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Si te la pone, seguro querrás repetir
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Tiempo de lectura: 16 minutos

La vida, a veces, parece injusta. Un refrán, enunciado o sentencia que se expande a través del espacio y del tiempo exige tener un autor conocido. Ese alguien que, conociendo las leyes naturales las maneja, domina y aplica. Aquel que aúna un cierto atractivo con un velo enigmático, y así impulsa a la imaginación a buscar una solución en medio de las muchas posibles.

<Si te la pone, seguro querrás repetir>

En la expresión anterior, el que la pone, es José Alfredo García, es decir yo, cadete, ordenanza, ejecutivo, gerente de producción y hombre de confianza del dueño de un taller de costura que emplea a unas veinte mujeres, cifra que puede aumentar según los compromisos.

Quién inventó y quien difundió la expresión es un misterio, la cuestión es que se propagó. La hipótesis más verosímil es que se trató de una broma salida de cauce, que con el andar aumentó su volumen y se convirtió en verdad indiscutible por obra del todopoderoso rumor. Lógicamente el beneficiado fui yo.

Estoy en los treinta y desde los dieciocho trabajo en esta empresa, cuyo dueño es don Manuel, a quien debo casi todo lo bueno que soy y tengo.

Por límite de edad estaba terminando mi estadía en el orfanato y, buscando trabajo, toqué a la puerta del taller. La suerte me hizo estar en el lugar y momento justos, pues necesitaban un peón de limpieza. El dueño me hizo una buena cantidad de preguntas, diciéndome al final.

– “Voy a hablar a la institución donde estás, si confirmo lo que me dijiste, mañana empezás a trabajar. No te voy a registrar en ningún lado pues estarás a prueba los próximos dos años, y en ese tiempo tenés que terminar el secundario y trabajar. Me voy a encargar de que sigas viviendo ahí, y te advierto que si mostrás fallas importantes en cualquiera de las dos actividades te pongo en la calle en un abrir y cerrar de ojos”.

Él siguió de cerca mi maduración, marcando pautas, orientándome en situaciones dudosas y haciéndome progresar, laboral y personalmente. Esa formación a su lado moldeó mi personalidad, que una empleada, sin saber que la escuchaba, describía por teléfono.

– “Es robusto, cara de pocos amigos, amigo de pocas palabras, tremendamente ceremonioso y educado. Ninguna de las empleadas recuerda una mirada suya fija en trasero o tetas, y eso que abundan. Jamás se le escuchó una palabra de doble sentido o mostró un gesto de avance varonil, tan comunes en los hombres cuando están rodeados de mujeres. Parece más amargo que pedo de perro. Su vestimenta habitual es ropa de trabajo, que siempre lleva limpia y planchada”.

Esa descripción abonaba lo suficiente la posibilidad que, la fama de semental, hubiera tenido origen en una broma, pues mi apariencia hacía suponer un montón de cosas, menos esa.

Yo, desde la actividad elemental de limpieza, inicié un lento pero sostenido avance, tanto laboral cuanto en relación al entorno.

Enorme era el chalet, rodeado de jardín, donde vivían Don Manuel y su esposa, con edificio destinado a los caseros, un matrimonio mayor pronto a retirarse. Al cabo de siete años, el patrón, juzgando que era confiable, dispuso que su reemplazo iba a ser yo, y para ello nada mejor que residir en una habitación de esa amplia casa que tenía ingreso independiente. Así me hice cercano al chofer del dueño, Ricardo, que había cruzado los cuarenta, tenía fama de mujeriego, y a mí, quince años menor, me contaba algunas aventuras amorosas. Pasado un tiempo, en una de esas charlas avanzó con otro tema.

– “Hace rato que te vengo observando y veo que sos reservado, y se nota porque escuchas chismes pero no los repetís. Además evitás hablar por hablar. Tengo una propuesta para hacerte, pero antes necesito saber algo. Cómo te llevás con el sexo y las mujeres?

– “Pienso que bien, aunque tengo poca experiencia. De vez en cuando visito alguna amiga, cuando las ganas aprietan”.

– “Cómo estás de armamento?”

– “Estimo que aceptable, más o menos una cuarta de largo, y pulgar e índice apenas se tocan”.

