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Vacaciones con Teresa
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Fue en unas vacaciones con Teresa, mi esposa. En aquella ocasión decidimos darnos un gusto y recorrer la costa mediterránea, desde España a Turquía. Nuestro hijo menor ya había cumplido tres años y era lo suficientemente independiente para quedarse con su abuela en nuestra ausencia. Era nuestro primer viaje juntos, sin niños, en muchos años, lo que nos tenía muy entusiasmados.

Adoro mi familia, es lo más preciado que tengo, mi señora y dos niños hermosos, criados con gran contención y seguridad. Sin embargo, me encontraba exhausto y que decir la Tere, quien se comprometió firmemente con la lactancia y el apego hacia estas creaturas. Se debe sumar también que en esos años hubo una pandemia que nos tuvo a todos confinados por motivos sanitarios. ¡Ni siquiera podías salir a tomar una cerveza con un amigo! En fin, acababa un ciclo muy gratificante, pero tremendamente exigente y realmente nos hacía falta un tiempo dedicado a nosotros mismos.

Dejamos a los niños donde mi suegra, así como sus maletas y una serie de instrucciones que yo sabía que no se cumplirían, pero dejaban más tranquila a Tere. Nos despedimos, hasta lloramos un poquito, era nuestra primera separación tras mucho tiempo girando en torno a ellos, al punto que ya había olvidado como era mi vida antes de que llegaran.

Tras unos minutos arriba de la minivan que nos llevó al aeropuerto, con Teresa empezamos a mirarnos y sonreír, estábamos solos y nada ni nadie iba a interrumpirnos en nuestra misión principal; ¡Tirar hasta el cansancio y más!

Lo necesitábamos, tras tanto tiempo de lejanía y teniéndonos tan cerca, habíamos aprendido a vivir un sexo homeopático. Fue así como mis niveles de masturbación se fueron sofisticando, tanto en lo físico, con aceites y puntos de estimulación, como imaginería y escenarios utópicos que me resultaban excitantes. Toda esta abstinencia fue despertando una facción animal en mí, que poco a poco fue reclamando espacio en mi mente. Así me puse a escribir distintas situaciones que siempre pensé que jamás se volverían reales, donde podía llevar al extremo esta voracidad.

Siempre fui muy transparente en cuanto a esta necesidad por saciar mis necesidades y también creo haber sido respetuoso de los procesos que ella vivía en relación con la maternidad. También le compartí varios de mis escritos, era una buena forma de canalizar este deseo insatisfecho, aparte que la calentaban enormemente y por lo general terminábamos tirando. El tema es que esto me llevó a una escalada de deseo, donde la imaginación iba constantemente ampliando los límites y la ficción de a poco se transformó tanto más atractiva que la realidad.

Mis relatos por lo general involucraban a otra mujer, ninguna en específico, pero siempre era otra. Esto obviamente le provocaba una suerte de impacto a mi señora, pero al poco andar se transformaba en un motivo de excitación. Yo estaba seguro de que en algún punto a ella le atraía la idea de verme con otra mujer, de tomar palco y contemplar la fuerza con la que soy capaz de sostener un cuerpo y hacerlo mío. Todo esto lo sostengo sobre la base de pequeñas confesiones que ella misma me ha hecho en minutos de máxima calentura, cuando su verdad chorrea como los fluidos de su vagina mientras la beso entre mordiscos en su cuello.

Llevamos más de diez años juntos y la verdad es que nunca me ha dejado de calentar, con todos los cambios que ha tenido su cuerpo, cada día la encuentro más sabrosa y excitante. No tengo ninguna dificultad para que se me pare, al contrario, todas las noches la abrazo y le hago sentir mi pene erecto entre sus tremendas nalgas. Me gusta y me gusta que me guste, por eso mi gran expectativa en torno a este viaje, solos con nuestro deseo y una gran deuda hacia nosotros mismos.

