Desde que tenía tres años mis padres habían buscado la posibilidad de un segundo hijo. Deseaban una niña, pero al final, lo que Dios enviara sería bien recibido. Pero Dios no los complacía. Mamá no salía embarazada, no importa lo que hicieran. Veían médicos especialistas y pasaban los años y yo seguía sin tener un hermanito o una…
Pocos días después de mi décimo cumpleaños, aunque ya mamá y papá habían tirado la toalla en lo referente a tener otro hijo, una buena amiga de ellos les informó que había una situación un tanto irregular, poco común, que podría ser de interés para ellos. Quedaron en reunirse esa misma noche para conversar al respecto.
Fueron a su casa y la amiga les planteó en dos platos que una chica de la sociedad más rancia de la ciudad, de 17 años, había quedado embarazada la noche de su fiesta de cumpleaños, de no se sabía quién, porque la habían trajinado varios chicos y estaba ya a punto de dar a luz. Se trataba de una oportunidad, puesto que la familia de la chica había decidido dar a la criatura en adopción, para eludir la situación. La chica en cuestión estaba en otra ciudad desde el comienzo del embarazo, bajo la mentira de un largo viaje de premio por su grado. Al cuidado de una tía solterona que se prestó para atenderla, la chica había pasado todo su período de gestación, aislada de su mundo social, amistoso y afectivo.
La situación era que, si mis padres estaban interesados, por tratarse de una familia bien constituida y solvente, podían optar para recibir a la criatura, una vez que hubiera nacido. Mis padres dijeron que lo pensarían detenidamente, pero enseguida papá vio esa chispa en los ojos de mamá que decidió todo. Aceptaron de una vez. El corazón les decía que era su oportunidad.
La amiga de mis padres se ocupó de hablar con los de la madre en ciernes y orquestaron todo para que la criatura naciera como hijo de mi mamá. Dinero de por medio, mucho dinero, los abuelos del bebé arreglaron los trámites, mis padres se trasladaron a la ciudad donde iba a dar a luz la chica y nació una linda niña a la que mamá decidió llamar Rosa, por haber nacido el 30 de agosto de 1.962, día de Santa Rosa. Había nacido Rosa María Linares Fonseca, una criaturita rubia, de ojos azules, que enamoró a sus nuevos padres apenas la vieron. Se la llevaron de la clínica donde nació, con certificado de nacimiento “legalmente” concedido. Y así, de esa manera, tuvimos a mi hermanita en casa.
La llegada de esa linda personita a nuestro hogar fue todo un acontecimiento. Hubo que “explicar” lo inexplicable a nuestros familiares, amigos y vecinos, pero al fin, ya teníamos a ese angelito en casa, ya mi madre era feliz y con ella, papá y yo también. Como la fortuna les sonreía, mamá logró conseguir a una señora que trabajaba en una casa de la cercanía, de unos vecinos, que estaba amamantando a su bebé recién nacido y logró convencerla de servirle de nodriza a nuestra Rosa. De esa manera, se garantizó que la niña pudiese ser amamantada naturalmente.
Rosa María, mi querida Rosi, creció como la niña de mamá, la locura de papá y la consentida de su hermano, yo, diez años mayor que ella. Con el tiempo se convirtió en una hermosa criatura, una de las mujeres más bellas que mis ojos hayan visto hasta el día de hoy. Más bella que mi madre, que ya era bastante decir. Un ángel que llegó a nuestras vidas para traer alegría y felicidad a todo el que estuviera a su alrededor. Su dulzura era incomparable, su mirada derretía a sus maestros y profesores, de ambos sexos por igual. Sus amiguitos la adoraban y no había nadie capaz de sustraerse a sus encantos, al principio infantiles y luego juveniles. Desde el principio, se encariñó conmigo de una manera que mamá decía que parecíamos morochos, por la forma en que nos entendíamos.
Las cosas de la vida, cuando cumplió sus doce años, mis padres decidieron hablarle de su verdadera historia, de su madre biológica, de cómo llegó a nuestra familia. Ella los escuchó y automáticamente me miró a la cara, como buscando apoyo. Le devolví su mirada con la mejor de las mías, llena de cariño y afecto por ella y entonces nos dijo simplemente que lo único que a ella le importaba éramos nosotros, sus verdaderos padres y hermano. Lo demás era simplemente algo de lo que no quería volver a hablar nunca más. Que les agradecía su honestidad, pero que no le importaba el asunto. Su verdadera madre era Soledad Fonseca, mi madre, la que la crio. Su verdadero padre, Alfonso Linares, mi padre. Su verdadero hermano, yo, Alex Linares Fonseca. Se lanzó a mis brazos y lloró, pero de alegría, porque se sintió afortunada de ser nuestra. Yo la consentí, le mesaba sus dorados cabellos, como de costumbre.
Pasaron los años y todos continuamos con nuestras vidas, ella llegó a sus 16 años llena de alegría y rompiendo corazones a diestra y siniestra. Tenía éxito en sus estudios y en sus relaciones sociales. Era un amor de persona. Medía 1,58 de estatura, pesaba 50 k y tenía un cuerpo de diosa del Olimpo. Vestía con cierto recato, pero por donde pasaba, dejaba una estela de miradas y deseos. Cuando se ponía un bikini en la playa, parecía de infarto.
Lamentablemente su destino un día la alcanzó. La historia se repitió, con nuevo personaje. Yo me encontraba fuera del país, haciendo un curso de especialización en el exterior, cuando sucedió lo inesperado. Fue a una fiesta en casa de un gran amigo de nuestra familia en la que se encontraban amigos de ella y también míos, de dos generaciones diferentes. Estuvo bailando con muchachos de su edad y también mayores, bebiendo muy poco, pero parece que le dieron un trago con algo que la hizo perder el sentido y cuando despertó, debajo de una mata de “Uña de Danta” del jardín trasero de la casa, tenía la falda sobre su pecho y estaba sin pantaletas. Tenía sangre en su entrepierna, saliendo de su vagina, dado que había sido virgen hasta ese momento. La habían violado… Y no solo eso, quedó embarazada… La llevaron a revisión médica, encontraron droga en su torrente sanguíneo, que demostraba que la habían “preparado” para el abuso posterior.
Mamá soportó el dolor con mucha fortaleza, de cara a tranquilizar a su hija, pero papá estuvo a punto de sufrir un ataque. Quería matar al responsable de haber perjudicado a la niña de sus ojos. No me dijeron nada, me mantuvieron en la total ignorancia, hasta que, días después, un buen amigo me llamó al exterior y me comentó que en mi casa había pasado algo desagradable, no sabía qué. Llamé a papá y no me dijo nada, trató de engañarme, por aquello de permitirme terminar mi curso, para lo que me faltaban solo tres meses. Otro día llamé buscando hablar con mamá, sin que papá estuviera y ella sí logró engañarme, diciéndome que papá andaba nervioso por unos exámenes médicos que al final arrojaron buenos resultados. Que por eso me había parecido extraño, pero que me quedara tranquilo. Pero a mi Rosi nunca la encontré. Luego supe que me rehuía.
Al culminar con éxito mi curso, me tomé una semana de distracción y descanso en una playa del Caribe con una condiscípula del curso y luego regresé a mi casa, con mi familia.
Al llegar a casa, encontré a Rosi inusualmente descompuesta, un poco gordita por el abdomen y me miró con tristeza… Mi mundo se me vino abajo. Me contaron todo y no podía creerlo, un maldito había abusado de mi hermanita y la había preñado. Y posiblemente era un conocido, un amigo nuestro, mío o de ella. La abracé con todo el cariño que podía darle y le dije que contara con mi total apoyo. Ella no quería abortar, no por asuntos religiosos, no. Ella creía que la vida era un derecho divino de los seres, una mujer no debía disponer de ese derecho, aun cuando hubiese nacido de un hecho tan abominable. Y mis padres y yo la respaldamos. Durante días me culpé por haberme ido a estudiar fuera, por no haber estado con ella esa noche; de haber sido así, tal vez no le hubiera pasado nada. Mamá tuvo que sacudirme duro, para que reaccionara y dejara de pensar en los “tal vez” y los “si yo hubiera”.
Alguien le había arrancado la alegría a mi niña, mi hermanita consentida, a la luz de nuestro hogar. Si lograba averiguar quién había sido, lo pagaría caro. No me consideraba capaz de matar a nadie, pero…
Pasaron los meses, su gestación fue amable, sin mayores malestares y en estado de total atención y cariño por parte de todos, hasta de ilusión por su futuro. Y nació Camila, una criaturita tan hermosa como su madre, digna hija suya. Y la recibimos como se merecía. Rosi era nuestra princesa, así que su hija Camila sería nuestra princesita. De inmediato me convertí en su padre postizo, desde el principio de sus días. Mamá fue su madrina y papá y yo sus padrinos de bautizo.
Seguían pasando los años, Rosi se recuperaba gracias a nuestro cariño y atenciones, su hija crecía en un excelente ambiente y cuando yo había cumplido ya los 30 años, conocí a una chica especial, de esas que solo se presentan una vez en tu vida y si no te das cuenta, pierdes. Una mujer de verdad, bella… divina. Cuatro años menor que yo, medía 1,60 de estatura, de piel blanca tirando a morena, con una cabellera negra ondulada que le daba un aire de pantera, unos ojos color miel que me emborrachaban, un cuerpo escultural plus con tipo de guitarra, unos senos de ensueño, cintura más o menos pequeña, caderas acordes al volumen de sus senos y un perfecto trasero tipo corazón invertido. Unas piernas torneadas y manos y pies pequeños. Toda esa belleza estaba contenida en un cuerpo de tan solo 54 kilos de peso. Un cuerpo muy parecido, en su forma y volumen al de Rosi. Su cara era todo un poema, su boca una invitación a la locura.
Se presentó a buscar trabajo en mi empresa como secretaria, muy recomendada por un viejo compañero de trabajo de mis inicios. Cuando llegó al frente de mis ojos, quedé hipnotizado. Esa imagen de ella jamás ha desaparecido de mi memoria. La recuerdo vestida de negro por luto de su hermano recientemente fallecido, carita triste pero llena de esperanza. Me flechó de inmediato. La contraté como mi secretaria y realmente fue la mejor contratación que he realizado en mi vida. Resultó una excelente colaboradora en mi incipiente empresa de fabricación de chocolate. Dos años después nos casamos.
Poco después de casado con Miriam, Rosi empezó a trabajar conmigo, como mi asistente y Miriam seguía siendo mi secretaria, además de mi esposa. Ya Camila tenía 5 años y estaba acudiendo a la escuela, lo que le dio tiempo a Rosi para estudiar y trabajar, con la ayuda de mamá para atender a la niña. Rosi lo necesitaba, porque su vida se había truncado justo antes de graduarse de bachiller. Afortunadamente ambas, Rosi y Miriam, entendieron de entrada que cada una era importante para mí, que cada una ocupaba un lugar en mi corazón. Eso permitió que se respetaran desde el principio. Cuando empecé mi relación con Miriam, Rosi había mostrado ciertos celos, pero mamá se dio cuenta e inmediatamente puso su magia al servicio de la cordura. Y Miriam, apenas conocer a mi familia, notó que entre mi hermana y yo existía un lazo muy fuerte. Se dio cuenta que éramos algo más que hermanos comunes y corrientes y que la niña, Camila, para mí era más que una sobrina, casi una hija. Y me interrogó al respecto, a fin de aclarar conceptos y situaciones.
Le expliqué a Miriam, con pelos y señales, todo lo referente a mi familia, el origen de Rosi y también el de Camila. Ella entendió todo, fui realmente honesto y sincero con ella y entonces supo a qué atenerse. Fue en ese momento que supo que Rosi no era un verdadero peligro para ella, pero si una gran influencia que habría que tener muy en cuenta.
Vivimos buenos momentos de matrimonio, los primeros años. Ella era una mujer muy educada, de principios y valores sólidos y bastante hogareña. A eso se le agregaba que era una mujer realmente fogosa, tenía fuego en las venas y yo era quien disfrutaba de apagar esos incendios que ella me dispensaba a montones. Al principio era un poco tímida, pero entendió que con su marido tenía que ser toda una dama fuera del dormitorio, pero que, dentro de él, solo una buena hembra. Como decía la canción: “Dama, dama, de alta cuna y de baja cama”. Así lo comprendió. Me complacía como nadie jamás en todas mis andanzas, que no fueron pocas y sí muy variadas y de calidad. Le decía a su hermana Victoria (quien a su vez un día me lo contó) que, si una mujer no le daba a su hombre lo que su hombre quería, entonces ese hombre tenía derecho a buscarlo en la calle, con cualquiera que estuviese dispuesta. Que ella no iba a permitir que ninguna mujer le diera a su marido nada, porque él lo tenía todo en casa. Y de primera calidad. Nada le faltaba. Así transcurría nuestra vida marital, en armonía y disfrute. Con su comportamiento y su gran inteligencia, Miriam se había ganado mi amor, mi respeto, el aprecio y el cariño de mis padres y el respeto de mi hermana.
Por su lado, poco a poco mi empresa fue desarrollándose, con mucho esfuerzo por parte de todos y con la fortuna de nuestro lado. Crecimos mucho y llegamos a ocupar el segundo nicho en importancia en el mercado local. La contribución de Miriam y de Rosi al logro de nuestras metas, fue discreta en apariencia, pero enorme en cuanto a mis sentires. Sin ellas, no hubiera sido igual. Eran mi apoyo, mi sostén.
Pasaron diez años, mi matrimonio con Miriam, si bien éramos tan felices como se podría esperar, aún no había sido bendecido con frutos. No habíamos podido tener un hijo que lo iluminara. Después de muchos ir y venir con médicos especialistas llegamos a la conclusión que era imposible procrear, porque ella tenía una deficiencia hormonal y yo una reducidísima capacidad de espermatozoides. Misión imposible. Aquella noticia causó una gran mella en Miriam, un sisma. Le propuse la alternativa de la adopción, o de la inseminación con una madre sustituta, pero ella se negaba, no era su deseo. Ella quería llevar a su hijo en su vientre, ese era su sueño de mujer. Pasado un tiempo, se retiró del trabajo, se sumió en un estado de abandono y empezó a engordar, en parte, debido a tanto tratamiento y también por su situación estado depresiva. Desatendió casi totalmente nuestra vida sexual, que había sido realmente maravillosa, llena de pasión y fuego y se fue alejando de mí. Llegó a pensar que yo ya no la amaba, porque no podía darme un hijo. Nada más lejos de la realidad. Me importaba un carajo no tener hijos, la amaba a ella, así, sin necesidad de hijos.
En un momento dado, Miriam era solo un remedo de aquella hermosa mujer que había sido. Su espíritu se quebró, llegó a pesar 90 kg., estaba fea, se sentía fea. Además, su mal genio la apartaba de todos, especialmente de mí. Se odiaba a sí misma. Ni siquiera su familia era capaz de lograr levantarle el ánimo. Yo había pasado a ser un estorbo para ella. Una molestia.
