Inocente o culpable, pensé; cualquiera, ya no importa. Por mi mente desfilaron cada una de las balas que disparé, recordé el rictus de miedo y dolor al ver como se le escapaba la vida; no pude menos que lamentarme…
-¿Cuál es el veredicto? -preguntó el juez.
-Al acusado se le encuentra…
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Cerré la puerta al entrar a la recámara mientras, con una mirada que no dejaba duda de mi intención, me acerqué a mi mujer.
-Ni lo pienses -dijo- no estoy de humor.
-Hace días que no lo estás -respondí disgustado- ¿te pasa algo?
-Nada, solo no tengo ganas.
-Cariño -dije cambiando mi tono- no me hagas esto, quiero estar contigo el poco tiempo que estamos juntos.
-Mañana -contestó apagando la lámpara mientras me daba la espalda- mañana.
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-¿Martha? -pregunté- soy Raúl, comunicame con mi mujer por favor; no responde a su teléfono.
-Raúl -respondió un tanto nerviosa- Liz fue al baño, algo debe haberle sentado mal, ahora que regrese le digo que te marque.
-Gracias -agregué- su madre me llamó, está preocupada porque tampoco le toma la llamada.
-¿Raúl? -preguntó pasados los minutos- perdona que no te contestara pero salimos y deje mi teléfono.
-¿Salieron?, ¿ya estás mejor? -dije- me comentó Martha que te sentías mal.
-Si, ya mejor -respondió titubeando- por eso salimos… a la farmacia.
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-¿Cómo estás amor? -dije al entrar a casa con sus flores preferidas.
-Aburrida, la pasé todo el día encerrada -dijo tomando el ramo y colocándolo en la mesa.
-Vine por la mañana y no estabas -mencioné fijando la mirada en ella.
-Bueno -respondió volteando el rostro- solo salí a comprar algunas cosas que hacían falta.
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-¿Estás molesta? -pregunté.
-No Raúl, es solo que me sorprendiste; no sabía que venías.
-Reservé para cenar -dije- en el lugar que te gusta, hoy es nuestro día.
-Estoy con mis amigos Raúl, no los puedo dejar.
-Entenderán que quiero estar con mi esposa, además, se ve que Martha ya se iba e imagino que él también.
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-¿Diga? -pregunté al contestar mi teléfono.
-¿Oficial Díaz? -dijo la voz al otro lado de la línea- tiene un recado de la central.
-¿De quién es?
-La hipotecaria -respondió- trataron de comunicarse pero no atienden a su llamado y el pago no se ve reflejado.
-Gracias, yo me encargo.
Tercer intento y su número me enviaba directo a buzón de llamadas, comenzaba a preocuparme; ¿le pasaría algo?, ¿dónde podría estar?
Encaminé mi rumbo a casa, intenté de nueva cuenta comunicarme pero fue en vano; en realidad me sentía muy preocupado. ¿Un accidente?, pensé; no, me dije, alguna otra cosa será.
Llegué y estacioné tras un auto que no conocía y que se encontraba frente a la entrada de mi casa, mi formación en seguridad me indicó estar alerta; busqué alguna referencia que me indicará movimientos extraños, al no verlos, bajé del auto con la debida precaución; caminé a la puerta y, con sigilo, entré.
-¡Carajo! -escuché decir- ¡ya no aguanto!
-¡Para por favor! -gritó la voz de mi mujer desde mi recámara- ¡para!
Subí las escaleras desenfundando mi arma.
-¡Ya casi! -alcancé a escuchar- ¡te voy a llenar el culo!
-¡me lastimas, para! -fue lo último que escuché antes de abrir la puerta de golpe.
La escena no podría ser mas explícita; ella, recargada en la cabecera tratando inútilmente de cubrirse; él, de pie a un lado de la cama con parte de su ropa cubriendo su cuerpo.
-¡Raúl! -exclamó mi esposa con miedo.
-¡Espera! -continuó él con una mano en alto- mira, déjame explicarte…
¿Sorpresa?, claro; ¿coraje?, seguro si, mucho; ¿tristeza?, creo que mas decepción que tristeza…
Trató de quitarme el arma, ¿por qué lo hizo?; posiblemente hubiera terminado de otra forma. En el forcejeo se produjo un disparo, me deshice de su abrazo lanzándolo al suelo.
-¡Raúl!, -gritó ella viendo su pecho manchado con su sangre.
Aprovechó el segundo de mi indecisión para tratar de salir, que fácil hubiera sido terminar con él pero no quise hacerlo; un disparo en el estómago lo detuvo, otro en el pecho lo tiró al suelo…
-Envíen una ambulancia y una patrulla -dije llamado a la central- dos heridos de bala.
Me senté a un lado de ella sosteniendo su cabeza, sus lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras veía como se le iba la vida.
-Perdóname Raúl -dijo fijando su mirada en mí- no debí hacerte esto.
-No hables -dije- todo va a estar bien.
-Perdóname -serían estas las últimas palabras que escucharía de ella.
Me levanté poniéndome frente a él, dolor y rabia inundaban mi cuerpo, tomé mi arma y apunté; un disparo terminó con su vida.