Introducción
En la aldea gallega en la que se desarrolla este relato, cómo en casi todas las aldeas, se conocían todos los vecinos, unos se llevaban bien y otros se llevaban a matar. A matar se llevaban Elisardo, el "Puerco Espín" y Pablo, el "Broncas", que eran hermanos y se llevaban a matar porque Elisardo le desvirgara la novia a Pablo. Elisardo se marchó para Suiza para que la sangre no llegara al río. Tres años más tarde Pablo se marchó para Alemania con Luisa, que en ese momento ya era su mujer, y dejó una niña pequeña a cargo de los padres de ella. Años después Pablo se lio con una alemana y Luisa volvió para España, compró un carnero y media docena de ovejas y trajo a vivir con ella a su hija a la casa que habían hecho Pablo y ella.
Entremeses
Elisardo, "El Puerco Espín", tenía un rebaño de cabras que llevaba a apastar al monte.
Rufina, la hija de Luisa era la encargada de llevar a apastar las ovejas al monte. Siempre las ponía a apastar lejos de las cabras de Elisardo, ya que su madre le había dicho que su tío era putero con ganas.
Cuernos, el carnero de Rufina, no entendía de recelos y sí de mandanga. Cierto día cuando pasaban las ovejas a unos metros de las cabras hacia un pasto más alto, el carnero dejó el rebaño y cubrió a una cabra. El cabrón al verlo lo embistió por detrás y el carnero y la oveja fueron a tomar por culo por un pequeño barranco abajo. Rufina puso el grito en el cielo.
-¡La puta que lo parió! Me mató el carnero.
Fue corriendo a mirar si estaba vivo, y lo estaba, tan vivo estaba que le seguía dándole al culo encima de la cabra en el fondo del barranco.
Elisardo se puso al lado de su sobrina y viendo lo que hacían le dijo:
-Es duro tu carnero.
Lo miró con cara de mala hostia, y le dijo:
-¡A mí no me hables, Puerco Espín!
-Lo que tú digas.
Rufina, que era una muchacha de estatura mediana, pelirroja y con trenzas, de complexión fuerte, sin estar gorda, con tetas meloneras, culazo, pecosa, de ojos azules y…, y con muy mala leche, cerró los puños y le dijo a Elisardo:
-Te dije que no me hablaras, Puerco Espín.
Elisardo, que era un hombre alto, moreno y de complexión fuerte, al que no le gustaban los ruidos, calló la boca y cogió al cabrón por el cuello, pues estaba viendo que se iba a tirar por el barranco abajo, luego lo ató a un pino, y después fue dando un rodeo alrededor del barranco para traer la cabra con las otras. Al llegar abajo le dijo Rufina:
-¡Trae también a Cuernos!
Elisardo desde el fondo del barranco le preguntó:
-¿Ya te puedo hablar, sobrina?
-¡No me llames sobrina, Puerco Espín!
En fin, que el carnero se encargó de subir él solo y luego Rufina siguió su camino.
La cornada
Al día siguiente Rufina llevaba a Cuernos sujeto. A Elisardo se le cayera a la hierba una piedra de mechero que quisiera poner a su "contra viento y marea." Rufina lo vio agachado a unos cincuenta metros de distancia, cogió al carnero por la cabeza y se la giró para que le viese el culo, el carnero, que si veía un culo en posición no podía pasar sin embestirlo, comenzó a hacer fuerza para librarse de la atadura, Rufina le quitó la cuerda de sus grandes y enroscados cuernos y el carnero salió corriendo. Salvó los cincuenta metros en un tiempo récord y le dio tal golpe en el culo a Elisardo que salió despedido varios metros. Rufina se partía el coño de risa. A Elisardo maldita fue la gracia que le hizo. Se levantó, echó las manos al dolorido culo y mirando para Cuernos, que lo estaba retando con la cabeza agachada, le dijo a Rufina:
-¡Ven a buscar al cornudo o coméis carnero quince días!
Ante la amenaza no le quedó más remedio que ir a recoger el carnero, pero era tan falsa que encima del mal que había hecho quiso reírse de su tío cuando le dijo:
-Se me escapó. Son cosas que pasan sin querer, queriendo.