Rosi, por su lado, había florecido. Ahora era una brillante ejecutiva, se había graduado en Administración Comercial y se desempeñaba como Directora Adjunta de nuestra empresa, promoción que la tenía sumamente contenta. Era mi mano derecha en todo, mi persona de confianza. Mostraba gran capacidad para los negocios y una gran decisión para dirigir. Derrochaba gracia, juventud, glamour. Continuaba destrozando corazones a granel, hermosa como nunca. Pero no se decidía por nadie. Y eso que llegaron a cortejarla varios hombres de verdadero valor. Pero ella los usaba y los desechaba, sin miramientos, sin arrepentimientos. Su corazón era inaccesible.
Por su grado universitario, le había obsequiado un automóvil de fabricación alemana, un Mercedes Benz con el que ella soñaba, mejor que el mío y el de mi esposa. Su hija Camila, la niña de mis ojos, crecía y alumbraba como una vez lo había hecho su madre. Estudiaba en un excelente colegio privado, por mi cuenta. Mis padres, sin necesidades materiales que cubrir, envejecían felices con sus dos hijos y especialmente con esa diablita de su nieta, que nos había robado el corazón a todos.
Luego de unos años de esfuerzos y logros, de muchos momentos de felicidad y algunos también de tristeza, un buen día mi padre murió, de un infarto y ella no tardó en seguirle, de un paro respiratorio, aunque yo pienso que fue de tristeza por haberlo perdido a él, con apenas 6 meses de diferencia uno del otro. Quedamos Rosi, Camila y yo, con Miriam en el limbo.
Al poco tiempo de morir ellos, vendimos su vieja casa, la que siempre había sido nuestro hogar y le compré un apartamento recién construido, más lujoso y mejor ubicado, a Rosi y Camila. Se habían mudado a mi casa cuando mamá murió y ahora estrenarían su propio apartamento. Sin embargo, en mi casa, siempre tendrían su lugar. Allí tenían, cada una, su habitación muy bien amueblada, con baño interior y todas las comodidades y, además, tenían llave de la casa, para poder entrar y salir a su libre albedrío. Cuando años después mi sobrina entró a la universidad, le compré un buen automóvil para que tuviera independencia de su madre y la dejara en paz. A ninguna de las dos jamás les faltó nada, lo tenían todo, solo tenían que desearlo y permitir que yo me enterara. Sus tarjetas de crédito eran cubiertas por mí y todos sus gastos de vida. Y nuestras vidas discurrían…
Llegamos al día en que cumplí 49 años, con una empresa ya muy fortalecida y con un alto valor de mercado que me había dado una posición económica envidiable, una magnífica casa en las afueras de la ciudad que tenía todas las comodidades posibles, incluida una piscina-jardín climatizada con cubierta tipo invernadero, un pent-house en una playa exclusiva, una pequeña fortuna en propiedades, acciones y dinero, una hermana en la plenitud de su vida, una sobrina que por momentos hacía palidecer a su bella madre, por lo hermosa que era y una esposa en total estado de abandono por parte de ella misma, de quien, ese día y luego de 17 años de casados, sorpresivamente recibí una notificación:
– He decidido que no puedo seguir viviendo contigo, no en mi situación actual. Aunque no lo creas, te amo con toda mi alma, pero estoy hecha un desastre y no quiero lastimarte más. Me voy. Si quieres tener un detalle conmigo, permíteme mudarme al apartamento de la playa, para reencontrarme, si eso es posible y recuperarme. Dame un año, contado a partir de hoy, para ver si puedo. Si logro recuperarme, volveré contigo, si aún me aceptas. Si no lo logro, desapareceré de tu vida, para no hacerte más daño – me dijo.
Me quedé de una pieza, no sabía que hacer ni que decir. Era el día de mi cumpleaños, por favor, no una fecha para, precisamente, recibir ese tipo de notificaciones. Aunque ella no sé si lo podía comprender, yo la amaba, así, gorda, fea y antipática, pero la amaba… aún.
Le ofrecí que depositaría en su cuenta corriente mensualmente una cantidad suficiente para que desarrollara su plan de vida, fuera cual fuera y que mantendría vigentes sus tarjetas de crédito, para que no le faltara nada. Que cualquier cosa que necesitara, si no quería hablar conmigo, que lo hiciera con nuestro contador, que la ayudaría en lo que fuese necesario, sin preguntar nada.
De esta manera nos despedimos, sin un abrazo, sin un beso, solo con una muy débil esperanza flotando en el ambiente…
Sentado en mi casa, en total soledad, pasó por mi mente una película, mi vida con mis padres y mi hermana, por una parte y luego con mi esposa, por la otra. Con mi familia tuvimos una buena vida, con el problema de Rosi, pero que todos juntos resolvimos de la mejor manera posible, con mucho amor. Y ahora, mi etapa con Miriam, que había apuntado a ser maravillosa, pero que, después de unos años de esplendor, se había desmoronado. La vida nos estaba cobrando tanta felicidad, nos pasaba su factura.
En eso llegó Rosi, que conservaba las llaves de mi casa. Me encontró derrumbado anímicamente y quiso saber la razón. Cariñosamente, como muchas otras veces, se sentó de lado en mi regazo y me miró a los ojos. Solo pude llorar. Me abrazó tiernamente y me besó el rostro, sorbiendo mis lágrimas y me pidió que me calmara y le explicara que era lo que me pasaba.
Me serené un poco y le fui contando, cada vez con más detalles, lo que Miriam me había dicho. Ella me escuchaba con suma atención y mientras hablábamos apareció Camila. Me felicitó por mi cumpleaños y me dio un abrazo y un beso en los labios, con mucha picardía. Allí mismo se percató de que había problemas y se apartó de mí, como para dejarme respirar:
– Tiito lindo, ¿qué te pasa? ¡Hoy es tu cumpleaños! ¡No me digas que te está entrando la crisis de la segunda juventud!
Rosi se levantó de mis piernas y la tomó por una mano, la llevó aparte y le dijo:
– Tu tío está mal, Miriam se fue de la casa y está deprimido, así que no tendremos festejo. Creo que lo mejor es que te retires y me dejes manejar la situación – pero Camila la miraba y me miraba a mí y le respondió a su madre:
– No, de ninguna manera, si él está triste, me necesita a su lado, yo soy la persona más indicada para levantarle el ánimo, la que siempre lo hace reír – ante esta respuesta, Rosi le apretó la mano y le recriminó:
– No es momento para este tipo de discusiones. No estoy jugando. Quiero que te vayas de inmediato y no regreses acá sin mi autorización. Mi hermano no necesita de tus locuras, necesita mi apoyo. Ya te avisaré para que, entonces sí, lo diviertas. Ahora vete ya… – y la miró con su mejor cara de fiera, esa que ponía cuando se le atravesaban los apellidos. Su hija sabía que no estaba de bromas, la conocía muy bien y se retiró, no sin antes despedirse de mí, cariñosamente.
Una vez que Camila se fue, Rosi regresó a mis piernas y se abrazó a mí, me hablaba dulcemente al oído, diciéndome que todo iba a mejorar, que habíamos pasado por peores cosas y siempre nuestro amor había logrado triunfar.
– Alex, mi amor, me parece que Miriam está pasando por un muy mal momento en su vida, está en su punto más bajo y necesita espacio y tiempo para reencontrarse y recuperarse. Dáselo, si de verdad te ama como tú a ella, lo logrará y volverá a ti. Si no es así, la vida continuará y tendrás que seguir adelante. Mírame a mí, una vez pasé por algo terrible, pero te tuve a mi lado y salí avante. Sin mamá, papá y muy especialmente tú, no lo hubiera podido lograr. Tal vez habría abortado y terminado de puta por ahí. Pero ustedes no me fallaron. Ahora yo estoy contigo, para lo que sea necesario. No te fallaré, lo sabes…
La verdad, sus palabras y especialmente el cariño y el amor con que las dijo, me reconfortaron. Tener a alguien como mi hermanita, a mi lado, era mágico. Y así entré en mis 49 años. Pidió por teléfono una pizza y unas cervezas y almorzamos, solos, ella y yo. Luego nos sentamos en la terraza, frente a la piscina y abrazados nos quedamos dormidos en el sofá, casi toda la tarde.
Al anochecer me dijo que la acompañara a su apartamento, para ir a buscar ropa y otras cosas, porque pensaba quedarse conmigo por un tiempo, día y noche. De esa manera empezamos a convivir en mi casa, todo el tiempo.
El siguiente fin de semana, sábado en la mañana, Camila, ya con autorización de su madre, se presentó en mi casa a la hora en que estábamos desayunando. Traía una sonrisa muy pícara, parecía que algo estaba tramando. Su madre se dio cuenta y de inmediato la interrogó:
– ¿Qué te traes, Cami? Esa carita de angelito que no rompe un plato, ya la conozco. ¿En qué andas?
– ¡Nada, mami, solo estoy contenta porque por fin me diste tu autorización dictatorial para venir a ver a mi tiito lindo! Ni siquiera me dejaste felicitarlo por su cumpleaños, mala gente…
– Dios te bendiga, mi niña. Gracias por venir, hija, pero la verdad ese día no estaba para nada, ni para nadie. Ya tu madre te contará lo que pasó y estoy seguro que entenderás. Otro día celebraremos como a ti te gusta – añadí.
Mi niña entendió, pero como siempre, empezó a hacerme carantoñas, muecas, mimos. Era una criatura tan hermosa, que me dolía la cara de solo verla. Yo me derretía con ella, me manejaba a su antojo y ella lo sabía y se aprovechaba. Y su madre era igual, de ella lo había aprendido y/o heredado. Me dijo que necesitaba salir urgentemente conmigo, al nuevo centro comercial que acababan de inaugurar. Le pregunté para qué y no me dijo, porque era una sorpresa.
Rosi, refunfuñando, se quedó en casa y me fui con mi niña linda. Me llevó a una tienda de trajes de baño, que tenía una colección de bikinis de nuevo diseño dónde escogió unos cuantos y se fue a los vestidores a medírselos. Desde el reservado para pruebas me llamó para que le diera mi opinión. Deslizó la cortina y apareció ante mí una mujer deslumbrante, incandescente, con un mini bikini del cual no saldría ni un pañuelito, así era de pequeño. Quedé paralizado, sin saber que decir. Mi falta de reacción la tomó como negativa y se probó otro, igual de demoledor. Corrió nuevamente la cortina, que era un poco engorrosa y se mostró. Yo seguía en estado cataléptico. Me jaló de un brazo, hasta meterme al reservado y allí, de espaldas a mí, se cambió el bikini por el siguiente. Mis pulsaciones estaban por las nubes, como si hubiera corrido los 100 metros planos en 11 segundos. Y así se probó otros más, ya no supe cuántos. Quedaba en cueros mientras se colocaba otro, conmigo dentro, mirándola. Por fin el suplicio terminó y salimos de allí, pagué por todos los bikinis sin preguntar nada, bajo la mirada divertida de la cajera y nos regresamos a casa, donde se puso uno de ellos y se presentó en la piscina. Rosi se quedó callada al verla, no quiso decirle nada, al menos frente a mí. Poco después Rosi y yo fuimos a nuestras correspondientes habitaciones y nos pusimos nuestros trajes de baño; ella un bikini un poco más recatado que el de su hija y yo una bermuda. Salimos a la piscina y una vez dentro del agua, fui asediado literalmente por esa fierecilla en que estaba convertida mi sobrina. Me abrazaba, se guindaba de mi cuello como invitándome a besarla, coqueteaba conmigo descaradamente, miraba a su madre y luego a mí y se regodeaba, se restregaba de mis piernas bajo el agua, de frente y luego de espaldas, frotaba su trasero contra mi pelvis, como descuidadamente, luego se volteaba y acercaba su rostro al mío de tal manera que, si hubiera sacado su lengua, hubiera tocado mis labios. Y todo con una carita de yo no fui, de angelito seductor que no rompe un plato. Lo más traumático para mí fue que, en un momento determinado, noté que tenía una descomunal erección. Mi artefacto, de dimensiones considerables, era imposible de ocultar ni siquiera con una bermuda. Yo era un tipo muy pero muy controlado en ese aspecto, había aprendido a los golpes y las vergüenzas, rara vez me permitía una erección en público, pero para todo siempre hay una primera vez. Ni siquiera Miriam con su mejor y más seductor comportamiento de mujer atractiva, lograba eso en mí, en público. Esta vez se trataba de mi sobrina, la hija de mi hermana, mi casi hija. Dios mío, ¿qué me estaba pasando? ¿por qué me descontrolaba de esa manera? pensaba yo.
Rosi vino al rescate, puesta sobre aviso por la actitud desbocada de la niña. Cuando llegó donde me encontraba, tratando de ocupar su lugar preeminente a mi lado, se dio cuenta de mi problema y entonces se molestó. Pero no conmigo, sino con su hija. La llevó fuera de mi alcance tomada por un brazo y le reclamó fuertemente su actitud.
– ¡Eso que estás haciendo con tu tío, está muy mal! ¡Él es un hombre adulto, maduro, no un niñato, para que estés jugando así con él! ¡Y menos en su actual situación! ¡Eres una desvergonzada! Mejor te vas o ese hombre va a explotar. ¡No se te ocurra tratar de llevarlo al límite! Vete a tu casa a buscar a Juan Luis para que te calme tus calenturas. ¡Fuera de aquí!
La chica obedeció a su madre, pero no se mostraba avergonzada, sino como con cara de triunfo. Me dio la impresión, sin haber podido escuchar la conversación, que había habido una pelea de hembras por su macho. Tal vez estaba alucinando, pero esa fue mi impresión…
Rosi regresó al agua, a mi lado y trató de quitarle importancia a la situación, pero de pronto, al mover su brazo cerca de mí, su mano me rozó y notó mi erección y se quedó de piedra. Salió del agua y yo no hallaba que hacer. Me daba pena salir así. Era mi hermana, había respeto.
Al fin, la erección remitió y pude salir. Me fui a sentar en una tumbona, para tomar un poco de sol y Rosi se me acercó para darme loción con un bloqueador solar, por mi espalda y brazos. Lo hizo con suavidad, con ternura, sin ningún tinte erótico. Solo un masaje leve en mi piel, pero cargado de sentimiento. De cariño de hermana. Luego me acosté para que hiciera lo mismo por mi pecho, abdomen y piernas y al terminar, hice lo mismo a ella. Con el mayor respeto, con consideración extrema al hecho de que se trataba de mi hermana.
