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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (18)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

La espera para Sergio fue eterna, la palabra terrible se quedaba corta. Cada día, pensó en su tía, desde el lunes hasta el propio viernes solo había una mujer en su vida. Trataba de no salir de la habitación, pero con solo ver películas no se le calmaba el apetito voraz que había cultivado. Toda esa semana sin sacar sus fluidos genitales estaban pesando, literalmente. Solo había una cosa que ocupaba cada segundo en sus pensamientos, el sexo.

Para Carmen en cambio todo fue muy rápido, se preparó para el gran día con un mar de excusas para que Pedro no sospechase que su sobrino estaba por el pueblo. Incluso fue dos días antes a adecentar la casa de sus padres y así tenerla algo más presentable cuando Sergio llegase.

El día por fin llegó, Sergio se levantó de su cama de un salto con un pene tan erecto que su glande asomaba por encima del capullo. Jamás había estado tanto tiempo sin masturbarse, era un nuevo récord para él, sobre todo si añadimos que el coito estaba más que asegurado.

—Mamá, ya estoy listo —dijo Sergio apareciendo en la cocina a las 9:30 de la mañana.

—No has madrugado tanto ni para estudiar. —le sonreía Mari mientras terminaba de prepararle un bocadillo— Toma, para el viaje. Aunque no es muy lejos, ¿no?

—Que va, la casa de Pablo está a una hora y poco de viaje, en nada estaremos allí.

Durante aquellos días, había construido la sólida excusa de que unos amigos iban a pasar la noche en casa de Pablo. No había forma de comprobar que esa información fuera falsa y tampoco su madre se iba a poner a indagar. Total era una noche, no había problema, solo le causaba algún que otro nervio pensar que el coche le dejase tirado en medio de la carretera y que su viaje saliera a la luz.

—Llámame cuando llegues.

—Te llamo mejor a la hora de comer, que entre que bajamos todo y lo preparamos se me va a pasar.

Mari frunció el ceño, pero al final aceptó. No le gustaba cuando su hijo cogía aquel pequeño coche para hacer un trayecto largo, siempre tenía malos presentimientos, aunque estos nunca se cumplían.

—Bueno, pero ni un minuto más tarde…

—Sí, tranquila. —rodeó con los brazos a su madre, apretando fuerte los cuerpos y sintiendo los pechos de esta. Su pene saltó de alegría, cualquier cosa le alteraba y más aquellas mamas tan perfectas.

—¿Te despediste de tu padre? —Sergio asintió— ¿De tu hermana?

—Sí. Aunque se hizo un poco de rogar, me dijo que ni que me fuera a ir a la luna. Cosas de Laura.

Ambos rieron y Sergio aprovechó el grato momento para dar un beso de varios segundos de duración en la mejilla de la mujer. Mari lo agradeció hasta tal punto que el frío de la mañana se disipó a su alrededor.

—Marcha anda… que se te hará tarde —le dijo por no seguir notando a su hijo tan cerca.

Aquella semana había estado realmente amoroso y eso la encantaba. Incluso tenía un aroma especial, algo que no reconocía. Sabía que no era la colonia, Sergio no solía usarla con asiduidad, era otra cosa… aunque no lograba descifrar el que.

Era muy simple y no tenía mayor misterio, el olor que a Mari le resultaba curioso, no era otra cosa que el exceso de semen que se depositaba en los calzoncillos de su hijo. De haberlo sabido se hubiera sonrojado al momento.

—Te quiero, mamá. Mañana te veo.

—Adiós… —la puerta de la calle se cerró con rapidez dejándola con la palabra en la boca— Te quiero.

El coche arrancó, haciendo que Sergio sonriera de felicidad y… placer. El coito se acercaba, estaba ya a unas horas de estar con Carmen, su tía favorita y la mujer más perfecta que conocía.

El abrazo a Mari y notar sus grandes bultos le había activado, pero estando solo en el coche y pensar en lo que le esperaba en el pueblo, aquello se levantó con ganas. La erección era plena, apenas en unos segundos su miembro estaba listo para la batalla. Se lo miró curioso y lo sacó de su “envoltorio”, para hacer lo mismo con el móvil y sacarse una foto.

—Salgo —añadió en un mensaje a su tía, que justo se conectaba y veía la foto.

—¡Jesús, bendito…! No corras en la carretera…, pero no tardes. ¿Están muy hinchados tus huevos?

—Un montón, no te lo puedes ni imaginar.

—Creo que me he pasado. —el sexo de Carmen que había estado toda la noche caliente, comenzaba a humedecerse.

—Cuando llegue me lo arreglas.

—No te quepa duda. Ahora deja el móvil y ven, lo tengo todo listo.

