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Sola en casa
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Estoy sola en casa, tendida en la cama y en compañía de mi novela ante las pocas opciones que ofrece la programación televisiva. Mi esposo estará varios días fuera por motivos laborales. A mí eso nunca me ha supuesto un hándicap, todo lo contrario, me gusta disfrutar de mi espacio y así desintoxicar la relación de la monotonía que se genera con los años. Desconozco si a mi esposo le ocurrirá lo mismo, y tampoco sé si me habrá sido infiel alguna vez en alguno de sus viajes. Yo nunca lo he sido, y eso que llevo en mi haber veinte años de matrimonio, que se dice pronto. Puedo decir, no obstante, que la relación es satisfactoria en casi todos los sentidos, y la verdad es que el ponerle los cuernos nunca ha entrado dentro de mis planes. Nuestras relaciones sexuales son satisfactorias, por tanto, una cana al aire no me ha llamado la atención, pero las cosas pueden cambiar en un plis plas.

Tengo cincuenta años y no estoy en mi mejor momento físicamente, pero tampoco me quejo. La edad es la que es y una ya no puede aspirar a tener el cuerpo de una veinteañera, por mucho empeño que ponga, y menos después de haber dado a luz dos veces. En cualquier caso, mis curvas todavía están en su sitio, son sugerentes y también capaces de levantar pasiones en el sector masculino.

Sin más preámbulos, paso a relatar mi experiencia.

Como he dicho, estoy leyendo mi novela, y aunque no es una novela erótica, la descripción de una escena sexual entre sus protagonistas consigue excitarme, y sin darme cuenta mis dedos acarician mi pezón derecho, por lo que mi ardor se intensifica hasta el punto de que siento la necesidad imperiosa de masturbarme. No me cuesta demasiado deshacerme de los pantalones y rápidamente me encuentro con mi dedo maltratando mi clítoris, hasta que tengo que dejar el libro a un lado y centrarme en el placer que mi extremidad le está regalando a mi ávida raja. El movimiento se acelera y otros dos dedos se unen a la friega, de tal modo que mientras mi mano derecha se desliza una y otra vez por la empapada raja, el dedo corazón de la mano izquierda traza movimientos circulares en mi clítoris hasta que mi sexo empieza a convulsionar estallando en un placentero orgasmo que me deja inmóvil durante unos instantes. Me levanto de la cama y me siento en el bidet para lavarme, a continuación me pongo las bragas y me enchufo un cigarro. Sin saber exactamente para qué, enciendo el portátil y en una acción mecánica abro el programa de correo para ver si hay alguno nuevo, pero nada. Me meto en un chat en el que suelo entrar cuando estoy aburrida, sin más pretensión que la de distraerme.

Normalmente me asaltan las ventanitas de privados con decenas de pretendientes con intenciones de todo tipo, principalmente deshonestas. Yo no suelo hacer demasiado caso cuando la gente es irrespetuosa, y elijo yo con quien hablo, pero pronto se me abre una ventana en primer plano y contemplo una imagen de los atributos de mi interlocutor y no doy crédito a lo que estoy observando. Me dispongo a cerrar dicha ventana, me pregunta si me gusta lo que veo, me dice también que si la quiero, es toda para mí. Yo no respondo, pero a continuación recibo una invitación para que acepte su cámara. Tras unos instantes de dudas, acepto la invitación, y veo un primer plano de un joven despatarrado frotándose una polla que en un primer momento no me parece real, sino una prótesis que se ha puesto ahí con la intención de impresionar, pero nada más lejos de la realidad.

Imagino que se ha percatado de mi cara de sorpresa ante sus atributos. Es un joven de veintitrés años, excesivamente delgado, diría que un poco raquítico. No es guapo, más bien, lo contrario. No me atrae en absoluto su morfología, pero él es consciente de cual es su talento, y yo también.

Su mano se mueve arriba y abajo del pilón de carne y mi coño empieza a segregar caldos sin contención alguna. El joven me pide que me desnude, pero no lo hago, a pesar de que me apetece. No estoy acostumbrada a semejante espontaneidad. Me pregunta si me gusta lo que veo y me veo obligada a decirle que sí. En ese punto, su ego es tan desmedido como su polla, por lo que el movimiento de su mano aumenta la cadencia mientras me observa. Vuelve a pedirme que me quite la ropa y entiendo que es lo justo. Me quito la camiseta y el sujetador y le muestro que mis tetas no han cedido todavía a la fuerza de la gravedad. Tengo los pezones duros y sensibles. Quiere follarme, me dice, y yo quiero que lo haga, le respondo. Entonces me pregunta dónde vivo para venir pegarme el polvo de mi vida. Me doy cuenta de que está hablando en serio, por el contrario, mis intenciones no apuntaban tan lejos, sino a masturbarnos mientras nos mirábamos.