Tomamos el sol por un buen rato y luego nos levantamos y fuimos hasta el sofá de la terraza, a tomar una limonada y sentarnos juntos, a conversar como dos amigos, algo que solíamos hacer desde pequeños. Empezamos a recordar viejos tiempos, viejas anécdotas, reímos y lloramos, hasta que me confesó una cosa que me dejó pasmado:
– Camila le confesó un día a mamá, hace ya unos años, ella tendría 14 o 15, que estaba enamorada de ti. Que tú eras su figura paterna, sí, pero también su figura masculina. Representabas para ella al hombre de los sueños de una mujer, el que la llenaba de amor. Y algunas de sus amigas del colegio también estaban chifladas por ti, por buenmozo. Pero también por ser un padre a todo dar, porque eso es lo que siempre has sido para ella. Tal vez por eso está comportándose así, ante la ausencia de Miriam. Tendré que conversar seriamente con ella.
No supe que decirle, la verdad era que aquello me tomó desprevenido, pero me hizo recordar que Rosi también tuvo comportamientos un tanto extraños conmigo a esa misma edad:
– ¿Recuerdas cuando tenías 13 años, que te gustaba un chico del colegio, uno o dos años mayor que tú y que querías aprender a besar, por si acaso él se decidía a hacerlo contigo? ¡Para que no se decepcionara de ti!
– ¡Hay, que vergüenza, sí! ¡Lo recuerdo, te pedí que me enseñaras a besar, porque tú tenías ya 23 y eras todo un experto en la materia, pensaba yo! Y me enseñaste, fue increíble – me dijo, no sin cierta vergüenza reflejada en el rostro – ¡Tú fuiste mi primer beso, eso nunca se olvida!
– ¡Si, pero no fue tan sencillo, me parecía inmoral, me preocupaba que papá o mamá nos descubrieran porque pensaba que me echarían de casa! Estuve unos cuantos días pensándolo, hasta que más pudieron tus carantoñas que mis escrúpulos. Menos mal que ellos no lo supieron nunca.
– ¡Eso crees tú! ¡Mamá nos vio y estuvo a punto de intervenir, pero se dio cuenta que no era algo desviado, solo era una ayuda que te pedí como hermano mayor! Ella me lo dijo poco después, nos estuvo observando durante días, pero no notó algo más y se quedó tranquila. Y me pidió que no te dijera nada, para no avergonzarte. Mami era adivina, omnipresente, todo lo veía, todo lo sabía, todo lo presentía. Y nos amaba con locura. A ti como hijo de su sangre y a mí como su chiquita… que linda era mi mami… snf… snffff…
– Y tú, la discreción personalizada, nunca me dijiste nada – le solté de pronto – no te pongas triste…
– Mamá me hizo prometerle no decirte nada y una promesa es una promesa. Tú bien lo sabes – me respondió.
De pronto se levantó del asiento, se sentó de lado sobre mis piernas y me abrazó con afecto:
– ¡Te quiero, hermano! Tú y yo hemos tenido una buena vida juntos, siempre nos hemos querido y apoyado, como mami nos enseñó. Aquí estoy contigo y para ti, para lo que tú necesites. No te voy a abandonar. Si Miriam regresa, que yo creo que así será, me alegraré por ustedes y si no regresa, te ayudaré a continuar tu vida. Tú eres para mí lo más grande de mi vida, junto con la loquita de mi hija. Y esa también te adora, solo que está un poco tocada, pero es buena. Ya verás que se va a comportar como debe ser, de eso me encargo yo.
Días después, recibimos la invitación a la Gala del Cacao, auspiciada por la Asociación de Cultivadores de Cacao del país. Era una reunión con cena incluida, para dos personas, donde se encontrarían las personalidades más importantes del medio. No podía dejar de asistir, era de suma importancia para mí. La tarjeta decía “Señor Ing. Alex Linares Fonseca y señora”, textualmente, pero a estas alturas, ya no tenía señora, o por lo menos no estaba disponible para acompañarme. Por ello, me planteé la posibilidad de pedirle a Rosi que me acompañara. Esa noche lo hablábamos y en eso apareció Camila, quien, al enterarse de la conversación, le rogó a su madre que la dejara asistir en su lugar. Quería a toda costa ser mi acompañante esa noche. Tenía mucha ilusión de asistir conmigo a un evento de esa naturaleza.
Rosi y yo lo discutimos y me impuse sobre ella, para que Camila me acompañara. Mi hermana me dijo que era un error, pero al final, aceptó. No sé si se sintió desplazada por su hija, pero la notaba disconforme.
Camila se fue donde la modista que acostumbraban visitar ella y su madre y se hizo con un vestido color azul acero, a tono con sus ojos, muy ceñido al cuerpo y con un escote en V sensacional que dejaba poco a la imaginación. La espalda descubierta hasta donde termina su territorio y unas aberturas laterales que casi dejaban ver la liguita de la tanguita, si es que llevaba alguna.
Esa noche se arregló cual estrella de cine, “vestida para matar”, con un collar de su madre que alguna vez yo le había regalado, de zafiros azules verdosos a juego con los pendientes. Zapatos de tacón de aguja de 10 cm. de alto, que me daban la impresión que se iba a caer desde esa altura, pero que le elevaban su escultural trasero de una manera sensacional. Un peinado que realzaba su linda carita y un maquillaje que la hacía ver un poco mayor de sus tiernos 23 años. Me llamó mucho la atención que no llevaba medias de nylon, iba solo con la piel de sus piernas doradas. Cuando salió de su habitación en mi casa, acompañada de Rosi que la asistía mientras se vestía, me impresionó. Ni siquiera a su bella madre había visto nunca tan hermosa.
Subimos al automóvil para dirigirnos al Hotel donde se llevaría a cabo el evento y me sentía elevado, tal vez por estar disfrutando plenamente de tan maravillosa compañía. Llegamos al sitio y dejamos el auto en manos de un Valet Parking, le ofrecí mi brazo izquierdo y entramos. Las miradas de las personas que encontrábamos por el camino la desvestían a ella y me envidiaban a mí. Tomamos nuestro lugar en una de las mesas, bajo la tarjeta con mi nombre y encontramos a algunas parejas de personas del medio, todos ellos muy bien vestidos y sus acompañantes despampanantes, pero ninguna tan hermosa como mi Camila. Al presentarnos mutuamente, muchos pensaban que se trataba de mi esposa, tal vez un matrimonio de un hombre maduro con una jovencita, pero cuando aclaraba que se trataba de mi sobrina, ella fruncía el ceño con disgusto. Pero, aun así, pasamos una velada muy agradable, hasta que llegó la hora del baile. Entonces la pequeña fierecilla se desató conmigo. ¿O contra mí? Me pidió que bailáramos una canción latina, movida y desplegó todos sus sensuales movimientos, de tal modo que se convirtió en el centro de atención en la pista de baile. Yo no sabía qué hacer, siempre fui más bien discreto al bailar, no me gustaba llamar la atención, aun cuando soy bastante alto. Ella se movía en su elemento.
Luego le tocó el turno a la música lenta, boleros de antaño y entonces se prendó de mí, una mano detrás de mí nuca y la otra sobre mi hombro. Embutió su pelvis contra la mía, dejando mucho espacio para las especulaciones. Me hizo suspirar en varias oportunidades y ella lo disfrutaba. En un momento dado, de acuerdo a la letra de una canción, colocó su boca muy cerca de la mía, como retándome a besarla. No aguanté más, me separé de ella, casi con brusquedad y la jalé del brazo hacia nuestra mesa. La senté y le puse mi mejor cara de pocos amigos, mi “cara de cañón”.
– Esto no está bien, Cami, no sé a qué quieres jugar, soy tu tío, casi tu padre, no tu conquista. No sé si te vestiste así para deslumbrar a las demás personas o para mortificarme a mí. Pero lo lograste y estoy muy incómodo contigo. Esto se acabó, ya nos vamos – le solté, disgustado.
– ¡Pero tiito, porque te molestas conmigo, soy tu sobrina querida, la niña de tus ojos, solo trataba de agradarte, nada malo! ¡No nos vayamos, por favor! La estamos pasando tan bien… Mira, todos nos miran, somos la atracción de la noche. Tú, el guapo hombre maduro, alto e impecablemente trajeado y yo la chica joven que te acompaña y que causa envidia a muchas mujeres que quisieran estar contigo. Es muy divertido…
– Lo lamento, desde un tiempo para acá, te la pasas haciéndome sudar frío. Me parece una falta de respeto de parte tuya. Creo que fue un error traerte, debí venir con tu madre.
– ¿Prefieres la compañía de una vieja a la de una chica joven como yo? No te entiendo, tiito.
– Tu mamá no es ninguna vieja, es una mujer madura y la más hermosa del mundo. Y se comporta mucho mejor que tú. Nos vamos, fin de la conversación – y la tomé de la mano y me dirigí a buscar el auto para retirarnos a casa.
Por el camino, no hablábamos, pero ella no dejaba de mirarme y de sonreír solapadamente. Parecía disfrutar mi turbación. No supe si se había percatado, pero me ocasionó una erección enorme, difícil de disimular. Esta niña se estaba convirtiendo en un problema muy serio.
Llegamos a casa y me dirigí a mi habitación y cerré la puerta por dentro. Para evitar…
Al rato, ya acostado, sentí que alguien tocó la puerta:
– ¿Quién es? – pregunté con mal disimulado disgusto.
– ¡Soy yo, Rosi! ¿Puedo pasar? – me respondió.
Me levanté de la cama y le abrí, la dejé pasar y nuevamente cerré por dentro. Se sentó en la cama, con su babydoll casi transparente color rosa y me preguntó:
– ¿Qué te pasó, porque regresaron tan temprano? ¿Algún problema con la niña? – quiso saber.
– El comportamiento de Camila no es el de una niña, me está acosando, desde hace un tiempo a esta fecha. Me tiene nervioso. Tiene que parar ya. Soy su tío, casi su padre, si se quiere. No puede hacerme esto – le dije a mi hermana.
Ella se mostró comprensiva conmigo, trató de tranquilizarme acariciándome el cabello y jugando con mis manos, como hacía desde pequeña cuando quería mi atención. Luego de un rato, me preguntó:
– ¿Tienes sueño, quieres dormir ya? – a lo que respondí que sí.
– ¿Quieres que me quede a dormir aquí contigo, acurrucaditos o prefieres que me vaya a mi habitación? – me preguntó.
Yo me quedé extrañado de tal petición, hacía muchos años que no dormíamos así, acurrucados, como ella mencionó. Eso solo pasaba cuando era muy niña y había noche de tormenta con truenos y relámpagos. Ella corría a mi habitación y se lanzaba en mi cama, para que la protegiera. O cuando estaba embarazada y se sentía muy sola, que me pedía que la abrazara para poder dormir.
– Esta noche no hay truenos ni relámpagos y tampoco estás embarazada. ¿Por qué esa petición? – le disparé extrañado.
– Porque te noto muy afectado por el comportamiento de mi hija y creo que te hace falta un poco de cariño. Tal vez un buen abrazo y un poco de compañía te permitan dormir mejor. Soy tu hermana, descuida, no voy a abusar de ti.
Tenía razón, me sentía muy falto de afecto, de verdadero cariño. Necesitaba un abrazo de esos que ella bien sabía dar. Le hice espacio en la cama, del lado izquierdo y nos acostamos tipo cucharita. Me puse de lado sobre mi derecha y ella se colocó detrás de mí, puso su brazo izquierdo sobre mi vientre y el derecho detrás de mi cabeza, me dio un dulce beso de buenas noches y nos dormimos.
Al despertar por la mañana, sentía su respiración justo tras mi cabeza, en mi cuello. Tenía su pierna izquierda sobre la mía y su mano muy cerca de mis genitales, demasiado cerca. Me volteé con sumo cuidado para no despertarla y me regodeé un rato con su linda carita, esa que siempre ha tenido y con la que hace que la gente la ame. Era una mujer realmente hermosa y se encontraba en la plenitud de su vida.
Mas tarde desayunamos juntos y la veía contenta, feliz. Le pregunté cómo se sentía y me respondió con una sola palabra:
– ¡Útil!
– ¿y eso?
– Anoche estabas mal, disgustado con Camila, pero me acosté contigo y enseguida te dormiste. Estuve despierta un buen rato, observándote, escuchando tu respiración y poco a poco te fuiste tranquilizando. Eso me dice que te fui útil. Por eso estoy contenta – y me dio un piquito.
La verdad, tener el apoyo de mi hermanita no tenía precio…
El domingo, temprano, Rosi salió a ver a una amiga. Camila apareció por mi casa como un torbellino, azorada y se sentó conmigo en la cocina a merendar un pedazo de tarta de ciruela que había hecho su mamá. Se disculpó conmigo por los malos ratos y me obsequió la mejor de sus sonrisas. Entonces:
– Oye tiito, sabes que tengo una situación en mi vida un tanto extraña. Necesito hablar con alguien sobre esto, pero no sé si mamá sea la persona indicada, porque es un asunto de pareja y ella jamás ha tenido una. Al menos, que yo sepa. Solo me quedas tú, porque no tengo a nadie más y, bueno… tú eres mi papito, ¿no? Y además tienes experiencia en vida de pareja… no sé, me da un poco de pena, pero creo que tú eres el único…
– Ya, princesita, sabes que conmigo siempre puedes hablar de lo que necesites. A ver, cuéntame… – le dije inocentemente, sin saber lo que me estaba preparando…
– Bueno, para empezar por el principio, yo tengo una vida sexual activa… desde… cómo te digo… desde los 16. Un vecino del edificio, un señor mayor que yo, que no te puedo decir su nombre, me desfloró después de una fiesta, llegando a casa, pero fue porque yo quise. Con condón, porsia… desde entonces he tenido varias experiencias… con muchachos de mi edad y hasta con maduros como tú… Con ellos he hecho de todo, sexo oral, anal, normal, anormal, jejeje, etc. para no entrar en detalles que te puedan ruborizar… Algunos han sido dulces y respetuosos conmigo, otros no. Hasta que conocí a Juan Luis, que realmente me impresionó por ser tan especial. Si, tiito, es muy especial, se gasta un cañón que no le he visto a nadie más. Nos enamoramos y por eso casi que estamos viviendo juntos, desde hace ya un año. ¿Lo sabías?
– Si, Cami, lo sabía, tu mamá me lo había contado. Yo no estuve muy de acuerdo, pero ella me hizo ver que ya eras mayor de edad y que tenías derecho a escoger tu forma de vida. Yo sigo pensando que eres mi niña y a veces no me doy cuenta que ya eres toda una mujer. Pero continúa, por favor… – le comenté nerviosamente.
