Cuando vi por primera vez a Leonor en una reunión de amigos comunes quedé encandilado. Esa potente primera impresión me la produjo desde lejos, cuando percibí belleza y armonía corporal asociadas, dentro de una vestimenta que disimulaba más que ostentaba. Más tarde, al coincidir en un grupo, la escuché opinar con solvencia y sentido crítico, evidenciando una notable formación intelectual. Y así, ante la conjunción de personalidad bien formada y belleza apetecible, me derretí interiormente.
A partir de ahí puse mi empeño en conseguir mayor cercanía y tuve suerte, en dos meses ya salíamos con cierta frecuencia. Al tener seguridad de mis sentimientos, y la casi certeza de no ser rechazado, le propuse noviazgo y, para mi júbilo, aceptó. Ella, más expresiva, me hacía sentir amado, y yo, con gestos antes que palabras, le trasmitía lo que mi corazón albergaba.
Al decidir la convivencia optamos por su departamento, más amplio y cómodo que el mío, que terminé alquilándoselo a un amigo. Ambos tenemos ingresos que cubren bien nuestras necesidades aunque los de ella superan holgadamente los míos. Por una cuestión de simple equidad y respeto acordamos compartir a partes iguales los gastos hogareños.
El segundo aniversario de nuestra relación nos encontró felices. Ambos trabajábamos en horario corrido llegando a casa entre las diecisiete y dieciocho horas, yo antes por cuestión de distancia. Ella tenía un cargo jerárquico en una casa de modas gracias a su preparación y capacidad de trabajo, mientras yo era empleado de planta en un estudio contable.
Un martes al llegar a casa, con su habitual buen humor, y después del beso amoroso, me contó que al día siguiente saldría de viaje para supervisar los últimos detalles de la sucursal que inauguraban el viernes en una ciudad distante unos cuatrocientos kilómetros, estando previsto el regreso a media mañana del sábado. Esa noche, para compensar los tres días de ausencia, hicimos el amor con particular intensidad y duración. Al día siguiente nos despedimos como si fuera una separación larguísima, siendo lo contrario y además contar con comunicación telefónica en cualquier momento y lugar.
Las charlas más prolongadas se sucedían a la noche, después de comer, cuando ambos estábamos en cama. El viernes me llamó alrededor de las veinte, mientras se realizaba el vino de honor como parte de la inauguración. Me alegró saber que todo había ido bien quedando en llamarla un poco más tarde de lo habitual.
A eso de las veintitrés y en un intervalo de cinco minutos la llamé dos veces. No me causó molestia que ambas fueran fallidas. Todos tenemos derecho a entrar al baño sin llevar el teléfono. También es razonable tener el aparato cargando lejos de dónde uno se encuentra, y muchos buenos motivos más. En el próximo intento de comunicación tuve suerte y me contestó.
– “Hola mi amor”.
Pero, además de su voz, otra más se hizo escuchar.
– “Tercera llamada, qué pesado”.
Por supuesto que de inmediato me cortaron el contacto.
De no creer el poder de esas cuatro sencillas palabritas. Si no hubiera estado sentado en el momento de escucharlas, el suelo me habría recibido largo y tendido. Después de un momento de parálisis pude reflexionar con cierto aplomo. Cuatro cosas eran evidentes. En primer término que, cualquiera sea el lugar donde estuviere, no se encontraba sola. Segundo, que quien había hablado era un hombre presente en el lapso de las tres llamadas. Tercero, que ese caballero sabía de quién procedían, sea que se lo dijeran, sea que él podía ver la pantalla. Y cuarto, que yo había interrumpido la actividad en desarrollo, cosa que resultaba desagradable.
Terminada mi reflexión caí en cuenta que tenía una llamada entrante y un mensaje diciendo.
– “¡Qué pasa que no me atendés!”
Respondí.
– “Estaba en el baño”.
Ahí habló
– “Hola querido, casi se me cae el aparato y al agarrarlo sin querer corté. Algo nuevo desde que hablamos?”.
– “Nada que valga la pena. Ahora solo quiero pedirte perdón de todas las maneras posibles, te prometo que no va a suceder nuevamente y además, te juro, que nunca más voy a ser pesado. Chau”.
