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Tiempo de lectura: 7 minutos

Esa mañana se me había informado que la compañía me había seleccionado para viajar a la muy mentada y concurrida exposición anual de mobiliario de oficina de alta gama, en Chicago, ciudad que yo no conocía. Esto me entusiasmó, pues era una indicación de que se valoraba mi posible contribución a los varios eventos programados, los que incluían seminarios y conferencias sobre diseño y mercadeo, además de reuniones de Planeación de Ventas.

Mi viaje había sido programado, saliendo el miércoles 18 y regresando el sábado 21 del mes en curso. También supe, que Kathy Rodas, Vicepresidenta de Productos Nuevos, tenía un programa de viaje exacto al mío. Con ella había hablado brevemente en el pasado, pero habían sido conversaciones breves, sobre el trabajo y la empresa.

Ya en el aeropuerto, mientras tramitaba mi tiquete y la entrada al avión, la vi acercarse y después de un saludo cortés y rutinario, procedimos a acomodarnos.

Ya al llegar a la Ciudad de los Vientos, la divisé en el carrusel de equipajes y tuve oportunidad de cruzar varias frases con ella. Me enteré de que estaríamos hospedados en el mismo hotel, por lo tanto, decidimos compartir el servicio de taxi.

Durante el trayecto, seguramente por su alto cargo en la compañía, sabía detalles sobre nuestra estadía; así, me enteré de que el grupo de Ventas, compuesto por unas doce personas o más, había salido de los Angeles el día lunes, dos días antes que nosotros. Me informó que éramos los únicos del grupo que no teníamos gran cantidad de eventos agendados para los tres días. Nuestra función, debido a mi cargo como Director de Diseño y ella, Vicepresidenta de Productos Nuevos, era, fuera de asistir a dos o tres conferencias ya programadas, visitar ciertas selectas Salas de Exposición en el enorme edificio. Para esto, teníamos dos días enteros. Kathy me informó que esa noche era la Cena de Gala de la Compañía, en el hotel, a la que debíamos asistir a las ocho de la noche.

Sin acordar nada, quedamos de vernos más tarde y nos retiramos a nuestras habitaciones a descansar del viaje. Sin embargo, cuando llegamos en ascensor con los maleteros y nuestros escasos equipajes, pude observar que nuestras habitaciones, tenían sólo un cuarto de por medio, es decir, éramos casi vecinos.

Kathy era una mujer muy atractiva, elegante y delgada, quien revelaba ser unos veinte años mayor a mi, pues tendría unos cincuenta y dos o cuatro, me atreví a pensar. Despedía una personalidad dominante y se le veía muy segura de si misma, algo que me intimidaba, pues su carisma y profesionalismo, eran notables. Mi experiencia era entonces, limitada a mujeres menores e inexpertas, con las que yo lidiaba con facilidad.

Más tarde, cuando bajé al Gran Salón, vi un enorme grupo de personas, unas ochenta o más, organizándose en mesas circulares; me saludé con tres o cuatro vendedores de la compañía, hombres y mujeres, a quienes había conocido en un pasado cercano y terminé acomodándome con ellos, gente posiblemente de mi misma edad. Con estos pasé un agradable rato y oí que planeaban irse a la discoteca del hotel, al terminar la Cena.

Divisé a Kathy en una mesa cercana, con gente que parecían ser ejecutivos de otras compañías. Me extrañé cuando la vi acercarse a mi. Se le veía magnífica, pues el largo vestido negro ceñido al cuerpo, contrastaba con su pelo rubio y su muy clara piel. Un oscuro collar, realzaba su belleza.

−Hola, ¿cómo has estado? –preguntó.

−Bien, −contesté−, he estado tratando de adaptarme con gente a quienes no conozco muy bien. Parece que están planeando ir a la discoteca.

−¿Y vas ir con ellos? −inquirió.

Como dije antes, Kathy me intimidaba.

−¿No se, tu tienes algún plan? −me atreví a preguntar con inseguridad.

−En verdad, quisiera solo ir al bar un rato. −Contestó−. ¿Quieres venir?

Me sorprendió su invitación, pero me intrigó. No me sentía cómodo yendo a la discoteca con aquel grupo casi desconocido, pero la oportunidad que se me presentaba con Kathy, no era despreciable. No vi la diferencia de edades como un obstáculo; al fin y al cabo, había tenido varias fantasías nocturnas con mujeres mayores y ella, aunque me intimidaba un poco, estaba ahí… disponible, creía yo.

−Seguro Kathy, me encantaría. −contesté decidido.

Estábamos tomando Vodka con agua tónica, su cocktail preferido; allí duramos casi una hora y después de varios tragos, la media noche se acercaba; nos habíamos reído y habíamos entrado en confianza; yo me sentía un poco más seguro. Nuestra conversación había sido desviada por ella sabiamente, de temas del trabajo, hacia nuestras vidas, aunque en un momento ella tomó la palabra.

