Ignacio Salvatierra estaba seguro que sus pensamientos habían sido siempre justos y precisos. Como juez que era estaba orgulloso de sus decisiones judiciales, se consideraba un hombre de leyes y sus decisiones eran ecuánimes. Había inculcado ese raciocinio a sus 6 hijos de los cuales se sentía orgulloso. Como cada tres meses iba a visitar a su madre octogenaria, su padre había fallecido hacia un mes. Un encuentro sobrecogedor con su madre y hermanos. Él era el orgullo de su familia y el mayor, había hecho carrera y sabía que era la envidia de su hermano y hermana. A sus 56 años era considerado uno de los mejores juristas de la región.
Ya de vuelta paró en un restaurante, había engordado bastante y se prometió adelgazar. Pesaba 98 kg, y su médico le había comentado que con sus 185 cm y a pesar de su complexión fuerte tenía que perder 10 kg. Hizo acopio de una buena cena y siguió hasta el pequeño hotel que regentaba un amigo de la infancia el cual su madre le había comentado que quería verlo para darle las gracias en persona por haberle resuelto el tema familiar. Para más engorro al salir del coche empezó a llover. Se puso su sombrero ya que le molestaban las gotas sobre su calva.
Nada más entrar en el modesto hotel fue agasajado por su amigo, le dio el pésame por su padre incluso lo abrazó efusivamente. Tras el efusivo recibimiento pasaron al tema familiar:
-Ignacio, no sé cómo agradecerte el favor que me has hecho, no lo olvidaré, el cabrón tendrá que pagar.
-No me debes nada, personas como esa no se pueden salir con la suya. ¿Ella está contenta? ¿Qué edad tiene?
-Si, mucho, ahora ha cumplido los 19. Ya está de 7 meses. Ese tipo casado que la embarazó se ha llevado su merecido. Ya ves tiene dos hijos. Mi hija ingenua se dejó embaucar por ese treintañero ya. Pero Sara mismo te dará las gracias.
Salió una chica con pelo largo, teñida de rojo, llevaba piercing en la nariz, barriga prominente y destacada ya que su cuerpo era delgado; unas mallas confirmaban un culo pequeñajo, sus ojos eran almendrados y sus pómulos bien definidos con unos labios gruesos.
Se mostró algo torpe y chabacana, parecía que masticaba las palabras al hablar. Ignacio Salvatierra pensó que ni su inteligencia ni su desenvoltura estaban muy desarrollados. Era evidente que la falta de una madre era patente ya que su amigo había sido abandonado por su mujer hacia unos 6 años. Optó por pasar la noche en el destartalado y pequeño hotel sin apenas clientes visibles, por lo que su amigo estuvo encantado de acogerlo. Incluso la peculiar embarazada lo acompañó ya que ella dormía dos habitaciones más lejos.
Ignacio le estaba haciendo un de lado, sus embestidas retumbaban, la polla a veces se desencajaba pero volvía a coger el ritmo. Había bajado el espejo de la pared y puesto en una silla enfrente de la cama. A Ignacio le gustaba ver su mete-saca, sus 18 cm entrando y saliendo. Tras haber engendrado 6 hijos era especialista en follar embarazadas. El lateral era cara a cara a ratos. La Sara llego a mojar e Ignacio descargó una generosa corrida interna con un brutal sonido gutural. Ignacio se levantó y ella también. Vio como la lefa le llegaba a los muslos. Ella dijo:
-Vaya con el viejito, encima todo adentro.
-Ya te preñaron, por tonta, espero hayas aprendido la lección. Te hecho un favor por tu padre. Ahora tengo que irme a mi habitación, quiero dormir.
-No veas que vicioso eres…
-Calladita, te conviene y te has corrido bien por muy viejo que yo sea-dijo en tono imperativo Ignacio.
