El sábado no perdió el tiempo. Después de estudiar por la mañana, llamó a la tarde a la puerta de Carol. Estaba realmente ilusionado y no sabía muy bien el motivo, simplemente iba a dar una vuelta con su amiga, nada más. La pregunta que no se atrevía a hacerse, era si por ejemplo hubiese sido Javi u otro amigo de su ciudad, ¿estaría tan ilusionado?
La joven abrió la puerta con una bolsa de chucherías en la mano y enfundada en su habitual pijama. Torció el rostro al ver que quien aporreaba la puerta era Sergio, no es que le sorprendiera, sino que no era habitual verle a esas horas de la tarde.
—Venga, vístete y lávate un poco que nos vamos a dar una vuelta.
—¿Qué? ¿Y esto así de repente?
—Vamos, te espero en la puerta.
—Sergio —dijo sacando la cabeza por la puerta a la par que el joven se dirigía al ascensor—, ¿no has pensado que puedo tener otros planes? —se giró ya en el ascensor con una mano en la puerta y le dedicó una mirada sarcástica— No. No tengo ni un mísero plan…
El coche esperaba en la entrada cuando Carol salió de la residencia. Sergio solía moverlo de vez en cuando para que no se quedase sin batería, aunque maldecía una y otra vez la zona por haber tan pocos aparcamientos. Llevaba una semana estacionado, pero al encenderlo el coche ronroneó como un gatito obediente. Pese a su miedo, nunca le fallaba.
—¿Esta tartana? —se sorprendió Carol al ver el viejo coche rojo.
—Ni una mala palabra sobre mi coche, que me ha llevado siempre a donde he querido, le quiero más que a muchas cosas.
—Vale, vale… —el comentario la hizo gracia— ¿Dónde quieres que te lleve hoy este magnífico coche?
—Vamos a mi pueblo, que tengo una sorpresa para ti.
—¿Ya voy a conocer a tus padres? Me parece muy pronto, mejor cuando nos vayamos a casar.
—¡Qué imbécil eres! —ambos se rieron mientras el coche enfilaba la carretera— Te llevo a una librería especializada en manga. Salió el tema con mi hermana, le gusta mucho. Y nada, me dijo que ella compraba allí, que está muy bien, ¿te hace verla?
—¿Esa pregunta no me la tendrías que haber hecho en la habitación? —Sergio alzó los hombros admitiendo que podría ser así— ¡Venga, vamos! Además que me apetecía salir de la residencia, hace un día maravilloso.
—Los días cada vez son más largos y el sol empieza a calentar, tendremos que hacer más planes como estos cuando te quedes los fines de semana.
—Me da que sí, no solo es beber en la habitación… parecemos dos alcohólicos depresivos… y oye, me cae bien tu hermana.
—Es un amor, ya la conocerás.
Aquella frase fue muy natural, tanto que ninguno de los dos se dio cuenta de lo que simbolizaba y la dieron por buena. Mientras el coche se metía en la carretera con ganas de gastar los neumáticos después de toda la inactividad, sus mentes de forma muy subconsciente, sabían que esa amistad sería duradera.
Sergio antes de aparcar, miró hacia su derecha, viendo a la chica cotillear su guantera como si fuera a encontrar droga. No la dijo nada, dejó que hiciera lo que le apeteciera, su presencia era tan placentera que le daba lo mismo lo que mirase y… tampoco había nada que ocultar. Por un instante recordó el viaje con su tía, después con su madre, ambas sentadas en el mismo sitio que Carol… y por un momento pensó si acabaría igual con ella.
Meneó la cabeza con fuerza deshaciéndose de ese pensamiento, eran amigos, simplemente eso, además, que no tenía más sentimientos por ella ¿no? Eso creía. Con aquello en mente una loca idea se le asomó por el cerebro.
Su hermana le había dicho que la librería no estaba lejos de la tienda donde su madre había comenzado a trabajar. Se le ocurrió la genial o pésima idea de pasar cerca, con la intención de ver a Mari por lo menos un segundo. No la veía desde el incidente, el último recuerdo que tenía era aquel rostro de odio, y el anterior… una bofetada que le picó durante más de un día. Quería volver a verla, aunque… no solo eso.