– “Bien, esto es serio, por lo cual, tu normal discreción ahora debe ser total. Desde hace un tiempo presto servicios sexuales a tres señoras casadas que tienen necesidades insatisfechas. Todas arriba de los cuarenta, educadas, agradables y muy generosas. Últimamente estoy sintiendo el esfuerzo cuando las tres coinciden en la misma semana, sobre todo porque una de ellas insume mucha tarea para quedar satisfecha. Si te animás y consigo que acepte, me gustaría transferírtela”.

– “Yo encantado, pero tendrías que instruirme para que no te haga quedar mal”.

Su risa súbita me desconcertó.

– “Vos sabes que te aprecio y que no se me ocurriría burlarme, insultarte u ofenderte de cualquier manera, por eso va mi ruego de que no te sientas incómodo por lo que voy a decir”.

– “Yo también te aprecio, por eso no entiendo la carcajada”:

– “Ahora me explico. La fama que tenés hace parecer una broma tu pedido de instrucción”.

– “Pero bien sabés que es un invento de no sé quién”.

– “Hablemos en serio. La mitad de los hombres del planeta quisieran tener y poder emplear ese capital para gozar y producir, y vos que lo tenés, no lo usás ni demostrás interés en sacarle jugo. Francamente sos un bicho rarísimo y estoy orgulloso que seas mi amigo”.

– “Gracias”.

– “Vos no necesitas instrucción. Sí te voy a contar algunas reglas del oficio”.

– “La primera. Reserva. Podés ser el mejor amante del mundo, tener la pija más hermosa y grande, poseer todas las cualidades imaginables, pero si se te afloja la lengua y ella se entera, todo se va al carajo”.

– “La segunda. Placer. Prioritariamente está destinado a la mujer. El tuyo solo tiene importancia si va asociado al de la dama”.

– “La tercera. Higiene. Tenés que oler a hombre, pero a hombre limpio. Ningún perfume debe opacar ese aroma que vuelve locas a algunas mujeres.

– “La cuarta. Respeto. La mujer puede decir lo que quiera sobre su familia. Vos, aun conociendo a los integrantes, no debés opinar.

– “La quinta. Remuneración. Tocar ese tema es la mejor manera de arruinar la reunión. Su generosidad ha superado habitualmente mi deseo y mi imaginación.

La propuesta de Ricardo a Laura fue recibida con un inicial escozor, el cual se disipó al enterarse de mi inexperiencia, y al saber que tendría la tarea de enseñarme, creció el entusiasmo, pues podría moldearme a su gusto.

En la primera reunión nos insumió un cierto tiempo conocernos, y así ella se enteró que no tenía compromiso habiendo estado solo con tres mujeres, que siempre usaba preservativo, y que las relaciones habían sido satisfactorias para ambas partes. Luego vino la pregunta difícil, que contesté según consejo de mi predecesor.

– “Cuál es tu idea de remuneración”.

“No tengo, pero Ricardo me dijo que ese tema es la mejor manera de arruinar una reunión”.

– “Y si te trampeo?”

– “Si consigo darte placer y obtener el mío, es imposible que logres trampearme”.

– “Puedo no pagarte después”.

– “Sin pretenderlo ya lo hiciste”.

– “Te resulto deseable?”

– “Mucho”.

– “Mi imaginación, la novedad, y los quince días de abstinencia que llevo me tienen en un estado de excitación espantosa. Harías lo que te voy a pedir?”

– “Si está a mi alcance, seguro”.

– “Desprendete el pantalón y clavame”

Dicho eso se levantó del sillón, metió las manos por debajo del vestido amplio que llevaba y bajándose la bombacha la sacó moviendo los pies. Me miró fijamente con facciones serias, se puso de rodillas sobre la alfombra apoyando luego los codos, con una mano levantó el ruedo hasta la cintura y poniendo la cara entre las manos me dijo con voz suplicante.

– “Por favor no me hagas esperar, que me muero de ganas por tenerte bien adentro”.

