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El esclavo: Prólogo
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Estaba conversando con mis tres mejores amigas de la preparatoria en la cafetería escolar.

Era nuestro tiempo de descanso entre clases.

Ellas, tan divertidas como siempre, no dejaban de pasar de un tema al otro sin antes reír mucho en el proceso. Se les ocurría cada cosa. Me la pasaba fenomenal y aprendía mucho sobre mujeres.

Yo siempre me había juntado más con mujeres que con hombres.

Desde la primaria. No era nuevo. Desde mi punto de vista las niñas eran limpias, educadas y bonitas; mientras que los niños me parecían sucios, abusivos y rara vez podía tener una conversación civilizada con un niño de mi edad. Cierto es que esto no es una ley, pero eso lo comprendí después.

Cuando niño, otros compañeros de mi clase me llamaban gay y me molestaban por ser "afeminado" y no buscar problemas. Mi voz aguda de nueve años no ayudaba mucho.

También en secundaria llegaron a pensar que era gay e igualmente hubo quienes se atrevieron a fastidiarme.

Yo en mi mundo era feliz pues en la primaria había vivido mi etapa de tener novias, jugar con ellas, mandarnos cartas románticas y besarnos detrás de los salones. En la secundaria me rodeé de un grupo mixto de amigos con los que solíamos salir y de vez en cuando tenía un roce sexual con alguna de mis amigas. Un año después de graduarme de la secundaria, en una fiesta, besé a la que había sido la chica más atractiva de mi grupo en el juego de la botella, la cual llegó a ser parte de mi grupo cercano de amigos antes de eso y con la cual me seguí llevando después.

Había tenido una buena vida respecto a experiencias, aun sin las que faltaban aun en mi lista mental. Tener a mujeres en mi vida y ser su amigo era la mejor cosa que podía sucederme.

Ese día con mis amigas abordamos un tema que para muchos adolescentes y jóvenes representa un tabú, una prueba por superar o incluso lo más preciado en sus vidas: la virginidad.

Mis amigas y yo no teníamos pena alguna para hablar sobre sexo. En quinto semestre de preparatoria, raro era seguir siendo virgen. Los estudiantes hacían fiestas de vez en cuando, se juntaban en los antros del pueblo cada fin de semana y gastaban mucho dinero en alcohol y diversión. Más aun en donde yo estaba, pues era una institución educativa privada; es decir: jóvenes ricos que quieren tener la experiencia de la vida sin preocuparse por otras cosas que a otros les ocupa. Mis amigas no eran la excepción.

Yo por mi lado era introvertido, aplicado y tranquilo por lo menos en apariencia. Pues al menos en lo que a mi respecta, mi curiosidad por conocer el mundo y mis ganas de vivir muchas nuevas experiencias siempre fue tan grande como mi amor por mi madre.

Por mucho tiempo fui considerado por otros, y con justa razón, como un "niño bueno".

Eso era bueno y malo; porque me llevaba con todos sin distinción y tenía conocidos en los diferentes grupos que conformaban el programa… pero también había quienes buscaban problemas conmigo y tendían a provocarme. Afortunadamente para mí no era una mente débil, sino que pasaba de ellos y les daba por su lado. Eso me salvó durante la preparatoria.

Como te imaginarás, mis amigas y yo éramos un contraste constante. Chicas populares y atractivas con un chico aplicado e introvertido.

De cierto modo sabía que la amistad se basaba en un beneficio mutuo: ellas contaban conmigo para los trabajos y los favores, y yo contaba con ellas para los buenos ratos y las risas. Yo me juntaba con las populares y ellas tenían a alguien que estaba disponible para ellas en todo momento. Ya sé, me vendía a propósito… pero eso no me desagradaba en lo absoluto. Además, la relación fue evolucionando y pronto gané su confianza.

Para mí ser parte de sus conversaciones o estar presente cuando las tuvieran era como estar justo al frente de la multitud en un concierto de Pink Floyd.

Regresando a mis amigas; ellas no tenían un problema con la virginidad debido a que las tres tenían novio o habían tenido novio antes. Y aunque no los tuvieran, se podían contemplar sin falta a los candidatos dispuestos a hacer su lucha por el privilegio de pasar una velada con ellas. De hecho, al principio, yo era en secreto uno de ellos… la diferencia era que yo prefería tenerlas como amigas indefinidamente antes que buscar algo efímero.

Una de ellas, la más alta y fit, me hizo la temida pregunta.

– ¿Eres virgen?

– No. -dije sin dudar.

Pero a ella no le convencieron mis palabras, por alguna razón. Tal vez por mi manera de decirlo.

