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Tiempo de lectura: 9 minutos

Me mudé a otro piso huyendo de los problemas de convivencia. Lo que no imaginé es no podría pegar ojo porque mi nueva compañera se pasaría todas las noches follando como una salvaje.

La conocí por un anuncio. Yo estaba deseando dejar atrás un piso de locos y ella loca por encontrar alguien con quien compartir alquiler. No tuvimos tiempo casi ni de presentarnos por culpa de nuestros horarios: ella curraba a partir de la medianoche en un pub de mala fama y dormía por el día, yo a las once ya estaba en la cama para entrar al trabajo a las ocho de la mañana.

La primera semana no hubo ningún problema pero, en cuanto perdió un poco la vergüenza y se normalizó mi estancia allí, comenzó el espectáculo. La primera noche que la escuché me hizo gracia, todos los ruidos eran muy exagerados y me alegré por ella; puede que incluso la segunda me diera por reírme también. Dejó de hacerme gracia al contar diez noches seguidas escuchándola gemir como un jabalí en celo.

Empezaban la función justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, como si lo hicieran adrede. Primero se escuchaban unos “plaf, plaf, plaf” al otro lado de la pared, le seguían algunos muebles moviéndose como en un terremoto y terminaban gritando a viva voz. Mi compañera comenzaba tratando de contener los gemidos, pero se le hacía imposible a partir del primer minuto. ¡Fóllame, fóllame!, ¡sí, sí!, ¡Dios, me encanta!, ¡cómo me follas, Dios!, ¡me encanta tu polla!, ¡córreme la cara!, eran algunos de los gritos que podía escuchar a lo largo de la sesión. Cuando terminaban, tras un fuerte orgasmo conjunto en el que escuchaba por primera vez la voz del chico, ella salía a la ducha, se preparaba para ir a trabajar y yo me pasaba casi toda la noche con los ojos abiertos, para llegar por la mañana destrozada al trabajo.

Una noche creo que follaron de pie contra mi pared, fue especialmente ruidoso. Como siempre, cuando terminaron, ella se duchó y se largó al trabajo. Cuando escuché la puerta salí de mi habitación para darme una ducha y tratar de despejarme un poco. Al llegar al baño me lo encontré ocupado. ¡Perfecto!, pensé, se ha ido a trabajar y el chico se ha quedado aquí. Se me ocurrió aprovechar la situación para dejarle caer algo sobre el comportamiento que tenían, algo que le diera vergüenza y sirviera para que se contuvieran un poco. Tras la mala noche que me habían dado estaba armada de valor para cantarle las cuarenta si era necesario pero, al salir del baño, quise que me tragara la tierra.

-¡Qué haces aquí, Enma!

-No, ¡qué haces tú aquí, Jack! Esta es mi casa.

-¿Eres la nueva compañera de Mary?

-Y tú su nuevo novio, por lo que veo.

-No, es mi amiga. Yo solo…

-Tú solo te la… bueno, da igual. Estoy muy cansada, voy a entrar al baño rápido que quiero irme a la cama ya. Me… me alegra verte, Jack.

-Yo también, Enma. Voy a coger mis cosas e irme a casa. Buenas noches.

Jack era mi ex. No sé si mi ex-novio, mi ex-follamigo o qué, pero era mi ex; y ahora se follaba a mi compañera de piso. ¡Menuda vergüenza! ¡Seguro que para él también! Yo con el pijama más feo que tenía, él en calzoncillos, con un lamparón de semen por la polla. Menudo reencuentro.

Esa noche me fui a la cama con la cabeza a mil por hora. Todos esos polvos salvajes que había escuchado eran de mi ex empotrando a mi compañera. No podía creérmelo. No podía parar de visualizarlos follando por toda la habitación, haciendo todas las posturas y corriéndose en su cara. Era… era… bastante sugerente.

Durante varios días estuve distraída en el trabajo. Me venían flashes a la cabeza en los que veía a mi compañera comiéndose la polla gorda de Jack, a él agarrando con fuerza sus tetazas, penetrándola de espaldas contra mi pared… Fueron unos días en los que tuve que poner el aire acondicionado bien fuerte.

Desde la noche que supe que era Jack conseguí dormir mejor. Ya no me molestaban, por escandalosos que fueran. Esperaba impaciente a que llegara el momento y no me perdía detalle. Me ponía, me ponía muchísimo. La envidiaba, tenía ganas de probar a ese hombre de nuevo. ¡Dios, como me follaba! Eran tantos los recuerdos y estaba tan cerquita que no podía aguantarme. Fueron varias las veces que agarré algún dildo del cajón de los juguetes y me masturbé escuchándolos. Llegué, incluso, a fantasear con mi compañera.

