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Buscaba un sugar daddy y encontré mucho más
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Tengo 22 años y como no tengo interés en sonar humilde, voy a admitir que estoy buenísima. Tengo un pelo rubio, lacio y largo que me llega a la mitad de la espalda. Me gusta llevarlo suelto, creo que es un gran arma de seducción. Mido 1,65, Tengo unas tetas grandes que me gusta llevar bien visibles, una cintura pequeña, abdomen marcado de gimnasio, piernas firmes y entrenadas, y un culazo espectacular. En cuanto a mi cara, tengo unos labios carnosos, una nariz pequeña y linda, y ojos grandes y verdes, enmarcados en unas pestañas naturalmente arqueadas.

No me gusta la falsa modestia, así que prefiero hablar con sinceridad. Hombres y mujeres se voltean en la calle para mirarme pasar. Y yo, que soy consciente de mi gran atractivo, me paseo con altanería, mirando fijamente y provocativamente a quienes me contemplan con deseo.

Podrán imaginarse que siempre me ha ido muy bien con los hombres, he tenido prácticamente a todos los que he querido. Sexualmente he hecho todo lo que quise, aunque no tuve tanto éxito en mis relaciones, ya sea por celos por parte de mi pareja, o por no querer dejar de coquetear con cualquiera que se me cruzara.

A mi corta edad ya he experimentado en el plano sexual más que mucha gente madura, y he llegado a aburrirme un poco. Generalmente pongo altas expectativas a los encuentros y me voy decepcionada y nada satisfecha.

Por otro lado, al terminar mis estudios secundarios, ingresé en la universidad para estudiar abogacía y comencé a trabajar en un estudio jurídico, donde mis atributos me han dado beneficios y también perjuicios, ya que en un ambiente tan machista se suele creer que si eres linda no puedes ser inteligente, y que necesariamente has alcanzado tus logros acostándote con algún superior. Y en lo profesional no había sido así. Soy una persona responsable y estudiosa, y me considero muy buena en mi trabajo.

No ganaba mal en el estudio, pero el salario se me iba rápido entre el alquiler de mi hogar, los cursos pagos que realizaba, el gimnasio, el terapeuta, y alguna que otra cosa más. Había tantas cosas que no llegaba a hacer y tantos deseos que dejaba de lado por no tener el dinero, que mis amigas me recomendaron que me consiguiera un sugar daddy.

Todo empezó como una broma, un chiste interno en el que ellas me decían que debería usar mis llamativos dotes para algo útil. De cualquier manera ya estaba aburrida de mi vida sexual habitual, siempre con hombres preciosos y jóvenes, fuertes, pero que al final ya no me daban nada novedoso.

– Vas a hacer feliz a un pobre tipo que no va a poder creer que se come ese culo, y además vas a poder conseguir todas las cosas que querés. Todos ganan. – me dijo un día mi amiga

Luego de que la idea rondara durante un tiempo en mi cabeza, me decidí. Pero ¿cómo hacía?, ¿dónde se encontraban? Yo sabía que lo único que debía hacer era encontrar el hombre adecuado, elegirlo, y seducirlo. Las chances de que me rechazaran eran realmente pocas, y más en un hombre de la edad de mi padre.

Cuanto más pensaba en tener un sugar, más me calentaba la idea. Me entusiasmaba. Quería hacerlo. Ya no sólo por lo material que podría recibir, sino por la experiencia de que un señor me deseara, me desnudara, me disfrutara. Ya quería hacer gozar a mi sugar todavía inexistente.

Un día mi jefe en el estudio jurídico me dio unas carpetas que debía llevarle a primera hora del día siguiente al juez de una causa en la que trabajábamos.

– Esto llévaselo al Juez Torres mañana antes de venir a la oficina. Es importantísimo que se lo des personalmente. ¿Sabés dónde queda el juzgado? – dijo mi jefe

– Claro, he ido varias veces. No te preocupes. Hasta mañana.