– No te creo.

– En serio.

Y eso detonó el efecto contrario al que esperaba.

– ¡No inventes, sí eres virgen!

Me comió la pena.

– Insisto, no lo soy.

Ella solo sonreía más.

– Ay güey, ya dilo. Eres virgen.

Pero no cedí.

– Está bien, no me creas.

Ella se rio ante mí, sin ocultarlo.

– Sí lo eres. Lo sé.

Suspiré y no dije más.

Ella se rio más.

Me dolió que no me creyera. Yo creía en mis amigas a pesar de todo.

Ella no presionó después de eso, lo cual agradezco inmensamente.

Seguimos de largo y pasamos a otro tópico.

La verdad detrás de esta historia es que, en efecto, era virgen a los casi dieciocho años de edad. Me aterrorizaba confesarlo, incluso me pesaba aceptarlo. Nada más que desde siempre me he considerado un buen mentiroso a pesar de mis valores intrínsecos, por eso me dolió en el ego que mi amiga no me creyera en ese momento.

¿Cómo era posible que a mi edad aun no hubiera tenido siquiera una relación sexual en forma con una mujer?

¿Cómo decirle a tu amiga sexy y popular que tú no has tenido intimidad de esa índole con una mujer en tu vida?

Para mí era un conflicto. Sobre todo porque estaba consciente de mis propias cualidades, pero también porque sentía que no era capaz de acercarme a una mujer y decirle de frente: "me gustas y sería un honor para mí invitarte un café".

Para mí, lo más cercano a un contacto sexual era ver a Riley Reid ocasionalmente en una pantalla.

Era el mejor amigo de las populares y las mujeres lindas, pero no tenía nada de actividad sexual.

Me tentaba el sexo y los placeres del contacto cuerpo a cuerpo, pero no me atrevía a hacer algo al respecto más que esperar que una mujer me viera como un compañero leal de travesuras y un amante digno de su atención.

Valoraba el cariño y la confianza que una mujer depositaba en mí, pero me tragaba el deseo de acceder a la cancha de juego.

Estaba dispuesto a complacer con dedicación y tacto a una mujer hasta el último de sus caprichos, pero no estaba dispuesto a pasar por el rechazo.

Así, me gradué de la preparatoria siendo virgen.

Pasaron dos años. Después de darme cuenta de que la 'Licenciatura en Desarrollo Humano' no era para mí y de afrontar que probablemente tomé la decisión más importante de mi vida con el enfoque equivocado, decidí dejar la universidad donde estaba en la capital del estado y regresar a mi pueblo natal.

Dejé de vivir con roomies y regresé a la vida en familia, en mi caso: mi padre.

Mis padres han estado separados desde que iniciaron la universidad, pues él estudió cerca de mi pueblo natal mientras que mi madre y yo estuvimos en la capital del país por cuatro años.

Desde entonces el amor pasional que los unió en la adolescencia se enfrío y poco a poco fueron haciendo sus vidas por separado.

Mi padre se casó posteriormente y tuvo a mi hermana: Isabela. Ella es doce años menor que yo. La amo.

Mi madre estuvo en unión con un hombre italiano por más de diez años pero finalmente decidieron que buscaban cosas diferentes.

Debido a lo anterior, vivir con mi padre era mi mejor opción, pues mi madre radicaba en la costa y se dedicaba a trabajar en un hotel caro para poder apoyarme económicamente.

En mi pueblo natal, busqué la manera de ingresar a mi siguiente universidad; mi esperanza, en la cual estudiaría la 'Licenciatura en la Enseñanza del Inglés'. Sería maestro de inglés.

Esta vez estaba seguro de que ese título me abriría un mundo de posibilidades, sobre todo por la importancia del inglés hasta ese entonces.

Pregunté por los requisitos y me enteré de que había que hacer un examen únicamente en inglés antes del examen de conocimiento general: el Toefl.

Mi preocupación no era mayor, pues antes de eso ya había adquirido el idioma desde muy corta edad. Había llevado cursos privados y lo había llevado como asignatura en mis anteriores escuelas. Aun así, me preparé.

El día de la prueba, entré allí con mucha confianza. Tomé el examen y lo completamos todos juntos en compañía de material auditivo.

La cosa es que al final, más tarde que temprano, me di cuenta de mi error.

Había completado solo dos de las tres fases del examen. Eso radicó en que interpreté el intervalo de tiempo dedicado a la segunda fase como un descanso. Cuando llegó el tiempo de la tercera fase yo hice apenas la segunda y el resto está de más explicarlo.