– Bien, ¿Por dónde andaba? ¡Ah, ya! Entonces estoy conviviendo con Juan Luis, quien me parece un tipo muy normal, pero claro, muy bien dotado, uffff. Sin embargo, él solo me hace el amor de forma tradicional, no le gusta el sexo oral, de él para mi o de mi para él, tampoco el anal. No entiendo. Un tipo joven e inteligente, con tan buena herramienta, porque se gasta un pene de 18 cm., ¿Sabes? que cuando lo conocí tenía fama de ser todo un semental, que no quiera hacer esas supuestas “cochinadas” conmigo, no lo entiendo. ¿Será que es raro? ¿Será que debo preocuparme o ponerme exigente para que me cumpla? Tú ¿qué me dices…?
– Bueno… me sorprendes… – no hallaba que decirle, su tranquilidad para tocar temas tan escabrosos, me dejaba pasmado. Su vocabulario soez y los comentarios tan procaces, me descolocaban – creo que deberías hablar de eso con él, tal cual como lo estás haciendo conmigo. Solo él podría explicarte su comportamiento.
– La verdad es que él me hace muy feliz. Es un gran amante, me deja plenamente satisfecha cuando follamos, pero necesito variedad, fantasía, no solo de pan vive la mujer… ¿No crees?
En eso llegó Rosi y la conversación se truncó, afortunadamente. Me paré a recibirla y le di un abrazo y un beso tan efusivo que le causó mucha extrañeza. Se me quedó mirando y le guiñé un ojo. Camila, a su vez, me miró con su carita de triunfo y nos dejó solos.
– ¿Qué pasó que me diste ese abrazo y ese beso tan significativo? – me preguntó ni bien Camila salió.
– Tu hijita, nuestra niña, me estaba volviendo loco, para variar. Se sentó a conversar conmigo y mira ya como tengo de sudadas las manos. Es terrible – y le conté la conversación sostenida minutos antes con nuestra princesita.
– Ya, sí, es terrible, no sé qué le pasa contigo, hermano. Me da la impresión que te está sometiendo a un acoso sistemático. No sé… – añadió.
– Si, creo que hay algo de eso. Ya, cuando la veo acercarse a mí, tiemblo. Se ha convertido en toda una mujer, hermosa a cual más, tiene un cuerpo que es un verdadero tormento para los hombres. Causa tantos estropicios como tú o más… es un pecado.
– ¡Un momento, yo no causo estropicios, no sé de qué estás hablando…jajaja…!
– ¡No, tú simplemente has dejado la faz de la tierra sembrada de corazones rotos, por donde pasas… jejeje… pero, ahora bien, hablemos en serio! ¿Qué hay con Juan Luis, crees que sea cierto lo que dice de él? – le pregunté bastante extrañado.
– No sé qué decirte, mi amor, porque yo a él lo veo como un ejemplar masculino muy viril, arrollador. Hasta me doy cuenta que me tiene en la mira, a mí, que soy o seré algún día su suegra. Mira, es tanta la tensión sexual que existe entre nosotros dos que estoy segura que, si me resbalo, me coge sin miramientos. Y la verdad, no creo que a Camila le moleste si eso llegare a pasar… – me dijo, sin dudar…
– Bueno, Rosi, cualquiera te tendría a ti en la mira, hasta yo, si no fueras mi hermana, pero me parece que lo que él representa y lo que ella me cuenta, no compagina. Habrá que prestar más atención…
Allí dejamos el tema por los momentos.
Un día de fiesta nacional, el 12 de octubre, estábamos en casa Rosi y yo descansando cuando llegó Camila muy molesta. Parecía que Juan Luis se había enredado con una señora y no le había dicho nada a ella. Ellos tenían una relación muy abierta, podían acostarse con otros, pero con pleno conocimiento cada uno de la actividad del otro. Eso les funcionaba, pero cuando sucedía algo como esto, que parecía un olvido, pero que tal vez tenía piquete al revés, entonces Camila se arrechaba. Y verla en ese estado, era poco saludable. Se sentó a hablar con nosotros dos y descargó allí toda su rabia, su impotencia. Rosi y yo tratamos de calmarla, pero ella seguía explosiva.
– Esa mujer me contó hace una semana, que ella tenía a un pavo que se la estaba cogiendo bien sabroso, por delante y por detrás, que se la comía toda, que era muy buenmozo y tenía una verga descomunal. Enseguida pensé en Juan Luis, pero nada, no se trataría de él, porque yo lo sabría, me lo hubiera dicho. Además, por delante sí, pero ¿por detrás? lo dudo. ¿Y comérsela? – nos contó, con lágrimas en los ojos.
– ¿Quién es esa mujer y por qué piensas que está con Juan Luis? – le preguntó Rosi.
– Es la promotora de Propiedad Horizontal del edificio nuestro, que está vendiendo los tres apartamentos que quedaron a la muerte del constructor. Siempre nos vemos en el ascensor o en los pasillos y nos hemos empezado a tratar. Es muy buenamoza, como de tu edad, mami. Y el zángano de Juan Luis sabe que yo la conozco. Hace poco me dijo que tenía un culo precioso y que le tenía ganas. Ella nunca nos ha visto juntos, por eso no la culpo a ella. Y si eso es verdad, coño, a mí no me da por detrás, ni me come nada… estoy arrecha – terminó diciendo y se fue a la piscina a mojarse.
– Bueno, hermanita, ¿Recuerdas la conversación que ella tuvo conmigo la semana pasada? Que supuestamente su novio no le hacía algunas cosas… allí tienes, pues – le comenté a Rosi.
– Si, mi amor, tienes razón, algo está pasando. Voy a conversar con ella, allá en la piscina. Por favor, no intervengas, a ver que le saco – y se fue a buscarla para hablar.
En la noche, cuando Camila ya estaba dormida, después de mucho llorar, Rosi entró en mi habitación y se acostó a mi lado. Yo estaba leyendo, de forma que solté el libro para prestarle atención.
– No sé, hermanito, aquí hay algo extraño. Hablando Camila frente a ti, me dio la impresión que el motivo principal de su arrechera era que a la señora ésta le daba por todos lados y a ella no. Pero en nuestra conversación madre-hija, me dio la mosca que el asunto no iba por esos lados, sino por la falta de comunicación. Parece que Juan Luis no le ha dicho nada y eso es lo que le molesta. Que, si se lo hubiera dado a saber, pues no le importaría un comino, como en otras oportunidades ha sucedido. Me gustaría que mañana, con esta premisa, converses con ella a ver dónde hace hincapié. Es muy extraño – añadió.
– De acuerdo, mañana, en cuanto encuentre un momento cómodo para mí, le pregunto. Recuerda que, para mí, conversar de estas cosas con ella se me ha hecho muy difícil – le ofrecí, aún no convencido de hacerlo.
– De acuerdo, mi amor y gracias… ¿Sabes? me gustaría dormir contigo esta noche, si no te importa. Quisiera un abrazo de esos tuyos que me hacen mucha falta – me solicitó con su carita de niña dulce, esa con la que siempre lograba de mí lo que se proponía. No me quedó de otra que decirle:
– Claro que sí, mi niña consentida. Ya nos estamos acostumbrando a dormir juntos, abrazados, es muy sabroso, pero ¿te imaginas si mamá nos viera en esto? – le dije.
Me mostró su hermosa sonrisa, me dio un beso de las buenas noches en la frente y se colocó por mi espalda, como acostumbraba últimamente. Así nos quedamos dormidos. Abrazados, felices y contentos.
En la mañana, luego de desayunar todos juntos, le pedí a Camila que me acompañara a caminar por la zona. Me dijo que sí y se fue a cambiar de ropa, para ponerse unos leggins que no le dejaban nada a la imaginación y un top ajustado que era un escándalo. Lo único razonable en su vestimenta eran sus zapatos Adidas. Al observarla más detenidamente, me dio la impresión que ni siquiera llevaba pantaletas bajo los leggins. Nos fuimos a caminar y en un momento que consideré propicio, le pregunté:
– Cami, ¿Estas más tranquila esta mañana? ¿Dormir te hizo bien?
– Si, tiito, estoy un poco más tranquila, pero ese carajo me va a escuchar. Me arrecharía mucho saber que a ella sí le da por todos lados y a mí no – me respondió con firmeza.
– Entonces ¿Lo que verdaderamente te molesta no es el hecho de que esté con ella sin que tú lo sepas, sino que haga con ella lo que no hace contigo? – le pregunté con mi mejor cara de pendejo.
– La verdad, no me importa mucho que esté con ella, no me va a dejar por eso, él es mío y esa mujer no me lo puede quitar ni queriendo. Pero me arrecha, si es que es verdad que le da por todos lados. Eso sí me molesta.
– Yo creo que, si Juan Luis no te hace lo que a ti te gustaría se deberá a que no le gusta y si no lo hace contigo, dudo que lo haga con otras. Tal vez sean faroles de esa mujer, para hacerte creer que está con el galán de los helados – le propuse, a ver si me lo compraba.
– No tiito, esa señora estaba hablando en serio, se le notaba que el placer y la satisfacción eran totales. Estaba encantada con su macho – allí dejé el tema, continuamos con nuestra caminata y regresamos a casa.
En la tarde, Camila se fue a casa de Juan Luis, a buscar pelea, supuse. Ya nos enteraríamos del resultado.
En cuanto se fue, le comenté a Rosi lo conversado y llegamos a la conclusión que se trataba de dos posturas diferentes. Una ante mí y otra ante su madre, en la confianza de una conversación madre-hija, que en ellas eran tan comunes y válidas. Eso me hizo pensar y mucho…
El siguiente fin de semana lo pasaríamos los tres juntos en casa, tomando el sol al lado de la piscina, en familia.
En un descuido de mi parte, vi que Camila se soltó el top del bikini y se quedó en tetas, topless le dicen. Estaba sentada en una tumbona al lado de su madre. Rosi no se había percatado, porque tenía los ojos cerrados. Me llamó para que le untara protector solar por la espalda. Yo me acerqué con mi cara de asombro, pero no tenía ganas de pelear con ella. Esa chica sabía manipularme con sus miradas “inocentes” y sus carantoñas. Me senté a su lado y le dije que se pusiera boca abajo para untarle. Al terminar por la parte de atrás, se volteó y me pidió que siguiera por delante, a lo que le dije que no, que ella misma podría hacerlo:
– Pero tiito, que te pasa, no voy a morderte. Anda, se buenito, sabes que te quiero mucho, mi osito… Muack, muack…
– No voy a hacerlo Camila, ya está bueno. Si quieres hacer topless, yo me voy al estudio a leer. Hasta luego – y me retiré. La tentación era enorme, esa alocada chica sabía cómo calentar a un hombre, aunque fuera su tío. Tenía unas tetas perfectas, hermosas…
Pasé el día lo más retirado posible de ella, hasta que salió para reunirse no sé con quién. Esa noche regresó un poco tarde, pero sola y sobria. Se acostó a dormir sin hacer escándalo y estuvo hasta media mañana.
Al despertarse el domingo, nos encontró a su madre y a mí en la piscina, ya desayunados y tomando el sol mañanero. Hacía un lindo día. Regresó a su cuarto y se puso un bikini más pequeño que el del día anterior, se sentó en su tumbona y me pidió que le pusiera protector. Repetí la acción del día anterior y esta vez sí le di por el frente, por tener su sostén puesto, aunque minúsculo. Pero mejor algo que nada.
Poco rato después de culminar con el protector, se levantó de la tumbona, se desnudó totalmente frente a mí, sonriéndome como cuando era niña y hacía una travesura. Se untó protector en los senos recién destapados y en su pubis y se acostó en la tumbona, al lado de su madre. Yo me quedé boquiabierto, sin decir palabra y volteé a mirar a Rosi y estaba dormitando. Me retiré nuevamente al estudio, a leer, pero no podía concentrarme. Ver aquella hermosa criatura totalmente desnuda ante mí, me descompuso.
Dos horas después, me acerqué a la piscina nuevamente y cual sería mi sorpresa, ver a las dos mujeres, madre e hija en pelotas, tomando el sol. Rosi se había destapado también. Se picó con la hija, supuse. Fue demasiado para mí, fui a cambiarme y salí a caminar. El resto del día lo pasé realmente molesto, incómodo. Me sentía manipulado en mi propia casa, por las dos personas más importantes de mi vida. No lo podía entender.
Pasados unos pocos días, siguiente sábado, Camila me llamó al celular para decirme que estaba furiosa con Juan Luis y que no quería verlo, pero que deseaba salir esa noche a bailar y tomarse unos tragos:
– … y no tengo con quien salir, tiito lindo. ¿No te gustaría sacarme esta noche, tú y yo solitos, para divertirnos sanamente? Te prometo que me porto bien, me visto recatada y no me paso de tragos…
– No sé, mi niña, tú eres una chica joven, yo soy un viejo ya, no creo que sea muy divertido salir conmigo…
– ¡No seas tonto, tiito, tú no eres ningún viejo! Eres un hombre maduro, buenmozo, atractivo. Además, bailas muy rico, me consta. Y estas encerrado desde lo de Miriam, tienes que salir a divertirte un rato. Y si sales conmigo, la diversión está garantizada – y mi pequeña fierecita me convenció para llevarla a bailar y a beber. Nuevamente caía en sus redes…
– De acuerdo, te paso buscando a las 9, ¿Te parece? – le respondí.
– De acuerdo, a esa hora estaré lista. Me voy a poner bien bonita, para que te sientas bien. Un beso, tiito lindo, te amo – y colgó la llamada.
A las 9 llegué al edificio y la llamé al celular para que bajara. Me respondió que aún no estaba lista, que subiera. Así que subí y entré al apartamento. La chica de servicio me pidió que me sentara en la sala mientras la niña salía y me ofreció un café. Casi media hora después salió Camila, por fin. Estaba realmente preciosa, con un vestidito corto, a media pierna, abotonado por el frente, con los primeros sueltos para dejar escote, color verde limón, con unos zapatos, cinturón y cartera de un verde más oscuro. El cabello suelto y poco maquillaje. No lo necesitaba. Al abrazarla, pude notar que no llevaba sostén y entonces pensé que, de pronto, tampoco tendría pantaletas, pero no quise pasar mi mano por debajo de su cintura para comprobarlo. Empecé a preocuparme. Nos fuimos al carro, para ir a un restaurante nuevo, en un centro comercial del este de la ciudad, que tenía a su lado una discoteca y al otro un piano bar. Una Triada.
Llegamos al sitio y pedimos una mesa para dos, en un rincón tranquilo del local. Nos sentamos y pedimos unos tragos y la carta. Mientras mirábamos las diferentes opciones, le pregunté:
– ¿Estás disgustada con Juan Luis?
– Si, tiito, muy disgustada. Lo que yo sospechaba, es cierto totalmente. El muy marrano le da a ella por todos lados y ella a él, lo mismo. Confirmado. Estoy tan molesta que estoy pensando seriamente en mandarlo a la porra, definitivamente.
– ¿No te parece que deberías calmarte y dejar pasar unos días, antes de tomar una decisión como esa? – le dije, con la esperanza de hacerla recapacitar. Lo consideré mi deber como su figura paternal.