Una noche la escuché gemir bajito, sin que se escuchara la cama ni ningún mueble. Se le podía oír decir entre dientes “joder, joder”. Tenía que estar comiéndole el coño, era el mejor en eso. Pocas personas habían conseguido llevarme al orgasmo solo con un cunnilingus. Parece que mi compañera experimentó la misma sensación, pues se corrió fuertemente sin que se escuchara un ruido más en la habitación. Pensé en plantarme allí, en unirme a ellos, que me follara el culo si quisiera mientras la comía el cuerpo entero a ella. Pero esto no era una peli porno y había que actuar de otro modo.

Tenía la mano dentro del tanga desde hacía un buen rato. Si hubieran estado allí conmigo no hubiese estado más mojada. Mi coño estaba suave y mis dedos se deslizaban con fluidez sobre él. Mi clítoris ardía y, cada vez que mis dedos pasaban sobre él, sentía un pequeño escalofrío que me contraía los músculos. Estaba disfrutando tanto fantaseando que desconecté con el exterior y perdí el hilo de lo que estaba aconteciendo, hasta que un portazo me hizo regresar. Mary se había ido a trabajar. A Jack se le escuchaba por los pasillos, había entrado en la ducha. Tenía que salir ahora.

Ataviada solo con una camiseta gris de las Sailor Moon y un tanga negro devorado por mi culo, salí de la habitación al encuentro de Jack. No tuve que esperar mucho para oírlo tirar de la cisterna y lavarse las manos antes de salir; me preparé en posición casual.

-¡Ey! hola, Enma –saludó cabizbajo tratando de no mantener mucho contacto conmigo.

-Hola, Jack. No te vayas, por favor. Quería pedirte disculpas si el otro día fui un poco seca contigo. No imaginaba encontrarte aquí y me pillaste por sorpresa – fui incapaz de aguantarle la mirada a los ojos. Iba otra vez solo en calzoncillos y bajo ellos se apreciaba una buena polla gorda morcillona.

-No pasa nada. Supongo que a los dos nos pilló por igual.

-No quiero que pienses estoy enfadada o algo porque… porque te… porque te folles a Mary. No soy de esas, de verdad. Fue solo lo inesperado del momento.

-Tranquila, tranquila. Si yo tampoco supe reaccionar. Aunque me dio vergüenza, me hizo ilusión verte, en serio.

-¡Y a mí también! ¿Nos damos un abrazo y retomamos el reencuentro de nuevo?

-¡Pues claro!

Sentí como mis tetas se aplastaban al juntarse los dos cuerpos. Su polla gorda quedó también aprisionada contra mi pierna. No tenía intención de liberarla pronto. Me esmeré en aprovechar el abrazo, alargando los segundos, recordando su cuerpo, buscando viejas historias. Una de sus manos se posó en la parte baja de mi espalda, rondando la frontera de mi culo semi-desnudo; no hubo suerte.

Me vino un suspiro que no supe disimular al separarnos. Nerviosa, incapaz de frenar un balanceo de mi cuerpo que hacía que mis tetas se movieran libres bajo mi camiseta, continué hablando:

-¿Tienes prisa? Yo creo que no voy a ser capaz de dormir todavía. Siéntate, si quieres, y me cuentas cómo te va.

Accedió con gusto y tomó asiento en el sofá del salón. Yo me dejé caer con fuerza a su lado, intentando que no cupiera mucho aire entre nosotros, juntando muslo con muslo.

-Bueno, sabes que soy una cotilla. Así que te puedes imaginar la primera pregunta que te voy a hacer.

-¿Sin rodeos?

-Sin rodeos. ¿Tú y Mary qué? ¿Desde cuándo?

-¡Ja, ja! No lo sé, desde hace no mucho. Fui un día por casualidad al bar donde trabaja y empezamos a hablar –ahora que estaba más cerca me di cuenta de la peste a coño que le echaba la boca. Me puso mucho y me incliné un poco para olerlo más de cerca- No sé, nos caímos bien y surgió.

-Lo dices como si fuera sencillo. ¡Ojalá me surgiera a mí también y me lo pasara así de bien todas las noches!

-¡¿Cómo?!

-Pues que os oigo cada vez que lo hacéis y no veas las que liais. ¡Qué envidia, chico!

-¿En serio? ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!

-De vergüenza nada, os lo estáis pasando de puta madre y punto. Vergüenza la mía, que creo que no me toca nadie desde la última vez que lo hice contigo.

-No hablas en serio.

