Lexi sintió sus manos manoseándole las nalgas con brusquedad; la apretaba fuertemente y sabía que como siempre, le causaría hematomas, pues su blanca y delicada piel era sensible a esta clase de tratamientos. Sentía el roce cerca de su cavidad favorita y sabía que Jimmy la estaba lubricando, preparándola para lo que venía. Era un rutinario ritual, al que estaba acostumbrada. Sabía que debía guardar silencio, pues de otra forma, sería reprimida.
Minutos antes, sintió que alguien más había entrado a la pequeña habitación, pues detectó leves pasos cerca de ella; no hizo intento alguno de quejarse, pues sabía que, al jurar obediencia completa a Jimmy, él y su invitado tenían libertad de obrar a su antojo. Conocía bien a Jimmy, pues era su amo y se veían con frecuencia hace ya más de un año, pero el otro hombre era una incógnita; además, la negra pañoleta de seda atada sobre sus ojos y la apretada correa de cuero alrededor de su cuello, le recordaban su calidad de esclava. La venda le impedía ver algo del aspecto del segundo hombre, lo que era parte del extraño ritual, pues así fuera él, repulsivo, no hubiera podido protestar.
Ahora ella sentía aquellas cuatro manos deslizándose por su desnudo cuerpo, a veces suavemente, otras con rudeza, haciendo paseos indebidos y tomando aventuras hacia áreas prohibidas, proporcionándole atrevidas caricias, a las que se sometía sin reparo; ella gozaba el intenso momento.
Lexi sintió que la halaban del cabello bruscamente hacia atrás. Aunque trató de estabilizarse con sus manos y brazos, aterrizó sentada y con fuerza sobre el varonil cuerpo, su espalda contra el musculoso pecho, pudiendo detectar por su olor la proximidad de Jimmy. Su mente se había subyugado a él hacía un tiempo y por lo tanto no había en ella ninguna intención de rechazo. Jimmy era su dueño.
Esta posición era bien conocida por ella, pues así era siempre el principio. Él, con su conocida brusquedad, empezó la lenta invasión, a la que, aunque algo dolorosa, Lexi respondió gustosa, pues siempre tomaban ese camino. Cuando se conocieron, él la obligó a la fuerza a hacerlo así siempre, pero no tuvo que luchar mucho, pues después de unas pocas veces, ella, muy dócilmente se acostumbró, es más, le encantó, hasta el punto de que, con frecuencia, ella era quien tomaba la iniciativa y se lo demandaba.
−Soy Víctor −oyó Lexi− Dame placer!
Al mover sus manos hacia adelante, se encontró con unas caderas masculinas a la altura de su cara. Conceptuó que el sujeto, haciendo alardes de malabarista, se había encaramado en algo, para acceder a la altura de su rostro. Su imposibilidad de ver, la obligaron a imaginárselo gordo y sucio, pero rápidamente desterró esos pensamientos, pues era consciente de que tenía un compromiso con Jimmy.
Sintió en su labio inferior la proximidad de un miembro masculino y con su mano derecha, constató que era de gran tamaño. Sabía exactamente qué se esperaba de ella. Lentamente abrió su boca, invitando al extraño a entrar. Seguía preguntándose cómo sería su aspecto, pero adivinaba la mirada severa de Jimmy sobre su nuca, lo que atemorizaba su mente obligándola a volver a su misión.
Varios minutos habían transcurrido y Víctor empezó a emitir unos leves gemidos, los que le indicaron a Lexi, que su acción era bien recibida. Los movimientos lerdos y pesados pronto adquirieron un ritmo fuerte, tratando de coordinar un poco con los vaivenes de la cabeza de Lexi, aunque sin lograrlo.
Lo comparó con aquel Leo, a quien sí pudo ver hace unos días en La Estancia.
La elegancia de Leo, su pasión y su delicadeza, le trajeron recuerdos secretos de aquella semana en la enorme casona, donde dos o tres docenas de hombres habían, de diferentes formas, usado su cuerpo una y otra vez, mientras Jimmy, su amo, observaba tranquilo, con mirada fría y lujuriosa.
La agitada respiración de Víctor dominaba el silencio del pequeño cuarto y ella vislumbró un final sin gloria, después de cinco o seis cortos minutos. Lo comparó con Leo, quien le decía cosas de novios y quien se había demorado una eternidad para terminar; lo había hecho con cierta dulzura y delicadeza. No lo olvidaba, pues mientras se corría con fuerza, le había dicho palabras de amor.
Víctor terminaba; ella sintió varias fuertes sacudidas y con agilidad se escapó del suplicio, dejando al indeseable hombre a la deriva, con gritos grotescos y lamentos eróticos. No lo veía, pero se lo imaginaba como una alimaña. Pero se sintió afortunada, pues obtenía su objetivo principal: complacer a Jimmy, su amo.
Ella y Jimmy continuaron su rítmico ritual. Él le acariciaba ahora los pechos con algo de brusquedad, para después deslizar sus manos a las sensuales caderas, mientras ella subía y bajaba con frenesí.
−Te amo Jimmy! −exclamó Lexi−
−Al piso puta! −respondió él− Tienes prohibido hablar así!
Lexi cayó de bruces al piso de piedra.
−Ponte en cuatro! −exclamó él.
Sin esperar, la atacó con dureza y las fuertes embestidas traseras fueron recibidas con pasión por Lexi, cuyos ojos semi cerrados y sus quejidos profundos, indicaban el alcance de su deseo, a pesar del leve dolor. Minutos después, Jimmy emitió un rugido que pareció salir del fondo de sus entrañas; ella le correspondió con un lamento fuerte y agudo, pero lleno de amor.
Lexi, acostada sobre el duro piso de piedra, sintió tensionarse la correa alrededor de su garganta. Hasta ahora no había visto la habitación, pero sabía que Jimmy la estaba halando y eso la excitaba. Gateó unos pocos pasos hasta que dejó de sentir la tensión en su cuello. Se quedó arrodillada e inmóvil sobre el frío piso.
Minutos después, sintió que Jimmy le soltaba la pañoleta de la cara; él había atado la correa a una argolla metálica en la pared adyacente. Vio a Víctor; su desnudez revelaba un hombre de piel clara y cabello negro, muy delgado y atractivo, sentado en un pequeño butaco a pocos metros, mirándolos con un erotismo no disimulado. Sonreía.
Jimmy había colocado sobre un pequeño cojín en el piso frente a ella, un recipiente con agua.
−Bebe perra! −exclamó con autoridad−, y descansa, porque bien sabes que hay más!
Ella bebió y al terminar, removió el plato de su lugar y acostándose, reclinó su cabeza sobre el cojín, tratando de conciliar un corto sueño, pues sabía que, en menos de una hora, la despertarían para continuar… pero le quedaba el consuelo de que Víctor no era… ni gordo ni sucio. ¡Lo admiró!