Mientras giraba en una calle para cambiar el rumbo y hacer bueno el plan que tan repentinamente se le ocurrió, pensó en muchas cosas, sin embargo una por encima de todas. Con Carol y los estudios se había olvidado parcialmente de su casa, de vez en cuando pensaba en Mari, pero cada vez menos. Todo se estaba volviendo un recuerdo difuso y apenas recordaba con nitidez su cuerpo… aquel cuerpo que tantas cosas le provocó.
Había pasado menos de un mes desde aquel fatídico día y que caprichosa es la mente con las cosas que quiere olvidar. Necesitaba ver de nuevo a su madre, pero mientras frenaba y aceleraba por las calles de su pueblo, sabía que tal vez al ver de nuevo a su progenitora, necesitase algo más.
Ver su rostro, su piel, su cabello, sus ojos… el azul tan intenso de las mujeres de su familia que parecía una obra de arte. No podía parar de pensar en ella y aparcando el coche cerca de la tienda de ropa, teniendo que hacer más maniobras de las necesarias, estaba temblando.
Ambos comenzaron a andar por la calle, Carol seguía a Sergio mientras este le guiaba por rutas que anduvo más de mil veces. La joven le hablaba y le preguntaba sin parar, este contestaba como podía, porque estaba algo ausente. Al final, en un minuto de paseo viró su cuello y al otro lado de la calle vio lo que tanto anhelaba.
La tienda se veía pequeña, al menos para sus ojos y la distancia. Anduvo un poco más, notando el viento frío que golpeaba a ratos en aquel día soleado. Carol le comenzó a preguntar algo que no logró escuchar, porque sus pasos le habían llevado delante de la tienda, pero en la acera contraria. Solo tenía ojos para una cosa.
Dentro, tras unos cristales en los que el escaparate mostraba dos maniquís envueltos en ropas de moda, consiguió divisar una mujer. Tenía el cabello negro, casi brillante, pese a la distancia lo podía ver a la perfección, porque todos los recuerdos volvieron nítidos. Mari estaba hablando con una clienta que ya había pagado y le comentaba unas cuantas cosas triviales de su vida.
Sergio podía verla a la perfección, detenido sobre los adoquines de la acera la observaba mejor y Carol hizo lo mismo, aunque no sabía muy bien a qué mirar. Su compañero estaba quieto, inmerso en una imagen que desconocía, le dijo algo, pero no hizo caso.
Mari acompañó a la clienta a la puerta sin dejar de hablar, mientras no pensaba en otra cosa más que en lo feliz que le hacía desempeñar bien su trabajo. El joven vio a su madre por unos instantes, una calle de dos carriles y dos hileras de coches aparcados les separaba, lo suficiente para tener una distancia de seguridad y poder verla en secreto.
Llevaba un vestido de color amarillo oscuro que daba la sensación de ser caluroso. Le llegaba hasta casi las rodillas, que coronaba con unas medias negras que llegaban hasta unos botines del mismo color. Su ropa estaba ligeramente ceñida y la silueta de su cuerpo era notoria. Seguía igual de delgada que siempre, con unas piernas duras y un busto que quitaba el hipo.
Al joven el vientre le dio la vuelta, similar al tambor de una lavadora girando sin parar. No podía contener lo que sentía, necesitaba hablarla, tocarla… amarla. Pero su cuerpo no se lo permitía. Estaba tan bella, tan preciosa como siempre. La mujer miró al cielo, quizá para observar las pocas nubes que dejaban al sol calentar todo lo que podía. En ese momento lo vio, el brillo de sus ojos resplandeció con la luz del sol, dándole a Sergio una imagen de la belleza absoluta.
Todos los recuerdos se acompasaron en su mente, dando llegada a unos que habían sido apartados por completo. Una noche en la oscuridad, muy lejos de allí y ambos siendo parte del otro. Su cuerpo se estremeció y quitó la vista dándose cuenta de que a su lado Carolina le miraba con un gesto extraño y le cogía de la manga de su chaqueta.
—¿Pasa algo? —en su rostro sintió la preocupación.
—No… nada… lo siento.
Sacó los ojos de la visión fastuosa de su madre y prosiguió andando hacia la librería. Por mera inconsciencia, sin pensar en ello y con la cabeza puesta en su madre, pasó su mano por la cintura de la joven, llevándosela consigo mientras esta le miraba tras sus gafas.
Obviamente, Carol no dijo nada, solo se arrimó un poco más a su amigo sintiendo como su mano la atraía hacia él. Ella seguía mirando a sus ojos, a su rostro, había inquietud y se quería interesar por él, no le gustaba verlo así.