Y corté. Hubo nuevos intentos de hablar y nuevos mensajes, pero en ningún momento atendí ni abrí su casilla. Era momento de intentar calmar el dolor y hacerme a la idea de finalización de una etapa y comienzo de otra.
Habiéndome repuesto algo del impacto sufrido, llamé a mi madre para decirle que en una hora estaría en su casa. Luego, en mis dos valijas y tres bolsos puse todo lo que me pertenecía. Ya afuera cerré con llave y, por el ventiluz, apenas abierto, tiré dentro el llavero.
El lunes, casi mediodía, fue a verme al estudio. Como la gente de seguridad la conocía le permitieron el paso. Percibiendo que alguien se aproximaba, levanté la vista de mi mesa de trabajo dándome con ella. Sin mover un músculo de la cara simplemente la miré.
– “Hola Javier”.
– “Hola”.
– “Quisiera hablar con vos”.
– “Perfecto, en media hora tengo descanso para almuerzo, te espero en el café de la esquina”.
Con esa contestación di por finalizado el diálogo y seguí con lo que estaba haciendo.
Entrando al local la vi sentada a una de la mesas del fondo, así que acercándome, me senté enfrente.
– “Te escucho”.
– “No me vas a decir nada?”
– “Si tuviera algo para decirte te habría buscado o llamado y ha sido exactamente al revés”.
– “Quería pedirte perdón por lo sucedido”.
– “No sé qué ha sucedido pero estás perdonada”.
– “Te amo, no entiendo cómo pude serte infiel. Te ruego me permitas demostrarte mi arrepentimiento y merecer tu perdón. Hay algo más. Los dos sabemos que mi madre te quiere a vos más que a mí, y si se entera que por mi culpa terminó el noviazgo, es probable que le amargue el tiempo de vida que le queda con la enfermedad que padece”.
– “A ver si entiendo, vos querés que yo luzca inmutable mis cuernos mientras hacés mérito y además evitarle un disgusto a tu madre. Es así?”
– “Sí, y soy consciente de no merecerlo”.
– “De acuerdo, lo acepto, pero te va a costar material y anímicamente. Voy a vivir en tu departamento de manera totalmente gratuita, sin que tengamos intimidad. Naturalmente no pienso tomarme el trabajo de observar tu comportamiento o controlar tu conducta, a vos te toca hacer todo el esfuerzo. Con tu madre nada va a cambiar, pues siento por ella un entrañable afecto”.
– “De verdad no querés saber qué pasó?”
– “Lo importante ya lo sé”.
– “Pero qué es lo que sabés”.
– “Que mi novia hizo con otro algo que sólo debía hacer conmigo”.
Así hice la mudanza de regreso y comenzó la convivencia de compartir techo y algunas comidas, pues al principio ni siquiera le respondía el saludo. Con su madre, Julia, no cambié nada de la rutina. En una de las visitas solté una de las bromas habituales.
– “Suegrita querida, le pido que rápidamente se mejore pues quiero meterme en su cama y ponerle los cuernos a su hija”.
– “Querido Javier, eso solo lo podría creer un recién nacido, ciego, sordo y mudo. Sos incapaz de hacer lo que esa hija de puta te hizo a vos”.
Mi cara de sorpresa y cierta palidez la movieron a continuar.
– “Tengo un montón de defectos, estoy vieja y enferma, pero no soy tonta. Mi hija y vos me han visitado por separado y en ambos he notado cara de estar pasando un mal momento. Cuando ella me dio excusas le respondí que la liberaba de su deber filial, pues si no era merecedora de conocer su problema significaba que como madre había fracasado. Sabés cuál fue su respuesta?”.
– “Ni idea”.
– “Se arrodilló en el piso y, tomándose la cara con las manos se apoyó en la cama, rompiendo a llorar. Sus palabras fueron: <Por Dios mamá, no aumentés mi dolor, Javier me dejó>. Dando por seguro que ella era la culpable, le pregunté: Qué le hiciste. Su contestación la esperaba, no porque fuera algo común en ella sino que la ruptura debía obedecer a algo importante, y no me equivoqué: <Le fui infiel>. Después de insultarla la consolé prometiéndole mi ayuda, eso sí dejando claro que si te perdía como hijo se lo iba a hacer pagar duramente. Me imagino lo mal que te sentís”.