−Rafa, no quiero saber si tienes a alguien, una esposa, o una novia, o una amante, o familia, o algo así. Tampoco quiero que sepas de mi. Quiero saber si eres un hombre maduro. −dijo mirándome a los ojos.

Me sorprendí enormemente. Estaba tratando de contestarle, cuando preguntó de nuevo.

−En otras palabras, ¿eres un hombre reservado? ¿O estarías regando a los cuatro vientos lo que pudiera pasar entre tu y yo?

Seguí enormemente sorprendido, pero detecté que mi hombría debía imponerse a la inminente situación.

−Kathy, si quieres creerme, créeme. Pero, seré un muro de concreto, −dije.

En ese momento, ella fraguó un plan casi calculado de tres noches y dos días, que me sorprendió enormemente.

−Rafa, disfrutemos este período de tiempo que se nos presenta en bandeja de plata, tu me gustas mucho, lo mismo has expresado sobre mí esta noche. Hagamos de esta oportunidad, una maravillosa aventura, −dijo con entereza.

Ella acababa de revelar su plan. Pensé que debería controlar la situación; mi decisión fue otorgarle el liderazgo y tomar las cosas como llegaran. Decidí contener un ataque de mi parte y esperar con paciencia, aunque me moría de la curiosidad de saber qué se escondía debajo de su rubia cabellera.

Cinco minutos después, detecté que ella comenzaba su avanzada, a lo que me presté complaciente. Mirándome a los ojos, en una actitud amenazante acercó su cara a la mía; yo sin dudarlo, le coloqué una mano en la nuca y sin dudarlo, la atraje y la besé con fuerza. Al sentir que su boca se abría un poco, le mandé la lengua a las profundidades de su cavidad bucal y dirigí mi mano libre a su bajo vientre, a lo que ella respondió abriendo ligeramente las piernas.

Sabía que la batalla estaba ganada, entonces solo esperé un par de minutos.

−Subamos a mi habitación −dijo− allá podremos adquirir licor del barcito −agregó.

Los dos minutos que duró el elevador en llegar a nuestro séptimo piso, me dieron oportunidad de abalanzarme sobre ella y abrazarla con rudeza.

−¡Kathy, me muero por comerte! −grité con ansiedad.

−Debemos tener mucha precaución, −dijo− Todo el personal de Ventas está alojado en nuestro piso.

−¿Cómo lo sabes? −pregunté.

−Porque mi secretaria hizo todas las reservaciones de avión y hotel. −respondió con decisión. Ella estaba imponiendo su jerarquía.

Ya en la habitación, me apresuré con afán a removerle la ropa, como un verdadero principiante. Ella me sorprendió, pues con autoridad, me detuvo.

−Sirve unos tragos y relájate sobre el lecho. −Su frase sonó como una orden, a la que obedecí.

Se dirigió al televisor y la vi operar los controles; un minuto después escuché una muy sexy música de saxofón, que hacía perfecto juego con la tenue luz del lugar. Sentía que Kathy era la figura principal de la altamente decorada habitación y yo… me sentía como la presa indefensa de aquella pantera salvaje, lo que disfruté enormemente.

La vi entrar a una salita adyacente, de donde salió dos o tres minutos después. Su bello vestido ya era historia; sólo tenía encima un juego completo de encaje negro, compuesto por las bragas, el sostenedor y las medias nylon; para ella, su apariencia era importante, pues no se había quitado los zapatos de alto tacón.

Su figura me hizo temblar. Aunque yo era guerrero de muchas batallas, el espigado cuerpo de Kathy me impresionó. El hermoso conjunto interior que llevaba, resaltaba el tamaño y la forma de sus pechos, la belleza de su culo y la esbeltez de sus piernas.

Le alargué su vaso con licor y ella sonriente me preguntó, −¿te gusto?

Conceptué que su pregunta no necesitaba una respuesta. Solo sonreí aparentando una seguridad no existente y dije, −Salud Kathy, por nuestra noche, −ella sonrió.

Te dije antes, querido lector, que la iba a dejar tomar el liderazgo; pero no, ella lo tomó con decisión desde el principio. Nos besamos con pasión y lujuria por un buen rato; ella colocó los vasos de licor en la mesa de noche y dijo con convicción,

−Quédate quieto y déjame obrar. −yo obedecí una vez más.

Procedió a lentamente desvestirme, a lo que respondí prestándole la ayuda necesaria. Cuando tuvo mi hambriento falo al descubierto, exclamó −¡me encanta tu verga! −lo que aprecié enormemente, pues me llenó de la necesaria confianza.