—¿Quién es? —Carolina había visto salir a la mujer y como Sergio la miraba con un gesto contraído.
—Mi madre.
—Comprendo.
Ya sabía que Sergio tenía algún problema en casa, se lo había contado el mismo, aunque no en profundidad. Sin hacer gala de su ironía, con un tono serio, de total respeto y tendiendo ayuda a su amigo, le preguntó.
—¿Es con ella con la que estás mal? —Sergio asintió. Su amiga, con el brazo de este recorriendo su espalda hasta la cintura se apoyó aún más en él, notaba su malestar. Prefirió cambiar de tema, no le veía con ganas de hablar— Llévame a esa librería, que tengo ganas de que nos lo pasemos bien.
Mientras ellos seguían caminando con el brazo del joven rodeando a su amiga. Unos ojos azules les miraban con cierta curiosidad desde el otro lado de la acera. A Mari el corazón le latía con ganas, un tambor dentro de su pecho a un ritmo lento, pero durísimo.
Sabía que sus ojos no la engañaban, todavía veía bien y podría reconocer a su hijo en cualquier lugar del mundo. Entró de nuevo a la tienda con los nervios a flor de piel, la soledad que tenía dentro del establecimiento le hizo expresar un poco los gestos extraños que desprendía su cuerpo.
Se sentó tras el mostrador, apenas pensaba en la chica con la que iba, no le importaba, porque estaba segura de que el otro era… Sergio. Su respiración se aceleró, no había olvidado a su hijo, era imposible, pero la ira se había disipado por completo y solo quedaba la añoranza de tenerle en casa. Ciertos recuerdos vinieron a su mente y los dejó a un lado sin querer volver a revivirlos.
Sin embargo el poder de la mente nunca se puede parar. La noche, la oscuridad, el placer… Igual que a su hijo, casi de forma simultánea recordaron con nitidez los sabrosos momentos que pasaron en la intimidad del hotel. Mientras Sergio caminaba con Carol y sin remediarlo la zona más íntima de su cuerpo se llenaba de sangre, a Mari, le comenzaba a suceder lo mismo.
Con la única visión de su hijo, en un instante nada más, miles de sentimientos habían vuelto a aparecer y ninguno de ellos llevaba resentimiento. A cada segundo uno se alzaba detrás del otro y sobre todo uno prevaleció. En medio de la tienda, en su nuevo trabajo, un picor inhumano le hizo frotar sus piernas la una con la otra. El roce de las medias llegaba a sus oídos mientras ningún cliente entraba por la puerta.
—Menos mal…
Dijo muy bajito sentada todavía detrás del mostrador tratando de leer una revista sin lograr concentrarse. No podía aguantarlo más, era una sensación apabullante que se estaba descontrolando. Cogió el móvil y aprovechando que en la tienda seguía sin entrar nadie, escribió a su marido.
—¿Estás en casa?
—Sí, estoy descansando un poco hasta de las nueve.
—¿Laura salió?
—Se fue con las amigas, me dijo que te dijera que se va a cenar por ahí. Dicho queda. —Dani se rio en su sofá por su comentario. La verdad que no era muy gracioso.
—Vale. Ahora hablamos.
El siguiente mensaje Mari no lo abrió, porque no era de su prioridad, tenía otra muy concreta. Marcó el número de la jefa y la llamó.
—Mari, cariño, dime.
—Hola, Mariví, cielo. ¿Vas a venir ahora? —los sábados solían estar ambas en la tienda.
—Sí, estoy ya en la calle. ¿Necesitas algo?
—Pues sí. —No le gustaba pedir favores a nadie, pero esto era por fuerza mayor— No me encuentro bien. Me está dando el vientre unas vueltas terribles y tengo sudores fríos. —Para nada. Mentía— ¿Podría…?
—Cariño, sí, sí. ¿Cómo no me has dicho antes? Si aguantas a que llegue bien, si no cierra cinco minutos que no tardo.
—Te espero, no hay problema. Lo siento, es que ha sido así de pronto, casi de golpe, igual me ha sentado algo más. Recupero las horas cuando pueda.
—¡Calla, mujer! Lo importante es recuperarse, ahora voy no te preocupes.
—Muchas gracias, de verdad. Es que me encuentro fatal.