Me fui a mi casa con las carpetas, y me quedé pensando en el juez. Lo había visto alguna vez que había llevado papeleo a su oficina, aunque nunca había hablado con él directamente. Comencé a pensar que quizás podría ser mi tan ansiado sugar daddy. Era un hombre respetado, con muchos años de experiencia, con poder, y obviamente con mucho dinero. Tenía entre 55 y 60 años, era una persona que iba siempre muy prolija. Tenía una seriedad intimidante, pero cierto atractivo. Quizás era la importancia de su persona lo que lo hacía atractivo.

A la mañana siguiente, me vestí como usualmente me visto para ir a la oficina, pero procuré estar especialmente provocativa. Me puse una falda tubo negra, hasta por encima de las rodillas, que marcaba muy bien mi culo y mis caderas. En la parte superior una camisa blanca, con el primer botón abierto, para que dejara ver sutilmente mi imponente escote, y unos zapatos altos. Por debajo de la ropa llevaba un conjunto de encaje rojo. No sabía si iba a tener la oportunidad de dejárselo ver, pero siempre había que ir preparada.

Tomé un taxi y fui al juzgado. El taxista no paraba de mirar mis tetas por el espejo retrovisor, y yo me acomodaba para que las pudiera observar bien. Me gustaba imaginarme la erección dentro de su ropa. Me cobró al llegar y dijo:

– Son 157 pesos. Para vos son 150.

Le pagué y me bajé mientras pensaba que mi vida era una constante cadena de sugar daddys dándome beneficios por haberlos dejado contemplarme. Qué vidas tristes tendrían en la intimidad.

Entré al juzgado, mostré mi identificación y esperé a que me hicieran pasar.

– Vengo a entregar unos papeles al Juez Torres – anuncié

– Está ocupado. Podés dejárselos a su secretaria

– Lo espero. Prefiero entregárselos en persona.

– Bueno, te llamamos cuando esté libre.

Me senté en un sillón y esperé allí, intercambiando miradas con cada persona que pasaba por delante. Ese era mi entretenimiento mientras esperaba. Un rato más tarde, una mujer muy amable me hizo pasar al despacho.

– Buenos días, Sr. Juez. Mi nombre es Eva y trabajo en el estudio jurídico Peretti. Vengo a traerle unas carpetas del caso Polok. Disculpe que lo moleste pero me pidieron expresamente que se las entregara en mano.

El hombre no se levantó del asiento y me miró de arriba a abajo cuando crucé la puerta.

– Pasá, adelante. Y cerrá la puerta. – su voz detonaba seriedad y estrés.

Me acerqué y le alcancé los papeles. Me quedé parada esperando mientras los hojeaba.

– Falta un anexo de las pruebas acá. – dijo

– No señor, está todo. Permiso… – dije y me acerqué a su mesa

Me agaché levemente sobre el escritorio y comencé a buscar las hojas perdidas. Lo hice tomándome demasiado tiempo, ya que mis tetas habían quedado frente a él, asomándose por mi escote, y de reojo veía cómo las observaba. Se veía además el costado de mi ropa de encaje roja, y sabía que cuando me fuera se quedaría pensando en eso. Quizás hasta se masturbaría en su despacho. Eso me excitó.

– Aquí están.

Las miró y al ver que estaba todo bien, me dijo:

– Todo perfecto, Eva. Muchas gracias por entregármelas en persona. – dijo y por primera vez, dejó ver una leve sonrisa.

– No hay problema, buen día. – dije sonriendo seductora.

Me dirigí lentamente a la puerta meneando mi culo frente a su cara. Sabía que me estaría mirando. Antes de que pudiera terminar de salir, me volvió a llamar, y yo sonreí por dentro.

– Eva.

– Sí, señor. – dije ingresando nuevamente al despacho

– ¿Cuál es tu apellido? Veo que sos muy eficiente y no abundan los asistentes así en los estudios jurídicos.

– Mi nombre es Eva Suarez. Y muchas gracias.

Pensé por un segundo que debía aprovechar esa situación sin parecer desubicada. Me acerqué nuevamente a su escritorio y le pregunté:

– ¿Tiene un papel donde pueda escribir?

Me alcanzó un papel y una lapicera. Escribí mi número de teléfono, con mi nombre debajo.

– Le dejo mi número personal por si alguna vez necesita resolver algo con urgencia. A veces los tiempos del estudio pueden extenderse. Prometo tratar de agilizar el trabajo.