-De verdad te lo digo. Tengo muchas ganas, pero me da mucha pereza ponerme a ligar. ¿Me voy a volver virgen, Jack, me va a salir himen de nuevo?

-¡Ja, ja! No digas tonterías mujer. Tu problema es la pereza, en cuanto te apetezca, con lo despampanante que eres, te llevas a la cama a quién te apetezca.

-¿Sigues pensando que soy atractiva, Jack?

-¡Claro, nunca he dejado de pensarlo! Aparte del conjunto, que está estupendo, tengo clarísimo que no voy a volver a encontrarme con un culo como el tuyo.

-No me digas esas cosas que me las creo, ¡ja, ja, ja! -me achuché un poco más–. Y, bueno, ya que lo dices, ¿de tetas como crees que ando? ¿Te gustan? A ver, suena raro, lo sé, pero es que veo a Mary con esas tetas tan grandes y os escucho pasároslo tan bien que no puedo evitar compararme.

-¡No te compares, mujer! Sois las dos maravillosas. Claro que Mary tiene unas tetas grandísimas y estupendas, pero las tuyas son muy lindas y llaman un montón la atención. Quizás no te des cuenta, pero tienes un cuerpo completísimo muy, muy atractivo.

-Con las cosas que me dices ya tengo para estar contenta un mes. Solo me falta que me coman el coño como se lo has comido a ella. ¿Porque esta noche ha tocado cunnilingus, verdad?

-¡¿Cómo lo sabes?!

-Por los ruidos, de verdad que se escucha todo. Y he vivido varias veces tus comidas de coño, sé cómo responde el cuerpo ante eso.

Jack se reía pero estaba muerto de vergüenza. De manera instintiva le había echado el brazo por el hombro, el puso la mano en mi pierna como respuesta. Dentro de sus calzoncillos pareció moverse una culebra gorda. Su polla morcillona estaba cobrando vida propia. Aquello fue como un reclamo para mí. Sin procesarlo mucho, le agarré el paquete con tacto y le comí la boca sin más preámbulos. Se le notaba cortado, pero accedía a continuar. El contacto con su paquete y su lengua me puso ansiosa

-Te sabe la boca a coño – le dije separando mis labios de su boca con cara lasciva. Se rio y miró para otro lado, avergonzado. La agarré bien la polla sobre el calzoncillo y le mordí el cuello para que entendiera que no era una queja -. ¿No tendrás ganas de más?

Esas palabras le arrancaron la vergüenza y lo despertaron. Me tumbó en el sofá y se lanzó sobre mí, primero comiéndome la boca, después agarrándome las tetas y mordiendo la camiseta, para terminar agachándose en busca de mi coño. Me dio besos aún con el tanga puesto que sirvieron para despertar mis primeros gemidos. Había estado masturbándome hacía un momento y aquello debía de estar empapado ya y de oler como su boca. Metió las manos por debajo para agarrarme el culo con ansias, recordando mis formas. Con una mano, apartó el tanga hacia un un lado y comenzó su trabajo.

En cuanto su boca se posó sobre mi clítoris, perdí la noción del tiempo. ¡Cómo había echado de menos esto, no me lo podía creer! Tenía una lengua aventajada que sabía hacer su trabajo en cada rincón de mi coño. Cada quiebro de su lengua, cada vez que me apretaba la carne, me hacía estremecer. Hubiese seguido así toda la noche. Pero, después de tanto tiempo, quería más. Tenía que aprovechar un momento que no sabía si se volvería a repetir.

Me erguí, acariciando su cara y dándole a entender que quería intercambiar posiciones. Lo besé en la transición y saboreé los sabores de su boca, mezcla del coño de Mary y el mío. Cuando estuvo recostado fui a sacarle la polla de los calzoncillos. Me la encontré rebosante, ya toda por fuera y bien erecta; no tuve más que agarrarla, disfrutar de su grosor en mi mano y metérmela en la boca.

Me sentí una privilegiada comiéndole la polla, pero estaba a mil y tenía ganas de comérmela con otra parte de mi cuerpo. Me la saqué despacito de la boca, midiendo lo larga que era con mis labios y me senté encima de él. Nos restregamos como locos, me agarró el culo como si no hubiera mañana, todo sin parar de morrearnos. Apenado por quitar sus manos de mi culo, me quitó la camiseta, dejando mis tetas al aire. Lo miré en ese momento con cara de viciosilla.

-¿Te gustan mis tetas? – le dije mientras me las agarraba.

-Siempre me han gustado.

-¿Más que mi culo?

-No, eso sí que no. Me encantan tus tetas, pero es que tienes el mejor culo del mundo.

