otros cazando. Las chicas en el arroyo cogiendo musgo, hojas de plataneras, hierba fresca y agua. Las mujeres mayores en el poblado limpiando, haciendo fuego o cuidando de los niños y adolescentes. Se distribuían por sexos, pero además dentro de cada grupo de sexos, se separaban luego por edades. Me agradó ver el cuidado y casi hasta el mimo con el que los mayores cuidaban de los más pequeños. Siempre había un mayor más gruñón, pero por lo general eran gente muy afable y paciente. No tenían un concepto de padre o madre al estilo nuestro, todos cuidaban de todos. Entre los jóvenes, por llamarlos de alguna manera ya que soy incapaz de adivinar la edad de nadie por sus rasgos, había como en todo grupo, unos más espabilados que otros. Entre ellos uno con el que tenía una especie de relación de amor y odio. Era aquél que se me acercó el primer día cuando me exhibieron, y tuvo la desfachatez de manosearme. No es que tuviera el mando de la pandilla de veinteañeros, pero sí que parecía algo así como un líder, en ciertos aspectos me recordaba a mi Samsung, mi semental. Les vi en alguna ocasión dar órdenes y dirigirse a los demás con una especie de autoridad, pero también es verdad que vi a muchas adolescentes y a muchas de las chicas, dirigirse a la cabaña de Samsung o a la de ese otro jovenzuelo, sacarlos como un caracol de la concha y obligarlos a follar allí mismo. Ese niñato era simplemente el miembro más espabilado, más activo de la banda que formaba. Si alguna vez me cruzaba con ellos en el bosque, en el río o en la playa, se formaba una fiesta. Se apoderaban de mí y me rodeaban, siempre riéndose, hablando en aquella extraña jerga, los ojos vivarachos. Los primeros días pensé que lo único que buscaban era simplemente jugar conmigo, como si desde su punto de vista o desde su mundo, yo fuera un juguete que les había dejado un Papá Noel aborigen. Yo me esforzaba por caerles en gracia, cantar con ellos, sentarme en sus corros, pero para mí eran una especie de pequeños cretinos. En los primeros días yo todavía solía ir con mis shorts y la camiseta, sin ropa interior pero a salvo de las miradas de aquellos desconocidos.

Los primeros días de mi llegada a aquél poblado y después de ser usada por los hombres, me preguntaba a menudo como es que las mujeres aceptaban aquello. Por muy incivilizados que fueran, pueden ver que los hombres me cogen, me dan placer, tiempo, su esperma y hasta si me apuran, emociones. ¿les bastaba con eso? Con el paso de los días comprobé que las libertades que ellas se tomaban conmigo, azotes, humillaciones y demás, no eran sólo patrimonio de María José la extranjera recién llegada, se comportaban así también con los hombres, y el caso es que a ellos eso les gustaba. Como dije, en el poblado había dos cabañas más grandes de lo normal, una para las mujeres y otra para los hombres, con la diferencia de que en la de los hombres, sólo entraban los solteros, mientras que a la de las mujeres iban todas, casadas, solteras, amantes, viejas, vírgenes o viudas. Yo supongo que en la cabaña de los hombres uno de los temas de conversación serían las mujeres, pero a pesar de no entender lo que hablaban, casi puedo asegurar que en el “local social de las mujeres”, hablar de hombres poco. Supongo que los celos sólo los pueden sentir los que se sienten inferiores, y tenía la sensación de que aquellas mujeres se tenían en muy alta estima. Las