Ignacio pensó que decía lo de antes porque antes de follarla la había puesto en mamada profunda, Incluso le hizo succionar los testículos. Y se dijo a si mismo " Niñata desagradecida".
Ignacio hacia viajes secretos profesionales a comisarías una vez al mes. Ya que estaba por la zona aprovecharía la ocasión para saludar al sargento Imelda. Nada más llegar Imelda lo invitó a un puro (requisado en aduana) y empezaron a fumar.
-Qué tal la familia -preguntó Ignacio.
-Bien, la semana pasada tuve mi segundo nieto. Es lo máximo, estar con los tuyos, pero tú sabes más que yo de eso.
-Si, yo tengo tres, por cierto tengo que llevar un regalo para el mayor.
-Siento la muerte de tu padre. Tu madre me informó que tenías que ir a verla y me remarcó que Pepe te quería dar las gracias en persona por lo de su hija.
-Sí fue muy emotivo y lo de Pepe entrañable, me gusta ayudar a los amigos -esto último el juez Ignacio lo dijo con un deje de hastío -ha llevado mal suerte, primero su mujer, ahora su hija.
-Es un perdedor, no hay más -dijo contundente el sargento.
-Qué tal por aquí, vengo en calidad de juez, si puedo arreglar algo o ver vuestro trabajo.
-Hemos pillado una chica con estupefacientes, pueden caerle unos dos años. No colabora mucho, es chula e irreverente. Y no está nada mal -esto último lo dijo con una mirada de complicidad al juez- la tenemos en la sala de reuniones.
-¿Reuniones? -preguntó extrañado el juez.
-Si, ya sabes, sin nada grabado ni testigos, abajo en el sótano. ¿Te apetece estar presente, también hay un cristal oscuro, tranquilo.
-Si, lo sé… se colocó para más disimulo para nosotros, me dijiste. Si vamos allá.
Bajaron a un pasillo oscuro que daba a una pequeña habitación con sillas. Delante un cristal donde podía observarse una mesa con unas cuantas sillas. En una de ellas una chica sobre la treintena de facciones agraciadas, su melena morena estaba despeinada, en sus brazos se veían tatuajes y brazaletes. Su camiseta delataba buenos pechos.
-Supongo que tenéis su ficha -dijo al juez.
-Si, se llama **** de 31 años, actualmente no se le reconoce ningún oficio, ha trabajado en pubs, discos y masajes.
-Entiendo que es puta -remarcó el juez.
-No que sepamos, pero es obvio que sabrá manejar un rabo -y soltó una carcajada.
Respondía las preguntas con altivez y chulería, se notaba que estaba curtida.
-¿Tiene antecedentes? -preguntó el juez.
-Si, pero nada importante, alteración del orden público, posesión de sustancias menores y peleas. Aún no sabe que le hemos encontrado el material en las ruedas del coche. Esa seguridad que demuestra pronto decaerá.
Una y otra vez la chica pedía un abogado o que la dejarán marchar. De pronto cambió su expresión. De reojo vio como entraban unos paquetes. Entonces dijeron:
-¿Y esto que es? ¿¡¡Bolsas de patilla, no!!?
-E… es… esto… no… no… no… no es mío lo ha… han… colocado ahí. Quiero un abogado-dijo con el rostro lívido y tembloroso.
-Se ha derrumbado -dijo el sargento.
-Buen trabajo -respondió el juez Ignacio.
El agente salió del habitáculo y consultó con el sargento, este consultó con Ignacio.
-La verdad es que se ha visto embarcada en esto por ingenua. Proponemos algo extra. La chica puede…
-Si, lo que creas necesario, que nos dé información del vendedor, por ejemplo -dijo el juez.
El agente volvió a la sala con las instrucciones.
-Como estamos de buen humor y por tu cara bonita si nos dices el nombre del que te ha pasado el material seremos benevolentes.
-Puedo dar coño y placer, no me hagáis daño y dejadme ir después.
-Se pone interesante -dijo el sargento.