– Muchas gracias. Buen día. – dijo

Yo me alejé y salí de la oficina. Me fui sintiéndome victoriosa. Ahora sólo quedaba esperar un mensaje suyo.

Pasaron varios días y yo ya había dejado de tener presente al juez, había pasado a un segundo plano en mis pensamientos, ya que me encontraba estudiando y trabajando mucho.

A la semana siguiente a nuestro encuentro, recibí una llamada al llegar a mi casa. Era un número desconocido, y en ningún momento se me cruzó la idea de que podría llegar a ser Torres.

– ¿Hola? – dije

– Hola, Eva. Soy el juez Torres, espero no estar molestando.

– Ah, hola, señor. No me molesta, acabo de llegar a mi casa. Dígame en qué puedo serle de ayuda.

– No necesito nada del estudio esta vez, pero me gustaría reunirme con vos para hacerte una propuesta.

– Dígame día y horario y ahí estaré.

– ¿Te parece esta noche en el bar del Hilton? ¿A las 8 de la noche?

– Claro, nos veremos ahí.

Eran las 6 de la tarde. Me entré a bañar, preparé mi pelo, me maquillé sutil pero linda, y elegí un vestido ajustado rojo muy sensual. El Hilton era bastante lujoso y era mi excusa para ir vestida de esa forma.

A las 8 en punto ingresé y la recepcionista me preguntó por mi reservación. Me quedé muda un segundo, pero por suerte Torres levantó su mano desde una mesa y le hizo un gesto a la mujer, indicándole que estaba con él.

El juez se paró para saludarme, y me ayudó a quitarme el abrigo. Era un señor muy tradicional, formal, de otra época.

– Iba a pedir un trago. ¿Vos qué quisieras tomar?

– Un gin tonic para mí – dije

Cuando vino la camarera, le ordenó mi trago y un whisky para él. Antes de que pudiéramos empezar a hablar, ya nos había traído nuestro pedido.

– Me alegra que hayas venido. Quería hablar con vos porque me interesaría conseguirte un puesto en el juzgado.

Yo me quedé helada y ninguna palabra salió de mi boca. Unos segundos después pude recién responder.

– Ehhh, no sé qué decir. Me halaga muchísimo la propuesta.

– Aceptala entonces. Sé reconocer a alguien profesional cuando lo veo, llevo muchos años en esto. Y quisiera que trabajaras para el juzgado. Sería muy útil tenerte trabajando para nosotros.

– La verdad es que sería un placer, es un gran avance profesional para mí.

– Tenemos un trato entonces. Ahora contame de vos.

– Tengo 22 años, mi familia vive en otra ciudad, estudio abogacía desde que dejé el secundario y me apasiona. Me encantaría dedicarme al derecho penal en el futuro. Trabajo como sabe en el estudio jurídico, y con ese dinero pago cursos para continuar formándome y estar a la altura de lo que se me pida.

– Me encanta tu dedicación.

Hablamos durante un largo rato, tomamos unos cuantos tragos más. Me contó un poco sobre su vida, sobre sus hijos. Mencionó estar divorciado hace algunos años, ya que su trabajo no le permitía dedicarse a la familia como le hubiera gustado. En fin, compartimos un poco de nuestras vidas, y unas horas después comenzamos a despedirnos. Torres pagó la cuenta y me dijo:

– ¿Cómo viniste hasta acá?

– En taxi.

– Vamos que te llevo

Cuando le trajeron su auto, vi que el muchacho que lo alcanzó nos miró, seguramente pensando el bombón que se estaba comiendo el señor. Pero no… no todavía.

Me subí a su auto, era un BMW negro, polarizado, brillante y lustroso. Le dije mi dirección y continuamos hablando en el trayecto. Yo me sentía un poco borracha, ya que hacía mucho que no tomaba alcohol, y me había tomado tres gintonics sentada en aquel bar.

– Aquí estamos. Gracias por la compañía – dijo cordialmente

– Muchas gracias por los tragos y por la oferta. Mañana mismo renunciaré al estudio.