Dicho y hecho. Sergio aceleró el coche y durante cinco horas no paró de conducir. Su amado vehículo le respondió de maravilla y su miedo a que le dejase tirado nunca se cumplió.

Fue a la vez un viaje largo y corto, toda el ansia por ver a su querida tía le superaba y hacía que el reloj pareciera que no avanzase. Pero por el lado bueno, estar pensando todo el rato en Carmen hizo que su mente se detuviera poco en la carretera y aquello hacía que ciertos tramos, ni se diera cuenta de haberlos pasado.

Cerca del mediodía paró en una gasolinera a repostar, comprar una lata de red bull para seguir bien activo y arrancar de nuevo. Ni siquiera se detuvo a comer el bocata que su madre con tanto amor le había preparado, lo devoró mientras no paraba de pisar el acelerador.

Por fin entraba en la provincia de su pueblo y como bienvenida unas nubes negras con mala pinta lo recibían. Las primeras gotas comenzaron a caer y de seguido un aguacero le rodeó por completo. “El mismo buen tiempo de siempre” pensó sin que aquel día helador y lluvioso le quitara el ánimo y tampoco… el calentón.

Aminorando la marcha mandó un mensaje a su tía, “ya llego, en cinco minutos”. Por una vez no se había perdido, aquello era un milagro y más con el día tan malo que hacía, la visibilidad era nula.

Aunque de cierta forma, vio la luz al final de una gran recta. Había llegado a las afueras del pueblo y al fondo, tras un aguacero, bajo un paraguas de color amarillo, una mujer esperaba paciente en una pequeña tejavana a la salida de su casa.

El corazón le saltó del pecho y un nerviosismo se adentró en su cuerpo, como si le diera pudor ver a su tía después de tanto tiempo. Las manos le comenzaron a sudar y una sonrisa más bien tonta se apoderó de su rostro, ya estaba allí, junto a su amada Carmen.

Se detuvo a su lado y la mujer se acercó con prisas, abrió la puerta, sacudió el paraguas y se sentó mojando levemente el asiento del copiloto. Ambos se miraron en silencio, con una sonrisa más tierna que otra cosa y de improviso, se lanzaron a la vez a los brazos del otro. Los dos se rodearon con fuerza apretándose como si nunca quisieran volver a separarse, era una pena que vivieran tan lejos, porque ya fuera de una manera u otra, se amaban.

—Qué ganas tenía de que llegaras —dijo Carmen separándose del muchacho y colocándose correctamente las gafas.

—Y yo de llegar… se me ha hecho largo el camino, no he parado de pensar en ti. —una parte de su cuerpo era fiel testigo de ello.

—Pues arranca, cariño, vamos a casa de la abuela. —el coche aceleró y se incorporó a la carretera— Te hubiera invitado a entrar, Pedro está trabajando, pero no sé realmente a qué hora vuelve.

—¿Qué tal todo? —ambos sabían a qué se refería con esa pregunta.

—Sinceramente creo que bien, me tomo de otra forma nuestra relación y no sé… ahora estoy mejor. —el gorro de lana se le había movido con el abrazo y mirándose en el espejo del copiloto se lo colocó correctamente— Aunque dejemos ese tema por esta vez.

Carmen sonrió de forma dulce a su sobrino para después hacerlo de una manera más maliciosa. Los dos sabían muy bien por qué el muchacho había recorrido tantos kilómetros y no le quería hacer perder el tiempo con sus dramas, esta vez no.

—Dime —Sergio no puso sus ojos en su tía, solo los oídos— ¿Cuánto me has echado de menos?

—Cada día me acuerdo de ti, lo juro. —no mentía.

—Otra cosa… ¿Hiciste lo que te pedí? —el muchacho solamente asintió, como si el mero hecho de hablar de ello le fuera hacer eyacular.

—Ha sido duro… incluso me duele un poco.

—Bueno… —pasando una mano por la pierna de su sobrino y mirando tras sus gafas le añadió— pronto lo voy a arreglar.

El erotismo de su tía le impactaba, el recuerdo del mes de agosto ya se había difuminado y ahora con ella delante, volvía a ponerse como la primera vez. El cuerpo de Sergio era un motor encendido comenzando a funcionar a miles de revoluciones, la mujer que tenía al lado era su perdición.

—¿Te gusta mi modelito?

Sergio quitó por un momento la vista de la mojada carretera para mirar a Carmen. Llevaba un abrigo de pelo, unos vaqueros con botas y en la cabeza un gorro de lana a juego con el color de sus gafas de pasta ancha. Se dijo por dentro que daba igual lo que llevara, como si fuera desnuda o envuelta en un saco de patatas, para él, era una belleza.

