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Mi sueño era Pili
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Tuve este sueño amigo, el que me esmero en describirte con detalles, pues fue increíble. Ella siempre me ha gustado mucho; si no se ha dado cuenta, la mandaré de nuevo al colegio.

El jueves durante el almuerzo le dije que me parecía muy sensual; en realidad mi timidez me contuvo pues he debido decir… ¡muy sexual!

Nuestra conversación después de una hora, tomó un rumbo algo erótico y por lo tanto favorable, para mi. De alguna forma u otra, después de ruegos por un buen rato, la seguí hasta su apartamento. Ya allí, yo temblaba como un perico mojado, pues sentía que se iba a dar un muy esperado primer encuentro sexual entre ella y yo, pero necesitaba controlarme y presentar un frente digno de mi. Ella, con una sonrisa me dijo −Ponte cómodo −mientras sonriendo alegremente, se despojaba de su chaqueta, revelando bajo la blusa sus deseados pechos.

Como optimista siempre he sido, en ese momento deseé que Pili estuviera tan deseosa como yo y por un momento, esperé que su cuerpo exhalara lujuria. Estábamos en la pequeña sala y al verla dirigirse a la cocina, me interpuse colocándole firmemente una de mis manos sobre un hombro. Ella, con un gracioso movimiento, dio media vuelta y me presentó su espalda. La abracé con firmeza, besándola suavemente en el cuello, descubriendo con sorpresa, que esto era algo que disfrutaba. Ella permaneció unos segundos en silencio, con la cabeza ligeramente baja, lo que me hizo temer que fuera un gesto de desaprobación, pero inmediatamente giró y me ofreció su boca. Mi beso fue exploratorio y ella me sorprendió con un beso sensual, pero algo tibio, pues sólo sus labios tomaron parte de él y aunque intenté abrirle la boca, ella con firmeza lo rechazó.

Nuestros cuerpos se juntaron y mientras nuestro beso se extendía, la apreté de las caderas con pasión. Sus manos se posaron casi todo el tiempo en mi cara.

Luego del largo beso, empecé a bajar con mis labios por su mentón, por su cuello, tomando dirección hacía el bello tatuaje entre sus senos, el que, por observar con deseo durante el almuerzo del jueves, me había distraído de la rica ensalada mexicana y de mi copa de vino blanco. En ese momento, consciente de que su blusa me impedía cumplir mi cometido, me tomó de una mano, guiándome a su habitación. Ya allí, la empujé con suavidad y desabotonando la maldita blusa y el apretado sostén, alcancé mi deseada meta, el pequeño tatuaje.

Continué bajando, primero por sus hombros, luego por su pecho, deteniéndome en sus senos. Saboreé con deleite sus bellos pezones, los que estaban algo erectos; ella mientras tanto fue quitándose el pantalón de mezclilla, con cierto esfuerzo dado lo ajustado del mismo. Cuando terminó, coloqué mis manos a los lados de sus bragas y la miré a los ojos; ella, adivinando mis intenciones, con un gesto de aprobación levantó su pelvis para ayudar mi acción.

Me han encantado sus gruesos brazos y piernas, siempre cubiertos y ahora a mi vista, pero ellos quedaron eclipsados por la muy abundante cabellera de su pelvis. Siempre había venerado los coños bien afeitados, pero al incorporar mi torso y observar semejante paisaje, parecido a La Amazonía, empecé de nuevo a temblar como un perico mojado… y me olvidé de comparaciones odiosas.

Me arrodillé sobre la cama a su lado y después de mirarla a los ojos por un instante, la besé nerviosamente. En ese momento me di cuenta de que ella sí era como me la imaginaba, sensual y muy apasionada. Su boca se abrió, lo que liberó mi ansiosa lengua, dándole rienda suelta a muchas semanas o meses de espera.

Nos besamos por varios minutos y durante ellos, sentía mi corazón galopando; creí que iba a tener un desenlace de salud no deseado. Mi mente sólo pensaba en bajar; ese era el objetivo que me martirizaba, bajar y bajar. Volví a sus lindos senos, donde me demoré un buen rato y seguí hacia su abdomen; temblaba como un perico.

Acaricié y besé el interior de sus muslos, que semejaban la más fina seda asiática, con una blancura semejante al color de una perla. Dirigí una de mis manos a su coño, acariciando suavemente su vello púbico y me aventuré a desafiar el centro de gravedad de mi sueño: su abertura, inundada de lujuria, pues estaba tan mojada, como yo mientras escribo este recuento. Traje mi mano a mi boca y me chupé los dedos, saboreando esa deliciosa miel.

−No hagas eso! −exclamó, cerrando las piernas.

−Ábrelas Pili! −increpé con autoridad.

Ella obedeció sin reparo; yo, repetí la acción y con deleite, me chupé de nuevo los dedos, mirándola a los ojos. Me sentía un poco confiado, pues su respuesta a mi orden fue inmediata; me incorporé de su lado y me deslicé hacía la base de la cama, la que gozaba de un mullido tapete, como una invitación no planeada a posar mis rodillas en él. Lo siento amigo, pero tengo que repetir: temblaba como un perico.

La proximidad de su hermosa vagina a mi cara, me permitió deleitarme con el olor más exótico del mundo, el aroma de una vulva fresca y expectante, antes de ser comida.

La tomé de las nalgas y con seguridad halé con ambas manos hacia mi, esfuerzo desperdiciado, pues noté con mucho agrado que ella acercaba su deseada pelvis a mi boca. Como un director de orquesta famoso, dirigía mi atención ahora, a su clítoris, después, a sus labios mayores y menores: mis dedos, eran como los del Primer Violín, vibrantes, sabios y acertados, dando las notas claves de tan maravillosa sinfonía.

−Disfrutas? −le pregunté.

−Si. −exclamó sin énfasis.

−Sólo sí? −respondí−. ¡No oigo nada! −le increpé.

Por la siguiente media hora, la que pasó rápidamente, la garganta de Pili produjo sonidos que se adueñaron de la Sala de Conciertos. Pensé que hubiera debido comprar boletas para toda la temporada. Después de mi atrevida petición, no tuve que hacer esfuerzo alguno, pues el vaivén rítmico de sus caderas aumentaba su velocidad sobre mi boca, lo que me decía que estaba más confiada y menos tímida. Sentí sus manos colocándose atrás de mi cabeza, halando con fuerza y dos minutos después oí un rugido bello y erótico, que indicaba en fin del Concierto. La vi cerrar los ojos y me le aproximé para besarla y compartir el dulce elixir, esparcido sobre mis labios, con los suyos. No habían pasado ni diez minutos, cuando escuche:

−Quiero montarme Rafa! −exclamó.

Yo accedí feliz, me acosté y le di vía libre para subirse; ella con cierta brusquedad, me agarró la verga y literalmente se la enterró en su vagina, imponiendo un ritmo endemoniado, el que sospeché yo no sería capaz de aguantar por mucho tiempo.

Yo deliraba viendo cómo se movían las carnes de sus caderas al rebotar sobre mí; su movimiento fue convirtiéndose en saltos de su humanidad sobre mi verga.

−Para Pili! −grité− Me vas a hacer venir!

En ese momento oí el estridente sonido de un timbre.

−Esperas a alguien? −increpé.

Me doy cuenta de que es mi despertador, carajo. ¡Son las 6:30 am y ya sonó mi alarma!

¡Me dirigí al baño a tratar de terminar allí el concierto, temblando como un perico!

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