Lo que tenía ante mí superaba ampliamente lo que podía imaginar. Sus nalgas levantadas mostrando netamente la hendidura que las separaba. Desde el orificio estriado del ano, a tres o cuatro dedos se ofrecía abierta de par en par la conchita, enseñando el líquido viscoso que lentamente bajaba desde el orificio y, siguiendo por el canal, bañaba el botoncito que se erguía por encima del capuchón.

Con pantalón y calzoncillo a medio muslo me arrodillé detrás, dos dedos de una mano abrieron la entrada y ahí apoyé mi glande. Su retroceso, concretando la penetración, fue en simultáneo con gemidos, gritos y contracciones vaginales, finalizando con un tremendo orgasmo. Yo no pude aguantar semejantes estímulos sin acompañar a Laura. Así fue que me corrí profusamente en el fondo de su canal.

En una de las citas, en su departamento pues el esposo había viajado, estaba acompañada por otra señora, Claudia, amiga desde la adolescencia. Una hermosa mujer que competía en belleza con la dueña de casa. La conversación con ambas fue muy agradable y cordial, pues las dos, con una cultura muy superior a la mía, evitaban tocar temas que dificultaran mi participación. La que más hablaba era la visita.

– “Me dijo Laura que trabajás en un taller”.

– “Sí, es un taller de costura, en el que hago de todo un poco, menos coser”.

– “De quién es”.

-“De don Manuel Bermúdez”.

– “Ah, sí lo conozco. En otro negocio es socio de mi marido. La conocés a su señora?”

– “Sí, es toda una dama”.

– “Es una flor de puta”.

– “No lo creo”.

– “Y por supuesto, Manuel es el rey de los cornudos”.

– “Claudia, si fueras hombre ya tendrías nariz y mandíbula quebradas, pero pegarte a vos no puedo. Solo me queda irme. Laura, te ruego me disculpes, vuelvo en otro momento”.

– “Si te vas no esperes que te llame”.

– “No hay problema, que sigan bien”.

Caminando hacia la salida escucho pasos apurados y unas manos que me toman del brazo. Era Claudia.

– “Por favor, no te vayas, esto ha sido una broma que se me fue de las manos. Con Cecilia somos amigas desde la juventud y la quiero muchísimo. A Manuel lo quiero y admiro ya que es un hombre maravilloso. A ambos los envidio por haber sabido generar una lealtad como la tuya. Y además sos un hijo de puta que me estás haciendo llorar”.

Todo eso me lo dijo con la cabeza apoyada en mi hombro sin levantar la vista. Cuando elevó su cara para mirarme, mostrando las lágrimas que bajaban, la tomé de los hombros apoyándola en mi pecho mientras ella me abrazaba la cintura. Así estuvimos un momento, ambos cuerpos soldados y mis manos acariciando su espalda. Y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro, con mis pies entre los de ella, sus brazos en mi cuello, mis manos en sus nalgas, ambas bocas en ávido encuentro y las pelvis embistiéndose mutuamente. De ese momento, nacido espontáneamente, nos sacó la voz de Laura.

– “Frenen par de salidos, José vos viniste para estar conmigo y a vos Claudia te invité para que lo conozcas, no para que me reemplaces”.

– “Tenés razón, pero su tristeza despertó mi ternura y todo lo que siguió”.

– “Es verdad Laura, no fue intencional”.

– “Sin embargo se movían como si hubieran practicado toda la semana”.

Lentamente me aproximé al sillón donde estaba la dueña de casa, arrodillándome ante sus piernas que permanecían juntas, apoyando las manos sobre sus muslos, cubiertos por la falda suelta que vestía.

– “Por favor, no te enojes, dejá que me haga perdonar”.

Lentamente empecé a correr la falda para que el ruedo fuera dejando descubierta la piel totalmente blanca. Mi primer beso, solo de labios, fue en las rodillas.

– “No, no sigas”.

– “Por qué preciosa, si sabés que me encanta saborear tus piernas”.

– “Mentira, me besás así porque sabés que me vuelve loca, lo hacés de puro perverso”.

– “Algo de eso puede haber, pero me enloquece de gusto ver cómo te retorcés con solo besarte la entrepierna por encima de la ropa”.

– “Pervertido, tu vocación de sádico es la que te lleva al interior de mis muslos. Soltame las manos degenerado, ¡no me corrás la bombacha!”.

