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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hoy es uno de esos días en los que siento que mi cuerpo arde y un fuego abrasador nace desde mi interior y se expande por cada una de mis terminaciones nerviosas. La sangre me hierve, los pezones me duelen, mi sexo segrega tantas babas como un caracol cuando se arrastra por el suelo. Será porque estoy ovulando.

Es viernes por la mañana y le he dicho a mi marido que antes de irse al simposio tiene que pagar prenda, así que el día da comienzo con un polvo mañanero que aplaca, por el momento, ese deseo abrasador.

Nos damos una ducha y le ayudo a hacer las maletas, después lo llevo al aeropuerto, mejor dicho, me lleva él a mí porque no le gusta ir de copiloto cuando yo conduzco.

Me he tomado el día libre en el trabajo con la excusa del aeropuerto. La verdad es que no me apetece ir, tengo mi trabajo controlado y no hay ningún proyecto que requiera de mi supervisión hoy. Después de despedirme de mi esposo en la terminal, entro en Valencia y aparco el coche en Fnac para comprar un libro y un pendrive. A continuación camino hasta el Corte Inglés y me compro algunos trapillos, sobre todo lencería para las ocasiones.

Como todavía es pronto, llamo a una amiga y la invito a comer a un italiano. Pedimos un risotto con champiñones y un vino, sin pensar que la combinación ovulación-vino puede ser una bomba de relojería, por tanto, intento no abusar del alcohol con la idea de poder conducir después, ya que el alcohol y la conducción nunca son buenos aliados.

Después de comer nos vamos al Café de las Horas y tomamos tres cafés más, con tertulia incluida, y sobre las seis de la tarde nos despedimos para seguir cada una su rumbo.

A las siete llego a casa y me doy una ducha tonificante. Como he dicho, estoy en uno de esos días en los que estoy más susceptible en todos los sentidos, y a pesar de que la mañana ha empezado con buen pie, siento la necesidad de tocarme de nuevo, y lo hago acariciando mis pechos, después deslizo las manos mojadas por mi abdomen hasta mi sexo y lo oprimo. Mis dedos se deslizan por la raja hasta que abren el capuchón en busca del pequeño nódulo. Sé que puedo correrme en pocos segundos y culminar mi placer, pero una idea que en momentos similares a este se fraguó en mi mente, empieza a tomar forma de nuevo, y parece que todos los planetas se hayan alineado para que hoy sea el día indicado.

Vacilo unos instantes porque la idea de aventurarme en semejante insensatez me abruma, pero como he dicho, no es la primera vez que esos pensamientos pululan por mi cabeza y tras unos minutos de reflexión pienso que hoy es el día idóneo para hacerlo, así que entro en una página de escorts y me recreo por la extensa variedad de especímenes mostrando sus vergüenzas y dispuestos a satisfacer los más exquisitos gustos de cualquier fémina presta a solicitar sus servicios. Creo que dos horas dan para mucho y concluyo que es más que suficiente.

Abro la página a la que ya le tenía echado el ojo, de igual modo, busco al modelo y no me cuesta dar con él. Pincho en la imagen donde está en actitud provocativa con unos slips blancos de Calvin Klein escondiendo unos atributos que no resulta difícil adivinar. Le doy clic a la imagen y otras similares se abren mostrando su apolíneo cuerpo adornado con una excelente y apetitosa polla que se aprecia desde varios ángulos.

Mi boca se abre involuntariamente y mi coño vuelve a segregar fluidos como una hoja escarchada que gotea cuando recibe los primeros rayos del sol de la mañana, y tengo que volver a tocarme para aplacar mi calentura, sin embargo, con ello lo que hago es empeorar las cosas. Empiezo a transpirar de la excitación imaginando al apuesto muchacho encima de mí, y pese a tener claro que quiero hacerlo, las dudas no dejan de amartillar mi cabeza porque con esa llamada van implícitas muchas otras cosas. Sé que quiero a mi marido y también sé que no es compatible una cosa con la otra, de modo que mi confusión es manifiesta y mi dilema consiste entre lo que es éticamente correcto y lo que me apetece hacer. La sensatez combate contra mis deseos, pero en esa lucha sé que el sentido común va a perder la batalla. Ahora tengo el teléfono en una mano y el número de la agencia en la otra. Me armó de valor y decido hacer la llamada de la insensatez marcando el número. Soy consciente de que esta decisión puede acarrearme serias consecuencias y puede también que sea algo que me pese siempre, también corro el riesgo de echar mi vida por la borda por unos momentos de placer, pero ya es tarde para arrepentirse. Escuchó al otro lado una respuesta pronunciando el nombre de la agencia. Inmediatamente pregunto por el modelo que me interesa y por su disponibilidad. Sé que está disponible las veinticuatro horas del día, pero podría ser que anduviera ocupado en esos momentos, y confío en que no lo esté porque no me apetece estar con nadie más. Es como cuando algo te entra por el ojo y desde ese momento ya nada podría suplirlo, ni encajar en ese esquema de valores que se había estructurado en tu cabeza.