—Dame tu dirección, no tardaré— me repite. Los dos estamos en un chat de la misma ciudad, por tanto, deduce que vivimos relativamente cerca. Yo no sé qué hacer. El muchacho podría ser mi hijo, y al margen de eso, nunca he hecho una locura de semejante calibre, pero es mi coño quien habla por mí, y sin pensar las consecuencias le doy mi dirección. A continuación se levanta, pasea la polla por la cámara y contemplo un primerísimo plano de la cabezota roja con una gota de précum dedicada a mí, seguidamente enfunda con mucho esfuerzo el mazacote en sus pantalones y me escribe:

—Dame media hora— y automáticamente en la ventana aparece un mensaje de “sin conexión”.

El corazón me va a mil. ¿Qué he hecho? Me digo.

Son las diez de la noche y normalmente mi marido me llama a las once para desearme las buenas noches. Es un detalle en el que caigo demasiado tarde. Quizás le diga que no me encuentro bien y me he acostado, con lo cual no tendré que dar demasiadas explicaciones. Empiezo a pensar también que el hecho de que venga el muchacho a mi casa puede acarrearme complicaciones. No le conozco de nada. ¿Por qué lo he hecho entonces? Me vuelvo a preguntar. También es mi coño quien responde la pregunta.

Después de lavarme y acicalarme espero su llegada, pero parece que se retrasa y los treinta minutos se convierten en cuarenta y cinco hasta que oigo el timbre. Soy un manojo de nervios. Descuelgo el interfono y veo por el video portero como me sonríe. Le abro y espero detrás de la puerta a que suba los once pisos en el ascensor. Cuando se abre la puerta, mi corazón parece que se me va a salir del pecho. Me he puesto la mejor lencería que tengo y encima unas mallas con una camiseta que dibuja mis formas.

Nos damos la mano y un beso de bienvenida. Él me contempla de arriba abajo evaluando el botín. Me dice que estoy buenísima y yo le agradezco el cumplido. Le ofrezco un café para romper el hielo, intentado ser cortés, pero al parecer él tiene muy claro a qué ha venido y no es precisamente a tomar café. Nos sentamos en el sofá y su boca busca la mía sin más preámbulos. A pesar de su juventud, parece saber lo que hace. Es como si los papeles estuviesen invertidos. Debería ser yo la experimentada y él el aprendiz.

Su experta mano se apodera de una de mis tetas y empieza a magrearla y a sopesar la mercancía por debajo de la camiseta. Cuando parece haber comprobado por activa y por pasiva el tamaño y la consistencia de mis pechos, la mano baja en busca de otros tesoros, doy un respingo y exhalo un gemido al notar un dedo hundirse en mi mojado sexo. Parece que ha perdido la paciencia y también los modales. Me arranca literalmente las mallas y la camiseta, dejándome con mis diminutas braguitas y el sujetador por debajo de mis pechos. Me desnuda completamente y me tiene a su merced. Yo estoy muy cachonda y deseando que me abra en canal con esa tranca, pero sus intenciones son otras, de momento. Me tumba en el sofá y me abre las piernas, de tal modo que se queda un instante contemplando mi coño completamente abierto y ansioso, rezumando líquidos. El muchacho se arrodilla y se aplica a devorármelo. Ni siquiera sé cómo se llama, pienso que tampoco me importa. Lo que me importa en ese momento es el placer que me está dando repasando todos mis pliegues con su lengua. Me folla con ella, la pasea por el clítoris, después se desliza hasta el ano e incluso hace incursiones en él. Es una sensación nueva para mí, y desde luego, muy placentera.

Me impaciento y le pido que me folle de una vez.

—Menuda zorra estés hecha— me dice. Yo me quedo un tanto perpleja, pero a estas alturas me da un poco igual lo que diga. He sido sincera y lo que más deseo en esos momentos es que me parta en dos.

Se pone en pie y se dispone a desabrochar su pantalón. La joroba que se le marca le da un aspecto un tanto amorfo. Entre lo raquítico que está y el bulto que se le marca en la entrepierna parece un ser informe, pero me da igual. Quiero tocarlo y paseo mi mano a través de la protuberancia intentando calibrar su envergadura. Me ayudo con la otra mano y busco el botón del vaquero para desabotonarlo, a continuación desabrocho la cremallera y seguidamente le bajo el pantalón junto a sus gallumbos, soltando una soberbia verga salta como un resorte dándome la bienvenida.

