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El castigo
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Pasaron varios días, era una tarde nublada y lluviosa, muy fresca, pero no en la habitación o al menos yo tenía el cuerpo tan caliente que parecía el peor día de verano, él me tenía de pie, recargada en una mesa con las manos atadas al frente, los ojos vendados, mis pies atados a cada pata de la mesa que estaba bastante abierta, él me penetraba tan deliciosa y lentamente que sin darme cuenta entre gemidos dije:

-Mi Señor, me coges tan rico- él paro- ¿Que te dije de hablar? Te dije que habría un castigo.

Yo me quede callada, no podía ver así que solo escuchaba que habría un cajón y puso algo en la mesa que sonó pesado, como metal, me hizo una cola en el cabello y ató algo, percibí un olor rico a uva y sentí que me ponía algo tibio en… en mi ano.

-No ¿qué haces?

-Ssh guarda silencio

Puso algo en mi ano, era duro y frio, metálico, poco a poco fue introduciéndolo, dolía, pero era placentero a la vez, sentía como se iba abriendo hasta que lo introdujo todo; sonreí y solo pensé "¿este es el castigo? Pues no es tan malo”.

Lo metió y sacó un par de veces, de pronto tomo lo que me había atado al cabello, la jalo haciendo que mi cabeza se hiciera para atrás, estirando mi cuello impidiendo de cierta forma que hablara y la ató a lo que sea que me metiera en el culo, no podía moverme, si movía la cabeza hacia adelante en verdad me dolía.

Mi Señor tomo un látigo y comenzó a azotarme, las primeras veces dolía pero después estaba tan excitada y tenía la vagina tan húmeda que sentía el líquido empapar mis muslos.

-Te gusta ¿cierto? mmm va a ser difícil castigarte si lo disfrutas tanto, estas tan húmeda que manchaste la alfombra.

Soltó el látigo, me tomo de la cadera y me penetró con fuerza, solo pude gemir y sentir como su miembro hacia que desbordara todo mi líquido, sacaba mi lengua como una perra sedienta.

-Eres una perra, mi perra, te gusta cierto; te gusta cómo te cojo.

Cada vez que hablaba me daba aún más duro y más profundo.

-Vamos, dámelo, termina, quiero ver cómo te corres.

Mi cadera se clavaba en la orilla de la mesa, babeaba de lujuria, mis muslos se tensaron y tuve un orgasmo como nunca antes, estaba deshecha mis piernas temblaban no podía más pero él, Mi Señor, aún seguía, duro y profundo, hasta que dio un último empuje y se quedó ahí, profundo, sentía su semen caliente llenándome por dentro mientras enterraba sus uñas en mi cadera.

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