Se despidieron y Mariví no tardó en llegar. Corroboró de primera mano que Mari estaba mal según la vio, su tez había palidecido y sus gestos denotaban malestar. La mujer recogió todo y se marchó a casa a la carrera.
La cosa es que no estaba mal, no tenía sudores fríos por comer algo en mal estado, ni siquiera se acercaba a la realidad. Su cuerpo se había alterado, pero por culpa de una visión, de unos recuerdos, de unos sentimientos que se volvieron locos. Con paso rápido recorría la calle rumbo a su casa, sabía que allí estaba Dani y que su hija no estaba, y que por supuesto… Sergio tampoco.
El camino se le hizo largo, incluso tortuoso. Su zona más íntima parecía contraerse de vez en cuando dándole unos retazos de placer que jamás se había imaginado. Con los recuerdos del placer vividos en aquella noche de locura, caminada apresurada por la calle soportando vibraciones en su interior.
Llegó, abrió la puerta y buscó a su marido como una verdadera devoradora de hombres. Era una cazadora, necesitaba su presa y allí estaba, aunque… sabía… que no era a quien deseaba. Asió del brazo a Dani que veía con estupor lo que pasaba, preguntaba cuál era el motivo de tal comportamiento, pero no había respuesta.
Mari había perdido cierta cordura. Durante todo el invierno había cultivado un ardor que solo recordaba en sus tiempos mozos, y de golpe y porrazo cuando su hijo se fue del hogar, desapareció. Como si estuviera agazapado esperando la oportunidad de resurgir, salió disparado en el momento que sus ojos azules vieron a su vástago.
Con bastante fuerza, el hombre cayó en la cama, mientras veía como su mujer se quitaba el vestido de golpe y lanzaba ambos botines perdiéndose en la habitación.
—Mari, ¿qué pasa? ¿Esto…?
No había respuesta, porque su mujer en un visto y no visto estaba en ropa interior. La preciosidad de su esposa se colocó encima de él con el pecho rugiendo. Sus ojos estaban envueltos en el fuego del infierno y mostraba unos fieros dientes por donde salía un aire ardiente.
Rápidamente besó a su marido en los labios, sabía todavía a cerveza fresca y no le desagradó del todo, total esa parte no era la que más importaba. Las manos hábiles de Dani rodearon a su mujer, llegando a posar las palmas bien abiertas en cada nalga, haciendo que la mujer siseara de placer.
—¿Qué te pasa hoy? —Dani no podría entender lo que le sucedía a su esposa, aunque para nada le parecía mal, hacía bastante que no tenían un coito.
—¡Cállate! —el hombre se quitó la camiseta mientras su mujer le comenzaba a besar por todo el cuerpo— Necesito… Follar.
A Dani el cuerpo se le encendió como una locomotora. Muy pocas veces había escuchado a su esposa decir algo como eso y menos verla tan… cachonda. Su sexo solía ser más que pobre y pocas veces lo hacían una vez al menos, que era su mínimo y eso… siendo muy optimista.
Mari no se podía contener, tenía la vista nublada y las manos temblorosas. Bajó su cuerpo arrodillándose al pie de la cama, donde las piernas abiertas de su marido reposaban. Con fuerza le quitó los pantalones, menos mal que eran elásticos, si no se hubieran desgarrado. El pene duro de Dani salió disparado buscando alguien que le curara esa tensión. No era el de Sergio, el cual notó en sus entrañas el poder que poseía, sin embargo, nunca le pareció que el de su marido fuera pequeño, para lo que pretendía… valdría.
Con los ojos fijos en la extremidad que colgaba tensionada como un cable de alta tensión, se detuvo un segundo a admirarlo, no podía quitárselo de la cabeza, pese a que era el de su marido… ella solo pensaba en otro.
Aun así, ¿qué más daba? Abrió la boca todo lo que pudo y de un sopetón introdujo en el interior lo máximo posible. El pene hizo contacto con su garganta y cerró sus labios atrapando lo que tenía en su interior… lo consumió por completo.
—¡MARI! —gritó Dani incorporándose y sentándose en la cama.
La mujer no contestó porque estaba sumergida en una faena que con mucha extrañeza, le estaba poniendo como nunca. Su boca tragaba todo lo que su marido le ofrecía, succionando la piel y moviéndola de arriba y abajo. Ayudó con su mano, sin medias tintas, el movimiento fue veloz, digno de un final épico, sin embargo, estaban en el comienzo.