Sabía lo que se escondía entre bastidores, pero en vivo y en directo es todavía más imponente. Deslizo mi mano a través del tronco cerciorándome de que es real. Vaya si lo es. Mi boca se abre ávida, pero todavía no me lo introduzco. Lo cojo desde la base y le doy repetidos besos en el glande, después es mi lengua la que se pasea por él y serpentea a través del cipote, mientras con mi mano me apodero de sus pelotas.

Miro hacia arriba y contemplo su cara de placer. Si ya de por sí es bastante feo, con la cara descompuesta por el placer, lo es todavía más. Vuelvo a coger la polla del tallo y me la meto en la boca. Ni siquiera consigo albergar la mitad dentro. Él intenta alojar la tranca en mi gaznate, pero me parece una hazaña impracticable y me dedico a bascular mi cabeza haciéndole una mamada digna de la mejor profesional, prueba de ello es el lefazo que se aventura directamente hacia mi estómago. Automáticamente me deshago de la polla en una arcada, y otro latigazo de leche cruza mi cara dejándome momentáneamente ciega, y sin darme una tregua voy notando como uno tras otro, los trallazos van impactando en mi rostro hasta que poco a poco va remitiendo la corrida del joven semental.

No veo nada. Intento quitarme el pringue con los dedos para abrir los ojos e ir a limpiarme, pero la tarea es difícil. El teléfono empieza a sonar. Sé que es mi marido y debo cogerlo. No podía haber sido más inoportuno. Logro alcanzar la camiseta y me limpio con ella, a continuación corro hasta el mueble y cojo el móvil. Miro a mi joven amante y le ordeno con el dedo en los labios que mantenga la boca cerrada. Está sentado en el sofá tocándose la verga como si no se hubiese corrido, ya que sigue exhibiendo una erección de caballo, y mientras balbuceo contemplo como mi joven amante se masturba.

Mi aspecto debe ser bastante cómico. Aún tengo semen por la cara y en el pelo. Estoy nerviosa y preocupada por la incómoda situación, por el contrario, el chaval parece disfrutar del momento. Intento recomponerme y le digo a mi esposo que me he acostado porque no me encuentro bien, con el propósito de que cuelgue pronto, pero ha decidido que no le apetece hacerlo y está dispuesto a darme conversación para animarme. Yo no quiero ánimos, lo único que quiero es montarme encima de la polla erecta que reclama mi atención.

—Cariño, no me encuentro bien. Voy a dormir— le insisto una vez más, y ante mi empecinamiento en colgar, se da por aludido y yo corro a montarme sobre el potro que me espera impaciente. Le cojo la polla y la meneo unos segundos. A continuación le pregunto si tiene condones, pero me dice que no, de manera que empiezo a calibrar otros riesgos, aun así, estoy tan caliente que confío en la suerte. Al margen de los riesgos de salud, yo todavía tengo la menstruación y puedo quedarme embarazada. Mi esposo está operado y en ese sentido, no tengo que preocuparme, pero ahora la situación es otra, si bien, las dudas se disipan cuando noto el tronco deslizarse dentro de mi ser. Es como una jodida barra de hierro caliente metida hasta el tuétano. Subo despacio a la vez que el joven semental se apodera de mis tetas y succiona mis pezones. Después vuelvo a bajar incrementando el ritmo poco a poco. Mis caldos se deslizan a través del mástil que va percutiendo en mis entrañas. La sensación es indescriptible y el chaval se afana para dármelo todo, al tiempo que yo me muevo como una amazona cabalgando sobre un potro desbocado. El joven me dice que si continúo así haré que se corra, pero aunque quisiera no podría parar. Quiero correrme, y lo hago gritando como una histérica, mientras el chaval me da azotes en las nalgas. Por lo general no soy una gritona cuando follo, pero ahora no lo puedo evitar. Grito sin ningún pudor en un orgasmo que no quiere abandonarme, y cuando siento las palpitaciones de la polla dentro de mí sincronizándose con las mías, noto como el semen golpea en las paredes de mi útero, incrementando con ello el placer, y tras un minuto en el que no me reconozco, me hago a un lado para descabalgar, con lo cual, la verga escapa de mi cavidad en un sonoro pedo, acompañado de la copiosa corrida. Es entonces cuando tomo conciencia de mi imprudencia. Sé que no estoy ovulando, pero la biología no son matemáticas.

Intento no pensar en eso, y procuro apaciguar los remordimientos que ahora reconcomen mi conciencia por el placer que un joven semental me ha dispensado. Estoy completamente saciada, eso es seguro.