– “Así es Julia, en este momento lo que más desearía es no amarla. De esa manera desaparecerían el fuego que abraza mi estómago, el galope que de a ratos emprende mi corazón y las pesadillas que regularmente me visitan cada noche. Lamentablemente no puedo”.
– “Me dijo que no quisiste escucharla cuando ofreció contarte lo que pasó”.
– “Es verdad, probablemente iba a ser para aumentar el dolor y agregar repugnancia ante su presencia”.
– “Estimo que no va a suceder eso. Es más, creo que podría disminuir el encono. Me das ese voto de confianza para contártelo?”
– “Totalmente”.
– “Los tres días de trabajo el designado gerente se dedicó a cortejarla sin que ella lo frenara, pues consideraba eso como una simple galantería. Lógicamente ese galanteo fue, imperceptiblemente, creciendo en frecuencia y cercanía, y por lo mismo sin suscitar resistencia. El viernes al término de la inauguración y durante el brindis, Leonor impulsada por el galán tomó de más. La lenta pero ininterrumpida labor de desgastar defensas, más el efecto de la bebida, hicieron que los festejos por el éxito del evento fueran más efusivos de lo aconsejable, y así algún abrazo terminó en frotamiento”.
– “Debe haber sido cuando me avisó que la llamara un poco más tarde de lo habitual”.
– “El error clave fue permitir que, pretextando el exceso de bebida, la acompañara al hotel, pero la estupidez máxima fue dejarlo entrar a la habitación para el último brindis. Con las copas vacías él la abrazó y trastabillando la hizo caer en la cama. La primera llamada entró cuando esquivó su boca que fue a dar al cuello, punto débil que supo aprovechar minando más las defensas. Cuando sintió su mano bajo el vestido frotando la entrepierna no se resistió y los dedos se hicieron notar bajo la bombacha”.
– “Bueno ahora ya sé dónde no poner mis labios si esto se compone en el futuro”.
– “La segunda llamada llegó cuando finalizaba el orgasmo producido por las caricias. La tercera fue el empujón necesario para sacárselo en encima y atender. El resto lo conocés mejor que yo. Que está arrepentida se desprende de haberme dicho: <Mamá lo que más me mortifica es que no me hizo un solo reclamo, no me insultó, ni siquiera me saluda, pero las pocas veces que me mira veo en sus ojos enrojecidos el dolor que lleva dentro. Esa es mi tortura, amarlo, pero verlo sufrir en silencio, sabiendo que día a día yo alimento su sufrimiento>. Crees poder escuchar un pedido?”.
– “Seguro que sí”.
– “No es algo irrazonable o egoísta porque quiero el bien de ambos. La falta de ella fue leve materialmente, pero espiritualmente grave, como toda infidelidad. Recomponé la relación porque ambos se aman, pero hacela parir para llegar a ello, que le duela bien. De todos modos debés estar atento para que esto no se malogre. Cuando veas que llegó al límite de sus fuerzas no la dejes caer. Sean felices, ambos lo merecen después que ella purgue su falta”.
Con el correr del tiempo la convivencia avanzó algo. Ella más comunicativa, iniciaba la conversación, que yo contestaba parcamente, pero no rehuía. Generalmente eran comentarios sobre nuestros trabajos, y así una tarde me contó que debía viajar a controlar una filial, algo que le llevaría un día. Saldría de noche y regresaría al día siguiente a última hora, agregando que cuando le encargaron hacerlo en la sucursal del triste problema, ella habló con su jefa contándole lo sucedido, por lo que fue eximida de concurrir a ese lugar.
– “Te puedo llamar esta noche?”
– “Seguro”.
A las once de la noche sonó el teléfono
– “Ya estoy en el hotel”.
– “Todo bien?”
