Ser fetichista de pies es algo de lo que me siento realmente agradecido, a todos nos gustan las vaginas, los pechos y los culos de las féminas, de manera diferente eso sí, al igual que con los pies, cada fetichista tiene sus preferencias.
Lo bueno de esta atracción es lo interesante que se pone en verano, cuando chicas y mujeres desnudan sus extremidades al sol, con o sin tacones logran alegrar mi vista, hacer que un simple paseo por el centro de mi ciudad se transforme en un ir y venir de pies desnudos. Miro cada uno de los que creo pueden merecer la pena, algunos decepcionan, otros logran hacerme poner las manos en los bolsillos para disimular ante el público que he entrado en estado eréctil y que tengo en mi memoria cantidad de material fresco para masturbarme cuando llegue a casa. En cierto modo, me siento sucio, la mayoría de las chicas seguramente vayan con el pie descubierto de manera inocente, sin tener conciencia de que esa parte de su cuerpo hace a mi corazón batear más deprisa e intensamente para así impulsar la sangre que debe dirigirse a mi tejido eréctil.
El fetichismo llega hasta tal punto que un día me vi persiguiendo a una chica en busca de aquello que dejaba ver su calzado. Quizás “persiguiendo” no sea la palabra, sino más bien estaba asistiendo a un caluroso concierto de rock, en primera fila, con una visión constante del show que me permitía apreciar cada detalle, puro espectáculo. Y es que nunca vi un caminar así, cada paso que aquella chica daba rebosaba sensualidad. No recuerdo cómo iba vestida, ni el color de su cabello, tampoco sabría decir si avisó como le observaba. Solo retengo en mi memoria sus sandalias de verano color violeta, limpias, de suela delgada y con un solo punto de agarre, una delgada goma que cruzaba el calzado transversalmente en su sección frontal, siendo elemento imprescindible para que al realizar el pie el movimiento típico del andar, este arrastrara consigo la sandalia y esta se mantuviera aferrada a él, eso sí, de una manera sutil, vacilante, como si dudará de su relación con aquella parte del cuerpo. A cada paso que aquella chica daba la parte trasera de su calzado se separaba holgadamente del talón de su pie y parte del cuerpo de este, hasta justo antes de los dedos. Alcanzada la altura máxima del movimiento la sandalia, nuevamente, se agarraba a la suela del pie, rápido, hasta el momento de impactar contra el suelo, cuando la presión entre ambos entes era máxima, como el sexo después de una discusión de pareja, algo desgarrador, realmente intenso y apasionado, precedido de un momento de distanciamiento y olvido que más que herir, lo que hace es exaltar los sentimientos, la necesidad carnal, todo ello a través de un pequeño titubeo, un falso distanciamiento que busca el anhelo.
En todo caso, para mí ese momento de distanciamiento era lo que realmente me atraía, sintiéndose aquella añoranza no solo entre el pie y la prenda, sino también en mi ser de tan intenso que resultaba, y es que era una sandalia muy delgada y, sobretodo, un pie con una planta muy contorneada; el conjunto hacia viso. Las formas curvadas que de los laterales de las sandalias florecían se combinaban entre si, como círculos formados con un compás, a la perfección, sin fisuras ni impurezas. Estoy seguro que el inventor de la rueda tuvo que viajar en el tiempo y ver esta obra de alta costura para inventar lo que inventó, porque aquí la palabra circunferencia podía ser entendida sin formalidades de por medio, sin palabras, gestos ni onomatopeyas, solo ver aquel pie era suficiente para entender la magnitud de esa forma simple y todo lo que podía ofrecer si uno rompía las límites de sus sentidos.
Entonces, la chica aturó su marcha, levantó la mirada como en busca de algo o alguien y se puso como de puntillas para así tener una mejor panorámica. Yo en ese momento me encontraba inmerso en un espacio atemporal, en una pequeña dimensión donde solo un menester era posible: el contemplar la planta de los pies de aquella chica que ahora, al estar ella en esa posición, podían contemplarse sin intermitencias, corriente continua que se transmitió al riego de mi pene, tan duro y exaltado que ya mis manos poco podían hacer para ocultar tal despropósito.