– “Qué vas a hacer si te suelto”.

– “Bien que lo sabés desgraciado, voy a sepultar tu boca en mi conchita. Asqueroso, lamé fuerte, mordeme el botoncito, apretame las tetas, hijo de puta me corrooo”.

Por suerte sacó las manos que tenía entrelazadas en mi nuca y pude respirar normalmente, quedando con mi mejilla sobre los vellos del pubis, mientras ella parecía desmayada. Que estaba repuesta supe porque tomándome de ambas mejillas, me llevó a juntar nuestras bocas, en un beso sin urgencias, suave, delicado, rozando lo amoroso, sencilla muestra de hembra satisfecha.

Dos días después me avisaron que la señora de don Manuel deseaba hablar conmigo. Naturalmente concurrí de inmediato. La empleada que abrió, me hizo pasar a la sala donde me iban a recibir.

– “La señora me dijo que va a tomar té, vos qué quisieras servirte?”

– “Un café, por favor”.

Tras corta espera salió la señora, pidiéndome que me sentara a su lado en el sillón grande, pues quería hablar en voz baja. Vestía una blusa suelta que caía más abajo de la cintura de la amplia falda. Ambas prendas blancas. Servido té y café dejó libre hasta el día siguiente a la empleada.

Cuando dijo para qué me llamaba quedé paralizado. Con toda suerte ella conservó la calma y su mirada tranquila me permitió hablar.

– “Señora, no entiendo, qué razón puede haber para que el señor Manuel acepte a un cualquiera como yo teniendo sexo con su esposa?

– “Interrogante largo de contestar y lo voy a hacer en dos partes. Yo tengo cuarenta años, veinte menos que mi esposo. Recordarás que hace unos dos años a él lo operaron y todavía sigue un tratamiento que no sabemos cuándo terminará. Incluso alguna vez lo acompañaste vos cuando yo no podía. Era un cáncer de próstata y como consecuencia de eso dejó de estar en condiciones de tener relaciones íntimas. Buen tiempo después, cuando él vio que en determinados momentos yo sentía y reprimía mis deseos de sexo, me convenció de satisfacerme con algún profesional. En mala hora acepté, porque el contratado, al enterarse de quienes éramos intentó un chantaje. Por supuesto Manuel informó a la empresa, quienes tomaron cartas en el asunto, ofreciendo además devolver lo cobrado y una compensación por las molestias. Mi marido les dijo que con no saber más de ese tipo era suficiente. Así sucedió, y como si fuera poco el encuentro, en lugar de ser placentero me asqueó, cosa que por supuesto me callé, pues hubiera sido aumentar el dolor de mi marido. Me pude hacer entender?”

– “Perfectamente”.

– “Sigamos. Hace un mes Claudia me contó la relación que mantienen y la verdad es que no podía salir de mi asombro. Nunca te imaginé en eso”.

– “Señora, el único compromiso de lealtad que tengo es hacia su esposo y hacia usted, pues lo que soy y tengo se los debo. Ignoro todo sobre ese matrimonio y jamás nombro o hago alusión al marido de Claudia a quien no conozco ni de vista. Con ella tengo una cordial relación en la que ambos obtenemos placer y además es muy generosa conmigo. Sobre su proceder no me atrevo a opinar. En esto sigo el refrán de una señora del orfanato: <Más sabe loco en casa propia que cuerdo en casa ajena>”.

– “Es lo mismo que me dijo mi amiga ayer y por eso te hice venir. Sigo la explicación. Cuando hace poco Manuel me propuso nuevamente contratar a otro aquí, o que viajáramos a algún lado, le agradecí diciéndole que cuando fuera oportuno yo se lo diría. Mi esposo tiene muchos amigos leales, pero todos con un dejo de interés. Los que no me han desnudado con la mirada es porque ven mal o no tienen esperanzas de poder. Leal como vos, que en doce años me has mirado limpiamente, nos respetaste en todo momento, jamás un intento de aprovecharte de tu situación, no digo que no hay. Simplemente yo no conozco. Vení en mi ayuda y no me trates de usted”.

