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Mi nombre no tiene importancia, lo que realmente sí tiene interés, es la situación que viví hace unos pocos días al llegar de un ensayo con la orquesta sinfónica de Lisboa. Soy pianista y suelo andar de un lugar hacia otro interpretando conciertos clásicos.

Mi mujer es de carácter bondadoso y su físico es más bien rollizo, lleva gafas para ver mejor, un pircing en la nariz más bien discreto y unos pechos considerables. Viste por lo normal con tejanos, jersey holgado y bambas cómodas.

Somos una pareja fiel, jamás le he puesto los cuernos ni ella a mí, al menos que yo sepa. La amo con locura y sus sentimientos hacia mí, son mutuos.

Por eso, decidí darle una sorpresa y llegar un día antes, pues el concierto de Mozart lo teníamos más que aprendido.

Al abrir la puerta de mi hogar, noté que las persianas estaban medio bajadas y la luz mortecina de la tarde, daba paso de forma tímida.

En el pasillo observé ropa tirada a diestro y siniestro, unos tejanos, un jersey, una camisa de hombre, unos calzoncillos y unas bragas de color rosa. Una ligera música sonaba desde mi habitación y con ella, empecé a discernir susurros, risas y unos largos y cálidos orgasmos.

Mi corazón empezó a latir a mil por hora.

No podía ser cierto.

Pero lentamente, sigilosamente, me asomé a la puerta entornada y pude observar, tragando saliva, como Sofía, mi querida mujer, se movía tranquilamente, entregándose con auténtica pasión, sobre el cuerpo desnudo de un hombre. Los pechos de ella, una 130 de pezones llenos de gloria, los lamia un hombre bastante más mayor que ella. Se besaban en la boca, entregándose en cuerpo y alma.

Primero sentí dolor y al instante, noté una fuerte erección que no entendí, pero que empecé a disfrutar, pues ver a Sofía follar, me ponía muy cachondo.

Rápidamente, en medio del pasillo me desnudé y empecé a acariciar mi polla, húmeda y bien grande, mientras veía a mi esposa al borde del orgasmo y como le daba placer a su amigo.

Cuando se corrieron, gritando como animales, yo hice lo mismo.

La crema de mi leche, salió a borbotones e intenté gritar lo menos posible.

Sofía besó a su amigo y descendió hasta su flácida polla, pero lentamente fue lamiendo su glande hasta hacerlo crecer. Era casi el doble de enorme que el mío.

Mientras jugaba con él, el hombre acariciaba su gran trasero, en el que mi mujer tiene un tatuaje precioso.

-Sofía, cariño, me corro otra vez.

-Hazlo Amiend, descarga tu leche en mi boca.

Los gritos de placer eran como dulces sinfonías de amor.

Amiend se convulsionó y Sofía se tragó toda la descarga.

Yo, mirando, me corrí de nuevo.

Pero esta historia no acaba aquí, las cosas, creo que irán mejorando.

Gracias cariño, mi Sofía, por darme tanto.

Como me encanta verte follar y dar placer a tu amigo.

Pronto, no obstante, le explicaré que la vi y que quiero participar yo también.

David caricias

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