Por completo, cautivado por aquellos dos puntos de apoyo, me fijé en cada uno de los músculos de su pie, podían diferenciarse perfectamente, estaban duros, erguidos ante un espectáculo que ni ellos mismos podían controlar, presas de su propia belleza, de piel tersa, suave y limpia, solo manchada por el color fuego del tejido debido al esfuerzo o, quizás, a la excitación a la que se encontraba sometido. Ese color ardiente traspasaba la mismísima piel para ofrecer al exterior unos tonos rosados muy femeninos que lograban esculpir esa planta como a obra de arte y adoración… si, tenía realmente ganas de adorarla, de rendir-le culto durante horas, arrodillado ante ella, yo sería la perfecta encarnación del placer en un cuerpo de hombre.
Aquella imagen, además de ser exuberantemente asfixiante para mi pene, y mi corazón, resultaba reveladora, denotaba salud por los cuatros costados, bienestar en todo su ser, no solo limitado a los pies de aquella mujer, sino también a todo su cuerpo pensé, imaginé toda ella desnuda. Sus colores, texturas y formas debían ser perfectas, enérgicas, jóvenes pero maduras, con cada una de las partes de su cuerpo bien contorneadas pero a la vez femeninas, muy femeninas, sobretodo la vagina, que se me antojaba como una fuente inagotable de gozo para ella, por todo lo saludable que resultaba su alrededor y ella misma, por el fuerte olor que debía desprender y por la fuerza que seguro poseía, resumido todo ello en fertilidad, tan natural y salvaje que en ese cuerpo el ataque enfermizo de la menopausia tuvo que morir ante si quiera de nacer, no era posible parar todo ese fluir.
Pero yo seguía mirando sus pies, todo lo demás eran delirantes imaginaciones mías, generadas seguramente por la testosterona de mi cuerpo, desnudo bajo la ropa, o por las feromonas que aquella fémina debía dejar en el aire, no serían pocas visto que para mi ella misma era lo más femenino que habían visto jamás mis ojos, me hacía sentir como una mentira, como un juguete, si ella era algo real, a mi me faltaba mucho ser para estar en su mismo mundo, en ese momento no atreví a verme reflejado en ninguno de los escaparates de la calle, tenía miedo de ver solo un boceto.
Finalmente, y casi sin saber donde estaba ni que hacia yo allí, fijé mi lasciva mirada en uno de los talones de esa chica, sería el lugar por donde agarraría por primera ese pie para hacerlo mío, el lazo de un regalo que te hace soñar al imaginar todo lo que te puede ofrecer su contenido pero que, por contra, hace demorar tu sed porque precisamente el momento ese de expectativa e incertidumbre es el más álgido que puedes tener, y lo sabes. Ese talón daba sentido a todo el conjunto, excitación contenida y tristeza al ver algo tan inaccesible como sensual, toda la esencia de la mujer estaba allí, en ese pie, en esa suela caprichosamente modelada, con ese talón traicionero y esas curvas a lado y lado que te hacían perder la templanza. Mi pene llevaba ya largo rato duro, más que nunca diría, sentía deseos de eyacular al tacto de ese pie con mi glande, de agarrarlo tímidamente con mis manos y contornear con los dedos cada una de sus formas, soñaba con ser aquel que le vendió esas sandalias y que suavemente se las coloco en cada uno de sus tesoros, conteniendo una inesperada y ferviente excitación pero visualizando bien como aquella parte de su cuerpo de mujer se estremecía para entrar en el calzado, para sentir su tacto y textura, favoreciendo su sensibilidad y poder así dar cobijo a todas aquellas impresiones que debía percibir; previa compra de dicho calzado.
Me sentía frustrado por no poder satisfacer mis más bajos deseos, en realidad, nunca lo había conseguido. Si bien ser fetichista de pies tiene sus ventajas, también tiene el gran inconveniente de ser algo muy complicado de satisfacer, realmente hay pocos pies que valgan la pena y, si bien uno se contenta con cualquier vagina mínimamente higiénica y de formas dentro del canon, con los pies es todo bien diferente. Pero bueno, no podía ser todo color de rosas, en todo caso, siempre es de agradecer tener un motivo más de excitación, no hay dos sin y tres y este ya era el cuarto, aun y así, lastima no tener más fetiches.