Elisardo tenía un cabreo criminal.
-¡Lárgate o tu madre va a tener que vestir de luto!
El acercamiento
Rufina cogió miedo y se marchó, pero desde ese día fue poniendo las ovejas a apastar cada vez más cerca de las cabras de Elisardo.
Una tarde se plantó delante de su tío y le dijo:
-Quiero pedirte perdón por lo de Cuernos.
Elisardo sin quitar la vista de la novela que estaba leyendo, le dijo:
-Ya lo hiciste, ahora vete.
Rufina, resentida por la frialdad de las palabras de su tío, le dijo:
-¡Hay que ser payaso!
Elisardo levantó la vista del libro para mirarla. Vio que llevaba puesto el vestido de a diario, un vestido viejo de color azul con volantes, que le daba por debajo de las rodillas, vio que calzaba sus viejas sandalias, y le preguntó:
-¡¿Qué coño te pasa ahora?!
-¿A quién pretenderás engañar, cabrero?
-¿¡Con qué crees que te engaño?
-Aparentando que sabes leer.
-Sé leer y escribir. Tu madre lo puede corroboran, pregúntale.
-Sí, sabes leer y escribir tanto como el burro del Gervasio.
-Ya te he dicho que le preguntes a tu madre.
Rufina empezó a tener dudas.
-¡¿De verdad sabes?!
-¿Es qué tú no sabes leer ni escribir?
Quiso engañarlo.
-¿Yo? Con tres años ya le leía la cartilla a cualquier perro que me ladrara.
Elisardo era zorro viejo.
-O sea que no sabes. Eres una analfabeta.
Rufina, avergonzada, bajó la cabeza.
-¡Eso me ha dolido!
-Más me dolió a mí la cornada de tu carnero.
-Resentido.
-Sí, el culo me quedó resentido.
-Tú, tú eres un resentido.
-¡Largo! ¡¡Qué corra el aire!
Rufina y su madre
Esa noche estaban Rufina y su madre tomando el fresco en un escalón de la puerta de su casa y le preguntó:
-¿El cabrero sabe leer y escribir?
-Sabe. ¡¿No hablarías con él?
-Es que pensé…
La mujer puso el grito en el cielo.
-¡Te dije que no hablaras con él!
-Es que me cae bien.
Luisa ya no la tenía todas con ella.
-También le caía bien a una amiga mía, pero la dejó preñada y para no cargar con lo que viniese se fue para Suiza.
-No sabía que fuera tan cabrón, será por eso que tiene tantas cabras.
-No te lo tomes a broma. El Puerco Espín es un peligro.
-Pues no lo parece. Te repito que a mí me cae bien, hiciera lo que hiciera en el pasado.
-¡Maldito hijo de puta! La historia no se va a repetir.
-¿Qué historia?
-La de mi amiga.
-Yo no me voy a abrir de piernas.
Luisa le mintió.
-Tampoco mi amiga se abrió de piernas.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que la forzó.
Rufina se quedó mirando para su madre. Le costaba creer lo que le había dicho.
-Eso sería lo que dijo ella. Me voy para cama que mañana tengo que madrugar. Por cierto. ¿Quién era tu amiga?
-No te lo puedo decir. Ahora está casada. Lo que sí te puedo decir es que es de la aldea.
El principio
Al día siguiente Rufina se volvió a plantar delante de Elisardo, que seguía leyendo "La vuelta al mundo en ochenta días." Sin mirarla le preguntó:
-¡¿Qué quieres ahora?!
-¿Me enseñas a leer y a escribir?
-¡Ni harto de vino!
Se sentó a su lado y con la cabeza baja y mirando a la hierba, le dijo:
-Me da mucha vergüenza ser analfabeta.
-Eso no es problema mío.
-Por favor, apréndeme.
Elisardo giró la cabeza y la miró.
-¡Coño! Sabes pedir las cosas por favor.
-¿Me enseñarás?
-¿Qué me darías a cambio?
-¿Qué te gustaría que te diese?
-¿Con una mamada ya me daba por pagado?
Rufina empezó a darle la razón a su madre. Elisardo era un peligro.
-Soy tu sobrina. ¿Cómo me puedes pedir eso?