—Eres preciosa, me da igual lo que lleves, tía. Pero sí, te queda bien, como todo…

—Mi vida… —resopló recostándose en el asiento— como echaba de menos esos halagos tuyos. —miró de arriba abajo a su sobrino notando el incipiente bulto en el pantalón de chándal— ¿Has venido así todo el camino?

El joven observó la dirección del dedo de su tía, llegando hasta su entrepierna donde su pene, de poder hablar hubiera gritado de todo para poder introducirse en algún lado. La primera gota de sudor le cayó en ese instante, el frío de fuera era ya una mera anécdota, él estaba ardiendo.

—Todo… Entero…

Los cristales se habían comenzado a empañar y Carmen al escuchar como su sobrino había estado alrededor de cinco horas con aquel tremendo mástil duro como una piedra, no pudo más que morderse el labio. El placer la invadió súbitamente, tenía un plan para aquel día, un plan que comenzaba a desmoronarse desde el primer minuto.

Pensaba en llegar a la casa, jugar un poco y después, un coito. Pero no podía dejar a su sobrino así, su cara hablaba por si sola… aunque no era la única. Carmen volvía a estar tan caliente como en aquellos días de verano.

Apretó ambas piernas, rozándolas con fuerza y miró a través de la lluvia. La carretera era una recta hasta el pueblo y apenas había unos cuantos caminos durante el trayecto. Uno de estos se encontraba a medio kilómetro de distancia.

—Vete frenando. —Sergio fue a preguntar el por qué, pero no hizo falta— Hazme caso, vete frenando que no viene nadie. Ahora, ¿ves el camino ese? Pues gira.

—Pero… —el joven que no entendía nada miraba sorprendido a su tía mientras esta le señalaba la dirección con su brazo.

—Sergio, calla y tira por ahí. Vete despacio que por ese camino suelen ir tractores.

El coche aminoró la marcha hasta andar en segunda y con el intermitente Sergio indicó hacia donde iba a girar. El coche botó de primeras al bajar de la calzada y cuando se metió en el camino apenas asfaltado, pisó el freno paulatinamente hasta parar el vehículo.

—Tía… ¿Qué quieres…?

No pudo terminar la frase, Carmen le miraba con aquellos ojos azules que las mujeres de su familia portaban, tan bonitos, tan profundos. Sus dedos habían abierto la cremallera de su abrigo y debajo una camisa negra con un escote de vértigo hizo que su pene saltara de alegría. Sus pechos dentro de la lencería luchaban pegados por respirar, una imagen preciosa que aunque Sergio todavía recordaba, le encantó volver a ver.

—Me he pasado con lo de que no te masturbaras… ahora te lo arreglo.

—Puedo esperar…

La mano de Carmen aferró el hierro caliente que se apreciaba en los pantalones del joven. Con fuerza cerró sus dedos sobre el tronco y Sergio apretó los dientes de puro placer, soltando finalmente el aire en un bufido animal.

—Tenemos toda la tarde, cielo —le dijo su tía mientras metía ambas manos por la goma del chándal y lo bajaba con rudeza—. Tengo que solucionar primero esto, luego me la devuelves. Ahora recuéstate.

Guiñó un ojo al terminar de decir aquello, mientras el pene erecto de su sobrino salía rugiendo de los pantalones. El chándal yacía junto a la ropa interior por la zona de los tobillos, por ayuda tanto de Carmen, como del propio muchacho.

No hubo tiempo para discursos eróticos, ni para besos, ni palabras que pudieran hacer calentar todavía más al joven. Carmen se acomodó y puso sus rodillas en el asiento donde antes reposaba su trasero. Sergio con velocidad, retrasó más su asiento dejando libertad a sus piernas y con la mano izquierda lo reclinó para poder recostarse con total comodidad.

No había terminado de hacer esto cuando la mano algo fría de su tía agarró con unas ganas temibles su miembro. Se colocó correctamente las gafas con la mano libre y después, los cuatro pelos rebeldes que podrían molestarla, los metió de nuevo dentro de su gorro, no quería distracciones.

Carmen al final, con todo en su sitio, se agachó donde su manjar favorito la esperaba. El glande asomaba morado y con un líquido preseminal que bien podría haber sido una primera eyaculación. Decidió que primero debía quitar el exceso que brotaba de aquel dulce plátano y se puso a ello.

Cuando se la introdujo en la boca y el calor embargo al joven, las piernas se le movieron de tal forma que de estar el coche encendido lo hubiera arrancado. Se estremeció todo su cuerpo, el éxtasis del placer era tan extremo que apenas podía creérselo.

El prepucio se limpió en un periquete, aunque la saliva de Carmen era ahora la que predominaba. Decidió lamer el tronco tan caliente y duro de su sobrino mientras este apretaba los dientes para no correrse apenas diez segundos después de que empezase.

