El viernes pasado en la tarde, antes que mi marido llegara, verifiqué que todo estuviera en orden en nuestra recámara, incluido el aceite que utilizamos cuando me quiere coger por el ano, y me fui a la cocina para terminar de hacer los platillos que comeríamos en familia. Cuando llegó mi marido, todo estaba listo y comenzamos a comer. Las reuniones son muy alegres cuando estamos todos y en esta ocasión, como en otras más, las atenciones eran para mi marido quien el lunes temprano partiría fuera de la ciudad a trabajar a otro estado, no lo veríamos en una semana completa, cuando él regresaría sólo a pasar la tarde del sábado y el domingo y volvería a salir.
Esa reunión, y lo que seguiría, sería motivo de fiesta entre nosotros dos, pero muy especial para mí pues ya había hecho planes para aprovechar el resultado de esta efusiva despedida apenas se fuera mi marido. En efecto, por la pinche pandemia (como le dice mi amiga Tita) yo llevaba un año sin que mi amante me chupara la panocha y recurro a él porque mi marido se niega a chuparme (¡pero bien que me pone a mamarle la verga!). Claro, a mí me fascina mamársela y sacarle la leche para saborearla. Mi amante hace bien el trabajo de mamador y, gracias a una exesposa que lo envició, se engolosina chupando, sorbiendo y lamiendo cuando voy a verlo llena de la leche que le ordeño a mi esposo.
Mi marido ha ganado al tener yo un amante, no sólo porque evito atosigarlo con mis insistencias, sino también porque mi amante logró que me gustara el sexo anal, algo que mi esposo quería hacerme, pero fue doloroso y violento cuando me lo metió por primera vez, al grado de que no le permití volverlo a hacer… hasta que mi amante lo hizo con ternura y me enseñó a gozarlo, claro que mi marido no supo de eso, pero le agrada cogerme por el culo. (Eso pueden leerlo en "Aceptación" y "Cómo le enseñé a mi marido a sodomizarme").
Esta es la primera salida de mi marido después que ha pasado un mes de la segunda dosis de mi vacuna contra el covid-19 y el miércoles le hablé a mi amante para que me dedicara toda la mañana en su departamento: ¡se puso feliz de saberlo! Así que el viernes, después de reposar la comida, me puse a cortar algunas carnes frías, a preparar pan que acompañaría con paté y jamón endiablado, algo de guacamole y un vino tinto (para mí, porque mi esposo prefiere tomar ron o tequila) con el que acompañaríamos los bocadillos para ver juntos alguna película erótica o pornográfica (al gusto de mi esposo) después de bañarnos. Se ha acostumbrado a este ritual cuando sale a trabajar fuera del estado donde vivimos. Sabe que quiero deslecharlo completamente todo el fin de semana para que él se vaya contento y yo quede bien cogida. Lo que mi marido no sabe es que yo debo quedar lista para ser amada por mi amante como a él le gusta: bien cogida, escurrida de atole en las verijas y las nalgas, muy sudada y con leche en mis tetas.
El maratón de amor inicia el viernes, cuando se oculta el sol, en el baño, donde nos enjabonamos mutuamente y yo me dejo coger como a mi esposo se le antoje., pero no lo dejo venirse, eso es para la cama, Al salir nos secamos mutuamente, aprovecho para mamarle la verga y los huevos. En la cama vemos la película que él haya escogido y, dependiendo de cómo se le pare, se la chupo y se la chaqueteo, pero sin que eyacule, se trata de tenerlo con el pito parado y calentándose al máximo. Por lo general, yo me acabo el vino y él sus cubas y la primera cogida la hacemos ya borrachos de alcohol y de amor. Cuando está tomado me coge muchas veces, alternando entre momentos de descanso donde dormitamos un poco. Esta vez, con la primera leche que tomé de su pene, le di un beso que acepto de mala gana pues no quería tomar su semen. Cuando por fin lo tragó le dije “No hagas gestos, tu leche es muy rica, tu esperma no debe desperdiciarse. Si no lo tragas tú, lo tragaré yo o me lo untaré por todo el cuerpo para sentirme deseada por el sabor y el olor a amor consumado que despida”, el sólo sonrió y me besó otra vez. Cuando se vino en mí insistí, a sabiendas de su negativa: “Dicen que es más rico el atole de amor que hace una mujer con la leche de su macho, ¿quieres probarlo?”, y abrí las piernas con mis vellos revueltos y pringosos de semen ofreciéndole mi vulva acercándosela a su cara. “¡No, huele a puta!” dijo haciendo un gesto de desagrado. “Huele a mujer cogida por su marido. Huele a amor. Pruébalo…”, lo exhorté, pero se volteó a dormir. Para mis adentros pensé: “Conste que te lo ofrecí, pero hay alguien que sí lo gozará y te crecerán más los cuernos, mi amor”.