Se apoderó de mi Espada y casi con rabia, se la introdujo en la boca, primero lentamente, emitiendo unos sonidos suaves, los que a medida que pasaron los minutos se hicieron tan sonoros, que desordenaron mi mente. Se demoró haciéndolo. Aguanté sus agresivos embates con tranquilidad, pues sabía que el exceso de alcohol me haría demorar un buen rato.

−¡Kathy, necesito comerte! −dije al rato con ansiedad.

Ella, suspendió su muy activo movimiento, y soltándome, giró levemente, hasta, quedando con su espalda sobre el lecho y mirando hacia arriba, abrió levemente las piernas.

−¡Cómeme Rafa, cómeme el coño! −dijo.

Ahora, al fin había llegado el momento de desvestirla, de ver a esta mujer madura, elegante, autoritaria, imperiosa, segura y determinada, en toda su plenitud.

Remover las bragas, el sostenedor y las medias nylon, me tomó dos eternos minutos. Descubrir ante mis ojos su cálida cueva de amor, fue para mi una experiencia única, pues nunca había visto un coño rubio, aunque en realidad era casi pelirrojo. Me puse de rodillas en la cama y solo lo observé por un buen rato. Después de esto, me abalancé sobre ese plato gourmet y me lo comí con pasión por un buen período de tiempo, del que gocé infinitamente.

−¡Para Rafa!, −dijo ella−, cambiando de posición y poniéndose en cuatro, como perrito.

−¡Sígueme comiendo!, −gritó.

Mi ataque era feroz, mi lengua y labios recorrieron con fuerza toda su zona de amor, de adelante hacia atrás, de arriba hacia abajo, con desespero y hambre de sexo. Te confieso, querido lector, que el momento era sublime, pero la mayor fuente de mi placer, era el color de esa pelirroja selva amazónica donde estaba sumergido.

−¡Cógeme Rafa, méteme tu verga!, −exclamó Kathy con un tono dominante−. ¡Métemela!, −repitió.

Solo me puse de rodillas lo mejor que pude y se la sumergí de un solo golpe, sin problema alguno, pues ella allá abajo estaba como un pantano resbaloso, el que despedía un olor embriagante.

Allí duré largos minutos, confiado en mi y en mi capacidad de demorarme, pues como te mencioné antes, el alcohol era mi cómplice.

−¡Siii, cógeme duro Rafa, me encantaaa!, −repitió una, dos y tres veces.

Allí seguí, excitado pero muy tranquilo, pues estaba seguro de que duraría un buen rato, hasta hacerla correr duro; ese era mi objetivo principal.

−¡Ayyy, siii, no pares!, −seguía diciendo.

Mi tranquilidad terminó, cuando oí, −¡Ayyy, dame por atrás!

Detuve mi accionar por unos instantes, pues no lo podía creer. Estaba pensando con detenimiento, cuando oí de nuevo.

−¡Rafa, dame por el culo!

Oir eso, fue para mi como un cuento de hadas, pues mi debilidad ha sido siempre el sexo anal. Te explico querido lector; para mi es muy erótico, pues es la expresión máxima de la lujuria, seguramente por los muchos tabús que se han creado a través de la historia, aunque a pesar de eso, un alto porcentaje de gente lo practica.

Bueno, no nos desviemos de mi historia y de Kathy.

Cuando la oí expresar −¡Rafa, dame por el culo!, eché un escupitajo en mi mano para lubricarme un poco y se la descargué a Kathy sin piedad, a lo que ella emitió un grito, no se si de dolor o de placer. Creo que ni a ella ni a mi nos importó. No podía creer lo que estaba sintiendo; se me fue la confianza, pues me di cuenta de que el alcohol ya no era mi aliado, por lo tanto mi esperada corrida no estaba lejos de llegar. Se lo metí lo más lento que pude, hasta que para mi sorpresa y alegría, ella gritó.

−¡Ayyy, me vengo, ayyy, me corro Rafa!

Descansé. Le di cinco o diez golpes duro y sentí que me corría de una forma fuerte e inolvidable, dentro del culo de esta mujer madura, elegante, autoritaria, imperiosa, segura y determinada, en toda su plenitud, quien me había dado órdenes toda la noche.

Querido lector, esta fue sólo la noche de nuestra llegada, el miércoles. Después, tuvimos dos noches y dos días más, durante los cuales, como un par de cómplices malignos, nos dedicamos a programar nuestras cómodas agendas, para repetir los bellos episodios que te acabo de narrar. No te los repito, tú solo léelos de nuevo, si no es mucho pedir.

Días después, cuando regresamos a Los Angeles a nuestros trabajos, la continué viendo en la oficina, de vez en cuando… sin hablar.

Sólo me quedó el recuerdo de aquel coño rubio, aunque en realidad era casi pelirrojo. Kathy!!!

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