Os aseguro que su figura era escandalosamente femenina, que me entraban unas ganas irresistibles de reproducirme, de tener descendencia. También os aseguro que no me imaginaba ninguna manera de acercarme a Victoria. Ella era, fue, de baja estatura, maciza; tenía un culo, redondo, con las nalgas bien marcadas y separadas por la hendidura del ano; las tetas las tenía grandes, generosas a la vista de los pezones tan exactamente señalados bajo su sudadera. Ensoñaba con poder follarla, me hacía paja tras paja. Aunque mi amor por Elsa no disminuía, al contrario, iba creciendo, Victoria era mi objeto de deseo, mi pasión secreta.
Finalmente, pasó lo que pasó, aquella desgracia, y Elsa desapareció de mi vida. Tuve suerte de que Victoria, por su parte, se había fijado en mí, hasta me confesó una noche, después de follar, que se había masturbado pensando en mí. Figuraos. Así que nuestro acercamiento se dio con completa naturalidad cuando se dio, en aquel fin de semana de acampada con nuestra clase de la facultad, en aquel refugio rural lleno de literas.
Todos nuestros compañeros dormían cuando oí los pasos de Victoria y su voz en sordina: "Ven". Bajo las estrellas, sobre un lecho de hierba seca, sin apenas desvestirnos, nuestros pantalones de chándal bajados hasta las rodillas, follamos como dos campesinos. Victoria debajo de mí suspiraba a cada embiste, y era tan deseable su figura, sus voluptuosas formas que mi erección era magnífica. Mi polla dura entraba y salía de su coño peludo, mi capullo caliente e hinchado era una delicia para Victoria, que no cesaba de animarme a que me corriera dentro de ella: "Ay, Octavio, amorcito, ah, sí, sí, córrete, córrete, ah"; "Oohh", y me corrí largamente, colmándola de semen.
Poco después, nos casamos.
"¡Amorcito, sorpresa!". Dos palabras me dijo, y me descolocaron: sorpresa, ¿qué sorpresa? Yo venía de trabajar y, como siempre, lo que más deseaba era tumbarme en la cama a descansar. "¡Amorcito, sorpresa!". Era la voz de mi esposa, sí, y provenía del dormitorio: nada más abrir yo la puerta de la casa, ella las había gritado. Victoria, mujer abnegada, sólo pensaba en mí; y eso me gustaba, aunque a veces fuesen tediosas tantas, tantísimas atenciones.
Era tan guapa Victoria… Cuando era joven ganaba concursos de belleza y todo. Sin embargo, desde que nos casamos ha engordado y engordado; no obstante, a mí me sigue gustando. Abrí la puerta del dormitorio, que estaba entornada, y ¿qué vi? Sí, por supuesto, a mi esposa, pero… "¿Qué es eso, Victoria?", solté; "Pues ya ves, un mono body transparente de rejilla, ¿a qué me queda bien?", dijo; "S-sí, sí, y ¿para qué supone que te lo has comprado, no irás a salir con eso a la calle?"; "Anda, tonto, sí, pero con la ropa interior puesta y alguna chaquetita"; "Ah", solté. La luz de la lamparita de noche hacia a mi esposa más bella. La miré. Sus carnosas y grávidas tetas se apretaban bajo el body, su prominente barriga también, y el coño. Me acerqué. "Estás para comerte, ¿sabes?", dije, y, acto seguido, me incliné y le besé las tetas. "Me vas a babear el mono, amorcito, lo tendré que lavar sin haberlo lucido", dijo Victoria; "Pues hazlo después, porque te voy a follar así mismo"; "Es lo que quiero". Tumbé bocarriba en la cama a Victoria, quité los botones que le cerraban el body por debajo y la penetré. "Ah, amorcito, ah, sí", suspiró Victoria; "Oohh, Victoria, oohh, oohh", rugí. Perfectamente acoplado en el mullido cuerpo de Victoria, embestí, embestí y embestí hasta que mi semen se derramó, dentro. "Aaah, amorcito, así me gusta, que te desfogues, ahora descansarás mejor". Tan servicial como siempre, mi esposa.
Un día, Victoria, de compras por el Centro, se encontró a una amiga de juventud. "¡Ah, hola, Victoria!", saludó la amiga; "¡Elsa, qué alegría verte"; "¡Estás muy guapa, Victoria, estás más… más…!"; "Más gorda, sí, es que soy feliz"; "¿Qué pasa, que las delgadas no somos felices?", dijo Elsa riendo; "No, sí, por supuesto, quiero decir que estoy… llena, por eso estoy gorda"; "¿Llena?, ah, vale, y… ¿y Octavio?"; "¿Mi marido?, bien, muy bien"; "¿Sabes que Octavio y yo salimos juntos un tiempo?"; "Sí, algo me dijo"; "Octavio es buen chico, pero, no sé, bueno, es tu marido, no quiero…"; "¿Te refieres a que es egoísta?"; "Sí, más o menos"; "Es lo que más me gusta de él"; "Claro, claro, yo lo dejé porque quiso abusar, le dije que le dejaba después de que una vez me quiso dar por el culo…, yo no se lo permití, y discutimos"; "Ah, pues ni idea de eso, ¿sabes?, oye, tienes que venir un día por casa, para almorzar…, no sé, espera, te escribo mi dirección".
