Una mañana soleada de verano, Martha contemplaba su belleza al espejo, desnuda de la parte superior, solo con una pequeña tanguita color azul, sentada frente al espejo, mientras cepillaba su larga cabellera rubia que caía deliciosamente sobre su espalda, admiraba su blanca piel, suave, observaba sus senos firmes, arqueaba la espalda para que se levantaran aún mas, desafiantes, sus pezones duros apuntando al techo de su habitación.
Concentrada en si misma, acariciaba su cabello con el cepillo, al mismo tiempo que acariciaba su piel, sus dedos recorrían el contorno de sus senos, sus hombros, su abdomen, sus muslos, empezaba a sentir deseo de acariciar su entrepierna, delicadamente pasaba la punta del dedo por la orilla de la tanga, pensaba –tal vez sea demasiado temprano para tocarme– mientras continuaba cepillando su cabello al mirarse al espejo pudo notar a través del reflejo en la ventana de la casa contigua la silueta de su vecino, un tipo pervertido, sosteniendo en una de sus manos unos binoculares y en la otra sosteniendo el bulto que se le empezaba a desarrollar entre las piernas.
Martha se quedó inmóvil, lo primero que pensó fue –que caradura, pervertido– pero de inmediato se comenzó a sentir deseada, y ese sentimiento empezó a invadirla, rectifico en su cabeza –quieres ver, fisgón, pues prepárate, porque vas a ver un espectáculo de calidad.
Se acomodó frente al espejo, cuidando que su reflejo se viera por completo hacia el mirón de la casa de al lado, se recostó un poco sobre sus codos, abrió las piernas frente al espejo y comenzó a coquetear con su reflejo, una de sus manos se fue directo a sostener uno de sus senos, lo rodeaba con su mano, como queriendo trazar la circunferencia perfecta de cada uno de ellos, de vez en cuando los apretaba, amasándolos, sus pezones duros fueron pellizcados por sus dedos y les daba un ligero estirón para sentir un poco de dolor, cosa que a Martha le encanta.
Por momentos se olvidaba que estaba dando función al pervertido del vecino, porque se concentraba por completo en sentir el placer que se estaba proporcionando ella misma, cuando recordaba que el show tenia dedicatoria, miraba fijamente al espejo, como tratando de hacerle notar al mirón que le estaba dedicando la faena.
Bajaba su mano lentamente, acariciando el hermoso cráter de su ombligo, daba vueltas alrededor con su dedo, bajaba la mano lentamente pasándola por encima de su rajita depilada, pero no se detenía, continuaba el camino hacia sus piernas, torneadas suavemente, como hechas por un experto carpintero, acariciaba sus muslos, bajaba a sus pantorrillas y terminaba en sus pies, después volvía a subir siguiendo el mismo camino, se detenía unos segundos entre sus piernas, pero continuaba hacia los senos de nuevo.
Para este momento la vagina de Martha estaba ya incendiada, y solo había una forma de bajar esa temperatura, Martha dirigió un par de dedos hacia su boca, los lamio y los dirigió hacia su tanga, con una maestría pocas veces vista hizo de lado su tanga para empezar a acariciar los labios de su vagina, la recorría de manera muy lenta, tratando de mojar con su saliva cada centímetro de su rajita que ya marcaba un cambio en la coloración de su piel, producto de la excitación.
Comenzó a frotar de manera delicada su vulva, impregno de saliva sus dedos varias veces, mientras su vagina comenzaba a generar lubricante natural, Martha estaba inmersa en brindarse placer, conocía muy bien su cuerpo, sabía lo que le gustaba y como satisfacerse.
Cuando empezó a frotar en círculos su clítoris, volteo hacia el reflejo del espejo para ver si su mirón disfrutaba del espectáculo, cuando lo vio se dio cuenta que él ya se había sacado el miembro del pantalón y lo estaba frotando de manera rítmica, en tanto que seguía con detalle con los binoculares de lo que Martha hacía en su cuarto.
Martha al saber que tenía cautivo al público se desinhibió por completo, sus dedos recorrían su rajita a todo lo largo, acariciando los labios de su vagina, pellizcando levemente su clítoris e iniciando la incursión de los dedos dentro de su vagina, primero fue uno, después dos, al entrar en su vagina los doblaba hacia arriba para alcanzar a acariciarse su punto g, eso le fascina a Martha, que metía y sacaba los dedos de su vulva cada vez con mayor fuerza.
Su vagina se encontraba completamente mojada, pero Martha necesitaba más, sabía que el público había obtenido lo que deseaba, pero ella necesitaba otra cosa, de inmediato estiro la mano al cajón de su buro y saco de el un consolador en forma de pene, se liberó de su tango y se colocó en posición de 4 puntos, con las piernas abiertas, el culito levantando apuntando hacia el espejo, y después con un movimiento maestro, coloco con su mano el consolador en la entrada de su vulva y comenzó a bombear.
Ahora tenía la ventana de frente, vio a lo lejos a su mirón, agitando su pene de manera vigorosa, Martha cerro los ojos e imagino que era su fisgón, que lo tenía detrás de sus nalgas bombeando su tronco dentro de ella, simulando la fantasía movía su consolador al ritmo de su amante ficticio, aumentando el ritmo de bombeo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
Martha empezó a gemir de placer, ante cada embestida del pene de hule, saboreaba cada incursión, mientras con la mano libre se pellizcaba los senos, su vecino a la vez continuaba el ritual de masturbación, sin dejar de ver mediante los binoculares dentro de la ventana de su vecina, podía ver el reflejo de su blanco trasero abierto, recibiendo los embates de su consolador, al tiempo que podía ver su cara con el rictus de placer reflejado en ella, con los ojos cerrados, la boca abierta, emitiendo cada vez más frecuentemente gemidos de placer.
Finalmente Martha se entregó por completo a sus sensaciones, dejo de penetrarse para recibir un gran y merecido orgasmo, estiro los brazos al tiempo que dejaba salir un grito de desahogo, sus piernas comenzaron a temblar, así como el resto de su cuerpo, su culito al aire se convulsionaba al ritmo de los espasmos de su vagina, finalmente cayo tendida sobre su cama, tardo unos cuantos segundos en recuperarse, se incorporó para ver a su vecino, lo que alcanzo a mirar fue que caía de espaldas sobre una silla, en señal clara de explosión, cayo con los brazos a los costados, ya no sostenía los binoculares, tampoco se frotaba su camote, simplemente yacía sobre su silla.
Martha entendió que había cumplido cabalmente con el espectáculo, que la imagen de aquel mirón desfallecido era la prueba que había sido superado el reto, Martha se acercó a la ventana aun desnuda, estiro los brazos para cerrar la persiana no sin antes mandar un beso a su depravado vecino, cerró las persianas y se dirigió a la ducha para empezar su día.