Al regresar a casa, le comenté mi error a mi familia y tomé responsabilidad por ello, les aclaré tajantemente que volvería a hacer el examen pero que esta vez yo mismo lo pagaría.

Y así fue. Volví a hacer todo el proceso con el pago que eso conllevó, estudié más y me presenté con más humildad y fe en mí mismo el día de la prueba.

25 de mayo, 2019.

Era tarde, a pocas horas del anochecer.

Me encontraba sentado en una fila de cuatro sillas juntas en el pasillo.

Mis manos no dejaban de palpar el folder azul de plástico que contenía mis documentos.

Los aplicantes paseaban y esperaban mientras otros se relajaban para evitar el estrés o la ansiedad.

Mi atención estaba en mis propios pensamientos.

Me recordaba a mí mismo: 'Todo estará bien', 'lo harás mejor esta vez', 'la confianza en lo que sabes es tu base', 'solo pon atención, no pierdas de vista tu enfoque y estarás del otro lado'.

La universidad, en medio de una zona con humedales y bosque, con edificios pintados de azul y áreas verdes, era una joya que inspiraba una sensación de hogar para mí.

Siempre había querido llegar a la universidad. Ese había sido mi plan desde que aprendí cómo funciona el gran esquema social de la vida. Todos mis años de dedicación al estudio estaban rindiendo frutos. Esta era mi oportunidad.

Mis padres y mi familia me apoyaban para lograrlo. Creían en mí y en mi potencial.

Desde mis principios todos en mi familia se habían propuesto educarme para valorar la educación sobre todas las cosas.

Yo me sentía honrado de haber llegado hasta ese punto, a pesar de que la carga de un futuro mejor estaba totalmente sobre mis hombros.

La universidad no solo representaba mi boleto a la vida laboral, sino una nueva etapa donde yo podía tomar mis propias decisiones como adulto legal y disfrutar la experiencia universitaria en toda su expresión. Nuevos amigos, nuevos retos y nuevas maneras de divertirnos era lo que mi corazón anhelaba.

Ansiaba vivir cosas nuevas como nunca antes.

En eso, alguien me sacó de mi profundo trance de pensamientos.

– Hola. Perdóname, ¿te podría preguntar algo?

Era una mujer, mayor que yo, pero joven e inusualmente encantadora, la cual estaba de pie frente a mi.

– Claro. – respondí.

Ella sonrió.

Su alegría también era notable como un rasgo en su persona.

– ¿Ésta información, debemos llenarla antes de entregarla? – preguntó señalando una sección específica en un documento el cual también yo había llenado.

Le devolví la sonrisa.

– Tranquila, ese dato nos lo proporcionan una vez dentro. – le comenté.

Yo ya me había informado antes de eso.

– Ah, muy bien. Excelente. Gracias. – dijo con confianza en mis palabras.

– No hay problema. – contesté yo.

Desconozco el motivo por el que, entre tantos aplicantes, ella decidió preguntarme a mí.

Tal vez mi apariencia le resultó familiar o mi serenidad ante la situación fue un factor importante. El hecho es que nada fue igual después de eso.

– ¿Podría sentarme aquí? – me preguntó indicando el asiento junto a mí.

– Seguro.

Se sentó y después de unos segundos decidí que no podía quedarme sin decir nada y propiciar un largo silencio incómodo. Así que le hice conversación.

– ¿Cómo te llamas? – pregunté.

– Gea. – respondió.

– Oh, ¿cómo la diosa?

– ¡Exacto!… ¿la conoces?

– Tengo ciertos conocimientos. – dije con tono risueño.

Ella también se notó más relajada.

– Ya veo. Y tú, ¿cómo te llamas?

– Andrés. – respondí.

– Mucho gusto en conocerte, Andrés.

– Lo mismo digo, Gea.

Ella me hizo otra pregunta.

– Dime, ¿eres de aquí?

– Sí, aquí nací. – aseguré.

– Muy bien.

Gea me contó en seguida que es originaria de la capital del estado, una ciudad a una hora de la mía donde hace mucho calor.

En mi pueblo por su lado el clima es frío y húmedo.

– ¿Y de allá vienes para hacer el examen? – pregunté.

– No. Estuve viviendo siete años en Chile. Me acabo de mudar con mi hija hace dos meses.

– Ah, ¿tienes una hija? – pregunté curioso.

– Sí, se llama Sara.

– Genial, ¿y cuántos años tiene?

– Trece. – dijo con orgullo.

Una mujer mayor que yo con una hija, con experiencia que la respalda y mucho entusiasmo por la vida. En mi mente, conocerla estaba siendo muy interesante.

– Que bien. Oye pues bienvenida, espero que las hayamos recibido bien. – dije cordialmente.