– “Por favor, apoyate en el espaldar y cerrá los ojos. Así podremos disminuir la vergüenza inicial. No es sencillo, para quien es empleado, tener de golpe la confianza suficiente para acariciar el cuerpo de la esposa de su patrón. Imagino que vos sentirás algo parecido pues nuestra relación es larga en el tiempo, pero siempre distante”.

– “Es verdad, pero desde el comienzo, he valorado tu proceder y eso generó un afecto sincero”.

– “Te ruego que si algo que hago te provoca rechazo o incomodidad me lo digas. Dejame que te desprenda el corpiño y lo saque deslizando los breteles hasta los codos. Es una imagen cargada de sensualidad y casi seguro que tus pezones se endurecerán al simple contacto con la prenda. Con los párpados bajados, dejá que la imaginación te haga contemplar, como si fueras un tercero mirando, mis dedos moviéndose sobre la tela recorriendo tus pechos”.

Miraba su cara mientras movía la mano acariciando, apretando, tironeando sus pezones, cuando note fruncido su ceño.

– “Te incomoda?”

– “Para nada, solo que tengo sensaciones casi olvidadas, y por cierto deliciosas. Qué excitante es el ejercicio de verme desde afuera disfrutando. Por favor quiero tu boca en mis tetas”.

– “Vamos a complementar el trabajo de mis labios. Vení, que tus nalgas se ubiquen al borde del asiento quedando yo entre tus piernas. Así, a través de la ropa, frotá tu conchita recorriendo el lomo de mi pija, mientras atiendo tus pechos”.

Es lo que hice, con lengua y manos, dedicado a esos globos deliciosos, sorbiendo, mordiendo apretando y retorciendo, haciendo alternancia entre leve dolor y caricia placentera. Los gemidos y sus manos en mis nalgas incrementando la presión entre los sexos me hicieron levantar la vista, para encontrar su cara desencajada, el cuello tensado y la cabeza volcada hacia atrás.

– ¡“Las tetas, las tetas, apretalas fuerte que me corro, más, más, estoy acabandoooooo!”

La laxitud de su cuerpo, confirmada por el relajamiento de sus facciones, me hizo pensar que el placer alcanzado había sido enorme, y me sentí feliz por ella, pero más deseoso aún de gozar en su interior. Tras corto lapso abrió los ojos mirándome con expresión de ternura.

– “No hiciste intento de besarme”.

– “No, no lo hice. Muchas personas le otorgan al beso una carga amorosa bastante mayor respecto del simple deseo sexual, y por eso no quise entrar en un terreno que pueda tener vedado. Prefiero pensar que permanece dentro de lo posible antes que enfrentar una negativa.”.

– “Me cumplirías un deseo?”

– “El que quieras”.

– “El próximo orgasmo quiero sentirlo con tus labios cubriendo los míos mientras chupo tu lengua y, si es posible, sintiendo tu leche inundar el fondo de mi vagina”.

– “Entonces tendremos que coordinarlo porque estoy en estado de explotar. Permitime que te prepare”.

Ella seguía en el sillón recuperándose del orgasmo. Las nalgas en el borde, apoyando hombros y cabeza en el respaldo. Las piernas abiertas, tapadas por la falda que caía entre las dos, fue el espacio elegido para ubicarme de rodillas, mientras sus facciones relajadas contemplaban el movimiento de mis manos corriendo hacia arriba el ruedo. El desplazamiento de la prenda fue lo suficientemente lento para ir besando, alternadamente, la piel descubierta de cada muslo. Cuando hizo su aparición la bombachita, también blanca, hice que cada rodilla tocara un hombro para que mis labios pudieran hacer atrás lo que antes habían realizado delante. Esta parte de la caricia la recibió con el cuello sobre un apoyabrazo, la cabeza volcada hacia atrás, con ojos cerrados y boca abierta.

Me di cuenta que mi boca había conseguido la maduración conveniente cuando sus manos en mi nuca parecían querer introducirme en la vagina. Después de beber con deleite sus jugos levanté la cabeza.

– “¡Por qué parás!”

– “Porque tengo que cumplir tu pedido. Me voy a sentar para ubicarte a caballo de mis piernas. Tenés que coordinar la penetración de mi miembro en tu conchita y de mi lengua en tu boca”.