mujeres formaban un grupo compacto, como si estuvieran unidas por algún extraño vínculo. Los hombres eran simplemente otra raza. A medida que me sentía más aceptada por la tribu, empecé a visitar la cabaña de las mujeres más a menudo. Como el resto de mujeres estaban desnudas, yo nada más entrar hacía lo mismo. Siempre que iba a la cabaña de las mujeres Aifon estaba allí con su sonrisa y sus brillantes ojos negros. Había días que se sentaba al borde un enorme camastro que había dentro y tirando de mí me sentaba en sus rodillas con mis piernas abiertas, y no dudaba un segundo en arañarme, pellizcarme, o comerme los pezones. O si le apetecía me tumbaba boca arriba y ella boca abajo colocando su sexo en mi cara y el mío en su boca. Al parecer aquella postura le gustaba mucho. Metía su cara entre mis muslos y me chupaba el clítoris y los labios de la vagina hasta que en el sentido literal de la palabra me devoraba de placer. El ambiente que se respiraba allí era de confianza y cálido. Éramos amantes unas de otras y disfrutábamos juntas. Las mujeres eran cariñosas con las mujeres, se amaban, nos amábamos sin prisas. A veces nos abrazábamos y dejábamos pasar el tiempo. Para mí no era nuevo el calor y la suavidad del cuerpo de otra chica, pero mientras en nuestra civilización eso todavía está restringido, aquellas que en ocasiones yo llamaba salvajes, lo hacía con total naturalidad. Cuando abrazaba a Lila o a Aifon, sentía la dureza de sus pechos contra los míos, o la agudeza de sus pezones y los míos. Sin prisas nuestros cuerpos se sopesaban y estudiaban, las pelvis avanzaban hacia las pelvis, o las espaldas se arqueaban para que las nalgas tocaran las vulvas. Los pubis se acariciaban como dos mejillas cuando das un beso. Sentía la suavidad de los muslos, la redondez de una rodilla, el contacto de unos pies. Mientras apretaba a mi partener por la espalda, otra chica acostada detrás de mí me abrazaba. Sentía el calor de su cuerpo. Aplastaba mis pechos contra una de las espaldas y otros pezones se pegaban a mis omóplatos. Un pubis, una vulva abordaba mis nalgas, mientras que mi vientre se acomodaba en el hueco de la espalda que tenía a mi frente. Me estremecía de placer la sensación de una vulva rozando mis nalgas. Jadeábamos, gozábamos con ese jueguecito y una vez pasado el primer orgasmo, buscábamos otro. Una sobre la otra y al revés, hundía la cara en mi amiga y chupaba su sexo. Nos mareábamos con nuestro sabores y con nuestros líquidos. Creo que las mujeres somos la fuente del mundo. Nos reíamos de nuestros pelos revueltos, de nuestras mejillas sofocadas o de un arañazo en nuestras nalgas.

Me acuerdo de un día. Ya me habían desnudado, lavado, azotado e incluso follado en aquel banco de madera en mitad del poblacho. Así con mucha dignidad, como cuando te levantas después de haberte caído en plena calle a la vista de todos, fui al rio a bañarme y a alejarme un poco del resto de la gente. Allí estaban todos los jovencitos sentados en coro, hablando y riendo. Me senté en medio de todos ellos de mala gana todo hay que decirlo, pero intenté mostrarme amable. Se acomodaron a mi alrededor, sentados, tumbados y como siempre, empezaron a tocarme el pelo, les fascinaba mi pelo rubio. Mi “amigo” se levantó de donde estaba, se puso de rodillas a mi lado y empezó a quitarme los tres botones que cerraban el cuello de mi camiseta. ”Este niño es gilipollas”, pensé.