-Tú lo has dicho, sobrina, si fueras mi hija no te pediría que me pagases con una mamada.
No le pareció mucho, ya que le preguntó:
-¿Solo una mamada?
-Solo.
-Puedo hacerla, pero no te la haré hasta que no sepa leer y escribir y te la haré cuando yo quiera.
-Trato hecho. Compra una libreta y un lápiz.
-No tengo dinero.
-Encima de burro, apaleado. Está bien, compro yo la libreta y el lápiz. Mañana empiezas.
Al día siguiente Rufina comenzó a recibir sus clases. Las cinco vocales las memorizó en minutos. El abecedario le llevó un tiempo y escribir las letras mucho más, pero después de eso ya fue todo más aprisa.
Al mes, más o menos, le dijo Elisardo:
-A ver Fina…
-De fina tengo poco.
-No hace falta que lo jures.
-Ya no lo juro.
-¡Quieres callar, Rufina!
-Si callo no digo nada.
-Hoy no pierdo más el tiempo contigo.
Rufina ya le había cogido la manta a su tío.
-Sí que lo vas a perder. ¿Qué era lo que querías que viera?
Elisardo se armó de paciencia.
-Cómo escribes tu nombre.
-¿Y no quieres que escriba también el tuyo?
-Otra cosa que tienes que aprender es a confiar en la gente.
-En ti voy a confiar yo. No eres de fiar.
-¿Quién te dijo eso de mí?
-Mi madre.
-Si no confías en nadie acabarás esta vida vieja y sola. En fin, vamos allá
-¿A dónde?
-A escribir tu nombre.
Rufina no se lo daba creído.
-¡¿De verdad voy a escribir mi nombre?!
-De verdad. ¿R y u?
-Ru.
-Escríbelo.
Le chupó la mina al lápiz y lo escribió.
-¿F y i?
-Fi.
-Escríbelo después de ru.
Volvió a chupar la mina y lo escribió.
-Ya está.
-N y a.
-Na.
Ponlo después de fi y lee todo junto.
-Ru-fi-na. ¡Hostia! Ya sé leer.
-Empiezas a leer, Rufina, empiezas.
Antes de acabar el verano ya sabía leer con soltura.
La mamada y sus consecuencias
Rufina estaba aquella tarde echada debajo de un pino con su cabeza sobre el regazo de su tío leyendo la novela de Julio Verne "la isla misteriosa." Elisardo dormía con la espalda apoyada a un pino y en sueños se le puso la polla dura. Rufina la sintió debajo de su cabeza. Se sentó, miró para el bulto, puso la novela sobre la hierba, le bajó la cremallera del pantalón y le sacó la polla. Con ella en la mano dijo:
-Es el momento de pagar, Rufina.
Elisardo ya se había despertado, pero seguía con los ojos cerrados fingiendo que estaba dormido. Rufina empuñó la polla. Elisardo empujó hacia arriba, la piel del capullo se bajó y el glande quedó al descubierto.
-Vamos allá. A ver si se corre pronto, que Ataulfo tardaba siglos.
Meneó la polla muy despacito, se la lamió y luego la metió en la boca y se la mamó. En nada se corrió en su boca y Rufina se tragó la leche. Luego le metió la polla dentro del pantalón mientras decía:
-Se me empaparon las bragas.
Le subió la cremallera del pantalón y cogió el libro de nuevo. Elisardo estiró los brazos, bostezó, miró para Rufina y le dijo:
-Tuve un sueño muy agradable.
-¿Qué soñaste?
-No te lo puedo decir, si te lo digo te enfadarías.
-Enfadar me voy a enfadar si no me lo dices.
-Pues soñé que me hacías una cosa.
-¿Te hacía una mamada?
-Sí.
-Te estaba pagando por enseñarme a leer y a escribir. Ya te dije que lo haría cuando yo quisiera.
-No hacía falta que la hicieras.
-Me gustó hacerlo.
A Elisardo empezó a oler la sangre.
-¿Te gustó hacerlo?
-Sí, me gustó hacerlo.
-¿No te pondrías cachonda?
-Sí, me puse.
Se tiró a matar.
-¿Quieres echar un polvo?
Rufina tenía ganas. Volvió a recordar las palabras de su madre, mas se arriesgó.