– ¡Gracias!, que amable de tu parte. La verdad me he sentido bien aquí. Puedo decir lo mismo de Sara. Solo hoy me siento ansiosa por el examen.

– ¿Por qué?, yo creo que no tienes que estarlo… ¿sabes inglés?

– Sí. De hecho estuve en Inglaterra un año estudiando hace tiempo. También viví en Europa por siete años y pues como bien sabrás el inglés ha predominado como el idioma que todos manejan allá independientemente de dónde provengas. He consumido contenido en inglés toda mi vida. No tendría que dudar. La cosa es que nunca he hecho una prueba Toefl.

– Verás que será una prueba superable para ti. Solo recuerda que tienes el conocimiento, no dudes de lo que sabes y estarás del otro lado.

– Suenas muy seguro. – dijo.

– Siempre me ha funcionado. – quise hacerle sentir la misma confianza que yo sentía en mí.

Su sonrisa valió la pena.

– Vale. Te creo. Eso haré.

Y a partir de ese punto, no paramos de conversar hasta que inició la prueba.

Ya al final de la misma, yo esperé a que ella saliera para despedirme apropiadamente.

Caminamos por el pasillo y escaleras abajo pues la prueba fue llevada a cabo en el tercer piso del edificio principal.

Camino abajo, me dispuse a pedirle su número.

La manera en que intercambiamos números fue curiosa porque yo primero saqué mi celular de mi bolsillo para tener lista la aplicación de contactos cuando en eso ella tomó la iniciativa primero.

Eso me gustó.

– ¿Te gustaría darme tu número para seguir hablando?, por favor.

– Claro. – respondí.

Y acto seguido guardó mi número. Luego yo registré el de ella.

Entonces la acompañé al estacionamiento de la universidad, donde había dejado su auto, y nos detuvimos donde nos despediríamos.

Ya había anochecido y el lugar estaba muy silencioso. Pocos individuos estaban cerca.

– Gracias por todo. No tengo amigos aquí y me gustaría poder salir, ¿sabes?

– Seguro. Pues cuando gustes, puedo organizar mi tiempo para salir.

– Va que va. Hablamos pronto. – me dijo.

Y tomándome por sorpresa, me dio un abrazo sincero que significó para mí el inicio de una relación basada en aprecio por el otro, confianza y respeto mutuo.

De inmediato no pude evitar entregarme a la experiencia y respondí al abrazo con la misma apertura y confianza.

Fue el abrazo que marcó todo.

Sentir el aroma de su cabello y la fragancia que impregnaba su ropa por primera vez fue fascinante. Sentirla cerca de mí, así como estábamos, era incomparable.

Su calidez, su humanidad y la energía que me trasmitía me hicieron ver que trababa con una mujer que definitivamente valía la pena conocer. No había razones para no seguir viéndonos. Quería saber más de ella y no dudaba que querría, en algún momento, involucrarme con ella.

Mi plan era conocerla y dejar que las cosas se dieran naturalmente.

– Hablamos pronto. Cuídate. – le respondí.

Luego subió a su automóvil, un Honda blanco con una franja negra en la parte inferior de los laterales, para arrancar y tomar su camino de regreso a casa.

Tan pronto se fue ella, yo me fui caminando a tomar el transporte público.

En el trayecto, iba reflexionando sobre lo sucedido y lo dichoso que me sentía por conocer a una mujer tan interesante que encima me parecía la encarnación viva de la divinidad femenina.

En el transporte público, la canción Angels de Robbie Williams acompañaba mis pensamientos y me dieron la sensación de que mi vida estaba a punto de cambiar.

Sus pecas y sus lentes negros adornaban su rostro como un marco adorna una obra maestra.

Sus ojos cafés me atrapaban y me tomaban cautivo sin que la razón me detuviera.

Sus labios delgados y rosas invitaban al pecado con cada palabra.

Su cabello negro y la forma en que ella lo acomodaba pasando lo del frente hacia atrás con una mano y cómo caía suelto sobre sus hombros me fascinaba.

Su piel blanca y tersa era como un mapa que yo deseaba explorar como un niño perdido.

Su rostro fino y su anatomía delgada superaban a mi imaginación.

Su personalidad rebosaba alegría y positividad.

Su vibra era tan agradable que no hacía más que pensar cómo sería verla otra vez y convivir con ella en la universidad.

Llegó el verano y no dudé en contactarla para preguntarle cómo había resultado en la prueba del Toefl y ver si podíamos acordar vernos.

