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Matrimonio convencional (Parte I)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hola. Antes de comenzar me gustaría resaltar que todo lo que aquí se relata está basado en hechos reales, he cambiado nombres, fechas y lugares por motivos obvios de intimidad, Bueno, sólo me he permitido alguna licencia, aderezos que no desvirtúan la realidad de lo que me sucedió… nos sucedió.

Mi nombre es Andrés, tengo 45 años, mido 1,78 cm, de complexión normal, pese a mis visitas periódicas al gimnasio no desarrollo una musculatura y complexión fuertes, casado con una preciosa mujer de la que continúo enamorado después de 18 años de casado. Nos conocimos mientras estudiábamos en el instituto, desde entonces hemos permanecido juntos.

Beatriz, Bea, es una atractiva mujer de 43 años, 1,65 cm. Pelo rubio liso, media melena, grandes ojos color miel y unos pechos, digamos que medianos. Se cuida mucho, aparenta menos edad de la que tiene, es muy femenina y tradicional en sus costumbres, le gusta llevar faldas, no demasiado cortas, y camisas a juego de distintas formas y tamaños, zapatos de tacón medianos y medias de color carne con asiduidad (elegante sin llegar a ser sexy). Fue educada en un ambiente católico, estricto, con unos valores de la familia y las relaciones sociales muy convencionales.

No tenemos hijos, recién casados nos pusimos a ello de inmediato, como mandan las costumbres (al menos en su casa), pero tras un par de años sin conseguirlo tuvimos que someternos a pruebas médicas. Fue una pequeña humillación ya en el entorno en el que se criaron los hombres de la familia nunca necesitaron pruebas que certificaran su fertilidad, todos fueron fértiles sementales. Esto me situaba, o así lo creía yo, en un peldaño inferior de la escala evolutiva familiar. El resultado no fue concluyente, a pesar de que Bea era fértil, no estuvo tan claro en mi caso, la cantidad y calidad de espermatozoides eran bajas pero no incapaces de engendrar. Sin embargo, los años fueron pasando y no hubo manera, muchas veces, demasiadas diría yo, follar se convirtió en una tarea mecánica con el único objetivo de engendrar, Bea se tumbaba en la cama boca arriba y yo me colocaba encima en la típica postura del misionero, descargaba en unos minutos mientras mi mujer me acariciaba la cara con gesto cariñoso para dar por concluido el coito.

Nos quedaba la opción de la fecundación in vitro, pero económicamente no podíamos soportar los gastos, decidimos esperar hasta ahorrar el dinero necesario. El tiempo pasó pero nuestros ingresos no nos permitieron nunca más allá de unos ahorrillos para imprevistos.

Con una familia tan tradicional, la humillación nos llegaba a través de las condescendientes palabras de su madre, el menosprecio de su padre, por supuesto hacia mí, y la honda felicidad mal disimulada de su hermana Ana María que, a sus 37 años tenía dos pequeños diablillos. José Antonio, su marido, debía tener buenos espermatozoides, mejores que los míos con toda seguridad, al año de casados ya tuvieron su primer vástago.

José Antonio es buen tipo, aunque desde que supo de nuestros problemas para concebir se volvió mucho más condescendiente conmigo, altivo, crecido por ejercer de buen macho semental. A Bea la trataba como con lástima, Muchas veces me pareció que pensaba que él podría darle lo que ella quería de muy buen grado. No es que se hicieran miradas ni gestos especialmente lascivas, pero cuando se cruzaban había reconocimiento de macho por un lado y vanidad por parte de mi cuñado. No sé, quizá me estuviera volviendo un poco paranoico.

Esa humillación me provocaba una cólera creciente cuando estábamos reunidos en familia, José Antonio y Bea bromeaban, reían y a veces se hacían los ofendidos, sobre todo mi mujer, dándole algunos manotazos en el hombro o en el pecho, entre broma va y broma viene él aprovechaba para rodearle la cintura con su brazo o la cogía de las manos para inmovilizarla en un gesto de aparente familiaridad, aunque a mí me parecían juegos de tentativas de acercamiento nada inocentes. En alguna ocasión la tanteé a ver qué pensaba al respecto, pero no volví a decirle nada desde aquel día, cuando volvíamos en coche tras una de aquellas visitas conjuntas

-Bea, no me interpretes mal, pero ¿No crees que José se toma algunas libertades contigo?