-Sí, pero sin echarlo.
A Elisardo lo dejó perplejo.
-¡¿Echar un polvo sin echarlo?!
-Sí, cómo me los echaba Ataulfo
-¿Cuánto tiempo tardaba Ataulfo en correrse?
Rufina era rápida de reflejos.
-¡Estabas despierto!
-Sí.
-¡Falso!
Elisardo no le dio más vueltas.
-¿Alguien te comió las tetas y el coño?
-Las pulgas.
Elisardo le iba a poner los puntos sobre las íes.
-Si empiezas con sarcasmos…
Rufina lo interrumpió.
-¡¿Qué?! ¿Me vas a forzar?
-No digas tonterías.
-No son tonterías.
Elisardo, como ya dije, no quería ruidos.
-Sigue leyendo la novela, Rufina.
-No.
-¿No quieres seguir leyendo?
-No, no me comieron las tetas ni el coño. No sabía que los hombres hacíais esas cosas.
-¿Qué fue lo que hiciste con Ataulfo?
-Mamarle la polla
-¿Y él a ti que te hizo?
-Meterme los dedos.
-¿Era tonto?
-No, era muy viejo.
-Va a ser mejor entrar en acción. Vas a sentarte con tu coño encima de mi polla.
Sacó la polla morcillona. Rufina se sentó sobre ella.
-Aprieta el coño contra mi polla y frótalo.
Hizo lo que le dijo. La polla al sentir el coño mojado deslizarse sobre ella se puso dura. Rufina le dijo:
-¡Qué gustazo!
Puso su cara al lado de la de Elisardo. Al tener barba de tres días le pinchó.
-Ahora sé por qué mi madre te llama Puerco Espín.
Elisardo la pilló por el aire.
-No es por la barba, me lo llama porque de niño siempre andaba cazando erizos.
Elisardo ya estaba que fumaba en pipa. La echó sobre la hierba, le cogió los pulsos, la besó y lamió y chupó su cuello, luego le dio unos picos y a continuación le metió la lengua en la boca. Rufina le hizo la cobra y le dijo:
-No eches la lengua fuera cómo las culebras que me da asco.
La besó sin lengua, le lamió y chupó el cuello por el otro lado, luego le lamió una oreja. A Rufina le entró la risa floja.
-Ja, ja, ja. ¡Me haces cosquillas!
-¡O te callas o no te corres!
-Callo, callo.
Le soltó las manos, se echó a su lado y le desabotonó la blusa. No llevaba sostén y sus tetas meloneras quedaron al aire. Las agarró con las dos manos, las juntó y magreándolas, lamió y chupó sus gordos pezones y sus rosadas areolas. Rufina con la cara colorada no perdía detalle de lo que le hacía su tío. Al quitarle las bragas le dijo:
-Échalas donde dé el sol para que sequen.
-¡Calla, coño!
-Callo, callo, pero échalas donde le dé el sol.
Elisardo después de quitarle las bragas encharcadas de jugos y de echarlas donde le daba el sol, le levantó la falda. El coño de Rufina era gordo. La raja era pequeña y tenía poco vello alrededor de ella. Le frotó la polla en los labios y en el clítoris y al ratito se corrió sobre su clítoris. La leche bajó y encharcó los labios vaginales. Rufina estaba cachonda a más no poder. Al acabar de correrse Elisardo, le dijo Rufina:
-El cuerpo me arde.
-Enseguida te apago el fuego.
Elisardo metió todo el coño de su sobrina en la boca, chupó y volvió a lamer. Rufina ya no necesitó más. Sacudiéndose tuvo un orgasmo bestial.
Al acabar de correrse, sofocada, le dijo a su tío:
-¡Eres un cochino!
-Si tú lo dices… ¿Comemos?
-¿Qué trajiste?
Elisardo la corrigió.
-Se dice: ¿Qué has traído? No se dice que trajiste.
-Yo he traído una tortilla, pero la podemos dejar para la merienda. Saca a ver que traes tú.
Elisardo sacó de una pequeña cesta el queso de cabra, el pan, el chorizo, el jamón y la bota con vino tinto, Rufina le dijo:
-¡Cuadrada me voy a poner!