Me cogió dos veces más, todas por la panocha. Hasta el día siguiente, cuando ya se iba a venir para tomar mi biberón matutino, me sacó el pene de la boca y me dijo “¡Espera mamacita, quiero dártela por el culo!”. Me puse en posición y le di el frasco de lubricante. Él lo abrió apresuradamente, se untó en el pene y me puso un poco en el ano para enterrarme su pene, daga filosa de amor. Sí, me dolió un poco y solté un fuerte grito, pero lo que siguió compensó el adolorido preámbulo. Me nalgueó a su gusto y me embistió con enjundia, sacándome un orgasmo tras otro hasta que me llenó con un chorro que sentí caliente y amoroso. Se quedó pegado sobándome las nalgas que habían quedado rojas por sus manazos. Parecerá contradictorio, pero ambas fueron muestras de su deseo y de su amor. “¡Qué lindas nalgas tienes, mami…!, me decía al acariciarlas. Lo mismo que mi amante… Mi amante me dice mami y yo a él ‘nene’ porque cuando me mamó la primera vez lo sentí como si amamantara a un bebé, diciéndole “Mama, mi niño, mama más a mami, nene…” En cambio, a mi esposo le dije “papi”, quizá porque pensé en mi papá (¿así es Dr. Freud?), dada su edad, diez años mayor que la mía, y él en respuesta me dijo mami. Me encanta ser la mamacita de ambos cuando se regodean con mis nalgas.
Sólo nos levantamos para comer un poco. En esos días, mis hijos mayores se organizan para atender el trabajo de la casa y dejarnos retozar todo el tiempo que queramos. Y exactamente eso hicimos: aprovechar la cama para coger de todas las formas posibles, bueno, el 69 no, ese sólo lo disfruto con mi amante porque mi marido sigue negándose a chuparme y como yo necesito amor en mis cuatro labios de la vagina, él sigue con una hermosa cornamenta. El domingo, le hice venirse en mis tetas y que con su glande me extendiera el semen, poniendo atención en mis pezones y en mis axilas. También, con lo que me escurría de las mamadas que le di, unté mi cuello contestándole a su porqué “Quiero oler a ti en todo mi cuerpo”. Ese día, en una de las enculadas, lo sacó antes de venirse soltándome la carga en mi espalda y en las nalgas. Me acosté y le pedí que con sus huevos me la distribuyera muy bien. ¡Sentí delicioso el paseo de su escroto que creí que sus vellos eran una brocha pintando una pasta con leche y huevos para saborearse después de salir de este horno de amor! ¡Claro que me puse más arrecha pensando en el paseo de la lengua que daría el beneficiario de este gran acto de lujuria entre mi esposo y yo!
El lunes muy temprano, me tomé un bibi riquísimo antes de que mi marido se metiera a bañar. Al salir del baño me dijo “Te toca bañarte”. Más tarde lo haré, quiero estar oliendo a ti y con tu sabor en mi piel unas horas más” Tomó su desayuno y se fue con su cuadrilla. Yo me puse una ropa delgada para evitar que la fricción eliminara esa costra de amor que ya tenía dueño esperándola por más de un año y salí de casa para que me hicieran la primera limpieza de mi cuerpo, ¡a pura lengua!