-Ay, no digas tonterías, es un buen hombre y tienen unos niños preciosos, dijo sin siquiera mirarme, aparentando arreglarse el vestido turquesa, ajustado a su talle, de escote amplio y corto, unos cinco o seis dedos por encima de sus rodillas. Muy sexy.

El alma se me cayó a los pies, hubiera notado mi lividez si no me hubiera ignorado como lo hizo. No dije nada, Bea tampoco dio más explicaciones, miró fijamente al frente, fría, distante. No volvimos a cruzar palabra en todo el camino de vuelta.

El tema del sexo es tabú en esa familia, cualquier referencia explícita es inmediatamente censurada y suavizada con palabras y conversaciones sin carga sexual, quedando en algo sin sustancia. Sin embargo, las referencias implícitas, frases inacabadas o miradas cargadas de dobles intenciones eran como estiletes que acertaban de lleno en mi “hombría”.

No me gano mal la vida, pero como suele pasar nada es perfecto, aunque desempeño un puesto de cierta relevancia en una multinacional todos somos hormigas obreras, prescindibles y fácilmente sustituibles, soy Jefe de Departamento Contable en la filial de Madrid, El sueldo no es malo, pero mantener un estilo de vida socialmente aceptable en nuestro entorno supone un esfuerzo difícil de mantener. Mi mujer no encontró trabajo tras terminar la universidad, encontrar un empleo que encajara en sus exigencias fue sencillamente imposible, en realidad no creo que exista.

Un día de julio, no recuerdo exactamente la fecha, escuchamos voces en la escalera, un piso por encima de nosotros, en el cuarto. La policía llamaba a voces tocando el timbre y golpeando la puerta.

-¡Abran la puerta, somos la policía! Hemos recibido un aviso de esta dirección.

Tardaban en abrir, por lo que las voces fueron subiendo de tono. Desde dentro debían estar diciéndoles algo porque los policías respondían desde el rellano.

Por favor, abran la puerta, tenemos que hacer unas comprobaciones y haceros algunas preguntas, no nos iremos hasta hacerlas.

El piso al que llamaban era de un matrimonio al que conocíamos desde siempre, tenían un hijo que ya no vivía con ellos. Don Cosme, 54 años muy bien llevados, alto, de porte elegante y buen trato con los vecinos, no parecía un amante obsesivo del deporte, pero su genética jugaba a su favor y conservaba un cuerpo envidiable para su edad. Su mujer Elvira de 52, más bajita que mi esposa, pelo cardado clásico, excedida en el uso del maquillaje, caderas anchas y algo de barriga, de trato excelente, muy inteligente y cultivada, de las que te hacen sentir cómodo sea cual fuere la conversación.

Bea y yo parecíamos dos cotillas que espían a los vecinos escuchando tras la puerta, no era nada habitual en nosotros, pero la situación tampoco lo era.

-Bea, me siento obligado a hacer algo, voy a subir para ver si puedo ser de ayuda, son nuestros vecinos y no me gustaría que pensaran que no nos preocupamos por ellos.

-Tienes razón, será lo mejor, pero ten cuidado, no sabemos que puede haber pasado. Te vuelves al menor problema.

Subí los 18 escalones que me separaban del pequeño tumulto y me presenté a los policías, hombre y mujer, como amigo de la familia con ánimo de ayudar.

Se miraron un momento escrutando las alternativas.

-Puede que sirva, asintió la mujer. Se giraron hacia la puerta de nuevo.

-Oigan, ha venido Andrés, su vecino y amigo que está preocupado, abran la puerta y podremos aclararlo todo.

-Don Cosme, soy Andrés, he venido a ayudar, creo que será mejor que abra y deje pasar a los agentes.

Tras un breve silencio, se oye el sonido de la cerradura, la puerta se abre. Don Cosme, con aspecto serio, indescifrable nos mira y se echa a un lado para que podamos pasar.

El pasillo es corto, más bien es un recibidor, una puerta a la derecha da acceso hacia un salón con decorado clásico, elegante, pero sin estridencias barrocas. El mobiliario es de calidad, a pesar de los años se mantiene en perfecto estado. Elvira estaba sentada en el sofá, sus ojos arrasados en lágrimas, las piernas cruzadas y el cuerpo algo inclinado hacia adelante, fumaba nerviosa con la mirada perdida en algún punto de la alfombra. Estaba vestida como si acabara de llegar de la calle. Su peinado alborotado y el rímel corrido no afeaban la belleza de una mujer que no ha perdido atractivo con los años. Don Cosme se situó a su lado, de pie, orgulloso con ademanes educados pero rectos, se dirigió a sus visitantes.

