Los dos almohadones que amortiguaban mi deseo.
Esos dos almohadones que desbordaban pasión.
El contraste de tus húmedos labios con lo ardiente de nuestro besar.
Mi boca que fue lápiz y tu cuerpo que fue lienzo.
En esta galería de arte que está en mi cabeza.
Están arrejuntadas las imágenes que quedaron en mí después de cada acto.
Tu cuerpo, hasta nuevo aviso, quedó perpetuado como estatua
en el centro de esta nueva galería de las pasiones.
Desde la poco sutil finura de tus labios hasta la cicatriz que llevas en la espalda.
Esa cicatriz que me decías que tenías.
Las imperfecciones que muchas veces sólo nosotros vemos.
Nunca me percaté de aquella cicatriz
ya que la niebla que ahogaba cada parte de mis sentidos en ese momento
apenas y se concentraba en tu cuerpo
que retumbaba de satisfacción en cada forcejear.