Su respuesta fue que sí aprobó la prueba y me alegré por ella. Le pregunté si deseaba salir y me respondió que no podía ese día pues tenía algo que hacer. Insistí un par de veces más, pero tampoco pudo, así que dejé que ella fuera la que me hablara si deseaba salir.

Y el resto del verano, no nos vimos.

Por un lado, me sentí decepcionado pues no habíamos logrado salir como en un principio dijimos y pensé que tal vez no quería tanto como yo. Tal vez solo era distraída.

Tuve fe y esperé para ver si en la universidad las cosas eran distintas.

Llegó el primer día y yo llegué, por causa propia, un par de clases tarde.

Dentro de mí pedía porque no fuéramos a ver nada importante en el primer día.

Cuando salieron del salón para ir a la cafetería antes de la siguiente hora, visualicé a Gea entre la multitud. Me acerqué a ella y llamé su atención.

– Hola. – dije.

Ella sonrió.

– Hola. Qué gusto. ¿Cómo te va? – me preguntó con felicidad.

– Todo tranquilo, ¿y a ti?

Su ánimo es de la clase que te inspira a ser mejor cada día.

– Muy bien, gracias.

Caminamos juntos hasta la cafetería y nos sentamos a almorzar.

Platicamos un poco de la vida diaria y escuchaba con interés cada detalle sobre sí misma que compartía conmigo. Me agradaba ser ese alguien con quien ella podía contar y que ella pudiera confiar en mi en vez de pasarla sola en un lugar donde hasta ese momento no tenía amigos. Le dedicaría mi tiempo y mi comprensión, compartiría con ella lo que sé y la apoyaría hasta el final. Sabía que ella haría más amigos además de mí, pero yo estaría dispuesto a serle leal y no darle su lugar en mi vida a nadie más.

Yo ya presentía que me iba a enamorar pronto si no me detenía, pero quien me manda a mí a fijarme en una mujer mayor que yo. El hecho es que me parecía tan emocionante e interesante salir con una mujer madura y vivida que no me importaron las advertencias que me cerebro me mandó. Estaba lo suficientemente motivado como para llegar tan lejos como ella me lo permitiera.

Así que mi plan era seguir con el juego durante un tiempo, conocerla lo suficiente y cuando llegara el momento adecuado… confesarle mi atracción.

Tal vez hubiese resultado bien, pero no lo sabría hasta saber si ella me veía con los mismos ojos.

Ella ya tenía una hija en la puerta de la adolescencia y yo descartaba por completo la idea de tener hijos algún día, así que por hijos no habría problema. Podríamos dedicar nuestro tiempo a amarnos, tener sexo tanto como quisiéramos y divertirnos juntos haciendo cosas de todo tipo. Ella me tendría a su disposición cuando quisiera y yo sería su compañero sumiso y obediente. Al menos en mi mente era la relación ideal.

A mi me parecía divertida y excitante la idea.

Sentía por ella una devoción y una admiración tal, que yo fácilmente podría haberme considerado de su propiedad sin ningún problema.

Si ella hubiese querido robarme, yo habría dejado que me llevara en la parte de atrás de una camioneta y me dejara cautivo en un lugar secreto que solo ella conociese.

Me habría entregado a ella en todas las formas en que un ser humano puede entregarse a alguien. Así como un esclavo se entrega a su amo, yo me habría entregado a mi ama.

Desde que descubrí por primera vez la dominación femenina en internet, siempre anhelé tener una ama y sentir en carne propia lo que eso representa. Dedicar mi tiempo y mi energía para cuidar y consentir a una sola mujer que sea digna de convertirme en su servidor.

Quería ser utilizado, subyugado y adiestrado por ella.

Quería conocer su luz y su oscuridad, su bondad y su crueldad, sus más puros sentimientos y sus más impuros comportamientos. Quería conocer ambos rostros y dejarme poseer por ella. Quería ver qué tan lejos podía llegar cuando se trataba de abusar de mí y divertirse en la intimidad.

Ahora tenía la oportunidad de amarla incondicionalmente, serle leal y ser su pequeño cómplice de travesuras.

Era una idea disparatada para lo que comúnmente se considera aceptable en una sociedad, pero qué carajos, ¿qué tal si para mí el significado de la vida no es más que el de servir y adorar a una mujer que además venero y deseo?

Lo que teníamos apenas era un cariño sin raíces profundas; sin embargo, la idea ya estaba en mi mente y no tenía nada que perder. Quería estar con ella sin importar cómo etiquetáramos nuestra relación.

Sin que dicha persona lo supiera, me estaba reservando para alguien que representaba todo a lo que aspiraba en la vida. Y no podía emocionarme más.

Continuará…

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