No tardan más de un minuto en darme una respuesta afirmativa y automáticamente me pasan con el escort. Yo estoy dispuesta a ir a su casa, lo que no quiero es que venga a la mía, sin embargo, él tampoco recibe a sus clientas en su hogar, pero me dice que si yo estoy de acuerdo, él se encarga de gestionar el hotel. Imagino que debe haber algún tipo de convenio entre ellos, pero a mí eso me da igual, de hecho me quita problemas de encima.

Fijamos hora y lugar, de tal modo que quedamos a las nueve en la habitación del hotel, con lo cual, me sorprende que ya sepa hasta el número de habitación.

Me doy otra ducha y me coloco la lencería que me he comprado en el Corte inglés: unas diminutas braguitas de encaje blancas completamente transparentes en las que se aprecian perfectamente los pelillos del pubis y la forma de mi sexo. El sujetador cumple únicamente la función que le da su nombre, no otra. Me miro al espejo y considero que he hecho una buena compra con la lencería, quizás con tres o cuatro kilitos menos estaría perfecta, en cualquier caso, pienso que aún puedo levantar pasiones. Me pongo una falda ajustada gris por encima de las rodillas y una blusa negra sin escote. Para rematar el conjunto me planto sobre unos tacones de diez centímetros que estilizan mi figura. Unas gotitas de Ángel de Thierry Mugler en el cuello harán el resto. Cojo mi bolso con mis cosas y enfilo de nuevo hacia Valencia.

Mientras conduzco tengo que contraer constantemente los labios de mi sexo porque estoy tremendamente excitada. Salgo con tiempo más que suficiente de casa porque no soy muy hábil al volante, pero llego antes de lo previsto. Quizás, con mi ansia, le he pisado al acelerador más de lo normal sin darme cuenta y por ello a las ocho treinta y cinco estoy aparcando el coche relativamente cerca del hotel.

Al entrar me percato de que en esos momentos no hay nadie en recepción y aunque la habitación está en la primera planta, cojo el ascensor porque la falda estrecha me dificulta subir escaleras.

Son las nueve menos cuarto. He llegado con tiempo de sobra, pero da igual. Estoy muy nerviosa y, a pesar del frio, estoy transpirando. Tan osada que soy en determinados momentos y tan retraída ahora. Siento que el corazón va a salírseme del pecho cuando se abre la puerta, y ahí está él, como un semidiós, sonriendo, teniendo la certeza de que va a dármelo todo. Seguramente sabe de antemano lo que yo necesito, porque no sé si se ha dado cuenta, pero estoy braceando en un mar de dudas.

Doy por hecho que se llama Hugo, tal y como se anuncia en la página, pero no sé si es su nombre real, o tan sólo es el de guerra, en cualquier caso poco me importa. Y contrariamente a lo que pudiera imaginar, va muy elegante, aunque informal. Tiene un sexapil que encandilaría a cualquier mujer, al menos a mí hace que me tiemblen las piernas en ese momento, e imagino que él es consciente del deseo que provoca en las mujeres.

Lleva unos pantalones chinos color caldera y una camisa de manga larga de un blanco nuclear perfectamente entallada y planchada que se ajusta a su cincelado cuerpo. Los dos colores combinados le dan un contraste llamativo y sugerente a la vez. La camisa la lleva por fuera del pantalón y una vuelta de manga descubre una pulsera de cuero ajustada a su muñeca, dejando entrever también un tatuaje de algún motivo tribal.