-No entiendo qué hacen aquí, nadie de esta casa los ha llamado, mi mujer y yo estamos bien, pueden comprobarlo por ustedes mismos.

La mujer policía se dirigió a Elvira en tono suave, conciliador.

-¿Está usted bien?, ¿necesita algo? Elvira no respondió, entonces le hizo un gesto a su compañero que rápidamente interpretó

-Don Cosme, ¿podemos apartarnos en alguna habitación, necesito hacerle unas preguntas?

-Vengan conmigo, asintió altivo, regio, giró hacia una puerta a la derecha del fondo de la sala. Se encaminó a una habitación contigua donde se situaban pegadas a las paredes percheros y estanterías para ordenar la ropa, era una habitación de servicio para plancha de unos 15 metros cuadrados con una ventana por la que entraba la luz de la calle y una lámpara de techo de dudosa elegancia que daba una luz pobre, llamativo contraste en calidad para lo que se estila en el resto de la casa. Claramente allí sólo entraba el servicio que tuvieran contratado para ordenar y planchar la ropa.

Allí me quedé, en el salón, sin saber qué hacer, de poco me parecía haber servido mi predisposición a ayudar, me sentía fuera de escena. Qué equivocado estaba, ahora que lo pienso, esa noche marcó un antes y un después en mi forma de ver el mundo.

Tras unos cinco minutos, sale el hombre policía y me pide que lo acompañe a la habitación, me deja sólo con él. Allí estaba yo delante de ese hombre de porte majestuoso con mi pijama de todos los días y el batín, normalito, que cogí para salir de casa.

-Mira Andrés, todo esto es un malentendido, me incomoda por muchas razones, pero una de ellas es por la que he pedido que vengas, apartado-. Se le notaba ciertamente inquieto, su mirada me escrutaba queriendo leer en mi mente. No parecía seguro de querer decirme lo que tenía en mente.

Justo cuando abría la boca para comenzar a explicarme algo, supongo que lo sucedido, aparece el policía y le dice a Don Cosme que debe ponerle las esposas, se lo tienen que llevar a comisaría y el protocolo lo exige. La cara de Don Cosme se turbó, mudó a enfado, inquietud y preocupación, pero no dijo nada, era un hombre inteligente y sabía que de poco iba a servirle, es más, una reacción airada podría interpretarse como muestra de culpabilidad. Mientras el agente le ponía las esposas en las muñecas por la espalda. Su cuerpo se irguió.

-Agente, ¿Le importaría dejarnos cinco minutos? Como ve no puedo ir a ningún sitio y Andrés y yo tenemos que hablar.

Una vez solos me mira fijamente, escrutándome durante unos segundos que me parecieron eternos, estaba midiendo los tiempos, elegía las palabras en su mente, podía leerlo en sus ojos, aquello que me tenía que contar cuando entré a la habitación pasó a un segundo plano. De pronto, sus facciones se tensaron, su barbilla angulosa, cuadrada y sus ojos penetrantes se prepararon para hablarme con autoridad.

-No tengo mucho tiempo, tienes que hacer algo por mí. No hagas preguntas, ya te lo explicaré y responderé lo que quieras cuando pase este entuerto. Pero antes, quiero tu palabra de que nada de lo que te pida saldrá de aquí-. Asiento, convencido y animado por poder ayudar.

-No me vale un simple gesto, quiero que me respondas.

-Haré lo que me pida, respondí casi de inmediato, ¿Qué otra cosa podía hacer?, Me había prestado voluntario a ayudar, además, su forma de pedírmelo me intrigó.

Anduvo hasta el fondo de la habitación y se situó a un par de metros de la pared de espaldas a la puerta, donde se situaban unos percheros de los que colgaban camisas ordenadas por colores. Fui tras él y me volví a situar delante.

-Desátame la bata. Dijo en tono seco, su expresión no dejaba dudas, me dejó descolocado, no entendía nada. Obedecí. El batín se abrió casi totalmente a los costados de Don Cosme forzado por la posición de sus brazos a la espalda y la rectitud de su pose, un pijama clásico de camisa y pantalón de tela muy fina, de rayas gruesas y colores indistinguibles al cien por cien con esa luz. Lo que resaltó fue el tremendo bulto que apareció en la zona de su entrepierna. Me parecía imposible que hubiera podido mantener escondida esa descomunal erección con sólo otra prenda encima. Durante unos segundos me quedé absorto, embobado mirando semejante erección. Levanté la cabeza y lo miré a los ojos, no entendía nada. Una pequeña sonrisa que no supe identificar (lascivia, poder, ego…no sé) iluminó su rostro.