– “Ni loca, quien mucho abarca poco aprieta. Primero voy a deleitarme con cada milímetro de pija que vaya entrando, y lo voy a disfrutar más, viendo tu esfuerzo por no correrte. Recién cuando comience mi orgasmo te comeré la lengua”.

– “No te conocía esa vena de maldad”.

– “Yo tampoco, pero es una delicia tenerte en mi poder”.

– “No quiero acabar dejándote a mitad de camino”.

– “Abandonate, estoy igual que vos, déjate ir que seguro te acompaño”.

Así fue. Apenas entrada la cabecita comencé las palpitaciones, expulsando semen mientras sus músculos producían contracciones semejando un ordeñe. La recuperación del esfuerzo la hicimos en la misma posición. Ambos agotados de tanto placer.

Una semana después me llamó.

– “Estás en tu casa?”

– “Sí señora”.

– “Por favor, dejá entornada la puerta, ahí voy”.

Me senté a esperarla en el comedor de frente al ingreso. En menos de cinco minutos empujó, entró, cerró con llave y apoyó su espalda contra la puerta. Me acerqué atrayéndola hasta tenerla pegada y con su cabeza en mi hombro. Esa postura me permitió recorrer desde la oreja hasta la base del cuello con besos cortos mientras mis manos se movían por la espalda, las nalgas, los costados y su entrepierna.

– “Esto no está bien, pero no tengo fuerzas para sobreponerme. Estoy loca de deseo. Las ganas de sentir el placer que sabés darme me han desequilibrado”.

– “Somos dos los descontrolados”.

Me arrodillé y, mientras levantaba el ruedo del vestido, besaba sus muslos blancos. Al llegar a su pelvis la hice tomar el vestido para tener mis manos libres y acariciar su sexo que se ofrecía desnudo. Mi boca ocupó el lugar de las manos y en poco tiempo sus quejidos aumentaron de volumen preanunciando el orgasmo. La tuve que sostener para que no cayera al suelo.

En brazos la llevé hasta la mesa acostándola de espaldas.

– “Así quiero tenerte para disfrutar observando tu placer”.

La deslicé hasta que sus nalgas quedaron al borde y llevé sus rodillas a tocar los hombros. La penetración me llevó su tiempo, pues cada gesto, cada sonido, cada movimiento de párpados, ocasionaba una detención para disfrutar el instante. Llegado al fondo siguió el retroceso y así varias veces hasta que habló.

– “Ahora, ahora hasta el final, las tetaaaas apretalas fuerteeee, acabo, acabooooo”.

Imposible frenar mi corrida, así que la acompañe derramando toda mi leche en el conducto que tiernamente me acogía. Cuando vi que se estaba reponiendo la cubrí ayudándola a levantarse. Cuando volvió del baño ya arreglada tomó su teléfono para hablar con don Manuel.

– “Hola querido, me dijiste que te llamara diciéndote cómo estaba. Estoy bien y satisfecha. Corporalmente disfruté, pero anímicamente disfruté más porque él es obra tuya. En todo momento se condujo con la nobleza que vos le inculcaste. Gracias mi amor “.

– “¿Está bien don Manuel?”

– “Seguro que no, aunque lo calle. Estas cosas siempre duelen. En este caso, la profundidad de su amor por mi probablemente atempere el dolor”.

– “Espero que esto no me aparte de su afecto”.

– “Seguro que no. Ahora deseo reunir fuerzas para no llamarte de nuevo ni venir acá. Manuel es el amor de mi vida y no pienso agregarle más dolor al que ya sufre por la enfermedad”.

– “Te entiendo y creo que tenés razón”.

Me despedí de ella con un abrazo de sincero afecto, apartándome de inmediato, pues si lo prolongaba seguramente el cuerpo me hubiera traicionado.

Mis reuniones con las dos señoras amorosas siguieron sin alteraciones. En una de ellas con Claudia tuve que hacer un buen esfuerzo para permanecer impasible.

– “Ayer salimos a tomar el té con Cecilia”.

– “Qué bueno, y cómo anduvo la reunión”.