-Sí, intentad sonsacarle y quizá con algo más salga hoy mismo -dijo el juez en un acto de bondad de su parte.
Entró el sargento y habló al oído del agente.
-Estás de enhorabuena si nos das el nombre del que te vendió el material y algo de sex appel sales -dijo el agente mirando al sargento.
-No… no. Era el chino -exclamó.
La información fue comprobada, se envió un coche patrulla y el chino fue pillado in fraganti.
-Fantástico -dijo el juez -se ha ganado el poder salir.
-¿Sin más ? -contestó el sargento.
-Podéis gozarla, lo vale -contestó el juez -me han dicho que tenéis buenos pollones.
Nada más informar a los agentes se la llevaron.
-Vaya rapidez -dijo el juez.
-Si, disfrutan, si quieres echar un vistazo están en el almacén. Vamos a tomarnos algo. Tomaron café en un bar cercano. Ignacio tenía que irse, al volver a entrar en la comisaría bajó en busca de su chaqueta, al pasar por el almacén vio como tenían empotrada la chica, estaba en posición de perrito sobre un improvisado colchón. Se acercó a unos metros de ellos. Se oían los golpes secos del mete-saca, era un agente bajito. Otro esperaba turno machacándose la polla un tercero se limpiaba la polla y se subió los pantalones. Tras un tableteo de mete-sacas el chico escupió una buena lechadaza sobre el pequeño culo de la chica. Aún no se había retirado el que la había follado y ya tenía el cipote del que esperaba en la boca. Mamaba con precisión, parecía una bomba succionadora, la respiración del chico se hizo pesada y no tardó en correrse, vació sobre unos grandes pechos. Entró otro chico blandiendo un gran cipote e mano era fornido y alto, de cara ruda. La volvió a colocar en posición perruna, la lechada del anterior aún estaba sobre las pequeñas nalgas. Le abrió el culo y dos agujeros quedaron a la vista. El agente iba en despelote total, se veía su poderío físico.
-Es un gran semental -oyó como el sargento le decía tras el juez.
-Sabe como planificar una follada, basta ver su aire resuelto -afirmó Ignacio.
El agente cogió posición y dio unos pistoneos vaginales de tanteo. Incluso ella se ayudaba dándose impulso para atrás.
-Veo que colabora
-Sí, sabe usar su culo, es veterana -aclaró el sargento.
Empezó un pistoneo lento pero regular. Paró en seco le abrió las nalgas y estiró los pulgares. El ano estaba bien visible. Escupió sobre él, colocó su glande y embistió. Ella lanzó un sonoro quejido. Estaba claro que faltaba engrase. Entonces recogió la lefa anterior dejada en sus nalgas y la introdujo en la zona anal. Esta vez sí había engrase y empezó un alocado mete-saca lento al principio e iba ganando en velocidad hasta hacerse frenético. Ella balbuceaba palabras incoherentes. La respiración del agente se volvió pesada. Los pistoneos sonaban como latigazos al mismo tiempo que él le atenazaba las muñecas y la obligan a ella a curvar la espalda hacia arriba. La respiración del agente se volvió convulsa. En cada bombeo sus nalgas quedaban comprimidas.
-Te gusta -preguntó el sargento al juez.
-Se la mete hasta la empuñadura, nunca había visto nada igual. Ese culo no sólo lo usa para cagar.
El agente emitió una especie de rugido, parecía el de un león. Ahora cada embestida parecía como si él se electrocutara. Quedaron parados, ella con un largo Ohhhh. En un último espasmo el de dio la última clavada. Ella quedó tendida bocabajo. Él se levantó y encendió un pitillo. Ella al levantarse era un ser sin peso de su culo salían churretones de lefa.
5 meses después Ignacio Salvatierra estaba en el Congreso recibiendo una medalla por sus méritos. Desde las butacas su familia numerosa lo miraba con orgullo.