La mano acompañaba un movimiento rítmico subiendo y bajando la piel, que se acompasaba de maravilla con el caer de las gotas en el parabrisas. Fuera estaba cayendo una buena, acompañando un frío que helaba la sangre, pero en el interior del coche los cristales estaban empañados y para Sergio, era una sauna.

Carmen dio el do de pecho. Notando lo hinchada que estaba, se la introdujo hasta el fondo de su garganta y succionó todo lo que pudo. Sergio gimió casi en un grito y un espasmo le recorrió el cuerpo, sus ardientes genitales le avisaban de lo que ocurriría.

La mano de Carmen subía y bajaba la piel mojada del pene, al tiempo que con su lengua y labios estimulaba la zona trasera del prepucio. Sergio agarró con fuerza la camisa de la mujer y con la otra mano el asiento. Se venía algo gordo, muy gordo, mientras en el exterior un trueno sonaba relativamente cerca, la verdadera tormenta se iba a desatar dentro del coche.

—Ya… Ya… Se viene…

Sergio a duras penas ponía hablar mientras notaba la lengua de su tía masajeando la zona más delicada de su cuerpo. Había bajado su piel al máximo y el grande emergía como una seta. Las venas que recorrían su tronco comenzaban a aumentar de volumen, dispuestas a preparar la salida.

El joven miró al techo, tensando su cuello sin poder remediarlo. Sus piernas se quedaron rígidas y sus dedos apretaron lo que pudieron con una fuerza de la que después no dispondría. Carmen vio todo aquello, sabía lo que venía y con una voz muy sensual, sin sacar la boca de la parte trasera del prepucio le dijo.

—Mírame.

El joven obedeció, porque parecía la orden de un tirano. Observó los ojos azules de su tía protegidos por aquellas gafas, como sus labios se abrían y cerraban detrás de su tronco y su mano estaba en la base de su pene. Trató de decir “me corro”, le fue imposible. Su garganta no era capaz de articular palabra, aunque Carmen le leyó el pensamiento.

Lo que salió no fue a reacción, ni llegó hasta el techo, más bien se asemejaba a un vaso rebosante de agua que desbordaba. Cuando Sergio llegó a sentir el orgasmo de manera tan sublime, por un momento cerró los ojos y se perdió como el semen comenzaba a salir. No fueron varios chorros descomunales, sino un único disparo que no cesaba.

La puerta había sido abierta y todos los fluidos del joven se colocaron en fila para ir saliendo. Cierto es que el primero se alzó algo en el aire para caer en la mejilla de su tía sin que esta se moviera ni un ápice. El calor de aquel borbotón de leche caliente le supo a gloria en un día tan invernal y sin dejar de mirar a los ojos de su sobrino siguió masajeándole el pene con su lengua y sus labios.

Todo el semen acumulado esos días salía sin cesar. Varias cascadas caían por el tronco, ya fuera por delante o por detrás, llegando hasta la mano de la mujer que seguía bien aferrada a la piel del joven. Los que caían por detrás, eran sorbidos por la mujer que no paraba de mover sus labios y poco le importaba que entraran en su boca, es más, el sabor le gustó.

—Sigue… sigue… —le decía Carmen viendo como su sobrino no paraba de temblar por el gusto.

La lluvia no cesaba de golpear con fiereza, pero para Sergio el mundo había desaparecido y lo único que lograba enfocar era como su semen seguía saliendo y manchaba tanto a su tía como a él. La mano de Carmen ya había cambiado su tonalidad a una más blanca y su mejilla tenía una gran mancha que al joven le resultó del todo lujuriosa. Aunque lo que le volvía loco era esa mirada mientras su boca seguía dándole placer a su prepucio. Los ojos azules de su tía no paraban de mirarle tras el cristal, era una mirada tan profunda que gozaba con ella.

Carmen notó que el miembro de Sergio perdía un poco de dureza, algo casi imperceptible, pero que sumado al fin de la infinita eyaculación, supo que debía parar. Apartó sus labios de la zona donde tanto placer había dado, estaban relucientes, con una capa de líquido transparente que los hacía brillar. No perdió el tiempo y abrió la boca para engullir por última vez el aparato reproductor de su sobrino. Dio unas cuantas pasadas, limpiando los restos que quedaban todavía para hacer que, su todavía erecto pene, reluciera.

—Creo que ya…

—Has sacado como para llenar un vaso.

Carmen se miraba la mano repleta de semen y con la otra se tocaba la mejilla totalmente anegada por la mancha del joven. Sergio observaba con los ojos entrecerrados y una respiración lenta y profunda.

—Ahora —dijo la mujer con un clínex en la mano limpiándose todo rastro de su sobrino—, llévame a casa que me toca a mí.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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