– Si, claro, por eso te pedí que me sacaras esta noche, para despejarme y relajarme. Para luego poder ver las cosas con más perspectiva – me soltó, como para darme sensación de madurez.
De seguidas ordenamos, comimos y luego pasamos a la disco, justo al lado. Nos sentamos en una poltrona curva, para dos, muy cómoda, con una mesita al frente, para las bebidas. Ordenamos un par de Etiqueta Negra de 12 años y al poco salimos a bailar. Esta vez la fierecilla no se abalanzó sobre mí, fue más bien comedida. Bailamos unas 6 o 7 piezas muy románticas, abrazados, pero con cierta distancia. Sin embargo, todo el tiempo la sentí suspirando, no sabía si por gusto o disgusto. No lo podía dilucidar. La verdad, tener a una chica tan hermosa en mis brazos, empezaba a resultarme muy agradable, claro, se trataba de mi sobrina, pero era una mujer realmente atractiva… y ese perfume… y esa cinturita… sentía sus pezones arañándome el pecho… bajaba la mirada y veía el valle entre sus dos maravillosas montañas, suculentas, tentadoras; temí perder el control, por lo que le dije para sentarnos…
Pasamos la velada bailando y conversando, sin demasiados apuros de mi parte, realmente se comportó. Aunque de cuando en vez sentía que se frotaba contra mi pelvis, como quien no quiere la cosa, pero ponía cara de inocente. Y yo de tonto, me comía el cuento.
Como a las 3 de la madrugada traté de llevarla a su casa, pero me pidió que fuésemos a la mía, porque quería quedarse allá, cerca de mí y de su madre, para desayunar juntos al despertar. Por lo tanto, enfilé a mi casa y cuando entramos, para despedirnos hasta el día siguiente fui a darle el beso de las buenas noches y la muy traviesa movió la cara y se lo di en los labios. Me sentí un poco más turbado que antes, cuando bailábamos y de pronto me besó en la boca. Realmente, me comió la boca y luego me soltó, ya satisfecha. Y sin decir nada, se metió en su habitación y cerró la puerta tras de sí. Al voltear, encontré a su madre que estaba parada en la puerta de su habitación, en babydoll, observándonos. Me puse colorado, no supe si de la vergüenza o de la rabia. Me fui rápidamente a mi habitación y ella tras de mí, cuando fui a cerrar la puerta casi la golpeé con ella:
– Hermano, no aprendes, esa niña te está acechando, como si fuese un depredador y tú su presa. Te tiene entre ceja y ceja y hasta que no te la montes, no va a dejarte en paz. Yo estaba durmiendo y al sentirlos llegar, me paré para observar. Ya no se trata de lo que yo piense o crea, es que lo acabo de ver.
– ¿Y qué crees que debo hacer? Estoy muy disgustado con ella, me pidió que la llevara a cenar y bailar para despejarse por la molestia que tiene con el novio, al principio dudé, pero me convenció prometiéndome que se portaría bien. Toda la noche cumplió regularmente, algún roce por aquí, otro por allá, pero, en definitiva, bien, para tratarse de ella. Esa niña desprende sensualidad por todos sus poros y entiendo que me escogió de presa, no sé por qué ni sé qué hacer. No quiero ser grosero con ella, pero me va a tocar ponerla en su sitio.
– Si, te va a tocar. Date una ducha fría para tranquilizarte y acuéstate a dormir. Mañana será otro día… si quieres, me quedo contigo…, para darte cariño.
– De acuerdo, espérame acostada, que me voy a dar esa ducha fría…
Me duché con agua templada durante unos diez minutos, para calmar mi calor corporal y luego me acosté con la dulce Rosi que me esperaba acurrucada en mi cama. Si nuestra madrecita linda nos viera durmiendo juntos, se preocuparía… pensé, pero yo tenía la sensación que eso era sólo por cariño.
Durante el desayuno familiar, no hablamos ni media palabra del asunto, pero luego en la terraza, tomando café, me solté:
– Camila, te voy a hablar como tú tío, o tu padre, si prefieres, pero no como tiito. Te exijo compostura mientras hablo. Anoche salí contigo para darte un respiro en tu situación sentimental, me prometiste portarte bien y durante toda la noche lo hiciste, casi perfectamente, solo de vez en cuando algunos roces que bien sé que fueron intencionales, no casuales – aquí ella me peló los ojazos, con intenciones de protestar, pero con un gesto de mi mano, se lo impedí – te conozco cada día más. Ya no eres mi niña linda, mi princesita, esa muchachita inocente que hasta hoy he querido como si fueses mi hija, no. Ahora eres toda una mujer, nada que ver con una niña. Hermosa como tu madre, sensual a más no poder y muy taimada. También grosera y vulgar. Si, no me mires así… Eres un demonio de mujer… Y estoy muy disgustado contigo. Y también conmigo, por ser tan tonto y hasta inocente contigo. Has tratado de manipularme a tu antojo estos últimos meses, me hablas de cosas que me hacen ruborizarme como nunca nadie me lo había hecho. Me llevas al vestidor de prueba de la tienda, para mostrarte desnuda ante mí, sin pudor alguno. Luego aquí en la piscina, en mi casa, primero haces topless sin mi permiso y al día siguiente, nudismo. A cada instante, te rozas conmigo de manera sensual y hasta sexual. Has tratado de besarme en la boca en innumerables ocasiones y anoche, como te habías portado bien, cerraste con broche de oro – hice una pausa necesaria para respirar y ordenar mis ideas y continué – estoy cansado de esto, siento que te burlas de mí, que me tienes como un pelele, que me manipulas a tu antojo. Y no soy un muchacho, te repito, soy tu tío con todas las de ley, tu tutor. Soy tu figura paterna, por deseo de tu madre y mío propio, porque siempre te he amado. Eres como mi hija y no puedo seguirte ni permitirte este juego. Se acabó. Quiero que te vayas a tu casa, inmediatamente y no regreses por aquí hasta que estés completamente segura que me vas a respetar. Es todo.
Ella se me quedó mirando con una expresión de asombro y de tristeza a la vez, miró a su madre y se levantó del sillón. Fue a buscar sus cosas, se subió a su carro y se marchó en silencio. No hubo miradas de triunfo, ni sonrisas pícaras.
– Rosi, eso no es todo. De un tiempo para acá, desde que Miriam se fue, ha cambiado tu comportamiento para conmigo. Ahora eres más melosa que nunca, a veces siento que le sigues el juego a tu hija, no sé, quizás solo son percepciones erróneas mías, pero me pides dormir conmigo, me abrazas, me acaricias. Siento que ahora te arreglas para mí, te vistes para mí, te maquillas para mí. Tus miradas hacia mí son distintas, más intensas. Cuando estamos en la piscina, en traje de baño, siento y noto tus miradas insistentes hacia mi pelvis y además, te desnudas frente a mi sin pudor alguno. Te mudaste aquí conmigo para apoyarme, pero tengo la sensación de que hay algo más de fondo en todo esto.
La forma en que te abrazaste a mi anoche, me pareció más sensual que cariñosa. Te sentí acariciar mi piel con mucha intensidad. Dime, ¿Estoy alucinando, o tengo razón? ¿Estoy siendo injusto contigo? ¿Es que lo de tu hija me tiene fuera de quicio? Por favor, respóndeme…
Rosi estaba pálida, los ojos cristalinos, a punto de llorar. Retorcía una punta de su blusa, nerviosa. No me sostuvo la mirada… me había escuchado atentamente y su cara reflejaba la preocupación que mis palabras le iban causando a medida que hablaba. De pronto, rompió a llorar… desconsoladamente.
– Hermanita, no quiero que llores, no es mi intención lastimarte, pero necesito saber qué es lo que está pasando…
– Snf… snf… No sé cómo explicarte lo que me pasa… snf… yo misma a veces no lo entiendo… siempre has sido la persona más importante para mí. Mi hermano mayor, si… snf… snf… tú eres para mí lo máximo, un hombre noble, tierno, fuerte, mi protector, un padre para mi hija. Cuando snf… snf… quedé embarazada, tú te convertiste en mi apoyo. Mucho más que mami y papi. A veces sentía que eras mi esposo y que esa criatura que estaba creciendo en mi vientre iba a ser nuestro hijo. Snf… snf… snffff… lo cierto es que… te amo, hermanito, te amo con toda mi alma. Siempre te he amado, desde que era una niña. Desde que me sentabas en tus piernas para contarme cuentos. Desde que me enseñaste a besar. Tú has sido todo mi mundo desde que recuerdo – y comenzó a llorar de nuevo – snf…snf… snffff… Cuando decidiste casarte con Miriam, sentí un arrebato de celos terrible que solo mami notó y tuvo que jamaquearme duro para hacerme entrar en razón. Ella sabía mi secreto, no porque yo se lo hubiera contado, no. Lo sabía porque era maga, porque tenía el don de adivinar. Tal vez alguna noche hablé dormida y me escuchó, no sé, lo cierto es que me he pasado la vida ocultando mis sentimientos, para no herir a papi y mami, pero especialmente a ti. Nos educaron con verdaderos principios y valores, con moralidad, por eso nunca te he dicho nada, porque pensé que me verías como un monstruo. Nunca me he enamorado de ningún hombre, porque solo te amo a ti. Snf… snf… snffff… y ahora que Miriam se fue, me vine a estar contigo, porque no puedo vivir sin ti. Me entristece verte derrotado, solo, abandonado. Por eso me visto para ti, me arreglo para ti, porque tú siempre dices que soy bella, que soy esto o aquello. Solo deseo hacerte feliz. Ahora ya lo sabes todo, si quieres, me voy de tu casa y no regreso nunca más, pero… – me le quedé viendo, asombrado por su confesión. No sabía que hacer, pero mi cuerpo me pedía abrazarla, besarle los ojos, cargarla en mis brazos, no sé…, decirle que la amaba… sí, pero ¿De qué forma la amaba? ¿Cómo hermano… o como hombre?
– Mi princesa, mi hermanita linda, tú eres lo más importante en mi vida, desde que naciste. Siempre te he amado. Tal vez nunca he sabido que tipo de amor es el que te tengo, pero de que te amo, te amo, con toda mi alma. Necesito pensar, ordenar mis ideas, esto es muy fuerte… pero de aquí no te vas. Esta es tu casa y te necesito conmigo, a mi lado, en nuestra empresa, juntos como hasta ahora. Tú siempre has sido mi hogar. Cuando te veo se me alegra el día. No sé qué tipo de amor sea el que siento por ti, pero solo sé que es inmenso. Ahora necesito tomarme una copa de vino y acostarme a pensar, quisiera emborracharme, no sé…
Me levanté y fui a la cocina a buscar una botella de Chateau tinto y dos copas, la descorché y volví a la terraza. Me senté a su lado y serví las copas y bebimos. Esa mañana nos embriagamos allí sentados, juntos, abrazados. Borrachos… de amor.
Pasamos casi una semana sobre ascuas, ella y yo. Ella, esperando mi definición. Yo, tratando de entender, de diseccionar mis sentimientos hacia ella. Informé a la oficina que necesitaba unos días para arreglar unos asuntos personales y me dediqué a caminar por los alrededores de mi casa, por la montaña. Me pasaba casi todo el día caminando, en contacto con la naturaleza… y pensando. Recordé casi todos los momentos importantes de mi vida, desde que Rosi llegó a ella y las evidencias no mentían. Ella era lo más importante en mi vida, desde siempre. Claro, estaban por un lado mis viejitos queridos, los mejores padres que una persona pueda tener y por otro lado la mujer de la que me enamoré absolutamente y por eso me casé con ella, Miriam, pero que, en este momento, no estaba conmigo, no estaba en mi vida.
Mis mejores momentos, mis mejores recuerdos, los tristes también, siempre vinculados a Rosi, a mi princesa. Mi graduación, la de ella, la muerte de nuestros padres; el nacimiento, el bautizo y la primera comunión de Camila, mi matrimonio, los cumpleaños de todos nosotros, los triunfos empresariales, nuestras reuniones, siempre aparecía la linda cara de Rosi.
Rosa María, realmente, era mi hermana por adopción, no éramos parientes consanguíneos. No existía vínculo de sangre. Entonces, ¿habría incesto entre dos personas como nosotros? Yo no era abogado, sino ingeniero, pero evidentemente, por concepto, incesto es la Relación sexual entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de un tronco común. Y nosotros no cumplíamos con la regla. Por lo tanto, amarnos entre Rosi y yo no sería una monstruosidad, ni siquiera un pecado, para lo que a mí me importaba esa estupidez. Con esa convicción y muchas más que no podría relatar acá, por lo extensa que resultaría tal exposición, regresé esa tarde de viernes a casa, a verla. La encontré en su habitación, tumbada en la cama, medio dormida. Entré, me senté a su lado y la levanté, para abrazarla:
– Rosi, aquí estoy… he estado pensando mucho, tal vez demasiado y he llegado a una conclusión, sin presiones de ningún tipo, de nadie. Tú y yo somos hermanos por adopción, no consanguíneos y siempre hemos estado juntos, en las buena y también en las malas. Ya muertos nuestros viejitos lindos, tú eres lo más grande e importante que tengo en la vida. Tú, mi princesa y la loquita de Camila, mi princesita. Y te amo con toda mi alma. Si tú me amas como dices, aquí estoy para ti, en cuerpo y alma. No sé si en público, porque tenemos los mismos apellidos y somos hermanos de crianza, pero en privado seré todo tuyo. Si te parece correcto, suficiente, si me aceptas, desde hoy seré tu hombre y tú mi mujer. Te amo.
Rosi se arrodilló en la cama de frente a mí, me tomó la cara entre sus manos y me besó, al principio con mucho cariño, pero luego con mucha pasión… largamente… me dejó casi sin aliento. No habló en mucho rato, pero no era necesario. Con su mirada, con su lengua y sus manos, me dijo todo lo que tenía que decir. Esa tarde nos amamos intensamente, en descargo por todo el tiempo que nos habíamos cohibido de hacerlo. Descubrí que mí Rosi era una mujer muy sensual, sumamente ardiente y entregada. Me llevó al cielo y me regresó a la tierra varias veces. Cuando ya no podíamos más, luego de muchos orgasmos y varias eyaculaciones, me dejó sobre la cama y se recostó de mi pecho, para dormir abrazados, desnudos, sudados, pringados de fluidos masculinos y femeninos, olorosos a sexo y a amor.
Al amanecer del siguiente día estábamos derrengados pero felices.
