Una vez dentro de la habitación, primero se vistió el joven con algo de prisa, dejando a su madre el baño libre para que hiciera lo mismo. Por mucho que deseasen lo mismo… un paso más en su relación, parecía estúpido que no se permitieran verse con menos ropa. Era algo curioso, pero los dos sentían lo mismo, en el momento que traspasasen esa última barrera de contemplar más porciones de piel, todo comenzaría sin posibilidad de detenerse.
Sergio se puso una camisa y una chaqueta junto a un pantalón vaquero. Durante la semana, en las pocas veces que había hablado con su madre, le había sugerido que ese sería el mejor atuendo para ir al teatro, por supuesto la hizo caso. Mirándose en el espejo, le dio la impresión de que su madre no se equivocó, se veía muy guapo.
Mari se metió en el baño sin echar ni siquiera una mirada a su hijo, poniendo el pestillo tras de sí para que no la pudiese interrumpir. Delante del espejo cada vez se veía más guapa, mucho más que medio año atrás. Se observaba con calma, las ojeras estaban desapareciendo, su rostro parecía más vivo e incluso sus ojos brillaban. Se recogió el pelo con ambas manos después de peinárselo y enrolló la goma que tenía en la muñeca. La bonita coleta morena la apretó con fuerza, dejándose el rostro libre de pelos y mostrando una belleza que no quería volver a esconder.
Un poco de color para los pómulos, un toque en las pestañas y con un pintalabios de color granate, dio vivacidad a unos labios que no lo necesitaban. Se vistió en un momento, el tiempo corría en su contra, se habían entretenido demasiado en el paseo y su chico… su hijo, esperaba fuera para marchar juntos.
Se admiró una vez más en el espejo, dando un paso atrás, colocando su trasero junto a la mampara de la ducha para poder ver casi la totalidad de su cuerpo. Los nuevos botines que se había comprado le quedaban de maravilla, el leve tacón hacía marcar unas piernas que bajo las medias se veían firmes y perfectas.
Se dio la vuelta con mucha coquetería, tenía curiosidad y alzando la falda plisada de color gris claro, que le llegaba a mitad de muslo, se observó el trasero. Sus dos piernas coronaban dos nalgas firmes. Los tacones las terminaban de elevar dejando el trasero mucho más respingón que de costumbre. Mari soltó la falda con una sonrisa de orgullo por verse tan… ¿Guapa? Sí, pero también sexy.
Dio dos pasos hacia delante, haciendo que los tacones de los botines resonaran en las baldosas del baño. Sergio lo escuchó sentado en la cama, sabiendo que su madre estaría pronto lista para salir, si no es que lo estaba ya. Su tripa le estaba dando vueltas, tenía muchas ganas de verla, se sentía como si esperase a Marta en una de sus citas. Sin embargo, Mari no era su novia, era su madre.
La mujer se miró con detalle frente al espejo que únicamente le mostraba la verdad. El jersey beige que hacía años que no se ponía, le quedaba fantástico. La pequeña prenda le quedaba ceñida como una segunda piel, dejando un leve escote que hacía volar la imaginación. Aunque tampoco había mucho que imaginar, ya que cuando Mari se colocó de lado frente al espejo el prominente bulto de sus senos era más que notorio.
Se ajustó los pechos mirándose fijamente, estaba espectacular. Bajo la tela el sujetador azul que le regaló su hermana estaba haciendo perfectamente su trabajo, dejándole un cuerpo tentador como ningún otro.
Se dejó de admirar un momento, pensando cuando había sido la última vez que se miró por tanto tiempo en un espejo, y… que se sintió tan bella. No lo recordaba, porque quizá ese tiempo era pasado, muy pasado… cogió la chaqueta de cuero negro que tenía en una percha y se la puso. No hacía falta volver a mirarse, era una diosa bajada del olimpo.
