Clara y Carola caminaban juntas. Iban con sus brazos enlazados disfrutando de un alegre paseo por calle Larios. Se paraban a mirar los escaparates, bromeaban, se reían. Ambas eran de la misma edad, veintidós años; amigas desde la niñez, no se guardaban ningún secreto. Tenían el aspecto de niñas bien, por supuesto lo eran: vestían jerseys anchos sobre sus camisas y pantalones vaqueros y zapatillas deportivas de marca. Clara tenía el cabello castaño claro; Carola se teñía de rubio. Clara era la más corpulenta, es decir, era la más alta; también tenía las caderas más anchas y las tetas más grandes. Carlota tenía una figura fina, como de bailarina de esas de ballet clásico; su cuerpo era, digamos, perfecto. Las dos tenían novios:
"Carola, ¿qué tal sigues con Armando?, lleváis…, ¿cuánto, tres años?, ¿habéis ya pensado en casaros?"; "Armando es un buen muchacho, de momento no hemos pensado en el matrimonio, ya sabes, nuestros trabajos son inestables"; "Está bueno Armando"; "¿Te gusta?, pues Adolfo tampoco está nada mal", Adolfo es el novio de Clara, "tan musculoso…, apuesto a que cuando folláis te maneja como a un peluche"; "Eso es lo que haría contigo, Carola, que eres más canija que yo". Rieron. Y Carola se imaginó en brazos de Adolfo, manejada por Adolfo. "Pues a Armando se le ve que tiene un paquete que para qué"; "Sí que lo tiene, Clara, tiene una polla que…, vamos, te rellena entera". Y Clara se imaginó partida en dos, con su chocho colmado de carne. "Oye, Carola"; "Dime, Clara"; "¿Nos los intercambiamos?".
Intercambiarse los novios. ¡Vaya idea! Diríamos que es una original idea, o, al menos, inusual, fuera de lo común. No es irrealizable; de hecho, puede resultar fácil entre amigos, donde hay confianza y la barrera que supone que pueda haber algún conflicto ya se ha roto. No vamos a robarnos nuestras respectivas parejas, simplemente las vamos a compartir como buenos camaradas. Es eso. Un sencillo intercambio sin consecuencias.
Adolfo y Armando así lo veían, así lo pensaban desde que eran adolescentes: "Cuando tengamos los dos novias, las compartiremos".
"¿Y cómo lo planeamos, cómo lo haremos, se lo planteamos directamente a nuestros novios o lo hacemos astutamente?", preguntaba Clara; "Tiene más gracia si una seduce al novio de la otra, ¿no lo crees así, Clara?"; "Sí y no…, sí tiene su gracia, pero no resultará fácil"; "Tú vives sola, Clara, llamas a Armando, que sabes que es un manitas, le dices que se te ha averiado algo en casa y te lo follas", dijo Carola; "Tú vives con tu abuela, que enferma muy a menudo, le dices a Adolfo que te pase a recoger con su taxi para llevar a tu abuela al hospital, te subes tú sola y te lo follas"; "¿En el taxi?"; "¿Dónde si no?".
Todo planeado.