Bájame el pantalón, libera mi polla, vamos, date prisa, no tenemos demasiado tiempo. Su tono era autoritario.

P… Pero. Mis palabras se atascaban, N… No puedo hacer eso… puede venir alguien. Me sorprendí a mí mismo dando una respuesta que, de alguna manera, dejaba entrever que el problema sólo residía en que podrían sorprendernos. Me confundió mi propia respuesta, no podía pensar con claridad.

No tardaremos mucho, estaba casi a punto antes de que me interrumpieran. Su mirada y expresión se endurecieron. Me has dado tu palabra, ya te explicaré con más detalle, pero ahora no preguntes. Su forma de hablar anuló mi voluntad, me acerqué. -Vamos, ¿qué esperas?

-Hazlo, ordenó con voz firme y autoritaria. Mi voluntad cede, las manos me tiemblan, frías, la boca se me seca. Bajo su pantalón y calzoncillos a mitad de muslo, su polla sale como un resorte apenas tapada con los bajos de su camisa, al menos 20 centímetros de gruesa polla venosa semi descapullada, la piel del prepucio no podía contener la enormidad de semejante trozo de carne tallada en mármol, el glande asomaba sonrosado, redondo, perfecto. -¡Joder! exclamé, era bastante más grande, gruesa y dura que mi polla. No es que tuviera experiencia alguna en otras pollas, pero esta me pareció imponente ¿deseable? una corriente eléctrica me recorrió los huevos hinchándome la polla. Enrojecí. ¿En serio me estaba excitando? ¿Cómo podía ser posible? nunca he tenido inclinaciones homosexuales. Me sentí algo mareado.

-Mira cómo tengo la polla, cuando se me pone así, no puedo bajarla a menos que me masturbe, empieza a dolerme ¿No querrás que salga así a la calle? pensaba hacerlo yo mismo, pero como ves no puedo, tócala, no muerde, por la cara que has puesto cuando la has visto te ha gustado.

Me sentí acorralado, me había prestado a ayudar y ahora no podía negarme, su forma de mirar no dejaba lugar a dudas, debía hacerlo (o era lo que yo pensaba para justificar lo que estaba a punto de hacer ¿?). Me quedé embobado mirando semejante potencia y virilidad, un tótem impropio para alguien con tanta edad.

Uno frente a otro, Don Cosme en una posición de Superioridad, no sólo por su altura, sino porque yo me sentí empequeñecido, mi cabeza agachada hipnotizado mirando su virilidad.

-¡Hazlo de una puta vez!, por tu cara veo que te gusta mi polla, viciosillo, si lo haces bien te dejaré que la vuelvas a tocar. Levanté la cabeza y lo miré a la cara, mi mano se aferró a ese tronco caliente, duro, palpitante, orgulloso, casi no podía abarcarlo, comencé lentamente el sube y baja sin dejar de mirar absorto su expresión de lascivia perversa.

Vaya, tienes las manos finas, un poco frías, pero no sufras, se te calentarán rápidamente.

Mmmm, sigue, joder, tienes buena mano para las pajas, suave y delicada ¿Seguro que no lo has hecho antes? debes hacer muchas para tanta maestría ¿eres una putita? Me sonrojé avergonzado y ofendido a la vez.

Yo…  N… Nun… ca, respondí balbuceando.

Ohhh, qué gusto me estás dando cabronazo, tienes manos de mujercita.

Su cadera se movía rítmicamente a la cadencia de mi mano, por momentos era él el que follaba mi mano, decidí adoptar una posición más cómoda para seguir con la paja, así que me acuclillé, su polla quedaba a la altura de mi cara, me invadió un olor masculino a polla pero no era desagradable ni sucio, mi polla a estas alturas estaba dura, me dolía, pero no quería que me viera así. Para guardar mejor el equilibrio y facilitar la maniobra puse mi mano izquierda en su cadera. Aquella posición acuclillada en una posición “inferior”, su polla cerca de mi cara, mis manos apoyadas en su cadera me hicieron sentir cosas que no podía explicar, estaba excitado y avergonzado a la vez. La polla de Don Cosme comenzaba a destilar líquido preseminal, lo que facilitaba la aparición y desaparición del capullo cada vez más púrpura, el sonido de la paja se volvió más evidente con el chapoteo de la piel, el líquido viscoso y mi mano. Me estaba gustando, disminuí el ritmo hasta hacerlo casi a cámara lenta, una extraña excitación me estaba invadiendo, mientras lo hacía dejé de mirar su falo y levanté la mirada para ver su reacción.