– “Sí, el viaje fue bueno. Mañana cuando esté por regresar te aviso. Me hizo bien escuchar tu voz”.
– “A mí también. Hasta mañana”.
Han pasado ocho meses desde ese viernes de mierda que puso mi vida patas para arriba. De regreso del trabajo estaba tomando un café mientras miraba un partido por televisión, cuando Leonor entró sentándose a mi lado.
– “Necesito de vos un favor inmenso. El sábado hay una cena de la empresa y te pido que me acompañes. Va a estar el tipo con quien te fui infiel. Estoy segura de no caer nunca más, pero seguro que él va a insistir transformando la fiesta en un infierno. Tu presencia podría disuadirlo“.
Naturalmente accedí y fuimos juntos. Al rato de llegar se cumplió lo que temía.
– “Hola Leonor, nos presentas?”
– “Javier, este señor es Ricardo, el gerente de la sucursal abierta hace poco”.
– “Ricardo, Javier es mi novio”.
– “Mucho gusto Javier”.
– “Hola”.
Iniciada la sobremesa, y sonando la música apropiada, los animadores invitaron a bailar. Charlaba con Leonor sobre los recuerdos que la melodía despertaba, cuando veo acercarse al recién presentado.
– “Me permitís bailar con tu novia?”
– “No”.
– “Estoy sorprendido, tenés miedo de que te sea infiel?”
– “De ninguna manera, no me puede hacer cornudo porque ya soy cornudo. Simplemente estamos de acuerdo en no permitir que los cuernos crezcan”.
– “Bien, hasta luego”.
– “Leonor, escuchá atentamente lo que voy a decir. Con este galán se abren dos posibilidades. Una es que acepte mansamente lo que le dije y se acaben los problemas. La otra es que no se dé por vencido e insista, y estimo que esta opción es la más probable. Me hice entender?”
– “Perfectamente”.
– “Bien. Si estás decidida a no repetir un episodio como el que quiero olvidar, ante cualquier avance por sobre lo estrictamente laboral, debés hacer dos cosas, y ambas de manera urgente y rápida. Lo primero es frenarlo de inmediato y, a continuación avisarme. Cuando digo cualquier avance, incluyo todo lo imaginable, desde un simple piropo hasta un inocente roce. Lo que para el común de los mortales es inocuo, para este tipo de gente, esa pavada representa una invitación, y el primer paso que le permitiría lograr su deseo”.
Miraba bailar a algunos mientras Leonor charlaba con dos compañeras de trabajo que estaban en otra mesa. Cuando volvía a la nuestra le salió al paso Ricardo, cruzaron pocas palabras y siguió caminando hasta llegar a mi lado.
– “No se da por vencido, me dijo que soy una puta que ahora se hace la estrecha”.
– “Caminá a mi lado”.
– “Por favor, no hagás una locura”.
Ante eso giré dándole frente.
– “No acepto la más mínima indicación de tu parte. Voy a tratar de solucionar el problema en que ambos nos encontramos por culpa exclusivamente tuya. Seguime”.
Al llegar al lado del perseverante conquistador, que hablaba con una pareja, lo interrumpí en voz alta para ser escuchado por quienes estuvieran cerca.
– “Ricardo, me acaba de decir mi novia que la trataste de puta que ahora se hace la estrecha. La tengo a mi lado para que le pidas perdón por el insulto”.
– “Ni pienso”.
Como era la respuesta esperada mi patada a los testículos salió rápida y certera. Doblado en el suelo lo tomé del pelo y lo hice golpear el piso con la cara.
– “La próxima vez que te vea, esto te va a parecer una caricia. Querida vamos, he perdido interés en la reunión”.
Menos de un minuto duró la sorpresiva acción antes de emprender el camino de salida.
Regresamos a casa sin comentar lo sucedido pues las palabras sobraban. Al llegar frente a su dormitorio yo seguí de largo cuando sus manos tomaron mi brazo. Al darme vuelta se arrodilló abrazando mis piernas y soltó un llanto desconsolado.
– “Javier, no tengo derecho a pedírtelo, pero por lo que más quieras, no permitas que esta noche la pesadilla me encuentre sola”.