Habíamos comenzado nuestra convivencia marital, mí Rosi y yo. Nos confesamos sentimientos que raramente personas comunes le confiesen a sus parejas. En mi lucha interna, había establecido que mi amor por Miriam no había desaparecido, que estaba en pausa, pero que, si ella regresaba a mí algún día, la recibiría, porque lo que sentía por ella era grande y fuerte. Que, sin embargo, mi amor por Rosi también era muy grande y que, si eso llegaba a pasar, estaría en una encrucijada difícil de resolver. Pero ese río lo cruzaría si llegaba a él. Mientras tanto, Rosi era mi presente y tal vez mi futuro. Y quería hacerla lo más feliz posible. Ella lo valía.
A partir de ese momento, se mudó definitivamente a mi casa. Dejó sola a Camila en el apartamento y con prohibición, por ahora de venir a mi casa. Hasta que aprendiera a respetarme.
Por las noches, en casa, luego que las muchachas de servicio se retiraran a sus hogares, solíamos desnudarnos y meternos en la piscina, con su agua climatizada, para relajarnos después de un día de trabajo y hacíamos el amor allí, dentro del agua, o encima de una tumbona o en el sofá de la terraza, o en la cocina, o en la escalera… en fin… Rosi era una mujer espectacular. Un cuerpecito de Diosa Griega, pequeña de estatura, pero con todos los componentes necesarios para hacerme feliz. Unas tetas de locura, con areolas grandes y rosadas, pezones grandes y suaves que se endurecían al menor contacto. Una cinturita estrecha, soberbio trasero con nalgas en forma de pera, que, al verlo desde la perspectiva de una penetración por detrás, adquiría forma de un magnífico corazón invertido. Unas piernas talladas, su pubis perfectamente cuidado, con un corte muy sugerente, una vagina de ensueño, profunda y con músculos fuertes y desarrollados, con un gran clítoris rosado enfundado en una especie de prepucio, unos labios externos grandes y jugosos y los internos escasos pero significativos. Su culito, un verdadero tesoro, elástico, profundo, acostumbrado al disfrute.
Hacerle el amor a semejante criatura se convirtió en un placer inconmensurable. Pensaba en ella todo el tiempo, mi vida social se convirtió en una tortura, porque me la pasaba con una erección de circo. No nos saciábamos fácilmente, así que teníamos contacto en la mañana al despertar, para empezar bien el día y en la noche al regresar, para disfrutar plenamente. Una noche cualquiera no terminaba antes de dos polvos. Ya por mi edad, no me sentía en capacidad de más de dos, pero a veces ella aplicaba su magia y lograba que mi mejor amigo le respondiera. Lo más importante, nosotros no follábamos, no. Nosotros hacíamos el amor, que era muy diferente. Muy diferente.
Un buen día, dos meses después, luego de un polvo de leyenda, bueno, todos eran de leyenda con ella, Rosi me pidió que le permitiera a su hija venir a casa para conversar. Le parecía que ya la chica había aprendido su lección y que merecía una oportunidad para el perdón. Yo pensaba que estaba hablando desde su perspectiva maternal, pero como yo no sabía cómo decirle que no, ni de antes, ni ahora, acepté. Tenía mis dudas, pero acepté. A Rosi nunca he podido negarle nada…
Llegó el viernes y en la noche se presentó en casa, sola. Se le veía serena, vestida con cierto recato, más mujer.
Me dio un beso en la mejilla, luego abrazó y besó a su madre y se sentó en la poltrona frente a nosotros. Me miraba fijamente a los ojos, sin parpadear siquiera y luego a los ojos de Rosi. Se turnaba. Al fin, luego de un rato en silencio los tres, me pidió que la perdonara:
– De verdad lo siento, tío. Sé que me he comportado muy mal contigo, que no te merecías eso de mí. Fui una loca desatada, vulgar, grosera… me arrepiento de lo que te hice. Perdóname, por favor.
– ¿Por qué lo hiciste? Necesito saber, para comprender porque mi niña linda, mi hija, se transformó de pronto en eso que has sido en los últimos meses. ¿Fue por algo que te hice o dije? ¿fue mi culpa? Necesito saberlo…
– Tío, me voy a confesar ante ustedes dos, porque no solo necesito tu perdón, sino el de mi mami también. Se que los lastimé a ambos.
Desde que era una niña me he sentido atraída por ti. Siempre te he admirado, como hombre… Cuando me desarrollé y me convertí en mujercita, empecé a sentir un gran deseo por ti. Me sentía enamorada, me sentía en el cielo cuando estaba contigo, cuando me cargabas, me abrazabas, me dabas besos y caricias… Puede que te parezca enfermizo, pero era mi realidad… Tú eres mi tío, el hermano de mi mamá, hasta mi padre eres, que hubiera deseado que realmente lo fueras, biológico, pero también eres para mí el hombre soñado… – hizo una pausa y luego continuó – Mi relación con mi tía Miriam nunca fue buena, porque ella tenía lo que yo deseaba. Nunca se comportó mal conmigo, al contario, siempre fui yo la que se comportó horrible con ella. Cuando Miriam se fue, me volví como loca, te vi triste, solo y pensé que era mi oportunidad, que yo podía llenar ese vacío en tu vida, en tu corazón, en tu cuerpo. Y me propuse hacer lo que fuera necesario para hacerte mío. Me puse muy loca, pero es que trataba de conquistarte, de volverte loco por mí… Quería que me desearas, que me tomaras, que me hicieras el amor. Quería ser tuya.
Lo de Juan Luis fue casi todo mentira, nuestra relación es maravillosa, él me hace todo lo que yo deseo y más. Pobrecito, lo malpuse con ustedes. Pero lo hice para poder tener tema de conversaciones íntimas y sensuales contigo. Quizás buscaba que tú te atrevieras a darme lo que yo te decía que me faltaba con él.
Juan Luis se convirtió en mi cómplice, contra su voluntad, porque nunca estuvo de acuerdo conmigo en lo que hice, pero se prestó porque me ama y es incondicional conmigo. Me le impuse, todo por si acaso tú o mami llegaban a hablar con él.
Me he dado cuenta que te traté mal, que no merecías mi acoso, me comporté como una zorra barata. Estuve muy equivocada, pero es que te amo demasiado. Juan Luis me ha estado ayudando mucho, me habla con cariño, me explica que hay cosas en la vida que son inalcanzables, que no se puede tener todo lo que se desea, en fin, trata de hacerme comprender que lo mío es una obsesión más que amor verdadero. Y vamos bien, por buen camino. Creo que el choque me lo diste cuando me botaste de tu casa y de tu vida. La he pasado mal, pero aquí vamos tratando de levantar cabeza.
Por favor, perdónenme.
Rosi y yo nos miramos a los ojos durante un buen rato. Ella estaba rendida ante su hija, pero yo aún tenía mis dudas, no estaba seguro de su total sinceridad y no quería caer por inocente. Sin embargo, ante los apretones de mano que me daba Rosi, entendí que debía “perdonarla”, así que:
– Está bien, hija, ambos te perdonamos. Volvamos a ser una familia unida, como siempre. Seguiré en mi papel de tío, de cuasi padre para ti y tu de mi sobrina, mi niña, no importa que ya seas una mujer. Pero te exijo respeto. Te trataré con cariño, como siempre, pero no te permitiré nunca más que me manipules. ¿Está claro, para ambas?
– Si, tiito, gracias, te quiero – respondió Camila.
– Y ahora soy yo la que debo comentarte algunas cosas que han sucedido por estos lados, en tu ausencia – le dijo Rosi y se sentó más recta en el sofá, con las piernas juntas y los dedos entrelazados, señal inequívoca en ella de que tenía que hablar de algo difícil, escabroso. Así fue como le contó todo lo relacionado a nuestra nueva situación.
La cara de Camila era un verdadero poema, sus labios se despegaron y parecía que se le iba a salir la baba. Cuando al fin su madre terminó de contarle todo, se recostó en la poltrona y juntó sus manos como tapando su nariz y boca, con los ojos casi desorbitados. De pronto, rebotó del asiento y se lanzó a los brazos de su madre, la abrazó, la besó en la cara y se soltaron ambas a llorar. Luego, con cierto temor patente en su mirada, poco a poco, se dirigió a mí para también abrazarme. Se lo permití con recelo, pero le di un abrazo cordial.
Me levanté del sofá y me excusé para irme al estudio y dejarlas solas. Tenían mucho de que conversar, chismear. Esas dos mujeres siempre estuvieron muy compenetradas, no importaban las circunstancias. Madre e hija y, además, amigas.
Más tarde cenamos juntos, en casa, pero comida solicitada al restaurante cercano y al finalizar Camila se despidió, aduciendo que su novio la esperaba ansioso.
El resto de la noche se lo dedicamos al amor.
Amaneció el sábado y después de desayunar, a media mañana, aparecieron por casa Camila y Juan Luis. Muy abrazados y felices y contentos. A Juan Luis la noticia de lo conversado en la noche le alivió mucho. Me comentó que eso devolvía a su chica a la tranquilidad, porque ya Camila no iba a pretender acostarse con su tío por ser éste propiedad de su madre. Eso era algo que no se permitiría jamás.
A partir de entonces, en nuestro entorno exclusivo, Rosi y yo con Camila y Juan Luis vivíamos nuestros idilios. En nuestra casa nos reuníamos los fines de semana para pasarla bien, juntos, en familia. Nuestra burbuja particular. En alguna oportunidad pasamos un fin de semana en Aruba, otro en Curazao y dos veces en Margarita, las dos parejas juntas.
Como medida de precaución, para evitar que nuestro romance fuese notorio, nos permitíamos algunas salidas con otras personas. Ella aceptaba algunas invitaciones a salir, como era su costumbre y hasta llegó a echar algún polvo casual. Por mi parte, alguna que otra vez salí con cierta señora muy amable que me hacía click, pero todo era por mantener apariencias.
Un jueves de mucho trabajo, con clientes por atender y mucho ajetreo en la oficina, pude darme cuanta que mi secretaria, Dalia, estaba muy nerviosa. La llamé a mi despacho para averiguar de que se trataba, pero no me dijo nada que ameritara ese comportamiento tan inusual en ella. Lo dejé así, pensé que sería algo muy personal que no quería compartir conmigo.
El viernes por la tarde regresé a casa temprano, a eso de las cuatro, para meterme a la piscina a relajarme un poco, después de una semana de trabajo agotador. Luego me daría una ducha y cenaría algo liviano antes de acostarme a dormir. Rosi saldría esa noche con uno de sus tantos pretendientes, otro pobre individuo que esa noche sería utilizado y luego desechado. Me puse una bermuda y cuando me dirigía a la piscina, sonó el timbre. Abrí la puerta y me quedé de piedra… Era Miriam. Pero no la Miriam que diez meses antes había salido por esa puerta. No. Esta Miriam que veía parada ante mí era aquella con la que me casé 17 años atrás. Me parecía estar alucinando:
– Hola Alex, ¿Cómo estás? ¿Puedo entrar? – me dijo al verme congelado frente a ella.
– Yo, este… Claro, pasa, estas en… tu casa… – y ni siquiera me apartaba para dejarle paso. Estaba congelado…
Ella me movió un poco para poder entrar, me tomó de la mano y se dirigió conmigo a la terraza. Una vez allí, se quitó el vestido, el sostén, la pantaleta y los zapatos y quedó ante mí en pelotas, como vino al mundo:
– Esta es la nueva Miriam, logré lo que me propuse y estoy aquí para mostrártelo. Necesito que me veas, que me escudriñes a total satisfacción. He trabajado mucho y muy duro durante estos diez meses para lograr algo que espero te satisfaga.
Yo la miraba alelado, sin saber si estaba soñando o alucinando. No había bebido, no podía ser… ella se dio una lenta vuelta, para mostrarse en todo su esplendor. Una mujer exquisita, como la recordaba de nuestros inicios. Al fin espabilé y la tomé de la cara, de su mentón y la besé. Besé sus labios con cariño, con ternura, al principio, luego con pasión. Metí mi lengua en su boca, ella la suya en la mía y no sé por cuanto tiempo estuvimos así, hasta que me tomó de la mano y se dirigió a la escalinata del principio de la piscina y entramos en ella, lentamente. Nos fuimos a su rincón preferido, donde las matas casi entran al agua y allí seguimos besándonos.
La descubrí entregada como la recordaba, explosiva, ardiente. Se enroscó en mis piernas, con el agua al cuello y me abrazó y besó con fuerza, con pasión, con furia, con… amor. Durante mucho rato, no sabría cuánto, estuvimos allí como dos enamorados que se reencuentran. El mundo no existía a nuestro alrededor, éramos solo nosotros dos.
Cuando pude respirar con normalidad, salimos de la piscina, nos secamos nuestros cuerpos y la tomé en mis brazos, para llevarla a nuestra habitación. La puse en la cama, con gentileza y me subí sobre su cuerpo. Hicimos el amor como nunca antes, parecíamos dos desesperados por entregarnos cada uno al otro. Ella tuvo tres orgasmos maravillosos, como no recordaba otro y yo eyaculé como cuando era un adolescente, potente y caudaloso. Al terminar, estábamos tirados en la cama, satisfechos de placer… y de amor.
Fue entonces que conversamos:
– El jueves, temprano en la mañana, llamé a tu oficina para hablar con Dalia, tu secretaria. Le pregunté si estabas y me dijo que si, que me comunicaba. Le pedí que no, solo quería saber si ibas a estar en casa el viernes por la noche. Ella me dijo que tal vez te irías a casa como a las cuatro, porque estabas cansado de una semana muy ajetreada. También le pregunté por Rosi y me dijo que estaba en su oficina. Le pregunté si sabía si iba para la casa contigo y me respondió que no, que esa noche del viernes iba a salir a cenar con alguien. De esa forma supe a qué hora venir. Quería encontrarte solo… hoy precisamente se cumplen diez meses que me fui. Le pedí a Dalia que no dijera nada de mi llamada, le rogué que me lo jurara. Por favor, no la culpes de desleal, me lo debía – me comentó.
– No te preocupes, no habrán represalias. Estoy asombrado, mi amor. Cuando te vi en la puerta me quedé congelado, no podía creer lo que mis ojos veían. Estas tan hermosa como te recuerdo de cuando nos casamos. Y lo que acabamos de hacer, no sé si será por el tiempo que no lo hacíamos, pero fue el mejor polvo de mi vida, te lo juro – le dije con el corazón en la mano.
