A las seis de la tarde, Virginia llama a Juan, su marido, para decirle que hoy llegará tarde ya que una clienta le ha pedido cita pero que tiene que ser a última hora. Virginia le ha propuesto sobre las siete ya que desde esa hora no tenía concertado a nadie y podría salir un rato antes. Pero la clienta le ha dicho que le sería imposible llegar antes de las ocho menos diez. Aunque habla perfectamente español su acento la delata como extranjera, quizás francesa.
A lo largo de la tarde, la esteticista atiende a varias clientas habituales de manera rápida, lo que le permite estar libre a las siete de la tarde. Se lamenta de haberle dado la cita a la misteriosa clienta pero en vista de que no hay otra posibilidad coge su libro y se pone a leer.
Hace semanas que está enganchada al libro que le regaló por su cumpleaños su marido. Es el best seller americano “Las cincuenta sombras de Grey”. El libro erótico que estaba haciendo furor en Estados Unidos y que por lo que ha podido comprobar en primera persona esta fama está bien merecida. La historia la tiene atrapada desde el principio y su libido tras varios capítulos está a flor de piel. En alguna ocasión leyendo en su casa a solas ha tenido que masturbarse para aplacar el estado de excitación que le provoca el protagonista.
Absorbida por la lectura no se da cuenta que son las ocho y cuarto cuando el sonido del portero automático suena devolviéndola a la realidad. Como en las ocasiones anteriores se siente muy excitada por el dichoso libro. Sus pezones se marcan a través de la tela de la bata blanca y nota como su sexo arde. Incluso diría que su tanguita blanco debe estar mojado. Tras confirmar la presencia de la clienta en el portal, acciona el botón de la puerta y aprovecha el momento antes de que llegue para refrescarse la cara y que su estado sea menos evidente.
Por la puerta aparece la clienta y ella se le queda mirando fijamente sin moverse. La mujer es de una belleza cautivadora. Mide aproximadamente un metro setenta y cinco, tiene una melena negra y brillante a media espalda. Los ojos enormes, negros y profundos. Su nariz perfecta, los labios carnosos delimitan una boca grande con una sonrisa perfecta. Cuello esbelto y hombros redondeados. Su camisa blanca desabotonada realza un bello escote de la talla 95. Su barriga sin un gramo de grasa. Todo este análisis lo hace Virginia petrificada por la impresión que le cautivadora de la misteriosa mujer. No tiene nada que ver con las clientas habituales.
Transcurridos unos segundos la clienta se presenta como Kadhile tendiéndole la mano. Su piel es suave como la seda. Sus manos están cuidadas a base de manicura. Virginia por fin reacciona y le pide que desea:
-Verás necesito un rasurado integral. Antes de nada debo pedirte disculpas por haber llegado tarde, pero me ha sido imposible llegar antes. Pero no te preocupes que te recompensaré la tardanza.
Kadhile es argelina de ahí que su acento suene a francés. Llegó hace un par de días en barco acompañada de su marido desde el Golfo Pérsico donde éste tiene negocios con varios jeques de la zona. Esta noche tiene una cena con importantes invitados con los que será necesario ser generosa…
Virginia le indica que debe tumbarse en la camilla y desnudarse completamente de cintura para abajo. Mientras ella se acerca al mostrador para preparar todo lo necesario, por el espejo puede ver como Kadhile se va desnudando lentamente, sin dejar de mirar la no menos espectacular figura de la esteticista.
Virginia es tan alta como la argelina pero a diferencia de ésta lleva una melena rubia con flequillo que descansa sobre sus bien perfiladas cejas, las cuales coronan unos preciosos ojos verdes que le dan un aspecto felino. Sus pómulos son prominentes y sus rasgos angulosos. Su hoyuelo en la barbilla termina de rematar una cara de modelo rusa. Su cuerpo está trabajado en el gimnasio y consigue que su pecho desafíe a la gravedad a pesar del gran tamaño de éste. Su cintura se estrecha hasta que las caderas anuncian un culo de brasileña.
Al girarse, Virginia puede ver como Kadhile está tumbada boca arriba mirándola con media sonrisa en la cara. Sus piernas parecen dos columnas que se juntan en una vulva pequeña, ahora cubierta por un triángulo de rizos negros. La chica utiliza una tijera para recortar el vello púbico hasta una medida que permita el uso de la cera. Con una pala extiende la caliente poción sobre la zona genital de la argelina quién deja escapar un pequeño gemido, que Virginia no sabría decir si es de dolor o de placer:
-¿Le ha dolido? –pregunta para salir de dudas.
-No, para nada –contesta la clienta delatando su placer.
Con mucho cuidado da un tirón de la franja de cera y la clienta vuelve a responder con otro gemido. Por dos veces repite la operación y otras tantas la respuesta fue la misma. Una vez terminada la zona del monte de Venus, Virginia le pida que abra las piernas ya que debe trabajar en el interior de los labios vaginales para rasurar toda la zona.