Me disculpo y voy al lavabo. Sigue manando la viscosa sustancia de mi interior e intento limpiar bien mis partes íntimas.

Aunque he disfrutado como nunca, quiero que se vaya. Estoy colmada y llena de su esencia, y no quiero complicaciones. Le diré que ha estado muy bien y nos despediremos aquí, pero cuando me giro para coger la toalla me encuentro con su polla a media molla delante de mi cara. No doy crédito. ¿Es que no llega a aflojársele nunca o es que lleva meses sin follar?

No me apetece fornicar otra vez, sin embargo, no puedo apartar la vista del badajo que oscila delante de mi cara. Lo mueve de un lado a otro con su mano como si pretendiese hipnotizarme. Está claro que se siente orgulloso de su virilidad y por ello la exhibe satisfecho.

—¿Te gusta mi polla? —me pregunta, y no tengo más remedio que responderle con un “me encanta”.

Empieza a atizarme pollazos en la cara. Yo intento cogerla con la boca y él sigue propinándome vergazos en el rostro hasta que la cojo con la mano y me hago con ella. Escupo sobre el miembro y empiezo a hacerle una mamada al mismo tiempo que mi mano masturba el tronco acompasando los movimientos de la mano con los de mi boca de tal manera que se le pone duro en mi boca.

—Eres una casada muy zorra— me dice, pero yo estoy muy ocupada para enfadarme por su lenguaje soez.

—La mamas de fábula, cabrona— afirma.

Su verga en la boca y sus palabras consiguen excitarme de nuevo, y mientras con una mano le trabajo la polla, con la otra le doy placer a mi raja, que vuelve a pedir guerra como en mis mejores tiempos.

Me levanta del bidet y me apoya bruscamente en el lavabo, de ahí que ahora tenga una panorámica de ensueño de mi culo. Noto unos fuertes azotes en mis nalgas acompañados de improperios sobre mi trasero, pero, en vez de molestarme, ahora es como un halago, de hecho, me gusta.

Posa el glande a la entrada de mi coño y sin hacer paradas me lo llena de polla, pero lejos de detenerse, inicia un movimiento de vaivén de menos a más, mientras ambos nos miramos en el espejo. Veo su cara de placer al mismo tiempo que me folla cada vez más fuerte, del mismo modo, él ve la mía sabedor de que me está dando de lo lindo. Debo tener las nalgas en carne viva de tanto sopapo, pero me encanta que me azote al mismo tiempo que me revienta el coño con inusitada furia.

—¿Te gusta que te folle?— me pregunta totalmente desenfrenado.

—Me encanta, —le respondo de igual modo.

—¿Más que tu marido? —vuelve a preguntar, y no tengo más remedio que admitir que es la mejor follada de mi vida, y al mismo tiempo que su verga entra y sale implacable de mi coño, mi dedo busca el clítoris para conseguir el orgasmo.

—¡Córrete puta! —me exige, y no tiene que repetírmelo dos veces. El clímax acude a mí y sacude mi cuerpo haciéndome gritar de placer como nunca. Él no se detiene, sino todo lo contrario. Se aferra a mis ancas y me folla con vehemencia, como si quisiera sacármela por la boca. Yo sigo corriéndome y moviendo el culo como una posesa hasta que noto que aminora el ritmo, y de nuevo siento la leche golpeando dentro de mí al mismo tiempo que noto como convulsiona su polla. Poco a poco los gritos y gemidos cesan y él extrae su miembro consiguiendo que el semen mane de mi interior como una fuente.

Vuelvo a sentarme en el bidet para lavarme, esta vez con la intención de que sea la definitiva, de todos modos, aunque quisiera no podría seguir. Estoy molida, pero también, enormemente satisfecha, con un atisbo de remordimientos por lo que he hecho, aunque rápidamente se disipan cuando el sueño me atrapa.

Nos hemos quedado los dos dormidos después de tanto exceso. No era mi intención que se quedara a pasar la noche, pero me he quedado dormida sin poder evitarlo, como si me hubiesen dado un somnífero.

He dormido de un tirón como un lirón, es por eso que a la mañana siguiente no me acuerdo de que nos habíamos quedado traspuestos después de tanto meneo, y al darme la vuelta me he asustado al ver el escuálido cuerpo del chaval.

Es cierto que no hay nada como un sueño reparador, pues la erección mañanera que presenta el muchacho ha espoleado mi sexo de nuevo y he empezado la mañana tomando una dosis considerable de leche en el desayuno para reponer fuerzas, puesto que la mañana promete ser movidita.

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