– Tomate el tiempo que necesites. Te van a llamar del juzgado para arreglar todo.

– Gracias.

Me acerqué a saludarlo con un beso en la mejilla (aunque no sabía si era correcto), y cuando estuve cerca suyo, me paralicé por un momento y lo besé en los labios.

Él no me quitó, pero tampoco reaccionó. Luego de unos segundos me alejó amablemente con su mano.

– Esperá. ¿Qué hacés? No pienses que te ofrecí el trabajo para esto.

– No, disculpe. No quise incomodarlo. No tenía nada que ver con el trabajo. Simplemente fue un impulso, quise hacerlo. Perdón.

– No te disculpes, soy un hombre soltero y vos una mujer hermosa. Pero no me gustaría que malinterpretaras mi oferta.

– De ninguna manera.

Me miró con unos ojos casi paternales, pero vi cómo su mirada cambió y tomándome la cara me besó, ahora sí con ímpetu. Nos besamos con firmeza, me encantaba sentir su barba canosa raspando mi rostro, poner mi mano en su cuello. Posé mi mano en su pierna suavemente, midiendo mis movimientos, veía de reojo su bulto hinchado. Él acarició el contorno de mis caderas, de mis pechos. Pero ninguno de los dos fue más allá. Era muchísimo agarrar su verga en el primer encuentro, aunque admito que me hubiera encantado. Nos despedimos y bajé en mi casa. Antes de dormir me masturbé pensando en Torres.

Días más tarde me presenté en el juzgado para mi primer día de trabajo. Una empleada me presentó a mi jefa, que agradecí que no fuera el juez. Yo lo quería de amante, pero no de jefe. Quería hacer mi carrera por mis méritos y no por tener sexo con mi superior. También por eso me alegró que mi jefa fuera una mujer heterosexual, ya que no iba decidir nada estando caliente conmigo.

A media mañana me crucé a Torres en el pasillo y me preguntó qué tal mi primer día. Le dije que muy bien, que todos eran muy amables.

– Más tarde pasate por mi despacho y te pongo al tanto de algunas cosas.

– Claro, dije. – y por dentro deseé que esa vez me cogiera.

Me fui a trabajar y más tarde pasé por su oficina como me había pedido.

– Permiso.

– Pasá, pasá, estaba terminando unas cosas.

– Si molesto puedo venir después.

– No molestás, al contrario.

Sonreí y cerré la puerta a mis espaldas. Cuando me giré hacia él, lo vi muy cerca de mí.

Le sonreí y me acerqué, lo besé en la boca, ya que sabía que era yo quien debía dar esos pasos todavía. Me beso con lujuria, pasó sus manos por mi cuerpo, tomó mi culo esta vez y lo apretó, lo hizo también con mis tetas.

– Me encanta que te hayas distendido un poco desde la última vez – le dije sonriendo, y sin querer lo estaba tuteando.

– Es que no podía dejar de pensar en vos estos días

– Me pasó lo mismo.

Volvió a besarme, cada vez más caliente. Y ahora sí llevé mi mano a su entrepierna. Suavemente la pasé por encima de su bulto, midiendo sus reacciones. Como vi que continuaba besándome y que su respiración se hacía más profunda y sonora, continué tocándolo, cada vez con mayor presión, pasando mi mano por todo su tronco.

– Ufff buenos días… – dije riendo, haciendo referencia a su erección

– Nunca pensé que estaría haciendo esto en mi despacho, y menos con una mujer joven y hermosa como vos.

– No pienses tanto. – le dije

Las manos del juez se desesperaban por apretar mi culo. Comencé a desabrochar su cinturón y bajé su pantalón de vestir y sus bóxers. Lo guie suavemente para que se sentara en uno de los sillones que había en su oficina (este era de dos cuerpos). Saqué su pene duro como una piedra, lo cual me tranquilizó, ya que nunca había estado con nadie de su edad, y comencé a comérmelo con dedicación.

– Ahhh, qué linda sos, por Dios.

El juez metía sus dedos entre mi pelo rubio, mientras lo sostenía y miraba mi boca subir y bajar por su miembro. Luego de mamarla un rato largo, me paré frente a él y comencé a quitarme la falda, dejando libre mi enorme culo. Saqué también mi camisa, y me quedé sólo con mi conjunto de encaje negro.