Al abrirlas, la esteticista puede ver en todo su esplendor la vulva de la clienta, lo que provoca en ella una extraña sensación de excitación. Sus labios protegen una entrada rosada coronada por un grueso clítoris que a Virginia le parece hincharse por momentos. Nota como Kadhile suspira cada vez que ella se acerca a esa zona. La rubia nota como sus pezones reaccionan a cada suspiro de la morena y teme que se marquen en su bata, como antes con la lectura del libro.
Al ponerle cera en los labios mayores le pide a la clienta que se proteja con su mano, cosa que Kadhile hace de manera muy sensual con su preciosa mano y vuelve a gemir. Virginia suspira hondo y cierra los ojos. Ya no puede aguantar más y acaricia la piel interior de los muslos de Kadhile. Ésta le coge la mano y se la dirige a su sexo. Virginia sigue con los ojos cerrados notando la suavidad de la piel de su clienta. Ahora le pide que aguante un poco antes de quitar toda la cera de otro tirón. La argelina responde con un gemido incontrolado que Virginia interpreta como verdadero placer por el dolor.
Acto seguido la rubia se inclina sobre el sexo de la morena y lo besa con delicadeza. Notando su olor, su calor, su hinchazón por el castigo recibido. Kadhile le apoya sus manos en la cabeza y le acaricia la melena rubia. Mientras Virginia comienza a lamer de manera suave toda la zona, desde el perineo, lentamente, introduciendo la lengua, abriéndose camino en el interior de la vagina sin pausa hasta llegar arriba donde el clítoris excitado está fuera. Es gordo y ella juega con él a retenerlo con sus dientes al tiempo que le pasa la lengua para luego volver a soltarlo y seguir hacia abajo de nuevo. La argelina se ha incorporado y está con las piernas abiertas sujetando la cabeza de Virginia contra su coño. El placer que siente es indescriptible y pronto llegará al orgasmo.
Virginia lo adivina en el momento en que Kadhile tensa sus piernas, estira sus pies como si una descarga eléctrica recorriese todo su cuerpo, ahora tumbada en la camilla. Tras los gritos de placer, los espasmos musculares la hacen llegar a un estado de relajación total. Tan solo acierta a susurrar le petit mort, le petit mort la expresión francesa utilizada para referirse a lo que acaba de experimentar.
Virginia se incorpora y recorre el cuerpo de su clienta a medida que desabrocha la camisa blanca de ésta. Ante sus tetas morenas de pezones grandes y negros la esteticista se recrea mordiéndolos, chupándolos y succionándolos para mayor goce de Kadhile. Ésta sintiéndose en deuda comienza a desabotonar la bata al tiempo que se besan apasionadamente. La argelina saborea sus propios jugos vaginales de los labios y el mentón de la rubia, aún manchados por el viscoso líquido tras el sexo oral. Sigue bajando de la barbilla al cuello y de éste a los maravillosos pechos. Libera unas tetas blancas con un pezón de fresa que no duda en morder y arrancar un quejido de dolor de su víctima. Aun así Virginia le ofrece su otro pecho y la morena le da otro mordisco dejando a marca de sus dientes sobre la nacarada piel de Virginia. El grito de la rubia ahora es de placer. Bajándose de la camilla se van besándose hasta un sofá de piel negro donde continúan abrazadas.
La iniciativa la lleva Kadhile, quién tras liberarla de su bata recorre su bello cuerpo tan solo cubierto por un tanga blanco de encajes totalmente mojado. Virginia se deja hacer entre gemidos. La argelina desciende hasta arrodillarse ante ella y comenzar a lamerle su sexo tan solo cubierto con una tirita de vellos rubios. Un escalofrío recorrió la columna de la esteticista al pensar que es una mujer quien le está proporcionando tanto placer. Echada sobre el respaldo y con las piernas abiertas observa como Kadhile está arrodillada y con la cabeza en su entrepierna. Acaricia su bronceado cuerpo y enreda sus dedos en su melena azabache mientras no deja de gemir.
Antes de que llegue al orgasmo la clienta se incorpora y se sienta junto a ella. Sin dejar de besarse apasionadamente se enfrentan una a la otra y cruzan sus piernas de manera que sus sexos se toquen. Para Kadhile ésta no es su primera vez y es ella quien lleva las riendas. Frotándose una contra la otra, notando como sus vaginas intercambian fluidos y sus clítoris se excitan hasta el éxtasis con el roce entre ellos. Tras unos minutos, Virginia explota en un placer nunca imaginado por ella, acompañada segundos después por Kadhile quién ahoga su grito con un beso que dura una eternidad.
Las dos mujeres sudorosas descansan una junto a otra mientras se miran y acarician sus cuerpos.
Transcurrida media hora, ambas se visten y recomponen su pelo. A la hora de pagar, Virginia se niega a aceptar el dinero de su clienta que se lo agradece con un fuerte beso. Luego sale por la puerta hacia su barco y nunca más volverán a verse.
Durante la noche, Virginia lo hace con su marido pero no le sabe igual. Ya nunca le sabrá igual.