"¡Amorcito, sorpresa!". Victoria no descansaba, de qué se trataría ahora. Entré en el dormitorio. "¡Amorcito, sorpresa!". Victoria estaba a gatas sobre el colchón, desnuda, con el culo vuelto hacia mí. "¿Qué es esto?", solté; "Amorcito, ¿tú qué crees?, te estoy esperando para que me folles por el culo". En fin, no era cuestión de desaprovechar; además, ya me había empalmado. Me desabroché el pantalón, me arrodillé detrás de Victoria y le metí la polla por el ojete. "Ah, sí, amorcito, ah"; "Oohh, Victoria". Sujetando su cintura, taladré y taladré el gran culo de Victoria; ahí, entre las dos carnosas nalgas, mi polla yendo y viniendo, yendo y viniendo hasta que me vertí, dentro. "Ah, amorcito, qué a gusto me he quedado", dijo Victoria.
Recorrí calle Martínez una y otra vez, cada día, a horas distintas, hasta que di con Elsa. No había cambiado mucho: sólo el paso de los años la había hecho más mujer, y yo lo noté enseguida, pues la había tenido en mis brazos multitud de veces: el tamaño de las tetas era el mismo, aunque ahora las tenía más caídas; la cintura la seguía teniendo fina, mas ahora no era tan angulosa; los muslos los tenía más desarrollados, insinuándose bajo sus jeans ajustados un coño acogedor. "Elsa", exclamé cuando la vi. Elsa de sopetón me abrazó fuertemente: "Ah, Octavio, por fin, todo se ha acabado, ya no tendré más pesadillas, estaremos juntos de nuevo, he limpiado la mancha, mi pasado es un mal sueño". La miré aterrorizado.
"Elsa, por favor, dime, ¿qué he de hacer?; "¿Aún me amas, Octavio?"; "¡Cómo!, ¿no te he de amar?, fuiste mi primer amor, ese que nunca se olvida"; "Pero, nos distanciamos"; "No fue mi culpa, Elsa"; "Sí, sí, ya sé, aquella violación en grupo que sufrí, ¿te acuerdas?, en mi segundo año de facultad…, tampoco fue mi culpa, pero me entregué en cuerpo y alma a tramar una venganza, eso nos separó, y me he vengado, ayer mismo liquidé al decimosegundo y último que me ultrajó"; "No sé cómo la poli todavía no te ha pillado, Elsa"; "Te lo he explicado antes, me entregué en cuerpo y alma a aquello que me proponía hacer, incluyendo tomar precauciones para llevarlo a cabo hasta el final, y me ha costado muchos años… "; "Te has convertido en una asesina despiadada"; "Lo sé". Octavio meditó un poco: la idea la tenía madura, y este encuentro con Elsa la hizo germinar. Octavio dijo: "Elsa, necesito que mates a mi esposa, así volveremos tú y yo a… a estar juntos"; "No es de fiar, tu esposa"; "¿Por qué?"; "Tengo mis motivos"; "¿Entonces?"; "Ella me dio la dirección…"; "Es necesario que lo hagas, sí, yo lo necesito"; "Y yo, Octavio, necesito que me folles".
En aquella habitación del hotel donde se estaba quedando Elsa, a las once de la mañana, durante un breve pero fructífero tiempo de descanso en el trabajo, planeé el acto que iba a cambiar mi vida para siempre. Con Elsa, mi verdadero amor. Después Elsa se quitó las bragas, lo único que llevaba puesto. Y follamos.
Simular que se es un buen esposo y honrado trabajador mientras se es cómplice y amante de una despiadada asesina es un difícil desempeño. Sí, me convertí en amante de Elsa, mi primer amor, y fue por pura casualidad. La tarde en que Victoria me esperó para que le diera por el culo; cuando terminamos de hacerlo, Victoria me había contado que había visto a Elsa. "¿Elsa?"; "Sí, Elsa, esa chica que salía contigo antes de que nos enrolláramos"; "¡Elsa!", repetí; "Sí, esa Elsa, por cierto, ¿por qué lo dejasteis?"; "Bueno, ella desapareció a causa de un infortunado incidente, el cual prefiero no contarte"; "Ya, entiendo, os peleasteis porque no accedió a que tú abusaras sexualmente de ella."; "¿Quién te ha contado eso, Victoria?"; "Ella, Elsa". Elsa había mentido, ¿por qué? Debía hablar con Elsa. "¿Y dónde dices que te has encontrado a Elsa?", le había preguntado a Victoria, disimulando mi interés con una mueca despectiva, sin mirarla a la cara y torciendo los labios. "En calle Martínez", había respondido Victoria.