—Cari… Cari… Cariño. —logró articular Dani sumido en un placer sin igual ¿hacía cuánto que no se la chupaban? No lo recordaba— No aguanto más.
—Entonces túmbate. —Mari con una voz autoritaria y soltando el agarre que tenía del pene de su marido, empujó levemente a este echándole sobre la cama.
Las bragas se cayeron prácticamente solas, parecía que colaborasen y con un sutil movimiento de tobillo se fueron en busca de un lugar perdido al igual que los botines. No había pausa, todo era frenético. De un salto Mari se encontraba ahorcajadas encima de su marido que estaba postrado en la cama con cierta inquietud, su mujer se veía una verdadera fiera.
Rodeó con sus dedos el mástil erecto que apuntaba hacia su preciado tesoro y sin preguntar, sin calma, sin nada, lo puso en la entrada y descendió sus nalgas para que sus labios lo absorbieran. Así ocurrió, de golpe todo estuvo dentro, absolutamente todo. Mari gimió de placer y Dani abrió los ojos por lo bien que se sentía.
La vagina siempre estuvo algo “apretada” como se decía Dani en su mente, incluso Sergio pensó lo mismo en su momento. Algo que solía achacar a ser delgada, o al menos eso era lo que él creía. No obstante, esta vez no era así, pese a que sus paredes aprisionaron rápido su miembro, este entró sin ningún tipo de problema, rodeado de calor, líquidos y fuertes músculos.
Los movimientos no se hicieron esperar. Mari se puso a cabalgar como si de la mejor amazona se tratará. Dani viendo la imagen de una verdadera diosa que no recordaba tener por esposa, solo podía tensionarse y retrasar lo inevitable… porque apenas se aguantaba.
La mujer se desató, en verdad estaba frenética. Su trasero se movía de adelante hacia atrás al tiempo que apretaba las nalgas para sentir mucho más placer. Sus propias manos recorrían su cuerpo, primero subiendo por su vientre, después sus costillas y al final alcanzando unos senos realmente voluminosos. Los agarró con fuerza, haciendo que ambos salieran por encima del sujetador y estimulando unos pezones durísimos.
La imagen para Dani era soñada, sus pobres misioneros ahora resultaban una aceituna en medio de un gran banquete. Su esposa se movía como una experta haciendo que tocara el cielo a cada gesto. “¿Quién es esta Mari?” Se preguntó sin parar de gemir.
La mujer en cambio, con sus senos apretados y el miembro bien dentro de ella, cerró los ojos sin parar de moverse con velocidad. El placer era inmenso, todo lo contenido hasta ese momento quería salir. Notó las manos de Dani agarrándola con fuerza la cintura, seguramente no las podía subir más allá, si no todo terminaría.
Sin embargo, ella no sintió a su marido. Le amaba, estaba claro, pero ya no estaba allí. En su imaginación, otro tomó su lugar, alguien que la había puesto contra el mural en el hotel. Un pene que parecía no conocer los límites del placer y le hacía atravesarlos todos. Sintió el primer esbozo de un orgasmo y su cabeza gritó “SERGIO”.
No obstante, algo le trajo de nuevo al mundo, una voz que parecía lejana, pero que estaba allí, justo debajo de ella.
—Me corro… no puedo más.
—No, no, no… ¡Dani, espera! —dijo Mari agónica.
—Sí, cariño. No puedo… —el hombre la trajo para así, incrementando el ritmo y haciendo que sus genitales llegaran a chocar contra el trasero de su mujer.
El placer la volvió a envolver, aquel sonido, “plas, plas, plas…” le recordaba a su noche de locura, porque al no ver nada, el sonido parecía amplificarse. Estaba cerca, muy cerca de lograr el orgasmo, pero… Dani se adelantó.
—¡Joder, qué pasada…!
Apretó ambas nalgas con fuerza, quizá dejando la marca de sus dedos en el trasero de su esposa y se detuvo en seco, dejando a Mari muy cerca. El semen brotó en su interior, caliente y abundante, sin embargo no fue la misma sensación que con su hijo, porque con Sergio… todo fue perfecto.
—Lo… siento… —dijo Dani sollozando de placer mientras su mujer se quitaba de encima.
El pene flácido y recubierto de fluidos mostraba una imagen desconsolada para la mujer, sin poder apagar el fuego, que voraz, consumía todo en su interior.