– Fue duro, Alex, muy duro. Orlando, mi sobrino, se acababa de graduar del postgrado de Endocrinología y me prometió que me llevaría donde una profesora de él, contemporánea mía, que había pasado por una situación parecida a la mía. No podía tener hijos, se deprimió y empezó a engordar. Llegó a pesar 110 kg., una mujer que pesaba 50 cuando se casó. Pero se decidió a hacer el postgrado de Endocrinología y aprendió. Luego experimentó con ella misma y logró excelentes resultados. Esa doctora me atendió, me sometió a un tratamiento exhaustivo, de alto nivel, algo costoso, que debía seguir estrictamente, acompañado de ejercicios diarios y, sobre todo, de masajes corporales. Tuve que recurrir a tu contador, como me ofreciste, para cubrir los gastos. Orlando se mudó conmigo al apartamento de la playa, compramos los aparatos que la doctora me recomendó para ejercitarme y él personalmente me sometió a los masajes corporales dos veces al día, de lunes a domingo. A las 5 am, antes de salir para el hospital y a las 6 pm al regresar. Media hora de masajes totales cada vez, para lograr que la piel estirada por el sobrepeso se fuese adecuando a la pérdida de masa corporal, paulatinamente. Se convirtió en un capataz, solo le faltó el látigo, pero le estoy altamente agradecida, sin su tenacidad no lo hubiera logrado. Lo adoro por eso. Han sido diez meses de mucho sacrificio, de mi parte y de la de él también. Duro, pero aquí tienes el resultado. Creo que te gustó, por la forma en que me miraste y sobre todo por la manera en que me hiciste el amor hace un momento. Para mí también fue el mejor polvo que puedo recordar – me informó y luego se echó a llorar.
La abracé y le dije que la amaba y que le estaba realmente agradecido del esfuerzo que había realizado y la admiraba por ello. Valió la pena, desde mi punto de vista:
– Bueno, Miriam, aquí estas de nuevo, en tu casa. Bienvenida a mi vida, nuevamente – le dije, con total honestidad.
– Si me aceptas, con gusto regreso a tu vida. Por eso me fui, para recuperarme para ti y por eso estoy aquí, ahora, pero… tengo una condición para volver a tu vida. Es algo que no estaba en mis cálculos, no fue premeditado, pero sucedió y estoy atada a eso. No sé si estés preparado para algo así, pero tengo que ser honesta. Si no lo puedes aceptar, tendré que irme para siempre…
– Me estas matando de la intriga. No te voy a dejar ir de nuevo, no importa lo que sea. Te amo con toda mi alma, no puedo darme el lujo de perderte.
– Pues… se trata de Orlando. A él le debo todo lo que logré. Se mudó conmigo para poder hacerlo y ya entenderás que someterme a los masajes, totalmente desnuda, pues… no somos de palo. Siempre lo he amado, es mi sobrino y ahijado, lo adoro y él a mí. Soy su tía preferida y aunque estaba gorda y fea, terminamos haciendo lo que es considerado prohibido entre tía y sobrino, pero… lo hicimos. No tuvo ascos conmigo. Desde entonces somos amantes y no puedo dejarlo a un lado. Seré tu esposa, te seré fiel en todo sentido, salvo… pero él seguirá siendo mi amante. Esa es mi condición. No es negociable… – me quedé nuevamente paralizado. Miriam había cambiado radicalmente. No era solo su cuerpo, también su psiquis. Esto del amante, jamás me lo hubiera dicho así, de frente, hace un año. Pero… yo también tenía mi condición…
– Miriam, yo también tengo una condición. Tal vez te asombres, pero ya que tú eres tan clara conmigo, yo debo hacer lo mismo contigo. Estos últimos meses, tú ausente, Rosi estuvo conmigo. Y no es simplemente la compañía de mi hermana. No, Rosi es mi amante. Solo pasó. Mi tristeza y soledad, su secreto de toda la vida…, solo sucedió. Y la amo con toda mi alma, como hermana, que ya lo sabías y como mujer, que te estas enterando ahora. Ella no es de mi sangre, fue adoptada por mis padres, así que técnicamente no es incesto, pero es mi hermana de crianza. Te amo a ti, con todo mi corazón, Dios es mi testigo y quiero que regreses a mi vida, pero no podré dejar fuera a Rosi, porque también la amo. Tu no podrás dejar fuera a Orlando, así que tendremos que vivir con eso. Yo… lo… acepto – y me quedé a la expectativa…
Miriam me miró fijamente a los ojos y me pidió que esperásemos a mañana para definir nuestra situación. Ella llamaría a Orlando para que viniera mañana a almorzar con nosotros, en casa y me pidió que hiciera lo mismo con Rosi, para enfrentarnos todos y saber a qué atenernos. Reflexioné un poco al respecto y acepté.
Esa noche, a partir de ese momento, fue diferente. Mucha pasión, mucho amor, pero también hubo un baño de realidad, de conocimiento de la existencia de otra persona en el corazón de cada uno de nosotros. Hicimos el amor otra vez, de la forma que tanto nos gustaba, yo sentado en el sofá de nuestra habitación y ella cabalgándome, nuestros cuerpos frente a frente, con movimientos lentos, caricias y besos, con mucho amor, con ardor, pero sin frenesí. Duramos más de media hora así, ella logró cuatro orgasmos de locura antes que yo me volcara en su maravillosa vagina con todas mis ansias. Y quedamos rotos de tanto amor, abrazados en el sofá, todavía conectados genitalmente, hasta que la naturaleza nos llamó al baño. Después nos acostamos y, abrazados como dos amantes satisfechos, nos quedamos dormidos hasta el amanecer.
Desperté al amanecer y automáticamente miré a la maravillosa hembra que yacía a mi lado, aún dormida, pero con una sonrisa en la cara. Se veía bella, preciosa, estupenda en su total desnudez. Me levanté para ir al baño, pues me estaba reventando y en eso ella también despertó. Continuaba sonreída, graciosa, parecía feliz:
– Buenos días, mi amor, ¿Cómo amaneces? – le pregunté…
– Muy bien, feliz después de los agotadores acontecimientos de ayer – me respondió con una mirada sincera.
– Bueno, ayer acordamos llamar a Orlando y Rosi, para que se nos unan hoy y establecer nuestro nuevo orden, ¿Cierto? – le propuse.
– Si, mi amor, así es… después de ducharme, lo llamo – y se levantó para ir al baño.
Yo, por mi parte, tendría que esperar unas horas para llamar a Rosi, puesto que anoche había salido de parranda y debía estar dormida y hasta enrratonada. Así las cosas, me metí a la ducha con Miriam, para empezar bien el nuevo día.
Luego de un baño bastante alegre, con jabón, caricias y otras cosas, salimos a vestirnos, pero nos quedamos mirando y de pronto, de común acuerdo, nos tiramos sobre la cama. Esta vez no hicimos el amor como anoche, en su lugar follamos. Si, me la tiré como en nuestros mejores tiempos, con mucha pasión, con fuego de parte y parte. En medio del juego, le metí un dedo por el ano y se estremeció. Tanto que enseguida me pidió que la enculara, por lo que de inmediato le preparé el orto para la inminente invasión. Tomé aceite de bebé para acariciarla en su entrada posterior, para luego introducir ya esta vez dos dedos de primera. Los moví con suavidad hasta comprobar que iba dilatando y entonces metí un tercero. Ese gentil ano de mi esposa empezaba a expandirse, para acoger mi penetración, que por demás sería profunda. Me coloqué un condón, rápidamente y lo introduje por etapas, primero el glande, descanso, luego el glande y un poco más, descanso nuevamente, lo saqué y nuevamente lo introduje, esta vez hasta la mitad. Ella gemía suavemente, nunca fue una hembra escandalosa, pero sus leves gemidos me excitaban mucho. Luego de tenerlo hasta la mitad, lo saqué y lo empujé de nuevo, esta vez se dejó colar casi hasta el tope. Mi mujer emitió un pequeño gritito, mezcla de dolor y placer, como solía pasar. Me dijo que se había desacostumbrado al tamaño de mi pieza.
Una vez penetrada profundamente, empecé con unas embestidas suaves, rociando aceite en el tallo de mi arma, de vez en cuando, para lubricarle bien su anito. Paulatinamente incrementé el ritmo y fue cuando ella decidió tomar el control. Comenzó a darme una culeada de hembra sabrosa, de esas que te dejan maravillado. Durante un buen rato llevó un ritmo casi que musical, tropical latino, hasta que se cansó y por tanto yo retomé el control. Nuevamente mete y saca lento, aumentando poco a poco el ritmo hasta que, después de cinco orgasmos de ella, casi que encadenados, exploté en sus entrañas. Desde siempre, el sexo anal le resultaba en el doble o más de orgasmos que el vaginal. Le llené su lindo culito de semen, como tantas otras veces en el pasado, solo que ahora significaba mucho más que antes. Era el renacer de nuestra relación, una relación que, hasta 24 horas antes, daba por perdida.
Caí sobre su cuerpo, exhausto pero feliz. No había nada más delicioso que culearme a Miriam.
Luego de recuperarnos, nuevamente a la ducha y ponernos unas batas para bajar a desayunar.
Desayunamos frutas y cereales, café y nos fuimos a la terraza. Allí, como a las 9 de la mañana, llamó a Orlando para convocarlo.
– Aló, Orlando, ¿Cómo estas, mi amorcitico? – le preguntó ella.
– Bien será, amorcitico, esperando tu llamada. ¿Cómo te fue? ¡Me tienes en ascuas! – respondió Orlando.
– Mejor de lo que me esperaba, se impresionó al verme. Conversamos mucho, hablamos todo y queremos que vengas para hablar. Es importante. Él quiere verte – le dijo Miriam.
– ¿Le contaste todo? – inquirió él.
– Si, todo, sin omitir detalles – respondió ella.
– ¿Será que me va a disparar? ¿No tiene una pistola por ahí? – le dijo en broma, pero con cierto apremio.
– Nada de eso, Alex es un hombre civilizado. Te esperamos, no tardes.
Colgó y me premió con una dulce mirada:
– Está nervioso, me preguntó si le ibas a disparar o algo parecido, pero ya viene. Él es un hombre de verdad, responsable. Dará la cara, te lo aseguro. Ya no es un muchacho.
– ¿Cuántos años tiene ya? – le pregunté.
– 26 – me dijo.
A eso de las 11 de la mañana, abrazados en el sofá de la terraza, llamé a Rosi:
– Alóoo, hola, mi amorrr – me respondió ella, con voz de recién despertada.
– Hola, bonita, ¿Cómo amaneces?
– Será bien…, aunque estoy un poco zarataca todavía. Ese hombre bebía como un cosaco y me servía uno tras otro. Cogí una mona con pedrigree – agregó ella, en su lenguaje más coloquial.
– Necesito verte hoy, a más tardar en unas dos horas, aquí en casa. Solo a ti, no quiero ver aparecer por aquí a Camila. Es muy importante.
– Me pones a mil, el ratón que tengo parece un conejo, de lo grande. Déjame darme un baño de agua fría para ver si cojo mínimo, me visto y me voy.
– De acuerdo, tómate algo para el ratón, una Sal de Frutas, algo así para que te repongas. Al llegar aquí te tomas una cervecita, para completar. Te espero, chao.
Colgué la llamada y nos pusimos a la espera. Seguíamos abrazados en el sofá de la terraza, frente a la piscina… me empezaba a parecer que la diosa fortuna volvía a sonreírme.
Poco después llegó Orlando, un tanto nervioso, pero decidido. Miriam lo recibió en la puerta, se dieron un piquito y entraron hasta la terraza, donde yo los esperaba. Me estrechó la mano, con firmeza y lo invité a sentarse. Miriam y yo en el sofá, ella abrazada a mí del lado izquierdo y él en un sillón frente a nosotros y le dije:
– Orlando, Miriam llegó aquí ayer tarde, antes de oscurecer y me deslumbró. Esa es la palabra, me deslumbró. Todavía estoy asombrado del cambio que se operó en ella. No solo en su cuerpo, sino también en su mente. Por todas las cosas que hablamos ayer y esta mañana, entiendo que en gran medida te lo debemos a ti. Sin más vueltas que darle al asunto, te estoy muy agradecido de que me hayas devuelto a la mujer que creí perdida, aunque te hayas quedado tú con una parte – le expuse seriamente.
– El logro es exclusivamente de ella, yo solo le tendí una mano, pero el esfuerzo, el valor, la constancia, el verdadero motivo, es solo de ella. Es una gran mujer, es mi tía querida, mi madrina y… bueno… la admiro y la adoro – me respondió.
– Bueno, si seguimos ensalzándola, se nos puede poner pretenciosa. Quiero que sepas que la amo con toda mi alma, como siempre ha sido. No creí posible recuperarla, pero ahora estoy feliz por eso y no estoy dispuesto a perderla de nuevo. Ella me ha puesto una condición única e ineludible para volver conmigo…, tú. Si no lo acepto, se va y la pierdo definitivamente. Pero yo también le puse una condición, también única e ineludible, mi hermana Rosi, tú la conoces… la estamos esperando. No puedo ni quiero hacerla a un lado, así que ahora seremos cuatro. Yo seré el cornudo – dicho esto, miré a Miriam y luego a Orlando, intermitentemente, para poder captar sus reacciones.
Miriam respiró profundamente, ya más tranquila y se levantó de mi lado, se acercó a Orlando y lo besó en la boca. Le apretó las manos, como felicitándolo y luego regresó a mi lado, para también besarme. Se acercó a mi oído y me susurró:
– Te amo con toda mi alma. Siempre seré tuya.
Nos servimos unas cervecitas vestidas de novia y brindamos por mis cuernos. En eso estábamos cuando apareció Rosi, con un vestidito floreado a media pierna, con tacones bajos y una cara de trasnochada que solo su enorme belleza podía hacer lucir. Al ver a Miriam allí, se quedó de una pieza, tal como me pasó a mi ayer. No lo podía creer:
– ¡Coño! ¡Todavía estoy rascada! ¿Eres tú, Miriam? ¡No lo puedo creer, mujer, estas increíble! – y se le acercó, la tomó de los brazos y la examinó más cercanamente. Luego la abrazó y felicitó, se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, de hermano. Después miró a Orlando y se acercó a él, le dio un par de besos, al estilo del saludo de los españoles y se dejó caer en el sofá, a mi lado derecho, con los ojos muy pero muy abiertos, de la impresión.
Así las cosas, procedí a comentarle todo a Rosi, desde el principio, sin omitir detalles. Le ofrecí una fría vestida de novia, para ahuyentar el enorme ratón que traía y seguí mi relato. Miriam y Orlando me apuntaban algunas veces, hasta que todo, realmente todo, quedó cubierto… O descubierto. Rosi no salía de su asombro, especialmente cuando destapé nuestra “incestuosa” relación. La aclaré suficientemente, con lo de la adopción que nos convertía solo en prójimos, hermanos por adopción, pero no de sangre. Dejé muy claro, aunque sin segundas intenciones, que más incestuosa era la relación de Miriam y Orlando, porque él era hijo de la verdadera hermana de ella. A estas alturas del partido, ya me importaba un carajo cualquier cosa de esa índole. Estaba feliz de haber recuperado a mi mujer, el amor de mi vida y de poder conservar, sin esconderla, a mi querida Rosi. Eso sí, la número uno sería Miriam.
Miriam también aclaró que yo era su número uno.