Lo separé de mí con un movimiento suave pero firme de mi brazo, y mientras me volvía a abrochar los botones, se quedó mirándome callado, pero una mirada de sorpresa. Luego con las dos manos cogió el cuello de la camiseta y de un tirón rompió los botones, abriendo el pequeño escote. Aquello me cabreó muchísimo, pero me contuve, no hacía mucho que estaba allí y ya había aprendido con cada vez que me rebelaba, había un correctivo en forma de azotes. De su boca salió una especie de gruñido como los de Samsung, pero no era tal, fue una orden en toda regla a sus compañeros. Se abalanzaron unos pocos contra mí y me quitaron la camiseta a trompicones, me empujaron contra el suelo y me pusieron boca abajo. Intenté revolverme, pero eran más que yo y parecían sacar fuerzas de la nada. Cuando me quise dar cuenta, me habían quitado los shorts y sólo en ese momento pararon. Los que me estaban sujetando por las muñecas y los tobillos me soltaron y aproveché para ponerme de pie. La idea era vestirme, salir de allí y dejar a toda aquella jauría a su aire. Pero claro, tonta de mí, ni camiseta ni shorts… habían sido más rápidos que yo. Así que allí estaba yo desnuda, con las nalgas doloridas de la azotaina anterior, y con mi sexo y mis pechos a la vista de aquella pandilla de gamberros. Me quedé quieta, como paralizada, y uno de ellos aprovechó para tumbarse en el suelo detrás de mí, me empujaron y caí sobre él. Pensé que lo ahogaría o que le haría daño con el golpe, pero al contario, se rio a carcajadas y dijo algo a los demás. Me quedé tumbada boca arriba sobre el cuerpo del muchacho y con sus brazos me hizo una presa, dejando mis brazos inmovilizados, mi cabeza junto a la suya y el cuerpo arqueado. Me separaron las piernas dejando a la vista de todo el grupo mi sexo abierto. Mi “amigo” se arrodilló entre mis muslos y empezó a examinar mi vulva. Deslizó sus dedos hasta las nalgas y el ano, para volver de nuevo a la vulva, y sin mediar palabra la abrió y empezó a lamerme. Con su lengua dio a la primera con mi clítoris y ayudándose con las dos manos separó los labios de mi sexo para estimularlo con uno de sus dedos. Yo estaba contraída y tensa como para poder sentir placer, pero con cada lengüetazo con cada movimiento de sus dedos, mi resistencia fue cayendo hasta terminar por estremecerme. Su compañero acostado debajo de mí me sujetaba con fuerza al principio, pero al notar mi relajación me soltó y con sus manos me apretaba los pechos y pellizcaba mis pezones, para más tarde llegar hasta mis caderas. En aquel grupito de jóvenes habían unas pocas chicas también, que pensaron que de aquella fiesta había que participar y una de ellas se dedicó a chuparme los pezones. El muchacho que estaba debajo de mi llevó su mano hasta mis nalgas, buscó el agujero y me ensartó uno de sus dedos, lo que me sobresaltó, pero no me molestó. Tenía los pezones duros y crecidos, y notaba perfectamente como mi coño se despertaba y se mojaba. Una de las chicas apartó a mi “amigo” y se puso ella entre mis piernas, se puso de rodillas y apoyándose en uno de mis muslos empezó a masturbarme con el dedo y a metérmelo en la vagina suavemente. Mi “amigo” le quitó el taparrabo a la chica, se quitó el suyo y de rodillas rozaba su verga entre los muslos de la chica. Como provocando al chico, arqueó levemente la espalda colocando su culo más a la vista. Mi “amigo” no lo dudó y ensartó su polla en las entrañas de la chica, que cerrando los ojos gimió de placer. Las chicas que no estaban participando de aquel aquelarre, cogieron al resto de chicos y los apartaron, los denudaron y se dedicaron a jugar entre ellos. Mientras, mi “amigo” bombeaba con una fuerza inusitada para lo que suponía un jovenzuelo inexperto. Podía ver el gesto de placer en la cara de aquella chica, sus gemidos, sus pechos bailando a cada embestida, el movimiento de su cuerpo con cada arremetida y sus dedos dentro de mi coño mojado. Dos de los chicos quitaron a la jovencita que estaba entre mis piernas, y flexionándolas me las llevaron hasta el pecho. Mi “amiguito” se acercó y apoyando su vientre contra mi culo me metió su verga en mi coño. Resultaba