Era el momento indicado por Julia. Me agaché para levantarla y alzarla en brazos, llevándola a la cama ancha de su habitación, donde la desvestí íntegra para ponerle el pijama y taparla. Luego fui a mi pieza a cambiarme para dormir y, al regresar a su lado, la encontré en posición fetal llorando. Probablemente pensó que nuevamente quedaba sola. Al entrar a la cama la abracé haciendo que apoyara la cabeza en el hueco de mi hombro dándole un beso en la frente. No hubo intimidad pero si comunicación. Nuestros corazones sincronizaron sus latidos batiendo el parche al unísono. En algún momento de la noche nos dimos vuelta y amanecimos ella boca abajo y yo cubriéndola con mi cuerpo. Ya desperezados, me apoyé sobre un codo mirándola.
– “Estás decidida a que sigamos juntos?
No abrió la boca, pero mirándome fijamente, asintió con la cabeza.
– “Querés formar una familia?
Tampoco habló, pero de sus ojos salían lágrimas que corrían hacia las sienes, mientras asentía nuevamente.
– “Una familia con hijos?
Ahora sí le salieron las palabras
– “Sí mi amor, quiero todo lo que me una más a vos”.
El beso larguísimo que siguió, no concentrado en su boca sino recorriendo toda la cara, me permitió saborear lágrimas distintas. Éstas, originadas en un hecho feliz, parecían dulces. Cuando nuestros maxilares quedaron rendidos del esfuerzo, se desnudó y adoptó una de las posturas preferida por ambos. Sobre las rodillas abiertas levantando las nalgas, hombros apoyados sobre la cama, la cara vuelta en mi dirección y ambas manos abriendo el ingreso a la vagina. Esa gestualidad combinaba entrega, abandono e invitación.
En dos centímetros de mi entrada comenzaron los espasmos de la eyaculación. El cuarto chizguetazo sucedió en el fondo. Era lo esperable después de tanto tiempo de abstinencia. Lo que no imaginé fue que el decaimiento de la erección fuera pequeño. Eso, y el agregado de caricias en clítoris y tetas, ocasionaron una estruendosa corrida dejándola totalmente tendida.
– “Ahora a buscar la descendencia”.
– “No tendría que llevar mucho tiempo. Si mis cálculos no fallan estoy en período fértil”.
– “Entonces redoblemos la tarea”.
– “Por favor, ocupa esa silla y déjame hacer a mí”.
Era la posición de mayor disfrute para ella. Pudiendo apoyar los pies y con sus manos sobre mis hombros, podía manejar a placer todos los movimientos. Se puso a caballo de mis piernas y tomando mi pija la ubicó en la entrada de la vagina, quedándose quieta. Con sus ojos fijos en los míos, puso un dedo sobre mis labios.
– “Te ruego, no hables y hacé lo que te vaya pidiendo”.
Ante el asentimiento de mi cabeza comenzó su labor.
– “Ahora voy a bajar lentamente, sintiendo cada centímetro que entra y cada estiramiento de mi conducto. Pero quiero hacerlo chupando tu lengua. Así mi amor, hace tu ingreso sin premura, ay que delicia esa barra que me ocupa, que me llena, ahora clavame fuerte, ¡siii!”.
– “Ya llegaste al fondo y aún queda un poquito afuera, ahora comeme la boca y apretame fuerte las tetas mientras voy rotando alrededor de tu miembro. ¡Me corro mi cielo, acabooo!”
Diariamente de variadas maneras tratamos de fortalecer el vínculo y lo vamos logrando.
Ha pasado el tiempo y cumplimos el pedido de mi suegra. Ella peleó contra la enfermedad hasta que conoció a la nieta, después se dejó ir en paz. En la puerta del cementerio, después de las exequias, llorando sobre mi hombro, Leonor aludió por última vez a su desliz.
– “Tengo muchísimas razones para amarte. Hay una que quiero que la sepas. Y es que sos capaz de cuidarme aún ausente. Tus llamadas me dieron fuerza para no caer a un nivel tal que hubiera sido casi imposible estar como hoy estamos. Gracias mi amor”.