– “Hermosa. Por supuesto, ni ella ni vos lo van a aceptar, y está perfecto que permanezcan callados. Pero la cara radiante de mi amiga indica claramente que está muy bien cogida. De ahí, a concluir que vos sos el responsable, resulta más sencillo que obtener cuatro sumando dos más dos. Como los quiero a ambos esta es la primera y última vez que toco el tema, sean felices. Ahora vení y haceme explotar de placer como sabés hacerlo.

La enfermedad de don Manuel progresó mucho y eso lo obligaba a permanecer en cama. Algo más de un mes de la segunda y última reunión con Cecilia, el patrón me mandó llamar. Fui de inmediato y cuando me hizo sentar al lado del lecho se me encogió el corazón ante el color ceniza de su piel, que se apreciaba pegada a los huesos. La expresión de su cara era de afecto para conmigo y eso mitigó mi tristeza. Después de charlar sobre temas diversos habló sobre lo que yo temía.

– “Hubo algún inconveniente entre vos y Cecilia, o tuvieron alguna diferencia?”

– “Ninguna señor”.

– “Qué raro, ayer le pregunté cómo andaban las relaciones y me dijo que no le interesaba reanudarlas. José, siempre fuiste transparente para mí. Qué pasó?”

– “Señor, usted es el único con quien puedo no observar la norma de reserva que me enseñara. La segunda vez que nos reunimos, su señora dijo que iba a juntar fuerzas para no verme más, porque su marido era el amor de su vida. Y lo cumplió”.

– “Ves José, porqué la quiero tanto?”

– “Sí señor”.

– “Me harías un favor enorme?”

– “Delo por hecho señor”.

– “Estoy seguro que no me queda mucho tiempo. Cuando ya no esté, los buitres se van a pelear por Cecilia. Una mujer joven, sin compromiso, hermosa y con plata es un manjar sumamente apetecible. En la medida de tus posibilidades cuidala. Cambiemos de tema. Cómo te va en ese trabajo poco común que tenés?”

– “Bien, ambas señoras son un encanto”.

– “A los dos maridos los conozco bien y desde hace mucho. Se pelean a ver quién es más putero. Gastan fortunas en mocosas a las que sólo les interesa su dinero. Me parece muy bien que ambas esposas gasten algo en procurar lo que en la casa no encuentran. Haceles perder el sentido de tanto placer, lo merecen. Visitame cada tanto”.

Cumplí con su indicación de visitarlo, aunque no muchas veces, pues al poco tiempo falleció. Dos días después de las exequias nos citó a su estudio el abogado de don Manuel, quien muy previsoramente había puesto todo a nombre de su esposa evitando los largos y costosos juicios sucesorios. La gran sorpresa fue recibir los papeles que me acreditaban como propietario de la casa habitada por mí y del taller de costura. Pero eso no fue lo más importante, lo simplemente maravilloso fue recibir el abrazo de Cecilia diciéndome cuanto se alegraba de la decisión de su esposo.

El proceso de recuperación llevó el tiempo lógico de quien pierde a un ser muy querido, compañero de toda la vida. Poco a poco fue regresando a las reuniones con sus amistades con esporádicas salidas a tomar el te o comer. Yo fui el favorecido en un almuerzo dominical. El sábado siguiente aceptó mi invitación a cenar y dentro de la charla distendida y agradable, cuyo propósito era mitigar su soledad, me soltó una bomba.

– “Ayer me habló por teléfono uno de los socios de Manuel que alguna vez lo frené por insinuarse. El pretexto de la llamada era saber cómo estaba, pero realmente tenía otro motivo. Sus palabras fueron <Te vi almorzando con un empleado de su esposo. Debieras elegir mejor>. Le di la razón en cuanto siempre se puede mejorar y, sabiendo la respuesta, le pedí que me avisara cuando supiera de algo superior. Por supuesto me dijo que él estaba disponible. Querés saber mi contestación?”

– “Encantado”.

– “Le dije que en estos momentos su altura estaba al nivel de tus zapatos, que cuando estuviera por llegar a los tobillos, después de tiempo y esfuerzo, me avisara y ahí hablaríamos”.

– “No sé qué decir”.