delicioso sentir entrar su glande dentro de mí, y aquél muchacho me follaba a una velocidad alucinante y su polla iba y venía dentro de mí. No pude reprimir mi orgasmo y casi al instante el muchacho se puso frenético y expulsó un chorro de su semen caliente. El chico que estaba debajo de mi seguía con su dedo metido en mi culo, pero durante toda esa operación se había mantenido quieto. Mi “amigo” seguía empalmado, su verga no se había venido abajo y quitó de un manotazo la mano de compañero de mi culo. Cogió con su mano el pene del muchacho que estaba debajo de mí y lo guio hasta la entrada de mi ano. El chico que estaba debajo de mi introdujo su pene en mi culo con un movimiento bastante hábil, mientras sus manos abrían mi culo. Una, dos, tres, cuatro… Tenía mi culo ocupado mientras mi “amigo” se masturbaba viéndonos. Otro manotazo y sacó el miembro de su compañero de mi ano. Su polla rígida se paseó por la entrada de mi culo y me la hundió. Igual que cuando me estaba follando hacía un instante, sentía su dureza entrando y saliendo de mi culo. Sus compañeros dejaron de sujetarme las piernas, y fue él quien tomó el mando de todo. Sujetando mis piernas por los tobillos, me las abrió en forma de V, cerrando levemente mi ano por lo que las sensaciones fueron aún más placenteras. Casi en seguida empecé a gozar con aquello. Sus embestidas movían todo mi cuerpo, veía mis pechos bailar y no sólo sentía placer en mi culo, sino también en mi coño, el vientre se me contraía con cada bocanada de aire que tomaba y gritaba sin miedo a que nadie pudiera decirme algo. Estaba furiosa, excitada y el corazón ya iba pasado de revoluciones. La polla de aquel jovencito era exquisita. Hubo un segundo orgasmo por ambas partes y sentí su semen caliente dentro de mi culo. Cuando sacó su verga de dentro de mí, la sensación fue de vaciarme, como si me quitaran algo. Estaba totalmente fuera de mí, desatada y gritando le dije:

-Métela otra vez joder, fóllame de nuevo.

Evidentemente no me entendió, y mientras jadeaba y de su polla salían las últimas gotas de líquido, se rio y se marchó. El chico que estuvo todo el rato debajo de mí, también se levantó y se fue. Me quedé tumbada mirando el cielo, estaba jadeando. Los veinteañeros de hoy día, al menos los de nuestro mundo tan civilizado y occidental, se preocupan poco de satisfacer a los mayores. Tienen ese egoísmo, pero sin los modales de los adultos. Aquél día unos veinteañeros bribones me habían usado y jodido, chicos y chicas que en otras circunstancias se hubieran ganado como mínimo una bofetada, se habían permitido el lujo de desnudarme, lamerme, chuparme, masturbarme y hasta penetrarme por todas partes. Y en ese momento que, sin quererlo de inicio, había empezado a gozar, a mojarme hasta extremos insospechados, justo en aquél momento que hasta les hubiera suplicado para que siguieran follándome como una perra hasta caer todos rendidos, se fueron dejándome sola. Los llegué a odiar. Mientras me follaban no tuve tiempo de hacerlo, estaba fuera de mí gozando por completo, pero luego les odié. Cuando me refiero a que me abandonaron, me refiero sólo al placer, a mi placer. Les hubiera sido fácil sustituir a mi “amigo”, el siguiente pudo haber seguido follándome, lo hubiera tenido muy fácil conmigo. Pero no. En lugar de eso al rato me levantaron sonriendo, como si yo tuviera que estar contenta porque me habían follado, masturbado y enculado tan bien. Las chicas trajeron agua en un cuenco y me lavaron y me llevaron a una parte cubierta por la espesura fuera del descampado que rodeaba aquel tramo del riachuelo. Tras caminar unos pocos pasos llegamos a otro tramo del riachuelo, donde había una pequeña cascada, un poco más alta que una persona, y cuyas aguas llenaban una especie de piscina formada en la roca. Allí habían dos jóvenes más mayores, de la edad de Aifon o Lila. Le cuchichearon algo al oído al chico, y después de intercambiar una serie de gestos y frases, ordenaron a una de las adolescentes que se sentara en un tronco de un árbol caído. ¿De verdad?, ¿en serio?, ¿de verdad voy a tener la oportunidad de vengarme y darles su merecido?, pensé.