Al llegar al departamento de mi amante, él abrió la puerta mostrando sólo el rostro. Entré y le di un beso donde jugaron nuestras lenguas y mis manos recorrieron su desnudez. En la recámara, me quité los zapatos y me subí de pie a la cama para hacerle un estriptis, lanzándole una a una mis prendas, que fue acomodando en la silla, mientras yo cantaba con el ritmo de la canción ‘Fiebre’: “Ya llegó tu desayuno, nene”/ Sé que tu lengua va a envolverme/ Y de tanto amor yo me vendré/ nene / Mira mi panocha, nene/ Esta rebosa de amor/ Escurre leche( leche de varios días que ordeñé para ti/ Tú me das lengua… Fue divertido y al mandarle la pantaleta, la olió y lamió antes de tirarme sobre el colchón para chupar desenfrenadamente mi vulva. “¡Tantos meses que esperé estos labios!”, le decía restregando su rostro en mi pubis al tiempo que brotaban ríos de mi flujo que él sorbía y tragaba sin parar. Quedé yerta y a la merced de su boca que me recorrió por el frente por detrás. “¡Lámeme toda, mi amor, el cornudo fue muy generoso para preparar tu banquete!” Como de costumbre, me lamió y besó todo el cuerpo. Yo reía con las cosquillas que sentía. Lo único que extrañaba eran los piquetes de su barba rala porque estaba bien rasurado. En el ombligo quedaba suficiente sabor de semen para enloquecerlo y le dedicó más de un minuto para limpiarlo. Cuando le tocó el turno a las axilas y a mi cuello, creí venirme con tantas caricias, obviamente sus manos magreaban nalgas, panza, nalgas piernas y chiches, ¡lo que quedara al alcance! Yo seguía con los ojos cerrados, pero al terminar el recorrido de mi cuerpo, cuando abrí los ojos vi una vergota enorme en mi cara: él se había acomodado para gozar nuestra posición favorita, el 69. Sin más que intuir lo que él había esperado por mi boca, como yo por la de él, se la mamé acariciando los huevos. Literalmente, me cogió por la boca y se vino mucho, tragué con la misma pasión como le chupo a mi marido. Su semen sabe distinto, pero son ricos los dos. Ya quieto, volvió a lamer mis verijas. “Me gusta el atole que hacen ustedes con su amor, mami. Papi te quiere mucho y yo se lo agradezco”, dijo antes de voltearme y lamer mi culo. Yo quería que cambiara su lengua por la verga, pero él seguía con el miembro flácido, así que me puse a chuparle los huevos para darle el tipo de amor que su esposa le niega. El cansancio nos hizo dormir, oliendo nuestros sexos.
A la hora, cuando despertamos, le pedí que me enculara, pero que sólo usara su saliva como lubricante y su lengua para dilatarlo. ¡Estuvo riquísimo!, tanto que no me dolió cuando me lo metió, despacito y agarrado de mis nalgas; después cuando empezó el movimiento tremolante, se inclinó para besarme la espalda y agarrarse firmemente de mis tetas. ¡Me vine riquísimo! Él, sin sacarme el pene que seguía rígido, me dio la vuelta como ‘pollito rostizado’ igual que lo hace mi marido, dejándome sorprendida. “Ha de ser un movimiento obvio en las enculadas seguidas”, pensé dejándome colocar la almohada entre mi cintura y nalgas. ¡Otra venida mía más! y también de mi amante… Al descansar, me llevó al baño, donde, antes de salir, me cogió cargada bajo la ducha, haciéndome subir y bajar sosteniendo mis nalgas. ¡Otra venida mía más!, pero creo que él ya no soltó leche en su orgasmo.
Cuando ya estábamos vestidos y próximos a salir de su departamento, sonó mi teléfono: llamada de mi marido.
–Acabamos de llegar. ¿Cómo estás? ¿Ya te bañaste? –preguntó.
–Estoy bien cogida, aun recordando la dicha que me diste el fin de semana. Sí, me acabo de bañar. Me gustó sentir con la humedad –“de la lengua de tu socio”, pensé– el olor del semen con que me cubriste, lástima que no probara yo ese delicioso sabor de tu semen, pero sí te lo agradezco, papi –dije y mi amante hizo unas señas dejando ver que él también lo agradecía.
–Te mando besos y mientras acumularé mucho amor en mis huevos para vaciártelo todo el siguiente fin de semana, mami.
–Sí, te esperamos para que nos des tu amor, a tus hijos en besos y abrazos y leche para mí, para disfrutarla mientras me la das y después de que te vayas, como lo hice hoy al limpiarme. Besos –dije y colgué.
–Esperaremos esa nueva carga de amor, para reponer lo que no nos dimos durante tanto tiempo –dijo mi amante al abrir la puerta para salir.
En el auto, sólo hubo caricias en las manos. Me dejó en el mercado donde compraría algo sólo para justificar mi salida por si preguntaban mis hijos algo. Pero yo quería descansar del maratón de amor que acababa de terminar. ¡Cuatro días de verga y venidas abundantes!, recibidas y dadas…