Me estoy empezando a acostumbrar.
Tomo un cigarro de mi mesa de noche; fumo para relajarme y aceptar la situación.
Estoy sentada sobre la cama y me abrazo las rodillas, poniendo mi cabeza sobre ellas, pensando.
No soy un dechado de belleza; tan sólo una joven promedio de 20 años, viviendo en un departamento rentado en la colonia roma de la Ciudad de México.
Estudio por la mañana y trabajo medio tiempo en las tardes para completar el dinero que me manda mi padre en lo que termino la carrera de administración.
Sigo cavilando en lo que sucede y recordando la primera vez.
Recuerdo que regresé del trabajo, ya tarde en la noche, un viernes. Estaba cansada y lo único que quería era dormir. Me desvestí y me puse una playera holgada, sin brassiere, y me quedé con la panty.
Comencé a tener un sueño erótico. Me encontraba besando a mi antiguo novio, el acariciaba todo mi cuerpo haciendo que me excitara. Soñaba que sus dedos tocaban uno de mis pezones y me masturbaba, mientras chupaba con desesperación el otro pezón. Era una sensación deliciosa; me estaba acercando al orgasmo.
Abrí los ojos; quería usar mi mano para terminar lo que mi sueño había empezado. En ese momento, me di cuenta que no me podía mover. Mi playera estaba enrollada, dejando al descubierto mis pechos; mi panty estaba en uno de mis tobillos. Volteé hacia abajo, la luz que entraba por mi ventana, iluminaba mi cuerpo; mis piernas estaban abiertas y no las podía cerrar. En uno de mis pechos, se marcaban movimientos, como si una mano invisible lo acariciaba; el otro pezón se movía arriba y abajo, demostrando que alguien lo estaba chupando.
Yo no veía a nadie, solo los movimientos de manos invisibles sobre mi cuerpo; quería gritar, pero ya estaba muy excitada y tuve un orgasmo muy intenso; todo mi cuerpo comenzó a temblar. Mi vagina tenía vida propia, sentía grandes cantidades de líquido saliendo de ahí. Inmediatamente, eso cambió de posición y sin dejarme moverme, algo como una lengua comenzó a limpiar mi vagina. Me estaba volviendo loca, ese tacto en mis labios vaginales estaba alargando el orgasmo; no podía respirar de todo el placer que estaba sintiendo. Poco a poco, algo como una verga, se movía de arriba hacia abajo, recorriendo desde mi culo hasta mi clítoris y de regreso. Yo jadeaba y gemía. Podía sentir cómo mojaba la cabeza de su verga con mis jugos.
Se puso en mi entrada y lentamente me comenzó a meter su miembro. A pesar de que estaba yo muy dilatada por el orgasmo, sentía que esa verga era muy gruesa y le costaba trabajo entrar. Me faltaba el aire, yo estaba jadeando; cuando entró la cabeza, sólo pude emitir un pequeño gemido. Eso seguía empujando dentro de mí; sentía cada centímetro que entraba y me parecía que no iba a terminar de entrar nunca; la cabeza de la verga chocó con mi útero y aún empujó un poco más.
Empezó un bombeo lento, parecía que disfrutaba como lo apretaba. Sentía eterno el entrar y salir de ese pedazo de carne ardiente dentro de mí. Ahora podía ver mis piernas en el aire, abiertas, sostenidas por algo que no podía ver.
El espejo de mi tocador estaba frente a mí, podía ver mis piernas volando y mi vagina abierta completamente.
Esa vista me provocó otro orgasmo enorme, pero mis líquidos no salían debido al grosor de lo que me estaba cogiendo.
Después de mi orgasmo, mis piernas cayeron sobre la cama; ya no había nada sobre mí, pero no me podía mover, estaba muy agotada.
Busqué que podría haberme pasado y en internet, encontré que me había visitado un incubo y que ahora que me había probado, no me dejaría.
Ahora me sucede varias veces a la semana y narraré cómo ha sido.
Ya me estoy acostumbrando…