Pero no, para mi desgracia iba a ser yo la que recibiera el jodido correctivo. La muy zorra se aplicó con ganas, y a pesar de su mano pequeña, al instante se me pusieron las nalgas rojas y doloridas. Lo más gracioso del asunto, es que el joven que ordenó el castigo se empalmó con una rigidez y una contundencia asombrosa. La chica que estaba con él le quitó el taparrabo, y sin importarle nuestra presencia, se agachó y le comió la verga hasta que el chico se corrió entre gemidos y ráfagas de semen. Al menos mi castigadora tuvo la compasión de dejar de pegarme y me masturbó de forma hábil todo, hay que decirlo, tocando mi clítoris, la vulva y metiendo sus dedos en mi coño, lo que me provocó un fuerte orgasmo. Cuando las jóvenes se fueron, los adolescentes me permitieron bañarme en el riachuelo. El agua estaba fresca y eso me repuso. Me acompañaron a un claro junto al cauce donde daba el sol con toda intensidad. La hierba estaba caliente y me tumbé estirada como si estuviera en la playa. Cerré los ojos durante unos minutos.

Me hubiera gustado poder dormir un rato, pero fue imposible. En lugar de eso me dediqué a observar a mis acompañantes veinteañeros. Aunque no me hace gracia reconozco que aquellos indígenas adolescentes eran guapos y ellas muy atractivas. De adultos los hombres son musculosos, de espalda ancha y piernas musculosas. En cambio, de jóvenes son algo más aniñados, delgados y estilizados. Tanto a ellas como a ellos cuando les daba el sol en el cuerpo, su piel iba de un color caramelo oscuro a un marrón brillante que admito me gustaba. Eran absolutamente libres. Cuando se desnudaban, ellos ayudaban a las chicas a doblar su taparrabo, pero ellos eran más independientes. Me hacía gracia cómo se estudiaban entre ellos, y las risas y la cara de asombro de las chicas al ver como alguno de los chicos aparecía con su verga empalmada. Ellos por su parte, pudiendo estudiar conmigo anatomía y hacer anatomía comparada, no lo hicieron y se pusieron impacientes a medida que iban quitando los taparrabos de las chicas, y aparecían unos redondos y preciosos traseros, o una vulva apretada. Por no hablar de unas tetas perfectamente formadas. Estuve un buen rato mirándoles y tomando el sol. Se estaba verdaderamente bien allí. Las adolescentes y las jóvenes eran las más inventivas. No se cortaban en unirse dos o tres de ellas para asaltar a alguno de los chicos. Yo tenía la sensación a pesar de mis treinta y seis años, de ser como una especie de vieja. Por supuesto sin fundamento porque, aunque los llame adolescentes, lo hago para diferenciarlos de los más mayores, que ya rondaban la treintena como yo. Todo esto dicho con la incertidumbre de no saber sus edades exactas, y especular en base a sus rasgos y cuerpos. Para las chicas parecía que todo les estaba permitido. Contra más sabe uno, más ciego te vuelves, no hay nada como la inocencia. Una de las chicas, a fuerza de manipular y desflorar a uno de sus compañeros, llegó a ponerme en un estado de excitación claro. Con sus gestos, imitaba lo que ella imaginaba que podría ser un estado de excitación mío. Cogía la polla del muchacho, lo masturbaba levemente y pasaba la punta de su lengua por el glande. No pude aguantar la risa viendo con qué interés mamaba aquella polla. Una de sus compañeras, viendo y suponiéndola satisfecha, la apartó y se hizo con la erguida verga e imitó sus gestos. En ocasiones se acostaban cara a cara, pero no se besaban, raramente los vi besarse, salvo a aquellos como Samsung, Aifon o Lila, a los que enseñé lo provocativo, insinuante y lujurioso que puede llegar a ser un beso. Otra cosa que pude comprobar y experimentar, es que la mayoría de los hombres, jóvenes y maduros, tenían la capacidad de mantenerse empalmados durante cierto tiempo, y eran difíciles de cansar. Alguna de las chicas en medio de aquella improvisada bacanal, se puso junto a mí recostada de lado y subiendo