– ¿Te gusta lo que ves? – le dije

– Me fascina lo que veo – dijo tirado sobre el respaldo

Quité mi corpiño dejando que contemplara mis hermosos pechos. Los toqué para él, los apreté. Él seguía sentado y comenzó a masturbarse lentamente mirándome. Me quité la tanga también, chupé uno de mis dedos y me lo llevé a mi entrepierna, pasándolo por mi clítoris. Él me miraba con chispas en sus ojos.

Me di vuelta y tomé mi culo con ambas manos, me incliné un poco hacia adelante dejando que apuntara hacia él, y abrí mis nalgas, para que viera tanto mis nalgas como mi ano. Pasé mi mano suavemente por él.

– Y esto, ¿te gusta?

Se estiró y agarró mis caderas, atrayéndome hacia él, todavía yo de espaldas. Sentado en su sillón y conmigo parada, comenzó a comerme el culo como hacía mucho no lo hacían. Yo gemía y él sostenía mis nalgas abiertas metiendo toda su cabeza entre ellas, pasando la lengua con profesionalismo. Me estaba excitando mucho. Comencé a masturbarme mientras él atendía mi culo.

De repente me di vuelta quedando de frente a él, y pasando una pierna por cada uno de sus lados, me posicioné encima suyo. Mis tetas quedaron a la altura de su boca, y comenzó a besarlas, lamerlas, succionarlas, morderlas. Todo mientras las tomaba con fuerza en sus manos. Yo me movía sobre su verga pero sin meterla dentro todavía. Cuando vi que el juez estaba al cien, tomé su miembro y lo empecé a meter en mi interior. Ambos gemimos, y yo empecé a saltar sobre su pene como un resorte, con velocidad, con ganas. Él me sostenía de la cintura, jadeando, y cada tanto volvía a comer mis tetas.

Llevó una de sus manos a mi culo, lo apretó, le pegó una nalgada, y luego comenzó a acercar su dedo a mi ano. Lo empezó a acariciar, cada vez con más presión, y a mí me ponía en el cielo.

– Metelo – le dije mirándolo a los ojos

Y cuando le di la aprobación, metió su dedo en mi culo, y empezó a moverlo en círculos. Entre su dedo allí y su pene entrando y saliendo de mi vagina, mis gemidos aumentaban en intensidad y volumen. Con la mano que no tenía en mi culo, el juez me tapó la boca, para que nadie escuchara. Continué cabalgándolo ya con dos dedos suyos en mi culo y alcancé un orgasmo impresionante en el que un grito ahogado salió de mi boca, impedido por la mano del juez.

Me tomé un segundo para recobrar el aliento y seguí moviéndome, ya que él no se había venido todavía.

– ¿Dónde querés acabarme? – le dije

– Quiero venirme sobre ese culo enorme y precioso

Yo salí de encima de él y me agaché sobre el sillón, de espaldas a Torres. Él se paró y comenzó a embestir mi vagina por detrás, mientras con sus dos dedos lubricados con mis flujos, penetraba mi culo. Me dio con fuerza hasta que sentí en su respiración que se iba a venir. Quitó su verga de mí, y me llenó todo el culo con su leche, al mismo tiempo que gemía ruidosamente.

El juez me limpió con un pañuelo de tela que llevaba, y nos tiramos en el sillón agotados unos momentos.

– Cuánto pensé en esto la última semana…- me dijo

– Cuánto voy a pensar esto la próxima semana… – respondí bromeando

– Cuando lo pienses vení a visitarme.

– Tomo la propuesta. – dije mientras volvía a vestirme para volver al trabajo

Luego de ese encuentro, nos comenzamos a encontrar a escondidas en su despacho, o en mi casa, o en algún lujoso hotel. Torres comenzó a pagarme cursos, me llevó de viaje a escondidas varias veces, y me hizo miles de regalos. Cumplió absolutamente con su función de sugar daddy, pero principalmente me dio algo que no esperaba encontrar en un señor de su edad: mucho placer.

[email protected] / instagram: damecandelarelatos

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