Un sábado conocí a Mayela en un night club en Los Ángeles. Esa noche de 1985 se presentaba en el Club Candilejas, Eddie Santiago, quien estaba en la cúspide de su carrera y por consiguiente sus discos se vendían como pan caliente. Ninguna de mis amistades era amante de la salsa romántica, pero además, se atravesó el alto costo de la entrada, con la necesaria reservación. Nunca se interesaron, por lo tanto, asistí al esperado evento solo, como lo hacía en algunas ocasiones. Algunos pensarían que era raro encontrar un hombre asistiendo solo a algo así; yo lo hice, pues ese conocido ritmo caribeño siempre me ha fascinado y no me quería perder la presentación del hombre de moda.
Había pasado tal vez una hora desde mi llegada; todavía actuaban artistas preliminares a Eddie y la multitud se limitaba a escucharlos con poco interés y a consumir licor, como preámbulo a la presentación principal.
Mientras trataba de ordenar una Cuba, me tropecé con ella, quien, con desespero, también intentaba lo mismo en la barra de licores. A causa de la insistencia común, nos miramos con curiosidad y unos minutos después, conversábamos animadamente.
−Hola, ¿cómo te llamas?
−Yo me llamo María Elena, pero me llaman Mayela.
−Yo soy Rafael, sólo Rafa. −contesté.
−Estas sólo?
− Si −repliqué− Y tú?
−Vine con mi amiga Emilia −contestó− pero creo que ella acaba de ligar con un flaco medio feo y me ha dejado abandonada como una idiota.
−Bueno, yo estoy solo, si quieres compartamos la estadía, sin ningún compromiso −contesté.
Ella aceptó aparentemente, con agrado. Por la siguiente hora, conversamos, nos reímos y consumimos algunos tragos, a los que yo invité.
Mayela era costarricense, aparentaba unos treinta y ocho o cuarenta años, los que contrastaban con mis cincuenta; ella poseía un cuerpo bastante menudo, pero bien proporcionado; tenía baja estatura, con unos senos de buen tamaño y un atractivo rostro, adornado de una larga y negra cabellera; su comportamiento general, denotaba una posición social y económica tal vez favorable.
Después de transcurrida dicha hora, anunciaron la aparición de Eddie Santiago. Para ese entonces, había una gran aglomeración de gente justo frente al estrado principal, donde nos habíamos situado estratégicamente hacía una media hora, sosteniendo sendas Cubas dobles en nuestras manos. Nuestro trato en ese momento ya era alegre y no incluía timidez alguna… parecía que fuéramos amigos desde hace cien años.
El concierto duró cerca de dos horas, incluyendo un descanso, durante el cual me apresuré a ir al bar a obtener nuevas Cubas, mientras ella guardaba nuestros privilegiados lugares.
Las canciones de Eddie se sucedieron una tras otra, ante el entusiasmo, no sólo del gentío, sino del nuestro. La multitud era bastante densa, lo que había juntado nuestros cuerpos a una distancia, la que me hubiera sido muy difícil lograr en una situación normal, con una mujer a quien acabara de conocer. Estábamos literalmente con nuestros cuerpos pegados el uno al otro. Por su baja estatura, tenía mi brazo derecho sobre sus hombros y por mi naturaleza, pronto me olvidé del famoso Eddie y empecé a planear un ataque lento pero efectivo, hacía ella, ayudado enormemente por nuestro entorno. Así, le planté a Mayela un beso en la mejilla y medio minuto más tarde, otro más, a los que ella no se opuso, continuando con sus brincos y algarabía. Me entusiasmé, pues vislumbré una posibilidad sexual, para esa noche… o para un futuro.
Durante la canción “Lluvia”, le coloqué a Mayela mi mano derecha alrededor de la nuca, y la atraje con suavidad; para mi sorpresa, ella volteó su cara hacia mí y me miró a los ojos. Sin dudarlo, le estampé un beso en la boca. Ella me lo sostuvo por unos diez segundos y siguió con su entusiasmo en la música. En ese momento me di cuenta de que mi batalla, así lo creí, estaba parcialmente ganada, pero debía seguir con mis planes de depredador. Mi experiencia era grande y no dudaba que, si no lograba algo hoy, lo lograría en unos días. Me invadió el deseo de cogerme a esa pequeña y deliciosa Tica.
Durante el tiempo restante del concierto, gocé varias veces de sus besos y mi lengua horadó una boca desconocida, que respondió con deseo a mis embates llenos de lujuria. Un tiempo después, el gentío abandonaba el famoso Candilejas, la mayoría de ellos arriesgando tener un no deseado encuentro con la policía, pues su alto estado etílico, les hubiera dado un grave problema. Mi caso no era diferente, pero mi preocupación era Mayela. Estaba decidido a cogérmela. Ella, había tomado algo más que yo y su actitud hacia mi, era abierta e interesada.
−Te puedo llevar a casa Maye? −pregunté.
−Estoy manejando mi auto. −contestó.
− Oh −repliqué− Pensé que podríamos ir a algún sitio, a tomar algo y estar juntos.
−Si quieres, sígueme hacía mi casa. −dijo de inmediato.
−Depende Maye, dónde vives? −pregunté.