Así llegamos a nuestro vuelo y nos dirigimos sin escalas hasta Madrid, ahí arrendamos un auto y salimos raudos hacia Sevilla que sería nuestra primera noche. Iban no más de cincuenta kilómetros cuando, tras unas miradas coquetas, me pregunta si me lo puede chupar. Yo le pregunté donde quería que paráramos, pero me dijo que eso no era necesario. Esto era algo que acostumbrábamos a hacer cuando nos conocimos, en esas manejadas a nuestra casa en el campo bajo la excusa de mantenerme despierto. Teresa tiene unos labios tipo Penélope Cruz y realmente lo chupa con una suavidad y cariño que te hacen sentir en el cielo, y lo mejor de todo, lo disfruta profundamente.

No había tiempo que perder, así que fuimos directo al grano. Salir a comer era una mera formalidad para luego volver a encerrarnos a nuestra pieza de hotel para seguir con lo nuestro. El olor a sexo inundaba el ambiente y eso nos excitaba de manera constante, variábamos posiciones, pero casi siempre terminábamos yo encima de ella. Me gusta tirar harto, porque así tiro mejor, duro más y logro eso que más me calienta; hacerla sufrir de placer. Me gusta penetrarla cuando ya ha tenido un orgasmo y me pide que me detenga, entonces la tomo fuerte y se lo meto con todo el ímpetu hasta hacerla retorcerse de placer. La sensación de espasmos que tiene su vagina, sumado a sus gritos desenfrenados hacen que mi verga se agrande aún más y así la recorro completamente entrando y saliendo.

Al poco andar, ya por la costa francesa, empezamos a sentir que estábamos en nuestro techo, pero sin duda aún quedaba mucho deseo que satisfacer. Entonces fuimos a caminar en búsqueda de alguna ayuda para ir un poco más allá. Encontramos un sex shop y nos equipamos con aceites, un consolador y unas esposas, compramos un champagne y caminamos por un parque al borde del mar.

Francia tiene ese aire de libertad, belleza y algo de suciedad en las calles, que vuelven todo tan real. Da la sensación qué todos vienen saliendo de haberse pegado una buena cacha y tranquilamente caminan ocupados de sus asuntos, con la lívido resuelta. Así nos sentíamos, pero queríamos más, así que apuramos el paso y en cosa de minutos estábamos nuevamente en el hotel.

Destapamos la botella y pusimos algo de música, nos reímos y coqueteamos (algo que jamás hemos perdido). En eso, ella se levanta y va al baño, yo sigo con la música y aprovecho de revisar nuestra guía para buscar nuestro próximo destino. Estaba concentrado en eso, cuando de repente siento una respiración y luego los labios de Teresa se funden en mi cuello, dándome un beso jugoso y caliente. Me volteo y la veo sin ropa, con la pelvis depilada, lo que no es costumbre, y llena de aceite en todo su cuerpo. Hago un intento de levantarme y me empuja hacia la cama, desde luego me dejé caer de espalda y acto seguido ella se abalanzó salvajemente sobre mí. Me saco con furia la camisa mientras devoraba mi cuello, yo trataba de sacarme los zapatos y los pantalones, mientras deslizaba mis manos por sus piernas jabonosas y por su culo.

Una vez que estábamos los dos en pelota, me bañó en aceite, así nos empezamos a frotar mutuamente. Era como si todo su cuerpo fuera una extensión de su vagina empapada, donde posara mi pene sentía que la estaba penetrando, incluso se confundían las partes de cuerpo con el mío. Estaba tan excitado que sentía que iba a acabar muy pronto y no quería, así que tomé cartas en el asunto. La tomé con fuerza, la puse boca arriba contra la cama y me senté encima de ella para inmovilizarla. Agarré mi pene tremendamente erecto y lo empecé a recorrer por sus tetas, cuello y cara, luego se lo metí en la boca mientras ella desesperadamente me lo succionaba. En ese momento di el golpe de gracia; tomé las esposas y le amarré manos y pies al catre metálico antiguo sobre el cual estábamos. Quedó de brazos y piernas abiertas, aceitada y con su vulva que hasta se veía como palpitaba.