Nos miramos unos segundos y él percibe mi nerviosismo e intenta tranquilizarme, pero le digo que todo va bien.

Quiero darle un beso y que mis labios se llenen de los suyos, pero todavía albergo ciertos recelos que él hace que se disipen cuando acerca sus labios carnosos a los míos, y yo no quiero que los despegue nunca, en cambio, me quita la miel de su beso para hacerme pasar. Cierra la puerta y nos miramos fijamente mientras mi boca se abre ansiosa obligándome a abalanzarme en busca de la suya que me recibe con la misma codicia. Mis manos se aventuran buscando cada rincón de su morfología. No hay prisas, pero tampoco pausas. Quiero acariciar su piel, pero son sus manos las que me desnudan con celeridad y yo le imito, por ende, ambos quedamos con nuestra ropa interior. Nuestros cuerpos están pegados y puedo notar su hinchazón en mi abdomen. Mi cuello se llena de sus besos hasta que me encuentro ahíta de ellos, seguidamente desciende por mi hombro aplicándome ligeros mordiscos en él. Son suaves, de esos que endurecen los pezones, aun cuando me doy cuenta de que hace rato que los tengo erectos. Sus placenteros mordiscos siguen descolgándose por el brazo para después dar un pequeño brinco hasta mi pecho.

Al posar su lengua, me deshago del sujetador para sentir el contacto más directo. Va trazando círculos sobre la aureola y se apodera del pezón para succionarlo con suavidad. Mientras se empacha de él, mira hacia arriba, contemplando mi cara de placer y parece no tener ninguna prisa, por el contrario, yo estoy que me salgo. Al mismo tiempo que se empacha de mis pezones, yo acaricio su cuerpo fibroso y meto mi mano a través del slip hasta su culo apretándolo con saña. Intento bajárselo, pero él no deja de comerme los pezones y mis movimientos son limitados, pero desisto e intento hacerme con su miembro, y al mismo tiempo que él sigue a lo suyo, yo masturbo una gran polla tan dura como una barra de hierro.

Quiero arrodillarme, saborearla y mamársela hasta atragantarme, pero no me deja. Me tumba en la cama y se deshace lentamente de la pequeña prenda, mientras se queda un instante contemplando cada pliegue y cada vello de mi sexo. No se aventura todavía porque quiere seguir llenando mi cuerpo de besos, de tal modo que está arrodillado ante mí, abre ligeramente mis piernas y su lengua se desliza por mis rodillas, subiendo poco a poco por el muslo derecho, llenándolo de besos que van ascendiendo en dirección a mi sexo. Empiezo a respirar de forma un poco más convulsa, moviendo la pelvis en busca de una esquiva lengua que se desvía de su ruta para circunvalar la zona, pasearse por el ombligo y dar reiteradas vueltas para luego volver a descender por la cadera en dirección al muslo.

Se detiene un instante contemplando mi raja, pero en mi ansiedad le cojo la cabeza para que hunda su lengua en las profundidades. No se resiste. Huele mi aroma y se embriaga, a continuación separa mis pliegues con la lengua y la pasea por la raja abierta saboreando mi sal. Noto como un hilillo de líquido se desliza hacia el ano y él lo atrapa antes de que llegue a su destino para degustar el elixir. Su lengua repasa en vertical toda mi raja, desde al ano hasta el clítoris una y otra vez, y al mismo tiempo que muevo mi pelvis, hunde su dedo corazón dentro de mí, mientras la lengua se detiene en el nódulo del placer.

Mis gemidos empiezan a ser más intensos y Hugo acelera el movimiento de su dedo, incluso se atreve a añadir el índice, de este modo empieza a follarme como si de una polla se tratase, a la par que la lengua sigue centrada en el pequeño botón.

Los dedos se detienen por un momento para buscar el punto G y lo aprieta repetidas veces. Mi excitación y mis gemidos van in crescendo e invaden la estancia. Cuando creo que voy a correrme de gusto, se detiene como si lo supiera y me quedo quieta respirando aceleradamente. A continuación se incorpora y se deshace completamente de los slips, mientras hace gala de una tranca que sobresale exageradamente de su pubis, se coloca un preservativo, me separa las piernas, se coge el sobresaliente miembro y me lo hunde con parsimonia hasta que mi ano saluda a sus pelotas, después, con el mismo comedimiento lo vuelve a sacar e inicia un lento movimiento de vaivén en el cual siento como la jodida barra de hierro me llena hasta los higadillos, pero me encanta. Le pido que incremente el ritmo y no se hace de rogar. Empieza a atizarme pollazos al mismo tiempo que mis piernas se engarzan a su cintura atenazándola.

