En la parada de autobús coincidí con una mujer que vestía un pantalón de chándal y una sudadera y calzaba zapatillas deportivas. El sol templaba el frío de la mañana y la gente iba de acá para allá entretenida en sus quehaceres diarios. La mujer miraba su móvil y el panel donde se indicaba el tiempo de espera alternativamente. Había que formar cola para entrar al autobús y ese fue el momento en que me obnubilé. La mujer me precedía en la cola y no pude evitar bajar la vista y ver su culo. La tela del chándal pegada a su cuerpo dejaba pensar que lo que tenía delante de mí no era normal; quiero decir, sí, era normal, un culo, sólo que este era hermoso, bien formado; no de esos esculpidos en gimnasios, no: era un culo carnoso muy femenino. Enseguida me lo imaginé sin ropa que lo cubriera, y me empalmé. Precisamente no me había puesto calzón, por lo que mi polla tiesa se desvió hacia mi muslo y allí se paró.
Seguí andando detrás de la mujer hasta que subí a la plataforma del autobús. No se me bajaba la hinchazón, así que me estiré el jersey todo lo que pude con el fin de disimular mi estado. Lo que no preví fue que la mujer se quedara junto a mí en la zona central del vehículo, donde íbamos todos de pie, y se pegara a mí; mucho menos preví que rozara su cuerpo con el mío varias veces durante el trayecto, aprovechando curvas y frenazos para restregar sus tetas orondas de pezones duros en mis brazos, sus muslos en mis muslos. "Señora", dije en voz baja para no llamar la atención de los pasajeros; "Señorita", dijo; "¿Me está usted provocando?", en voz baja; "¡Cómo!"; "Me está usted rozando todo el tiempo y…", elevé la voz ya que ella no me secundaba; "Tutéame"; "Me estás rozando…"; "Mira, si no pillas las indirectas, tengo que ir directo al grano"; "¿Qué quieres decir?"; "¿No me reconoces?"; "N-no"; "Esta mañana, en la cafetería donde trabajas, me preguntaste: qué le pongo, y te respondí: muy alterada, te reíste y te pedí un té"; "¡Ah, ya!, ¡me acuerdo!".
En la cama no estaba mal. Me dijo que se llamaba Mariluz y que era funcionaria. Me dijo también que desde un tiempo hasta ahora había tomado por costumbre follarse a todo hombre que le gustase, sin pararse en cobardes prudencias. No obstante, me confesó, hablándome muy bajito y muy de cerca, como si fuese un secreto entre los dos, que confiaba en que, durante este itinerario sexual en el que la promiscuidad iba a ser su centro de gravedad, finalmente debía encontrar al que sería el hombre del que nunca se separaría hasta el día de su muerte. "Ah, ah, ah, Teo, me gusta, me gusta, ah, ah, ah", gemía Mariluz extendida sobre el colchón con las piernas abiertas mientras yo la penetraba. "Ah, ah, sigue, sigue, ah, ah", gritaba Mariluz. "Oh, Mariluz, oohh", rugí al correrme. La siguiente vez que vi a Mariluz fue en el juzgado, el día que nos casamos.
Estuvimos separados bastante tiempo; a saber, después de nuestro encuentro sexual tras lo ocurrido en el transporte público, no volvimos a quedar, aunque nos habíamos dado nuestros teléfonos antes de despedirnos, instantes después del polvo. Oí hablar de ella a algunos compañeros de profesión, camareros como yo que también, como yo, se la habían follado. Me dio lástima Mariluz: una mujer como ella no se merecía estar de mano en mano como la falsa moneda. Un día, en mi trabajo, escuché que hablaban cuatro clientes enchaquetados y, por esa costumbre que tenemos los de mi oficio, pegué el oído. Lo que escuché me dejó helado:
"Pues sí, amigos, la pequeña", Mariluz era baja de estatura, "la pequeña Mariluz se ha ofrecido a ser nuestro divertimento de este fin de semana, no me podréis negar que no he sido convincente, Mariluz se dejará follar por todos nosotros a la vez o uno por uno, o ambas cosas, durante el tiempo que dure la convención a la que asistiremos, ni que decir tiene que tendremos que disimular, la meteremos en el hotel sin que nadie se entere…".
Mariluz con esos tipos, ¡ni hablar!
Intervine:
"Oigan, ¿hablan de Mariluz, la pequeña Mariluz, mi esposa?"; "Una que está muy buena, funcionaria y muy puta, con un culo de sobresaliente y…", dijo uno; "Efectivamente, mi esposa"; "Tiene usted suerte, ¡cómo folla esa chica, es insaciable!"; "Tiene una hermana gemela"; "¡Cómo!", dijeron todos; "Sí, y se hace pasar por ella, incluso dice llamarse Mariluz, cuando su nombre es Cipriana"; "¡Cipriana!, bueno Cipriana o Mariluz, da igual, lo principal es follar"; "Cipriana murió esta mañana de sobredosis de fentanilo". Fue decir esto y los cuatros enchaquetados ponerse nerviosos como gorriones. "En fin, caballero, nos ha jodido usted el fin de semana", dijo uno; "¿Cuándo te dijo Mariluz, o Cipriana que se venía con nosotros", dijo otro mientras todos ya se dirigían hacia la salida del bar; "Anoche, cuando la follaba", contestó el primero; "Pobre", dijo otro; "Puta", dijo otro distinto; "Fentanilo, ¿qué mierda es esa?", dijo aquel otro. Teo llamó a Mariluz.
"¿Mariluz?"; "Sí, ¿quién es?"; "Teo"; "Hola, Teo"; "Mariluz, ¿te quieres casar conmigo?"; "Si salgo viva de este fin de semana es posible, me voy con cuatro hombres"; "Ya no"; "¿Ah, no, quién lo dice?"; "Yo, tu futuro marido"; "Oh, Teo, Teo, lo supe en cuanto te vi"; "Qué"; "Qué eras el hombre de mi vida y que nada, nada nos separaría".
Nos casamos un día luminoso de diciembre.
"Ah, Teo, ah, Teo". Devoro las tetas de Mariluz a la misma vez que mi polla entra y sale de su coño. "Ah, Teo, ah, Teo". Chupo su cuello y sus hombros. "Ah, Teo". Muerdo sus labios y pongo la punta de mi lengua en su paladar. "Ah, ah, Teo, ah, ah". Elevo mi torso y doy más impulso. "Ah, Teo, aahh, aahh". Derramo el semen en Mariluz, y ella me besa, me besa, me besa…