El desvirgamiento de Rufina
Al acabar de comer Rufina estaba algo mamada del vino que había bebido. Elisardo le preguntó:
-¿Sabes que me gustaría hacer?
-Echarme un polvo y llenarme el coño de leche.
-Sí y no, follarte, sí, llenarte el coño de leche, no, pero…
-Le echó la mano a la polla.
-¿Pero qué?
-Pero estás bebida.
-Si no me desvirgas hoy otro día no voy a dejar que lo hagas.
Elisardo no esperaba aquella confesión.
-¡¿Eres virgen?!
-Sí.
-Ataulfo debía ser subnormal.
-No, no era subnormal, era muy viejo y la polla no se le ponía dura.
Rufina se puso en pie, se quitó el vestido azul, el sujetador las bragas, puso las manos detrás de la nuca y bailó moviendo su cuerpo acompasadamente mientras cantaba:
-¿Qué será será…?
Elisardo se puso en cuclillas delante de su sobrina, le echó las manos a la cintura y le lamió el coño mientras ella seguía cantando y bailando… Cuando la punta de la lengua entraba en su coño Rufina la quitaba moviendo el culo hacia atrás y luego la metía al echarlo hacia delante. Al lamer sus labios vaginales movía el culo alrededor y cuando lamía su clítoris movía la pelvis de abajo a arriba y de arriba abajo. Poco después daba una vuelta alrededor para hacer que deseara su coño. Elisardo aprovechó para lamer y follar su ojete y Rufina para mover su culo de delante hacía atrás para que la lengua entrase y saliese de él. Luego se volvió a dar la vuelta y Elisardo le siguió comiendo el coño… Tiempo después paró de cantar y de bailar y le dijo:
-Lo que será es que me voy a correr.
Dicho y hecho. A Rufina le comenzó a temblar el cuerpo. Sus tetas parecía que las sacudía un terremoto. Sus piernas flaquearon y cayó de culo sobre la hierba. Acabó gimiendo y convulsionándose en posición fetal. Elisardo al acabar de correrse la echó boca arriba, le abrió las piernas y le lamió los jugos de la corrida que acababa de echar. Luego Rufina le dijo:
-Quiero tu leche…
Le sacó la polla empapada de aguadilla y comenzó a menearla mirando a su tío a los ojos. Sin perder contacto visual la metió en la boca y la mamó. Poco más tarde, al ver que se iba a correr paró de menear y de mamar, y le dio un empujón. Elisardo quedó boca arriba sobre la hierba. Rufina se puso a horcajadas sobre él, le cogió la polla y metió y sacó la punta hasta que su tío soltó un chorro de leche en la entrada del coño. Sintiendo la leche caliente se sentó sobre la polla y clavó el glande. Pegó un grito que se iba a oír a kilómetros de distancia si no se hubiese tapado la boca con una mano. Elisardo soltó otro chorro, y otro, y otro… Le llenó el coño de leche.
Rufina acabó metiendo toda la polla dentro. Tiempo después, echada a lo largo de su tío sintió que le venía, acercó su mejilla a la de su tío y le dijo:
-Me corro para ti Puerco espín.
El final
Esa noche la madre de Rufina fue a casa de Elisardo y llamó a la puerta El hombre la abrió, se echó a un lado y la dejó entrar en casa. Luisa cerró la puerta y le preguntó:
-¿Hay algo entre Rufina y tú?
-Hay.
-¿Ya consumasteis?
-Sí, y pienso casarme con ella.
Luisa tapó la cara con las manos y dijo:
-¡Todo por mi culpa!
-Lo nuestro ya es pasado, Luisa.
-Si, pero debí decirte que Luisa es tu hija.
Elisardo re rebotó.
-¡Mientes!
Luisa se echó a llorar.
-No, no miento, Elisardo, no miento, haz cuentas.
Elisardo echó cuentas desde el día en que desvirgara a Lucía y la edad que tenía ahora Rufina, y las cuentas le dieron.
Se volvió a marchar para Suiza, pero antes de hacerlo le dejo todos sus bienes a Rufina.
¿Qué si Rufina quedó preñada y tuvo un hijo de su padre? Pues no, tuvo gemelos, niño y niña.
Quique.