La posición no podía ser más humillante, pero formaba parte de la revisión médica obligatoria.
El doctor, asistido por una enfermera joven y atractiva me ordenó que me bajara los pantalones y me subiese a la camilla. No era tan fácil subir teniendo en cuenta que los pantalones, a la altura de los tobillos, dificultaban la maniobra. Aun así, me concentré, más que nada para no acabar tropezando y añadir más vergüenza a la ya de por sí humillante imagen de un tío que si se miraba por detrás ofrecía un culo peludo caído y temblón lleno de granitos y si se le observaba por delante, entre los gruesos y velludos muslos, se podía ver un pene, que no pecaba de tamaño y que estaba a medio camino de algo parecido a una erección.
La enfermera me echó una mano sujetándome por el brazo y añadió.
– Inclínese hacia delante, apoye los codos… la cabeza entre los brazos y el culo en pompa… separe un poco las piernas. Eso es.
El médico, mientras tanto, se ajustaba unos guantes de látex color azul.
La puerta del cuarto se abrió y entró otra enfermera llevando unos papeles, intercambió unas palabras con el doctor y volvió a abrir y cerrar la puerta. Fuera de la habitación, aguardaban su turno había más pacientes. "¿Cuántos culos vería al día este hombre y sus enfermeras? ¿20-30?" Antes de llegarme el turno había entrado una chica alta y de figura esbelta. Solo pensar que con toda probabilidad había estado en esta misma posición, con su hermoso trasero totalmente desnudo y sus tetas colgando bajo la camisa…
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la presencia de un dedo enguantado en mi ano. La sensación era extraña. No la describiría como placentera. Por suerte, aunque me pareció mucho más tiempo, el dedo solo estuvo allí unos segundos.
– Todo parece ok. ¿Ha hecho de vientre hoy? – dijo el doctor.
– No, respondí sin cambiar de posición.
– Está bien, túmbese de lado. La enfermera le pondrá un supositorio ahora.
– ¿Un supositorio? – pregunté mientras me ponía de lado.
– Sí… ah, y también le pondremos una inyección de vitaminas.
Antes de que pudiese asimilar las noticias, la enfermera joven quitó el envoltorio del supositorio y tras apartar con sus manos mis nalgas y hurgar un poco, encontró el agujero que buscaba e introdujo la medicina.
– Apriete el culete. – añadió.
Obedecí notando como se disolvía el medicamento en mi interior. Picaba un poco y me provocó un amago de erección que corté a tiempo.
Mientras me ocupaba de lidiar con todas estas sensaciones, la enfermera, con eficiencia, preparaba la inyección.
– Váyase poniéndose boca abajo, enseguida le pincho.
Me dejé caer sobre el estómago y acostando mi cabeza de lado observé como la chica acoplaba la aguja, quitaba la capucha de la misma y apretando el émbolo de la jeringa dejaba escapar un poco de líquido.
Los nervios se apropiaron de mi tripa de repente y contraje el esfínter evitando que se me escapase un pedo.
– Listo.
Tragué saliva mientras la enfermera frotaba mi nalga, aun así hice un esfuerzo de autocontrol y relajé el glúteo. Un instante después la aguja perforó mi piel y el líquido comenzó a entrar. Dolía.
– Ya está. Se ha portado bien.
– Gracias – dije bajando con cuidado de la camilla.
Una vez en tierra firme, con las mejillas todavía coloradas, me subí los calzoncillos, abroché el botón de los pantalones, ajusté la cremallera y caminé hacia la puerta notando una leve molestia en el trasero.
Aquella noche soñé. Estaba con el doctor y las enfermeras solo que en esta ocasión el paciente no era yo. Se trataba de una clase en la que nos iban a enseñar como pinchar. Una de las enfermeras, la que había entrado a por papeles, se ofreció voluntaria. Se tumbó en la camilla, se levantó la bata y se arremangó la falda que llevaba debajo. Siguiendo las indicaciones del médico me encargué de bajarle las braguitas descubriendo un culo firme, femenino y atractivo.
La enfermera joven quitó la aguja de la jeringa y me dijo que la clavase en la nalga de su compañera. Clave la aguja y la paciente dijo "auh". "Aquí tienes otra aguja" me dijo el médico. "Pero si ya tiene una clavada" observé. "Tienes que practicar" intervino la joven. Obedecí y clave la otra aguja en la nalga izquierda. La paciente se quejó y pidió más. ¿Más?… El doctor se acercó con otra aguja y tras golpear el glúteo con los nudillos la clavo. Y luego la enfermera hizo lo mismo pinchando de nuevo. Yo dije. "Ahora toca quitarlas" y una a una retiré las agujas.
"No hay algodón." anunció el médico.
La paciente voluntaria intervino con una solución. "No hace falta algodón. Podéis besarme el culo." La bese en la nalga. "Bésame en el ano" pidió. Hice lo que me pidió. "Yo también quiero" dijo el médico bajándose los pantalones. "Tú también" me dijo la enfermera joven. "Déjame hacer".
Me desabrochó el pantalón, tiró de mis calzoncillos descubriendo mi trasero, se arrodilló y sacando la lengua y metiendo la nariz en mi raja me olfateó.
Luego comenzó a lamerme el agujero.