Estoy tan caliente que no quiero retardar el clímax y me dejo llevar por el deleite de la polla entrando y saliendo de mi coño, de tal modo que en cuestión de segundos el orgasmo me golpea, y al igual que un tsunami arrasa con todo lo que pilla a su paso sin detenerse ante nada, una oleada de placer me atraviesa y se instala en mi coño durante un interminable minuto entre gritos desenfrenados, mientras Hugo sigue follándome sin parar. Cuando el clímax empieza a remitir, siento que otro orgasmo empieza a fraguarse en mi columna para descender de nuevo hasta mi coño, y sin dar crédito estoy gozando de otro clímax espectacular entre jadeos a los que no puedo poner fin, y en medio de ellos, le pido por favor que pare porque no puedo resistir la sensación. Cuando lo hace, siento un alivio momentáneo, pero también un vacío dentro de mí.

A continuación se recuesta a mi lado y contemplo su falo erecto enfundado en un preservativo blanquecino, fruto de mis caldos y me incorporo para mamárselo. Le quito el condón y atenazo la verga con ambas manos, acto seguido recorro la longitud del tronco con la lengua recreándome en cada capilar para después masturbarlo delante de mi cara durante unos segundos. La tiene tan dura que no importa lo mucho que la apriete. Es, como he dicho, una jodida barra de hierro que me meto en la boca hasta atragantarme, a continuación la saco y empiezo a bascular mi cabeza arriba y abajo, salivando al mismo tiempo. Hago un aro con mis dedos índice y pulgar para recorrer el tallo, al mismo tiempo que mi boca devora el cipote. Con sus movimientos de pelvis me anima a acelerar el ritmo y yo entiendo su señal, por lo que intensifico la velocidad hasta que le leche inunda mi boca, de tal modo que al mismo tiempo que voy mamando, dejo escapar el semen por la comisura.

Su mano aprisiona mi cabeza para que no abandone la felación. Sólo lo hago cuando la fuente deja de manar para seguir lamiendo un tronco completamente mojado de su esencia. Poco a poco va perdiendo su consistencia sin que mi lengua deje de saborear la ambrosía. A continuación repaso sus pelotas dando leves golpecitos con ella. Introduzco una en la boca y la engullo, después hago lo mismo con la otra. Mientras tanto, mi mano vuelve a apoderarse de la verga y noto como se endurece hasta alcanzar la rigidez que a mí me gusta. Empiezo a masturbarlo mientras atrapo sus huevazos con mi boca hasta que me canso de ellos para abrazar la polla con mis labios. En el ínterin noto como unos dedos empiezan a hacer incursiones en mi raja, por consiguiente mi excitación aumenta a marchas forzadas, así que me pongo encima de él acoplándome en un sesenta y nueve y mi cabeza empieza a bascular intentando albergar el tamaño que permite mi boca, y a la par, su lengua penetra mi coño, mientras un dedo se pasea por el pequeño orificio sin llegarlo a introducir, tan sólo me aplica una ligera presión que consigue incrementar mi placer, y viendo que mi respuesta es satisfactoria, un dedo impregnado de mis flujos se adentra por completo en el estrecho agujero. Al mismo tiempo me deleito con el poste que se adentra cada vez más en mi gaznate, si bien, llega el momento en el que quiero cabalgar sobre el puntal, por tanto, me desacoplo del sesenta y nueve, cojo un condón de la caja y lo desenrollo en su verga, me pongo de cuclillas y ensamblo la cabeza en la entrada de mi coño y me dejo caer a fin de que el pollón se me incruste hasta el tuétano, y cuando me llena por completo, asiento mis rodillas e inicio una cabalgada digna de las mejores amazonas. Empiezo despacio, procurando sentir cada centímetro de carne, pero de forma progresiva, mis caderas van adquiriendo otros movimientos de contorneo como si quisiera enroscarme la polla. Mis meneos se van incrementando de tal modo que mi pelvis adquiere vida propia moviéndose en todas direcciones, entre tanto, noto unos contundentes cachetes en mis nalgas a la par que mi culo intenta dibujar una espiral ante sus ojos.