La seguí recorriendo con mi pene y luego me puse en el sentido inverso para empezar a lamerle el clítoris mientras ella me comía la verga con ganas. Luego empecé a chupar con más fuerza y a la vez le metí mis dedos dentro de la vagina. Desde ese ángulo podía ver como le salían sus fluidos y bajaban por el perineo para luego perderse en su ano, estaba todo conectado en un solo caldo de placer. La pasé la lengua por toda esa zona, llevándola constantemente al punto anterior al orgasmo, no quería que se acabara nunca este momento.

Le di un breve descanso, con besos en las piernas, pese a que su vagina rogaba por más contacto directo. Ella estaba entregada en su rol de prisionera, solo luchaba por intentar frotar sus piernas entre sí, buscando más placer. Verla así ha sido de las cosas más excitantes que he vivido, sin duda, pero aún faltaba más.

Me puse de rodillas a su lado, ahí estaba para mí, sin posibilidad de arrancar. Me empecé a masturbar mirándola en todo su esplendor. Luego con una mano la comencé a recorrer por las piernas y entrepiernas, caderas y por las tetas. Con mi otra mano le tomé el pelo y la hice levantar la cabeza, para así comenzar a morder su cuello, era mi presa y podía hacer lo que quisiera con ella. Las esposas sonaban por sus manos tratando de liberarse de tanto placer o al menos tratando de agarrarme de algún modo. En este estado de máxima excitación fue cuando tomé el consolador que hasta entonces descansaba en el velador. Era un pene grueso y tenía un botón para activar la vibración, la verdad intimidaba un poco, pero a esta altura ya habíamos roto todos nuestros cánones de estimulación.

Sin dejar de lengüetearle el cuello, tomé el gran pene y lo empecé a untar por su cuerpo, de manera de engrasarlo y para que tomara temperatura. Lo metí entre la cama y su culo, entremedio de sus nalgas, recorriendo para arriba y para abajo. Su boca abierta emitía un “aaah…” cada vez que hacía el recorrido. No le tomó nada de tiempo aceptar otra verga en la cama, es más, podía ver como intentaba abrir más sus piernas y levantar su pelvis para que de una buena vez entrara dentro de ella.

Luego de recorrer sus labios superiores y su clítoris, lo fui introduciendo lentamente, con el mismo ritmo con que antes le recorría sus nalgas. Los gemidos fueron aumentando en volumen e intensidad, sentía como que estaba entrando en otra escala de placer, en un éxtasis más allá de la experiencia corporal. Lejos de acabar, empezó a respirar más fuerte, así como se formó una verdadera piscina en las sábanas. Todo su ser estaba enfocado en este ascenso sexual nunca antes vivido, mientras yo estaba totalmente concentrado en seguir alimentándolo, como tocando un instrumento en un ritual.

Cuando sentí que era el momento, y con total decisión, presioné el botón. Para este instante quise tomar cierta distancia y contemplar como mi mujer comenzaba a vivir espasmos casi eléctricos. Me puse nuevamente encima de ella, para verla en primer plano, mi pene estaba en su punto de máxima calentura. La seguí penetrando con el vibrador al punto en que comenzó a tener eyaculaciones entre gritos, fue ahí cuando me dejé caer con todo mi peso dentro de ella.

Me suplicaba que parara, pero hice caso omiso y la penetré con toda la energía que venía sosteniendo. Empecé a gritar, los dos gritábamos, hasta creo haberla golpeado en esta vorágine. Sus tetas duras saltaban mientras apretaba la mandíbula y cerraba los ojos, le tomé el pelo y volví a su cuello, cuando finalmente sentimos como el caudal de semen pasaba por mi pene, para luego inundarla y rebalsarse por los costados de su vagina.

Nos quedamos respirando intensamente por unos minutos, yo rendido sobre ella, totalmente transpirados y exhaustos. Los dos sabíamos que este era un antes y después, que nuestro imaginario sexual había cambiado para siempre y eso que aún nos quedaba mucho viaje por delante.

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