Clara recibió a Armando en camisón. Un camisón escotado y corto de color blanco. "Perdona que no esté vestida Armando, pero es que no te esperaba tan pronto"; "He venido lo antes que he podido, lo siento si te pillado haciendo algo", dijo Armando sin dejar de mirar la carne: los hombros desnudos de Clara bajo la tira del camisón, el nacimiento de las tetas, los muslos exuberantes. "Bien, ¿cuál es la avería?", preguntó Armando; "Ven, sígueme". Clara había advertido que la cosa le resultaría sencilla nada más ver como el paquete de Armando se expandía bajo el tiro del pantalón ante su presencia. En la cama no se andaron con rodeos: después de un breve precalentamiento en el que Clara chupó el gran cipotón de Armando para que estuviese muy duro y Armando acarició los labios del coño de Clara para que se humedeciese, follaron. "Despacio, Armando, me gusta despacio", daba instrucciones Clara. "hu, hi, aahh", gemía y suspiraba Clara. Armando flipaba con la novia de Adolfo: tan femenina, tan mujer, tan hembra, tan… animal. Subido sobre Clara, su cuello, sus hombros, su rostro. Follaba bien Clara: apenas sin moverse, recibía sus embistes sin inmutarse, como si un coche que tuviese una buena amortiguación no acusase los baches de un camino de tierra. Le estaba gustando a Armando, y mucho: ahí, acostado sobre un tibio cuerpo, sintiendo en la punta de su capullo más placer y más y más. "Uff, Clara, creo que voy a correrme"; "Oh, sí, córrete, Armando-oh, có-rre-te". Y Armando, apoyando las palmas de las manos en el colchón, se impulsó hacia arriba, tuvo una visión cenital del acto: vio las tetas de Clara vibrando, miró debajo el misterio de su enorme polla entrado y saliendo del pubis de Clara y no aguantó más: la tenía que partir en dos. Y empujó, sin delicadezas, empujó, fuertemente empujó. "Aahh, Armando, uhu, uhu, me viene, sigue, si-gue-aahh". "Oohh, uff, Clara", soltó con el rostro contorsionado en el momento en que se derramó en Clara.
Carola se subió en el taxi de Adolfo, en los asientos de atrás. "¿Y tu abuela?"; ¿Mi abuela, qué mi abuela?"; "¿No la llevábamos al hospital?"; "Me llevarás a mí, tengo calentura". Adolfo miró a través del retrovisor a Carola, pero no la vio, entonces giró su cabeza y sí la vio, completamente desnuda, extendido su fino cuerpo de un costado al otro del coche, tocándose, con una mano entre sus muslos. Se preguntó Adolfo cómo se había desnudado tan pronto. Obtuvo la respuesta cuando vio en el asiento del copiloto un mono de color rojo con cremallera. Adolfo detuvo el coche en una curva de la Carretera de los Montes, marchó unos metros más para estar detrás de un pino. Carola traspasó el asiento del conductor a través del hueco de la palanca de cambios. Adolfo se admiró de la plasticidad del cuerpo de la novia de Armando y de sus armónicas proporciones: no le faltaba de nada y lo que veía era bello. Carola se subió sobre Adolfo, su culo prieto en los muslos anchos de Adolfo; luego le desabotonó la camisa y posó los labios en los fuertes pectorales, en los pezoncillos, que besaba y besaba: "Chuic, Chuic". Llevó las manos hacia abajo y desabrochó el pantalón de Adolfo: le sacó la polla venosa. Apoyó bien las plantas de sus piececitos y se elevó, para luego caer ensartada. "Aayy, Adolfo, aayy", gritó Carola. Adolfo la sujetó por la cinturita y la subía y bajaba a su antojo: "Hu, hu, ho, ho", rugía. "Ay, ay, ah-Adolfo-oh, más, más", gritaba Carola. Los cristales de las ventanillas se iban empañando conforme aumentaba la fuerza con la que Adolfo atraía a Carola sobre sí, conforme el coño de Carola era penetrado más insistentemente, con más frecuencia, por la polla de Adolfo. Hasta que por fin el semen de Adolfo salió impulsado acompañado de una fuerte exhalación al interior de Carola, que, tras convulsionarse, quedó exhausta colgada del poderoso cuello de Adolfo por sus brazos.
"¿Cómo fue la experiencia?"; "Bien, muy bien, diría que excelente, Clara"; "Sí, estuvo bien, ahora será aún mejor, Carola"; "Sin duda, bastante mejor, Clara". Esto hablaban sentadas cómodamente, bebiéndose unas cervecitas, en la terraza de un restaurante de calle Granada mientras esperaban a sus respectivos. "¡Carola, ya estoy aquí!", dijo Adolfo alborozado; "¡Clara, ya he llegado!", dijo Armando muy contento. Y esto que ha pasado, algunos lo entenderán y otros no lo entenderán, no obstante siempre pasen las cosas y siempre pasen cosas.