– “Ni falta que hace. Me ayudarías a concretar una travesura nueva para mí?”

– “Con todo gusto”.

– “Por favor, llevame al orgasmo con tus caricias”.

Mientras hablaba tomó mi mano llevándola, debajo del mantel, al centro de sus muslos descubiertos, pues el ruedo de su falda estaba casi en la cintura.

– “Me dejás guiarte?”

– “Encantado”.

– “Apretame los labios como si quisieras cerrarlos y llevarlos hacia arriba, luego abriéndolos hacia abajo. Así. Más, que de esa manera el botoncito va a asomarse saliendo del capuchón. Seguí que es una delicia, ya me estoy mojando”.

– “Y yo pienso saborear tus jugos chupándome los dedos”.

– “De acuerdo, pero no te demores”.

Volví a acariciar el tesoro que me ofrecía. Esta vez recorriendo con mi dedo medio la divisoria entre los labios deteniéndome algo en el clítoris, que levemente sobresalía. Ese recorrido por fuera terminó cuando ella me forzó a ingresar presionando mi muñeca.

– “No voy a permitir tu intención de torturarme. Poné la yema de dos dedos en la entrada de la vagina. Ahora yo voy a manejar la acción. Así, en círculo recorriendo el ingreso, aunque mi conchita se muera por ser penetrada. Ya, ya, adentro que me corro. Madre santa, que placer!”

Después de borrar algunos rastros y habiendo acomodado mi miembro, pedí la cuenta y salimos. Esa noche dormimos en casa. Primera vez en mi existencia que me despierto, al otro día, al lado de una mujer con la que hice el amor. Quedamos en no quemar etapas, que nuestra unión fuera fruto de la natural maduración, y así cada paso tendría proyección de futuro.

Al día siguiente las llamé a Laura y Claudia pidiéndoles un momento para charlar con ellas pero no por teléfono. Ambas me respondieron que lo harían encantadas pero no estaban dispuestas a quedarse con la intriga hasta el momento de la reunión. Al no tener otra opción les expliqué que me había enamorado, y que me sentía mal conmigo mismo si mantenía la relación que me unía a ellas. Las dos lo tomaron bien, quedando en llamarme. Al rato sonó el teléfono, era Claudia diciéndome que la finalización de esa etapa ameritaba una reunión a todo lujo y sería una cena en un restaurant el sábado a la noche. Más tarde le comenté a Cristina sobre la cena y le pareció muy bien.

Llegué unos minutos antes del horario convenido y me ubicaron en la mesa reservada con cuatro lugares previstos, lo que me llamó la atención. Si había algo que predominaba en el lugar era el lujo y la distinción. Estaba en esas cavilaciones cuando las vi llegar. Laura abría la marcha y Claudia la cerraba, en el medio Cecilia. Esto sólo podía ser iniciativa de la que venía al final.

La reunión fue hermosa, distendida, digna de ser recordada. Fiel a su costumbre de romper toda regla Claudia hizo su intervención

– “Cecilia y José sepan que esta comida es invitación de nuestros maridos. En la cena de anoche les pedimos permiso para pagar con la extensión de sus tarjetas de crédito. A vos amiga te conocen, pero cuando supieron que venía un hombre quisieron saber de quién se trataba. Yo respondí que era el macho que nos atendía cuando ellos estaban ausentes. Con la tranquilidad del que se cree irremplazable mi esposo preguntó si era alguien conocido. Respondí que sí y le dije tu nombre. Sabés cuál fue la reacción de estos dos inconcientes?”

– “Ni idea”.

– “Largaron una carcajada y después alabaron nuestro sentido del humor”.

Inevitablemente lloré de risa.

Ya consumidos los postres trajeron champaña para el brindis. Los motivos fueron variados en torno de la leal amistad, no faltando la intervención ingeniosa de quien llevaba la voz cantante.

– “Mi brindis es por la desgraciada que se apropió de nuestro macho. José, por favor, alguna vez, en nombre nuestro, dale placer doloroso para que aprenda”.

Yo levanté la copa, sin mover un músculo de la cara, con la vista fija en algún punto del espacio y diciendo interiormente <Gracias Dios mío por tanto bien gratuito>.

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