Cambio el ángulo y me inclino hacia atrás. Una mano me atrapa una teta, la otra atiende el sensible botón, y con ello me lleva a un tercer orgasmo en el que el placer ser reparte por todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, pero principalmente en mi sexo, y al remitir el orgasmo, me coloca de lado sin extraer su miembro, me levanta una pierna y sigue fornicándome con firmeza. Sus manos vuelven a apoderarse de mis tetas, pero ahora las aprieta con fuerza como si quisiera arrancármelas. El orgasmo me ha abandonado, sin embargo sigo disfrutando del ariete percutiendo en mi interior. Su mano desciende hasta el clítoris y el placer vuelve a incrementarse sustancialmente, de pronto, ante el ímpetu de los embates, la polla escapa de mi orificio y me da una puntada en el ano, por lo que doy un respingo a causa del dolor, aun así quiero sentir su verga en el culo porque sé que después de un poco de dolor será el placer el que predominará.

Bajo la mano y me hago con el miembro para encarármelo, lo coloco a la entrada, pero Hugo me deja con la miel en los labios y regresa con un tubito de lubricante, lo que me demuestra que sus recursos son ilimitados. Vuelve a la posición, se impregna los dedos con el gel para después aplicarse una cantidad considerable en el ano, pero me folla primero con los dedos, al mismo tiempo que yo me doy placer en el clítoris y cuando considera aceptable la dilatación, dirige su polla a la entrada del orificio. Yo con la pierna en alto le ayudo a encararlo por si no encuentra el camino, aunque tengo claro que no necesita de mi ayuda, lo que quiero es, por el momento poner yo el tope para decidir en qué momento puede explayarse.

La polla se adentra muy poco a poco sin llegar a meter ni siquiera la mitad, después regresa a su posición de origen de tal manera que ensanche el canal progresivamente. No me hace daño, sólo siento algún pinchazo ocasional, pero el placer le gana raudo la partida a ese ligero dolor.

Sigue con un ritmo pausado y el gozo anal comienza a intensificarse y a fusionarse con el placer clitoriano, entonces le pido que se acelere los empujes y el muchacho atiende mis ruegos e incrementa los embates, pero antes me coloca a cuatro patas sin sacármela y empieza a empujar con contundentes golpes de riñón, en tanto doy rienda suelta a mis instintos más salvajes gritando sin ningún pudor cuando me corro arañando las sábanas. Instantes después el adonis jadea y resopla como un miura hasta que noto las palpitaciones de su polla mientras descarga la leche en el condón.

Ambos quedamos extenuados y sin articular palabra alguna hasta que nuestras respiraciones retornan a su estado natural. El ardor que me ha acompañado todo el día se ha esfumado. Estoy colmada, no me cabe la menor duda. El niñato que acaba de pegarme la follada de mi vida me pregunta si todo ha sido de mi agrado y yo le respondo que más que eso, aunque por el precio que he pagado no podía esperar menos.

Transcurridos unos minutos el escort se levanta para vestirse y yo me quedo tumbada contemplando su figura y reconociendo que Dios ha sido muy generoso en las dádivas que le ha otorgado a aquel chaval y muy cicatero con las que les ha concedido a otros. Después de recrear mi vista por aquel espécimen recién bajado del Olimpo, me levanto yo para hacer lo propio, y una vez vestida saco la cartera de mi bolso y le pago el precio estipulado. Nos damos un beso de despedida y me dice que estará encantado de volver a verme.

¡No te jode! —pienso. Por ese precio ya puedes querer repetir.

Salgo sola de la habitación, aunque estoy segura de que la gente del servicio del hotel ya lo conoce. Me voy sin decir nada, pero el caballero de recepción me saluda acompañando las buenas noches con una sonrisa que no sé como interpretar.

Subo al coche y respiro aliviada. Ya está hecho. Todo ha salido a pedir de boca. Ha sido el mejor polvo de mi vida, en cambio, no me siento dichosa. Cojo el teléfono y marco el número de mi esposo. No sé lo que quiero decirle, lo único que sé es que necesito escuchar su voz.

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