Sonó el timbre. Victoria, que estaba cocinando, con un mandil de cuerpo completo y sin nada debajo, viéndosele el nacimiento de las tetas y el perfil de estas, incluidos los pezones, fue a abrir. "Oh, hola, Elsa, qué bien que hayas venido justo a la hora de comer, siempre como sola, ya sabes, Octavio no sale de trabajar hasta la tarde, he preparado unos deliciosos espaguetis a la boloñesa, ¿me acompañarás, verdad?". Elsa se fijó en las hermosas tetas de Victoria, luego la miró a la cara y dijo: "Sí, claro".
Al cuarto de hora, ambas estaban en la cama. "Aahh, Victoria, aahh, qué bien me comes el coño", decía Elsa debajo; "Ay, si, sí, méteme más la lengua, Elsa, así", respondía Victoria arriba. Sus éxtasis fueron duraderos, como suele ocurrir entre mujeres cuando se aman. Una vez saciado su apetito sexual, decidieron saciar el otro. Luego, tomando café, hacían pausas para hacerse tocamientos con los dedos y sorbían las pequeñas gotitas de leche que les salían de los pezones si los apretaban adecuadamente: eran sabrosos sus cafés. Más tarde se fueron a sentar al sofá del saloncito, primero se sentó Elsa y después Victoria, y finalmente terminaron de nuevo liadas. Elsa, a horcajadas, frotaba su coño con el de Victoria. Ambas, muy excitadas, gozaban orgasmo tras orgasmo, hasta que quedaron exhaustas, rendidas, y se durmieron.
No, no podía, no podía asesinar Elsa a Victoria, le había gustado demasiado.
Octavio llegó de trabajar. Abrió la puerta y se encontró con una visión que le dejó helado. Victoria cubierta de sangre, portando en la mano derecha, una pistola, agonizaba, mientras Elsa, con un gran cuchillo de cocina en la mano le asestaba puñalada tras puñalada. También Elsa sangraba, a través de un boquete en la barriga. Ambas estaban desnudas, tiradas por el suelo del saloncito. ¿Qué había pasado? No, Elsa no quería asesinar ya a Victoria, pero ¿y Victoria? Victoria… Victoria, dispuesta a cumplir la misión que le habían encomendado, la de liquidar a la asesina múltiple tras la que andaba, siguiéndole la pista, la policía, en la cual había ingresado secretamente, en un descuido, había sacado la pistola cargada de debajo de uno de los cojines del sofá y había disparado a Elsa, pero esta, que astutamente ya sabía quién era la agente que la seguía, fue precavida y ocultó el cuchillo con el que se defendió debajo de ese mismo sofá. Victoria pensó que Elsa dormía, pero se equivocaba: Elsa, la perfecta asesina, siempre estaba alerta, un sexto sentido la precavía. Octavio abrazó a Elsa, que reía. "Te juro, Octavio, que he disfrutado un montón, te juro, Octavio, que este ha sido mi más placentero asesinato".
El piso fue limpiado. El cadáver de Victoria, quemado en las afueras. Sin dudarlo, los policías investigarían la desaparición de su agente secreto; sin embargo, sabiendo que Victoria estuvo a punto de liquidar a una asesina múltiple, conociendo la peligrosidad que eso entrañaba, dándose cuenta también de que lo que le habían propuesto hacer era ilegal, entraba dentro de las corruptelas internas, ya que una de las víctimas de Elsa era hijo de un comisario, y este se conformaba con que hubiese un "ojo por ojo diente por diente", que la que había acabado con su hijo a su vez, muriese, tampoco molestarían demasiado, no irrumpirían inopinadamente en el nidito de amor de Elsa y Octavio.
"Oohh, sí, Elsa, así, suave, oohh-así". La polla de Octavio entraba y salía de la boca de Elsa. "Mmm, mmmm, chuc, oh, oh, Octavio, te quiero, Octavio, te quiero ", soltó ella, tras escupir la polla unos segundos para tomarse un respiro, y siguió, "humm, mmmm"; "Elsa, Elsa-ah, oohh". Octavio se corrió en la boca de Elsa y esta, abriendo la boca, le mostró su semen, que estaba depositado sobre la lengua, sonriendo muy contenta, luego se lo tragó, y Octavio se dijo que era muy feliz.