una de sus piernas dejando su sexo a la vista de sus compañeros… y mía. Colocándose a su espalda, uno de ellos con la polla en la mano, la guio hasta la entrada de su vagina, y moviendo ella misma las caderas y el cuerpo, introdujo la verga en su sexo. Con ese movimiento constante, consiguió que el muchacho se corriera, mojando con su semen los muslos de la chiquilla. Me di la vuelta y me puse también de lado y atraje a uno de los chicos a mi espalda. Por la sonrisa que puso, entendí que se sentía afortunado, como aquellos tontos clones de la película “La Isla”, que se creían afortunados por ir a un paraíso cuando en realidad los iban a incinerar. Llevé mi mano hacia atrás y cogí su polla. Le masturbé por puro placer. Y cuando noté que la tenía dura y rígida, levanté un poco mi pierna, retrocedí la espalda y coloqué el glande en la entrada de mi sexo. Tiré levemente de él para que entendiera lo que quería, pero no hizo falta, una vez colocado, tiró de su cuerpo hacia atrás y me penetró con fuerza. Estaba mojada y al placer ayudaba yo masajeándome el clítoris. Una vez que estaba distendida y bien mojada, saqué la verga de mi sexo y la coloqué en mi culo. Apretó contra mí y me sentí bien una vez que su verga abrió mi culo y entró con facilidad. Las primeras embestidas se las impedí. Contraje el culo, bajé la pierna para cerrar más el ano y ahogué su polla dentro de mí y entre mis nalgas. Resultó delicioso y excitante sentir como abrazaba aquél miembro. Cuando me ponían de rodillas y me penetraban por el culo, podía sentir, pero en aquella posición era aún más estremecedor notar aquella carne sólida y caliente. Empecé a gozar primero de forma leve, primero pulsaciones, luego con más intensidad. Su mano fue a parar a mi vulva, pero se lo impedí y cogiéndola con fuerza le hice entender que debía dejar su mano y sus dedos flácidos. Yo le guie hasta mi clítoris, yo usé sus dedos para masturbarme, yo llevé su mano a lo largo de los labios de mi sexo, yo controlaba y mandaba. Empecé a gemir con más fuerza. Cerré los ojos y el placer de aquella verga en mi culo y los largos y frágiles dedos en mi coño, desembocaron en un escandaloso orgasmo y en un enorme placer. No dejé que en esa ocasión el muchacho hiciera lo que quisiera, mantuve a mi amante así hasta que yo creí conveniente. De mi boca salieron todo tipo de insultos y mi lenguaje se volvió soez. El muchacho que me penetraba, que se había parado un instante mientras yo me corría con sus dedos en mi sexo, aprovechó para ponerse en marcha de nuevo dentro de mi culo. Avanzaba y retrocedía muy bien, lo justo para que su glande rozara el agujero y lo distendiera, pero sin llegar a salir. Hacía ya rato que yo había perdido el control. Mantuve la mano del chico en mi sexo mientras me corría y solté entre sus dedos todos mis líquidos. Me la ensartó por última vez con un gran espasmo, y mientras se agitaba de placer, derramó todo su ardiente semen dentro de mí. Los dos gritamos al unísono. Dormí tranquila y feliz durante unos minutos.

La luz del sol, que hasta ese momento me daba un chorro de calor y claridad, se fue velando poco a poco. Ya no tenía nada que hacer allí, Me sentía sola, otra vez esa sensación que en aquellos primeros días no terminaba de dejarme. El atardecer y la consiguiente noche fueron largas y menos agradables. Se celebró una especie de fiesta en honor de vete a saber qué, el cambio de estación, una buena pesca, la construcción de una choza. Se comió y bebió lo que se pudo y más, y se formó una orgía en toda regla. Muchos de los hombres pretendieron disponer de mí, pero aquél día yo había tenido suficiente, sólo quería dormir. Obedecí a los primeros indígenas que vinieron a sacarme de la cabaña para follar allí mismo, o incluso sin llegar a levantarme del camastro, pero mi apatía era tal que fueron desistiendo poco a poco.

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