Tenía los ojos cerrados, la cara de placer era innegable, cuando reduje la velocidad abrió los ojos, agachó la cabeza. Su sonrisa se volvió perversa. – Mmmm Veo que lo estás disfrutando, viciosillo, eres un pervertido, me gusta, Ahhhh, qué bien, sigue, esto no es más que el comienzo, no te preocupes, te daré más ración de polla, a partir de ahora vas a ser mi putita maricona. Pero ahora no te entretengas en juegos, tienes que sacarme toda la leche, no querrás que nos encuentren así, ¿no? Jeje.

-No me hable usted así, por favor, dije, sorprendiéndome mi tono sumiso. Y Claro, no, no quiero que nos pillen así, claro que no. Aumenté el ritmo de la masturbación, no era momento de recrearse.

-Así, Asiii, sigue que estoy a punto, joder, qué gustazo. Dime, ¿Te gusta mi polla?, su cara era lascivia pura. ¡Contesta!

S… Siii, es muy… muy… no supe terminar la frase, los adjetivos se me agolpaban, estaba casi babeando.

Oh, si, ya noto cómo me sube la leche, voy a correrme, prepárate putita.

De pronto, esas palabras me despertaron, iba a echar su lefa, joder, tenía su polla a pocos centímetros de mi cara, podría ser que no escupiera semen con mucha fuerza, pero no me quería arriesgar a que me pusiera perdido, sería demasiado fuerte. Me puse en pie, su polla alcanzó un grosor y dureza mayor, la corrida era inminente, miré a los lados y no encontré nada a mano para echar la leche, sin pensarlo dos veces tiré del elástico de mis pantalones de pijama y slips ahuecando hacia adelante y apunté su polla a la zona entre el ombligo y el comienzo de mis vellos púbicos.

¡Joder!, si, mi putita se va a llevar mi lefa a su casa, joder, ohhh eres muy pervertido Andresito, ahhh. Un gemido gutural profundo, como un toro anunciaba lo que estaba por venir. Me estaba gustando la sensación de darle placer, una buena corrida significaría que habría hecho un buen trabajo.

Uno, dos, tres cuatro, cinco, hasta seis lefazos copiosos con una potencia bestial salieron de esa tremenda polla, tuve que apuntar más abajo, donde se encontraba mi pollita (en comparación con la suya) dura para evitar salpicar el resto de la ropa, joder, parecía una fuente inagotable, notaba su semen caliente inundarme la entrepierna, llenándome por completo y goteando por mis piernas. Ostias, no imaginaba que alguien pudiera correrse tanto y con tanta fuerza, más bien pensaba que todos los tíos nos corríamos como lo hacía yo, sin fuerza, con escasa cantidad, ay, qué ignorante. El calor y la humedad de su semen invadía mi zona genital y mi polla desde la base hasta la punta, estaba totalmente cubierto por él.

Seguí exprimiendo hasta que ya no cayó más, con mi mano también impregnada recogí la última gota, exprimí su polla, que empezaba a perder rigidez hasta que vi que no salía nada, mientras Don Cosme daba los últimos estertores de placer cabeza arriba con la boca abierta y los ojos cerrados. Limpié los restos que quedaron entre mi pulgar y mi índice de mi mano derecha en mi vientre, fue algo casi instintivo, en aquel momento no me pareció tan… cochino. Le volví a subir los pantalones acercándome a su, algo más desinflada, polla. Aspiré su aroma, instintivamente le di un pequeño beso en el glande, por un momento pensé en lamerla, me contuve.

Jajaja, de nada hombre, otro día te dejo que juegues con ella un rato más. Ufff, vecino, hacía mucho tiempo que no me sacaban la leche con tanta maestría.

Llama al agente, pero antes tápate con el batín, no queremos que vean que te llevas algo mío, ni que nadie sepa que eres mi putita, ¿no? Dijo guiñándome un ojo jajaja.

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