Experiencia real.
Era una soleada mañana de domingo cuando decidí salir de pesca. Me dirigí al mismo riachuelo, como acostumbraba siempre, me gusta viajar solo y disfrutar de la naturaleza relajándome, en fin.
Hay un sitio entre las montañas que celosamente he guardado en secreto para mí solo. Es un lugar especial, ya que al estar casi escondido, se convierte en un pequeño paraíso personal del cual disfruto siempre, además en ese lugar se da el encuentro de dos vertientes, una vertiente que proviene del Río Soharon, el cual tiene aguas termales naturales y la otra el Río Pome, que es de agua normal.
Una pequeña poza de medio metro de profundidad es la perfecta unión de ambas corrientes, con una mezcla cálida de ambas aguas que me sirve como jacuzzi natural.
Transcurría ese día mi expedición como cualquier otra, luego de pescar algo que valiera la pena, me dirigí a mi poza. Puse a cocinar el alimento y mientras esperaba decidí darme un baño.
Luego de unos minutos, comencé a escuchar pisadas sobre las hojas en el suelo, eran varias, eran lentas, muy discretas y se paseaban por los alrededores de mi sitio.
Pronto me sentí acechado, tomando mi cuchillo me apresuré a salir sigilosamente del agua y buscar en los alrededores la fuente de aquellos sonidos. Me abría paso entre la densa flora del sitio y escondiéndome ágilmente tras un árbol pude observar lo que buscaba.
A unos 10 metros de distancia, escondidas entre densos arbustos, 4 hermosas jóvenes mulatas, riendo traviesamente entre ellas, como jugando y disfrutando de su energía, divirtiéndose… viviendo.
Por sus rasgos físicos pude notar que eran originarias de la región, de alguna aldea al otro lado de la montaña probablemente. No parecían tan altas, pero eran muy esbeltas, con una cintura bien definida, con caderas anchas y prominentes, piernas talladas pero fuertes, dos de ellas con cabellos rizados, las otras, cabello entre liso y ondulado.
Tenían todas los ojos más bellos que jamás haya visto, con colores que iban desde el negro profundo hasta un color avellanado, con pieles bronceadas fruto de sus trabajos en el campo, con bellos, redondos y generosos pechos, labios carnosos y enrojecidos naturalmente.
Todas ellas llevaban consigo pequeños canastos donde recolectaban hierbas y frutos que pudieran encontrarse en el camino.
Para fortuna mía, no se percataron que las observaba, pude contemplarlas unos minutos, embobado de su belleza, hasta que reaccioné. Que desagradable impresión daría, un muchacho detrás de un árbol, husmeando a 4 bellas jóvenes con un filoso cuchillo de caza en las manos. Guardé mi herramienta y volví a mi poza.
Continué con mi interrumpido baño, luego de unos minutos, comencé a escuchar los pasos cada vez más cerca de donde estaba, sus voces y risas también se escuchaban acercándose, seguro estarán recolectando hierbas cerca pensé, decidí no ponerle asunto creyendo que pronto se irían y continué con lo mío.
Conforme transcurría el tiempo escuchaba sus pasos más cerca, pero más silenciosos, sus voces se silenciaban hasta llegar a susurros y sus esfuerzos de mantener la discreción entre risillas era cada vez más evidente.
-Mira, hay alguien ahí – dijo una de ellas, casi susurrándole a otra.
-Sh! Cállense, nos va escuchar – susurraba la otra advirtiéndole al resto.
Disimuladamente observaba entre la densa vegetación, podía distinguir sus siluetas entre las ramas, tratando inútilmente de esconderse. Comencé a sentirme incómodo pues no parecían hacer más que estar ahí, escondidas, observándome, murmurando ridículamente entre ellas creyendo ser silenciosas. Así que decidí ahuyentarlas de alguna manera.
Me metí a la poza y comencé a desvestirme, me quité la camiseta y los pantaloncillos, me apliqué jabón en todo el cuerpo, luego me puse de pie, la altura del agua llegaba justo debajo de mis huevos, así que me quité la ropa interior exponiendo al aire libre mi verga completamente erecta.