Salió con paso firme, viendo que su hijo la esperaba sentado en la cama con la televisión apagada. Este se levantó de golpe, mostrando a su madre lo bien que le sentaba aquellas ropas. Mari se lo imaginaba, por algo se lo sugirió, pero verle allí delante, vestido y preparado como todo un hombre… pensó eso mismo… “Un hombre”.
—¡Vaya, mamá! ¡Estás espectacular!
—Gracias, Sergio. —se paró delante de él y colocó algo mejor la camisa— Tú también estás… —se decidió a comenzar a romper la última frontera— perfecto.
—¿Nos vamos? —ella asintió mientras le miraba a los ojos— Hoy nos lo vamos a pasar muy bien.
—Sí. Seguro que sí.
Ambos enfilaron la puerta con calma. Sergio dejó paso a su madre de forma caballeresca para ocultar una incipiente erección que comenzaba a amanecer de forma dura. La visión de la mujer había sido simplemente perfecta. Ni en sus mejores sueños se la hubiera imaginado con tal poderío, era un verdadero ángel. Quizá solo una forma superaría aquello, la desnudez.
Entraron en el ascensor y Sergio ya no podía contenerse más, sabía que algo iba a pasar, si tenía alguna pequeña duda, la última mirada de su madre se la había arrebatado. Entró detrás de la mujer que quedó mirándose en el espejo del interior. El joven aprovechó el momento, retiró los brazos de su cuerpo y después de pulsar el botón de la planta baja, rodeó a su madre lentamente.
Mari levantó ligeramente los brazos, sabía que destino tenía su hijo. Los dedos del joven se entrelazaron en el vientre de la mujer, agarrando una de sus manos y anudando sus dedos. Ella se echó un paso hacia atrás, chocando contra el cuerpo del muchacho y buscando una última prueba de que todo aquello era real. La encontró.
Entre sus nalgas algo se posó, lo que podría ser una porra policial estaba ahora incrustada atravesándola el trasero. “Sí que es grande…” moría por dentro al pensar que por primera vez, aquel terrible coloso la estaba tocando mientras sentía el resto del cuerpo de su hijo.
—Tenía muchas ganas de venir —soltó Mari rodeada por los brazos del joven y notando su pene.
—Y yo. Te lo mereces todo, te dije que trataría de hacerte feliz. Espero conseguirlo.
El ascensor comenzó a bajar, pocos pisos les separaban de recepción y un tiempo casi ridículo, eran unos pocos segundos, pero para ellos la bajada debía ser eterna.
Sergio apretó aún más la unión de sus cuerpos, haciendo fuerza contra el delgado vientre de su madre que lo recibió con gusto. Mari miraba en el espejo como su hijo había agachado la cabeza y sí… le estaba observando el cuerpo con ojos de hombre.
—Tú sola presencia…
La mujer apretó la mano de su hijo sabiendo a qué parte de su cuerpo estaba mirando, juntó ambas manos, las subió ligeramente y apretó todavía más. Sus extremidades unidas debajo de sus senos hicieron que estos se contrajeran. El gran volumen fue reunido, pegándose la una con la otra y alzando ambas tetas más de lo normal. Por el pequeño escote surgió un canalillo mucho más grande que Sergio no se perdió, un regalo de su madre con total descaro.
El muchacho fijó la vista en la zona mientras el ascensor avisaba que estaban en el primer piso. Los pechos de Mari eran simplemente la perfección, incluso mejor que los de Carmen “¡no me lo puedo creer!”. Quizá era por el simple hecho de estar realmente exaltado, pero en ese momento no había nada mejor que su madre.
Su pene saltó con ganas y sin vergüenza, chocando en l trasero de su madre con fuerza sin que esta se sorprendiera al notarlo. Comenzó a agachar la cabeza, viendo el cuello desnudo de su madre que portaba una leve fragancia de colonia que le hacía perder la cordura.
—Me hace muy feliz —acabó por decir Mari sintiendo como el cuerpo de su hijo se inclinaba sobre ella.