—No te preocupes, mi vida. —le dio un beso para que no se sintiera mal, no era su culpa, más culpa tenía ella…— Voy a la ducha.
—Bien, yo descanso un poco y me prepararé para ir a trabajar, tenemos que… repetirlo.
—Sí, algún día, cariño.
Dani siguió postrado en la cama durante un rato. Mari en cambio, caminó desnuda por la casa, mientras de su interior brotaban gotas blancas que recorrían su muslo, no la importaba, con la ducha se irían.
Pero allí no había acabado todo, necesitaba más, quería deshacerse del picor ardiente que había anegado su cuerpo. Las llamas de su interior debían aplacarse y el coito con su marido no hizo nada más que avivarlas.
El agua de la ducha la estabilizó ligeramente, pensando en lo que amaba a su hijo, ya no solo en el plano sexual, intuía que eso era pasajero, sino como una buena madre debe hacerlo. Los chorros la relajaron para pensar en que toda su reacción quizá fuera desmedida y que no debería haberse puesto así, sin embargo, cada vez que pensaba eso, la imagen de su hijo junto a Carmen le venía a la mente.
Debía hablarlo, o hacer algo al respecto, no estaría en paz hasta conversar sobre el tema con su hermana y con su hijo. No obstante, no sabía cómo hacerlo, no tenía ni idea de que paso dar. Una simple llamada que era lo más sencillo, la aterrorizaba, no quería enfrentar la situación. Lo que si quería era hacer otra cosa.
Sus dedos ya estaban en su clítoris sin su permiso. El agua caliente era un relajante tan extremo que sin quererlo estos se pusieron a masajearlo con suma delicadeza. Ya estaba algo preparada, el “casi orgasmo” que le había dado su marido la dejó a punto de caramelo. Ahora con el pensamiento de su hijo dentro de la ducha, no se puso ninguna barrera.
Cogió el mando de la ducha, dio potencia a los chorros y lo agarró con fuerza entre sus dedos. Se arrodilló sobre el plato antideslizante y limpió bien la esponja que usaba, la necesitaría, lo presentía.
Encorvó su espalda, bajando ambos pechos hasta tocar el suelo de la ducha y colocó su rostro contra este… con calma. En una mano tenía el mando de la ducha y acercó hasta su sexo esos chorros que con tanta presión salían. El placer fue inmediato, el agua cumplió su cometido de placer. La otra mano cogió la esponja y se la llevó a la boca mordiéndola con ganas.
Con la mano restante liberada, la bajó por su mojado cuerpo, llegando a su entrepierna donde comenzó un masaje duro y sin contemplaciones, estaba tan cerca, tan preparada que no podía perder el tiempo. Los chorros del agua, unidos a su masaje de manos, la hicieron volar. Su mente se preparó para imaginar o casi… recordar.
En su cabeza alguien abrió la puerta, un chico, un adolescente que conocía bien. No decían nada, solo se colocaba a su espalda y así, agazapada y arrodillada en la ducha, le introducía su poderoso miembro en su interior.
Los espasmos aparecieron, las embestidas eran como en el hotel, tan duras que su cabeza se movía de un lado a otro. Su vagina comenzó a palpitar por tamaño placer, mientras sus dedos masajeaban furiosos el clítoris. Mordió la esponja imaginándose que su hijo la azotaba con ganas por haberse portado mal y echarle de casa. “Nunca me han dado un azote” pensó en el momento que aquella imagen le producía un inesperado placer.
En su mente Sergio le dejó marcada la palma de su mano al igual que su marido los dedos. Sin embargo, con ese golpe, el orgasmo había llegado y estaba a punto de salir. Le dio el toque final, reprodujo en su mente el golpe caliente del semen espeso de Sergio en su interior, aquella sensación de placer sin igual.
Llegó el momento, Mari se corrió. Mordió con fuerza la esponja hasta casi romperla mientras esta hacía su labor soportando los gritos de la mujer. Su orgasmo se iba por el sumidero mientras su trasero se tambaleaba y sus dedos paraban de moverse como locos. Su respiración se desataba y el pecho le ardía, pero al menos el instinto sexual parecía disiparse.
Se levantó cuando pudo, pensando que menos mal que se había puesto la esponja, si no su marido hubiera escuchado de viva voz, como esos ruidos que sacaba solo hubieran repetido un nombre. “¡SERGIO, SERGIO, SERGIO!”.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.