Pude escuchar algunas enmudecidas expresiones de asombro, casi como un jadeo asustadizo ante lo inesperado. Murmuraron entre ellas, parecían un poco asustadizas, como toda principiante.
Yo proseguí aplicándome jabón en la verga, me acariciaba bajando la piel, haciendo emerger mi glande hinchado y rojo mientras me masturbaba lentamente, me acariciaba los huevos y luego iba a mi glande para untarlo y masajearlo suavemente.
Esperaba que en algún momento por fin decidieran irse, pero para mi sorpresa, continuaban ahí. Espectadoras de cada uno de mis movimientos.
Una de ellas parecía un poco incómoda o disgustada, se levantó saliendo de entre las plantas sin cautela alguna.
-¡Yo ya me voy! ¡Se hace tarde! – dijo en voz alta delatándose a sí misma y a todas las demás, que asustadizas y sorprendidas por esto, salieron de sus escondites también.
Yo, como todo buen actor, me hice el sorprendido, sumergiéndome rápidamente hasta el cuello para ocultar mi cuerpo desnudo, fingiendo asombro ante la presencia de aquellas muchachas.
Esa chica se fue rápidamente caminando de manera nerviosa. La segunda chica la siguió pidiéndole que la esperase. Las últimas dos chicas se quedaron levantando las frutas y hierbas que habían caído de sus canastos por tan impulsiva actitud de la primera chica.
Sus rostros bronceados se enrojecían de vergüenza ante tan incómoda situación. Estaban tan nerviosas que podía notar sus manos temblando, sus movimientos torpes y erráticos dejaban más en evidencia sus nervios. Se miraban entre ellas y me miraban a mí, con movimientos rápidos y apenados.
-Buenas tardes –exclamó una de ellas, tratando de hacer menos incomodo aquel rotundo silencio.
-Buenas –respondí fingiendo un poco de molestia.
-Disculpe si lo asustamos, no era nuestra intención, no sabíamos que había alguien por aquí.
-Está bien, no pasa nada. ¿Ustedes que hacen por aquí muchachas?
-Venimos a recolectar lo que encontramos del campo.
-Mmm… ya veo, y de dónde vienen?
-La aldea que está al otro lado de la montaña señor –respondió la otra chica.
-Pues andan bastante lejos ¿no creen? La tarde está casi por caer y el campo es peligroso a oscuras. –les decía haciéndoles conversación.
Mientras hablaba me incorporé de pie nuevamente, dejando ante sus miradas mi verga venosa y fuertemente erecta. Actuaba de manera natural, como si fuese lo más común del mundo, como si estuviera completamente vestido ante ellas, sin darle importancia a mí desnudes. Caminaba de un lado hacia otro de la poza llevando mis cosas a la orilla mientras mi verga se tambaleaba chapoteando ocasionalmente en el agua.
Ambas chicas estaban atónitas, paralizadas de los nervios, observaban mi trozo de manera asustadiza, mientras sus respiraciones aumentaban agitándose levemente.
La impresión de ver una verga enorme y la naturalidad con la que yo hacía tal cosa les generaba una mezcla de asombro, morbo y confusión. Pero en el fondo de sus ojos avellanados podía notar una inocente lujuria esperando manifestarse por primera vez.
-Casi es hora de la comida, y esto parece estar listo ya. ¿Gustan quedarse a comer algo? –les propuse mientras aun desnudo y erecto sacaba la comida del fuego.
-Le agradecemos la invitación señor, pero nos esperan en casa y ya tenemos que irnos –dijo una de ellas algo nerviosa al ver que me acercaba hacia ellas.
Me paré frente a ellas casi rozándoles mi verga en sus piernas.
-Seguras? Esto está buenísimo, además si vuelven ahora podría oscurecérseles en el camino, vengan, no se preocupen, hay suficiente para todos. –las tome de la mano a ambas y las llevé cerca de la fogata, allí las senté en unas rocas grandes.
Les di de lo que había preparado y comieron tímidamente mientras trataban de resistirse a observar mi miembro mientras yo comía al lado de ellas…
Continuará…