Ya aclarado el panorama, nos pusimos los trajes de baño y nos metimos en la piscina, donde dimos rienda suelta a nuestra alegría. Yo besé innumerables veces tanto a Miriam como a Rosi, para dejar patente que ambas estaban en mi corazón y Miriam se besó también con Orlando para marcar territorio igualmente. Rosi miraba los acontecimientos hasta que, en un arranque más típico de su hija que de ella, besó a Orlando en la boca. Fue un beso corto, pero sustancioso. El pobre “se quedó en el aparato”, parafraseando la hípica, no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Entonces ella lo besó de nuevo, más apasionadamente, para ver si el hombre aterrizaba. Miriam y yo nos reímos a carcajadas, tanto por la acción de ella como por el arrobamiento de él. Rosi se justificó en que ella era la única que no jugaba doble y que, además, ese Orlando se veía muy buenmozo, arrebatador y hasta provocativo.
Solicitamos almuerzo al restaurante cercano, que hacía entregas a domicilios de la zona y nos bebimos una botella de vino. Luego del almuerzo, otra botella y así pasamos la tarde. Cenamos, nuevamente del restaurante y seguimos bebiendo vino. Rosi empalmó la de anoche con otra, de manera que luego de cenar, tomó a Orlando de la mano y se lo llevó a su habitación. Poco rato después se escuchaban sus gemidos, muy quedos pero audibles. Miriam sonreía, satisfecha. La cosa se ponía buena, mucho mejor que en la etapa anterior.
Esa noche nos dimos sin medida. Miriam me aseguró que esta vez estaba dispuesta a dejar salir la puta que toda mujer lleva dentro, para satisfacerme. Que era una asignatura que tenía pendiente conmigo. Una vez satisfechos como animales, me levanté y fui a la habitación de Rosi. Desperté a Orlando y lo envié a mi habitación, donde Miriam lo esperaba. Yo me acosté al lado de mí Rosi y traté de despertarla, para amarla, pero me fue imposible. Al poco rato, me quedé dormido, abrazado a ella.
El domingo en la mañana, ya con el sol bastante alto, los cuatro nos levantamos y decidimos tomarnos un café para terminar de despertarnos. Y conversamos sobre el ajetreado día de ayer, donde ocurrió de todo, hasta lo impensable.
Y pregunté:
– Miriam, ¿Cómo te sientes ahora, en este momento, aquí en tu casa conmigo otra vez?
– Me siento feliz, renovada, muy contenta, porque logré regresar a ti…, y sin perder a mi Orlando. Y, además, porque tengo la impresión que ahora, mi cuñi y yo vamos a llevarnos muy bien – dijo mirando directamente a los ojos de Rosi.
– ¿y tú, Rosi? – la interrogué directamente…
– Pues, asombrada todavía. No me lo puedo creer lo que ha logrado Miriam. Estas perfecta, yo creo que más linda y buena que antes, no sé si es que todavía estoy borracha. Y esto del incesto, cada día me está gustando más… y tú, Orlando, no te me alejes… porque te persigo, mi amor…
– ¿Qué dices tú, Orlando? – le pregunté…
– Pues nada, yo estoy muy orgulloso del logro de Miriam, le costó mucho esfuerzo y dedicación. Fueron 10 meses de trabajos forzados. Y lo logró. No creo que muchas personas tengan esa fortaleza de carácter, por eso la admiro tanto… y la amo… Sé que es tuya, Alex, desde siempre lo ha sido, pero como tú mismo dijiste ayer, un pedacito de ella es ahora mío. Y Rosi, por Dios, hermosa mujer, anoche me hiciste muy feliz, de verdad. No te imaginas cuánto.
– Bueno, mi turno. Yo sigo bajo los efectos del asunto Miriam. No salgo de mi asombro, te veo tan hermosa como siempre, estas realmente divina y, además, tu parte emocional no solo intacta, sino renovada. Le doy gracias a Dios, a Orlando y a ti misma. Y de todo esto, salió que mi querida Rosi, mi hermana del alma, sea ahora también mi mujer. Y que mis dos mujeres se toleren y además se respeten, para mí no tiene precio. Ahora soy un cornudo, pero feliz. Pero debo recordarles que toda esta felicidad que estamos experimentando no puede trascender de estas paredes. Allá afuera seríamos incomprendidos, por no decir cosas peores. La hipocresía de nuestra sociedad es mucho más grande que la suma de toda nuestra felicidad. No podemos contarle de esto a nadie, ni siquiera a nuestra sombra.
A partir del regreso de Miriam a nuestra casa y a mi vida, Rosi decidió regresar a su apartamento, para dejarnos espacio, para permitir que nuestro renacer fuese más cómodo. Sin embargo, le dejamos claro, ambos, que ésta seguía siendo su casa por derecho propio. Y de su hija… Pero ese tema teníamos que verlo con mucho cuidado. De esa manera, entre el lunes y el martes, Rosi se llevó sus cosas, dejando solo aquello que merecía tener en nuestra casa, para sus momentos con nosotros.
Cierta noche de un miércoles, después de un día de intenso trabajo, Rosi se vino a casa para pasarla con nosotros y tratar de tener su “media hora” conmigo. Lo necesitaba. Se puso su bikini y se nos sumó en la piscina, con cara de cansada, pero con ganas de divertirse. Su relación con Miriam ahora era estupenda desde el regreso de mi esposa, tanto que hasta parecían amigas entrañables de toda la vida. Por una llamada que entró a mi celular, salí de la piscina y corrí a la terraza. La tomé, era del contador y me senté de espalda a ellas, para conversar sin distraerme, para poder centrarme. Cuando finalizó la llamada, traté de volver al agua, pero me quedé asombrado de lo que vi… Miriam y Rosi se estaban dando lata entre ellas, de una forma realmente apasionada. Por un momento no supe que hacer, si entrar al agua como si nada o quedarme quieto y no estorbar. Me dio mucho morbo verlas así, besándose con furia, comiéndose, literalmente. Me quedé sentado en una tumbona y les dejé hacer. Mucho rato después, aquellas dos hembras se calmaron y me miraron, un poco turbadas, pero felices y me llamaron. Me acerqué a ellas sin hacer comentario alguno hasta que ellas, al unísono trataron de hablar a la vez. Nos reímos nerviosamente y entonces fue Rosi la que atinó a decir:
– Lo siento, mi amor, no sé qué me pasó, estábamos paradas aquí, de pronto mi mano tropezó con el culo de Miriam, ella volteó a mirarme y nos quedamos como lelas, mirándonos a los ojos sin decir nada y solo me acerqué a sus labios y la besé… no sé por qué, pero fue… muy… rico… – me dijo Rosi con mucho nerviosismo.
Yo seguía mirándolas a las dos, sin decir nada. La verdad, me había impactado la situación, pero también me había gustado, había sido una experiencia muy particular. Mis dos mujeres amadas, cuñadas y solo desde hacía poco tiempo medio curruñas, en un acto totalmente lésbico, delante de mí. ¡Que arrecho!
– Alex, mi amor, yo tampoco sé bien lo que nos pasó, a mí nunca se me había ocurrido besarme con una mujer, siempre me he considerado totalmente heterosexual, no me gustan las mujeres ni para amigas, pero cuando ella se tropezó conmigo, con mis nalgas, sentí un corrientazo por todo el cuerpo y luego la veo mirándome a los ojos y no me pude controlar. Te juro que no entiendo, pero de que fue rico, fue rico – se explicó Miriam, a lo que Rosi, supongo que, en señal de camaradería, le agarró una mano bajo el agua.
– ¿Lo volverían a hacer? – les pregunté… ellas se miraron y al poco asintieron ambas con movimientos de cabeza y sonrisas cómplices…
– Pues yo estoy muy excitado con esto, así que mejor nos vamos a nuestra habitación los tres, porque esto no se queda así. Quiero hacer el amor con las dos – les dije, en un estado de excitación muy fuerte.
Nos fuimos a la habitación, nos duchamos juntos los tres, nos secamos el cuerpo y a la cama. Allí empecé a acariciarlas a ambas a la vez, simultáneamente, disfrutando de esos dos cuerpos maduros y hermosos que se me ofrecían con gusto. Las besé, les chupé los pezones, me comí sus coños, las masturbé y me chuparon a dúo, seguimos con caricias a nuestros sexos, yo a ellas, ellas a mí. Cuando ya consideré que mis dos hembras estaban a punto de caramelo, las hice poner sus culos en pompa, una al lado de la otra y empecé a puntearles sus vaginas con mi pene. Una y otra, una y otra. Un verdadero carrusel de sensaciones me invadía, de tener rendidos ante mí esos dos traseros tan exquisitos, tan suculentos. Metí mis dedos, acaricié en forma sus clítoris y luego penetré a Miriam, profundamente, de un todo. Le di duro, con ganas, me la follé. Sentí que mi pene llegaba hasta el fondo de su vagina, a la entrada misma de su útero. Le di múltiples bombazos, uno tras otros, sin parar, durante varios minutos. Sus leves gemidos eran gratificantes a mis oídos, me hacían sentir grandioso. Luego se lo saqué y se lo metí a Rosi, igual de profundo y le di muy buenas estocadas, a fondo, entrando y saliendo. Ella gemía como nunca, desesperada. Aquello era épico. Ese fue nuestro juego durante más de 20 minutos, según nos informó Miriam porque tenía de frente el reloj despertador. Mete y saca, mete y saca, cambio, mete y saca, mete y saca, cambio. Solo se oían los gemidos de mis chicas, que, por demás, eran hembras silenciosas y discretas en eso de gemir y gritar. Luego empecé a dejar caer gotitas de aceite de bebé en sus agujeros negros, preciosos y deliciosos y a meterles un dedo primero y luego dos. Los gemidos se multiplicaron. Con verga entrando y saliendo de su coño y mis dedos fallándole su culito, Miriam tuvo su segundo orgasmo y se desplomó con mis dedos aún en su culo y mi verga hasta el fondo. Me cambié a Rosi y la penetré igualmente hasta que obtuvo su segundo orgasmo, esta vez extensísimo. Tanto que casi se desmaya. Cayó sobre el colchón y yo sobre ella, pero no había terminado aún. Miriam se dio cuenta de ello y entonces me hizo parar y desconectar a Rosi, me agarró la verga y se la llevó a la boca y me dio una mamada marca ACME. Con garganta profunda y todo. Allí quedé roto. Caí entre las dos. Miriam se tragó todo mi semen y fue entonces cuando Rosi revivida le lamió los labios y alrededores, limpiando los restos. A partir de allí, se concentraron en darse placer entre ellas y me dejaron de voyeur, en primera fila. Se dieron con todo, con muy poca pericia, pero con mucha pasión. No era mi primer trío, antes de casarme con Miriam había tenido cuatro oportunidades diferentes, pero no con hembras de esta categoría. Y la mejor parte fue la de ellas; por lo sensible de mi posición, algo que nunca había presenciado. Se trataba de mi esposa y de mi hermana-amante. Fue realmente un espectáculo VIP.
Desde esa noche, Rosi aceptó totalmente que Miriam había vuelto y que por ello la desplazaba a un papel secundario en mi vida. Lo comprendió y se adaptó. Pero al menos, seguimos siendo amantes. Y ella y Miriam se siguieron divirtiendo, de vez en cuando. Ninguna de las dos tenía experiencia previa ni estaban interesadas en otras mujeres, pero entre ellas, bueno…
A la noche siguiente, Rosi se llevó a Orlando a su habitación, sin decirnos ni pío. El hombre había ido a mi casa para conversar con Miriam sobre los resultados de unos exámenes de rutina que ella se había realizado días antes de reaparecer, pero no pudo, porque mi querida hermana lo secuestró apenas lo vio entrar. Ellos también se dieron con todo, por los gemidos que se podían escuchar.
Orlando regresó al apartamento de la playa, donde seguiría viviendo por espacio de seis meses más, mientras le salía su traslado al Hospital Universitario y lograba colocarse en alguna clínica privada. Mantuvo contacto estrecho con Rosi, que se hallaba realmente interesada en él… y él en ella. Miriam le dejó su automóvil, el que se llevó cuando se fue, en agradecimiento. Yo no puse objeciones a nada de lo que ella decidiera. Estaba en pleno derecho. Debido a eso, le asigné el Mazda Miata de color rojo, que había comprado poco antes de su partida para levantarle el ánimo y que tanto le llamaba la atención. Un buen cofrecito para esa magnífica joya.
El tema Camila resultó más sencillo de lo que temí. Simplemente, un sábado en que estábamos reunidos los cuatro confabulados en la piscina, desnudos y bebiendo en plena bacanal, creyendo que ella y su marinovio estaban de viaje, se presentaron de improvisto y nos encontraron con las manos en la masa. Se quedaron estupefactos, si se puede utilizar una palabra tan rimbombante. Ya ellos habían visto a Miriam y conocían la historia de su logro y sabían lo de Rosi conmigo, desde antes de reaparecer Miriam, pero ignoraban nuestra confabulación. Como no querían quedarse al margen de nada se desnudaron y se metieron en la piscina, con nosotros y se prendió el peo. Esa tarde cada uno de nosotros folló con cada uno de los integrantes del sexo opuesto presentes. Por fin Camila se pudo acostar conmigo. Bueno, eso fue un eufemismo, lo hicimos dentro de la piscina, parados y luego fuera de ella, en una hamaca, yo sentado a horcajadas y ella cabalgándome. Y el zángano de Juan Luis esa tarde se raspó a Miriam y a su adorada suegra, en fila india. Miriam tuvo que regañarlo porque era demasiado fogoso, una fuerza bruta desencadenada. Tuvo que calmarlo primero y enseñarle a tratar con damas maduras. Rosi, por su lado, fue embestida por el tipo, pero ya más tranquilizado por Miriam y le arrancó unos cuantos inusuales gritos. Según las chicas, el arma del joven amante era poderosa, grande y gruesa, casi como la mía, pero yo era más sutil y gentil con mi gran aparato y Orlando, bueno, sin tener un gran cañón, era todo un gentil amante, lleno de habilidades seductoras, ratificado por Andrea.
Todo resultó muy heterosexual, nada homo. Y fuimos muy felices, tanto que ese tipo de reuniones se realizaron con mucha frecuencia a partir de ese momento, en nuestra piscina. Un secreto entre seis que hasta el día de hoy se ha mantenido.
Al poco tiempo Camila y Juan Luis se casaron y tuvieron una princesita linda como su madre, su abuela y su bisabuela; la llamaron Sol, en memoria de la bisabuela Soledad; Miriam y yo seguimos juntos y felices y Rosi por su lado y Orlando por el suyo, pero se veían con mucha frecuencia entre ellos y ambos siempre muy cerca de nosotros. Nunca le había conocido un amante a mi hermana que pasara del segundo round. Y nos reuníamos todos de vez en cuando, en privado siempre, en nuestra burbuja.
FIN