−En Long Beach, no es lejos. −respondió.
Su localidad no era lejos de mi casa, por lo tanto, no dudé un minuto en seguirla. Durante el viaje hice toda clase de conjeturas; deduje que debía vivir sola, pues de otra forma, no podría traer a casa un invitado a casi la media noche. Manejamos por casi media hora; desde la avenida principal y después de un par de giros, entró a una bastante oscura calle, flanqueada por enormes y frondosos árboles. Detecté un apacible barrio, donde las contadas y altas luces eléctricas, eran eclipsadas por los tupidos follajes. Detuvo su auto y yo aparqué detrás de él. Ella se apeó de su camioneta y en la oscuridad, se dirigió hacia mi.
−Cuál es tu casa Maye? −pregunté.
−Vivo a dos cuadras de aquí −contestó− pero este es mi sitio; es tranquilo y a esta hora, no hay nadie. Ven a mi camioneta.
No entendía, pero cerré mi auto; al mismo tiempo, mi mente se llenó de estupor, sorpresa, asombro, desconcierto y sobresalto. Mayela me estaba invitando a su camioneta, querido lector, pero tengo que describírtela. Era una lo que llamaban “furgoneta” Volkswagen de los años cincuenta; si te acuerdas, parecían una cuadrada caja de bocadillos, que le encantaban a los “Hippies” en aquella época; la costumbre era pintarlas de colorines, seguramente para llamar la atención. Allí me estaba invitando ella, en plena calle! No iríamos a su casa!
Mayela abrió la puerta lateral de atrás, se subió y yo la seguí. Ya allí, me apresuré a preguntar esto y aquello y a comentar y a indagar, pues no sabía cuales eran sus planes.
−Ven Rafa −dijo tomando asiento atrás y atrayéndome hacia ella.− Tranquilízate.
Me acerqué, tratando con mis manos y brazos de evaluar el amplio pero muy oscuro espacio. Pronto sentí su boca cerca de la mía y oí su agitada respiración. Después de convencerme de que no había problema alguno, decidí hacer mi ataque a esta mujer que se brindaba fácil, muy fácil, en nuestra primera noche.
Analizando la situación, conceptué que lo que Mayela había fraguado hoy, era una aventura que debía haber hecho anteriormente, varias… o muchas veces, con otros. En otras palabras… yo no era el primero, allí, en la oscuridad de su apacible barrio residencial y cerca de su casa y dentro de su camioneta!
Después de unos minutos, durante los cuales volaron por los aires nuestras prendas de vestir, empezó el forcejeo, preludio a toda relación carnal; nos abrazamos, nos besamos, nos tocamos y me lancé al ataque. Como pude en esas tinieblas, la posicioné sentada en el amplio asiento y arrodillándome, lancé mi boca hacia su vagina. Allí duré varios minutos saboreando sus deliciosos jugos de amor; me incorporé para besar su boca y compartirle su dulce elixir vaginal. Mientras lo hacía, mi mano derecha voló hacia su coño, le introduje lentamente uno, dos y tres de mis dedos, a lo que ella respondía con movimientos de pelvis tan fuertes que hacían tambalear aquella camioneta. Mientras nos besábamos, movía mi mano por toda aquella mojadísima área, acariciaba su clítoris, la deslicé hacia atrás y sin intención alguna rocé levemente su ano.
−Oh, te gusta por ahí?. −dijo.
−Lo siento Maye, qué dijiste? −pregunté con extrañeza.
−Te pregunté si te gusta por ahí. −repitió.
Su pregunta me conmocionó, pues no entendía el sentido de ella. Por qué habría ella de preguntarme eso en este momento, si le toqué sin querer su cueva de atrás por medio segundo? Estaba esta mujer insinuando que me la cogiera por el trasero? Me sentí casi obligado a contestarle, y lo hice.
−Oh sí Maye, me fascina, a ti te gusta? −pregunté con firmeza.
−Si Rafa, mucho! −contestó de inmediato.
Con decisión tomé mi verga, que estaba como un riel de acero, visité dos o tres veces su desconocida cueva delantera para humedecerme y procedí a penetrarle lentamente su deseado culo. Lo hice cuidadosamente; mis años en la batalla me han enseñado que, al cogerme un culo, especialmente al principio, debo tener suavidad y tacto, así como paciencia.
−Rafa, tranquilo, me gusta duro −dijo−. Dame duro!
Su comentario me conmocionó aún más! Maye me estaba pidiendo que le diera duro, mientras yo hasta ahora empezaba, con suavidad. Me retiré un poco y le mandé la verga con toda mi fuerza, tratando de que le entrara hasta la garganta.
−Así te gusta, puta? −dije.
—Ay qué rico, siii! Ay qué rico! Me gusta duro, dame duro! −gritó.
No sé cómo me aguanté para no terminar, pero unos minutos después, la Maye se pegó una corrida tan fuerte, que se desacomodó completamente del asiento de su camioneta. Mi mano libre voló rápido a tapar su boca, pues su grito fue tan alto, que temí que despertara el apacible vecindario.
Bueno querido lector, ya te narré cómo conocí a La Maye, apodo que usé por varios encuentros, los que publicaré en un futuro próximo. Hasta pronto.