Paula entró en el cuarto de baño en ropa interior, se situó frente al espejo y se quitó el sujetador quedándose con las tetas al aire. A continuación, usando los dedos pulgar e índice de su mano derecha se pellizcó un pezón. Le gustaban sus senos, eran firmes y bien proporcionados. Decidió jugar un rato con ellos imaginándose que alguien la miraba.
En el baño la temperatura era agradable pero, de vez en cuando, se colaba una ráfaga de aire por las rendijas de la ventana interior que colindaba con un respiradero. A veces se oían ruidos provenientes del piso superior, alguien tirando de la cadena, alguien haciendo pis, alguien tirándose pedos.
Paula bajó la tapa del inodoro, se quitó las bragas y se sentó. Sus nalgas se pegaron en el plástico. Separó las piernas y bajando los ojos se miró el coño. Tenía pelos largos y negros. Todo un bosque protegiendo el preciado lugar dónde se hallaba el punto G.
Se tocó la barriga, ladeó ligeramente el tronco ayudándose del brazo izquierdo, y apoyando su peso en la nalga dejó escapar una sonora ventosidad. Instintivamente arrugó la nariz ante el olor familiar de sus propios gases. En ese momento, oyó a alguien toser en el piso de arriba. Abrió la ventana para oír mejor. Oyó sonido de agua y a continuación una voz masculina tarareando una canción. Oyó lo que parecía ser el tintineo de la hebilla de un cinturón y el sonido de una cremallera. Poco después oyó el pis chocando con fuerza contra las paredes de la taza.
Paula se imaginó a su vecino, a quién había visto un par de veces, con los pantalones a la altura de los tobillos, los calzoncillos bajados dejando a la vista el nacimiento de la raja del culo y el pene. Un pene erecto, henchido con la orina que pugnaba por salir, pis mezclado, quien sabe, con semen.
La imagen la excitó. Sin demora comenzó a frotarse ahí abajo, deslizó un dedo en la húmeda vagina y comenzó a jadear. En un instante decidió que no la importaba que la oyese su vecino, al contrario, imaginó que la oía y bajaba entrando en su piso, en el cuarto de baño. Que la levantaba del inodoro, la ponía mirando contra la pared e introducía su crecido pene dándola por detrás de manera salvaje. Ella se volvía para protestar y el ahogaba sus palabras con un beso en la boca, metiéndole la lengua y dándole una nueva envestida, más profunda si cabe, que la conducían al orgasmo.
Cerró los ojos, y comenzó a frotar sus partes cada vez más rápido. Arqueó la espalda, gimió, jadeó y por un momento perdió el control de su cuerpo inundado por una ola de placer.
Un minuto después, exhausta, débil, confundida, salió del cuarto de baño en cueros. Entró en su habitación y se dejó caer sobre la cama boca abajo.