No cesó en su movimiento, estaba tan cerca que el aliento caliente y acelerado del joven golpeó la piel de su madre haciendo que todo el vello se quedara de punta. Los labios se cerraron y dispusieron el gesto que más querían. Con calma, como si dispondría de tiempo infinito, Sergio bajó su boca hasta hacer contacto en la zona donde el trapecio y el cuello se unían, en el límite de la perdición.
Con un único movimiento le dejó un beso lento y profundo, marcando el lugar con una leve humedad caliente surgida en el interior de su boca. En el silencio del ascensor el sonido del beso llegó a los oídos de Mari, que notó de inmediato un arrebato de pasión dentro de su sexo como nunca antes.
Los fluidos se habían comenzado a mover y su vagina clamaba por un placer que necesitaba como el respirar. Se miró en el espejo, la imagen de su hijo besándola en el cuello mientras sus pechos se elevaban y este la agarraba como si no quisiera soltarla, creo lo inevitable. Justo en el momento que el ascensor se abría cerca de la recepción, Mari gimió.
Se separaron al instante, con la puerta abierta tras de ellos, los brazos de Sergio soltaron a su madre que vio la cara enrojecérsele por la lujuria que debía soltar. Ni siquiera quería mirar a su hijo, si no a la joven y amable Raquel que estaba en recepción, aparentando una normalidad que ya no existía.
Con una sonrisa saludaron a la recepcionista. Una madre y su hijo pasando un agradable viaje, nada más. Ella les devolvió el saludo y los dos, separados por un metro de distancia salieron por la puerta automática.
—¿Te sabes el camino? —dijo Mari sin poder mirarle a los ojos. El día seguía siendo helador y quizá podría abrigarse más, sin embargo, el calor que había nacido en su interior la reconfortaba.
—Sí, es aquí al lado.
Sergio se acomodó con disimulo un paquete del todo erecto. Cargaba hacia un lado, concretamente al izquierdo y en su muslo notaba como por un lado quería salir del calzoncillo y como por otro… los primeros fluidos calientes habían comenzado a mancharle.
Al tiempo que pensaba en que ojalá no se le traspasase la mancha de los líquidos que brotaban, sintió como una mano le entrelazaba los dedos. Volteó la cabeza para mirar a su madre, pero esta no lo hacía, solo miraba al frente.
Sergio apretó su mano con la de Mari, ella repitió el movimiento y ambos dedos pulgares se acariciaron en un gesto de amor perfecto. La calle estaba fría, una concurrida ciudad llena de personas, donde ellos eran desconocidos. Nadie les veía, nadie sabía lo que tramaban, ni siquiera ellos mismos, pero respirando el helado clima, podían ser y hacer lo que quisiera.
Dieron los primeros pasos unidos por las manos y esta vez, Mari sí que puso los ojos en su hijo, con la sorpresa de que Sergio estaba esperando esa mirada.
—Esta noche, nos lo vamos a pasar muy bien.
Aunque el último resquicio de mente racional de la mujer se quería referir a la actuación, su desenfreno pensaba más en otras situaciones. Sergio pareció entenderlo del mismo modo que la mujer, dejando a un lado el Rey León y esperando acontecimientos que sin duda tenían que sucederse.
Se paró por un momento en medio de la calle, fijó la vista en unos ojos relampagueantes que le miraban como puñales. Mari tenía su mirada azul clavada en su hijo, queriendo decir algo más que su lengua no se atrevía a articular.
Sergio descifró esa mirada, sabía para qué habían venido, estaba seguro de que ella quería tanto aquello como él. Lo había anhelado y en algún momento, en un preciso instante todo se desataría, surgiría de forma natural. Acarició de nuevo su mano, apretándola con fuerza para poder pasarle todos sus sentimientos. Entonces vio cómo su hijo, abría la boca.
—Hoy trataré de hacerte feliz.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.