Nos entraron las prisas y, sin perder más tiempo, me hice el tanga para un lado de nuevo, agarré su polla y la encaucé para que entrara dentro de mí. ¡Uff! ¡Dios! Fue como si me abrieran en canal. Tuve que asimilarlo y pasaron unos pocos segundos hasta que pude empezar a cabalgar. Poco a poco fui cogiendo el ritmo, ayudada por sus manos en mi culo. Mientras rebotaba encima de él, me abría y cerraba el culo, agitaba los cachetes, recreándose y disfrutando de mi cuerpo. Se metió en la boca mi pezón derecho y no lo soltó en ningún momento.

Las piernas comenzaron a fallarme y cada vez recaía más en él la responsabilidad de mantener el ritmo. Cuando ya no pude más, ni siquiera haciendo él todo el esfuerzo, le avisé para cambiar de postura. Sus manos fueron de mi culo a mis tetas y las apretó sin dejar de chuparlas. Me saqué la polla y me hice a un lado, como estaba en un principio. Se vino hacía mí, se terminó de quitar los calzoncillos y me quitó el tanga. Sostuvo mis piernas con sus brazos en el aire, haciendo una “v” y me la clavó de nuevo. De nuevo me sentí flotando en el cosmos. Era increíble. En esta posición podía estimularme el clítoris con total facilidad mientras me penetraba, intensificando lo bueno que ya estaba siendo. Preocupándome solo de la mano que le daba caña al clítoris, eché la cabeza para atrás y cerré los ojos, conservando en mi retina la imagen de ese hombre fornido agarrándome las piernas y clavándome sin cesar la polla.

No sé cuánto tiempo pasaría hasta que me cerró las piernas y las giró hacia el exterior del sofá, dejándome la mano con la que me masturbaba aprisionada contra mis piernas. Me la metió y presionó las piernas, haciendo que todo estuviera más compacto y la sensación fuera más intensa. Sentí una avalancha por mis nervios y supe que ya venía.

-¡Quiero correrme mientras me comes el coño! – exigí.

Contento de complacerme, sacó su polla, echó cuerpo a tierra y metió la cabeza en el hueco donde estaba mi mano. Se apretó él mismo mis piernas contra su cabeza y comenzó a comer aprisionado con una técnica endiablada. Con cada lametón en el clítoris sentía que estaba más cerca. Venía, venía, venía. ¡Dios, Dios! ¡Me corría! Agarré su cabeza y impidiéndole que pudiera escapar. Sentía como eso le hizo estar más a tope y me hizo correrme en su boca, como si un tsunami de pasión surcara mi coño.

Me quedé blanca. Tardé en reaccionar un rato. Él seguía a mi lado, masturbándose para no perder la erección ni el camino andado. Cuando me vi capacitada para seguir le invité a continuar por donde lo había dejado. Comenzó a follarme de nuevo, estando yo con el cuerpo recostado. Después de haberme corrido, su polla fluía ahora de manera increíble. Yo estaba en el limbo, sintiendo un placer distinto, pero igual de intenso.

-¡Me corro, me corro!

-¿Quieres correrte en mi culo, verdad? – asintió dando convulsiones.

Sacó la polla de mi coño y se masturbó sobre mi culo hasta que una explosión de semen me bañó. En un momento estuve llena de lefa hasta por encima de la cadera, y continuaba chorreando. Gimiendo como si lo mataran, perdió todas sus fuerzas y cayó a mi lado. Acaricié su cara, contemplando lo pequeño que parecía ahora, tratando de demostrar lo agradecida que estaba. Esperé pacientemente a que se recuperara, sin dejar de hacerle carantoñas.

-¿Estás bien? – dijo en cuanto recuperó el aliento. Asentí con una cara de placer absoluto -. Debería irme.

-¡Jo! No quiero dormir sola. Podrías quedarte. Mary llegará casi de madrugada y estará durmiendo que vaya al trabajo.

-Es arriesgado. No tenemos nada formal, pero no creo que se sienta bien si nos pilla por la mañana en la cama.

-Si te vas ahora la que no se va a sentir bien voy a ser yo – dije riéndome, pero haciendo chantaje con mis caritas.

Ni que decir queda que aceptó y dormí rodeada por los brazos de Jack. Mary llegó poco antes del amanecer, más o menos una hora antes de que sonara mi alarma. Me al entrar a casa y yo desperté a Jack. Follamos otra vez y no me corté en mis gemidos. Luego, cuando llegó la hora de irme al trabajo, escapamos los dos como furtivos. Por la tarde, en un ratito que coincidimos Mary y yo en casa, me dijo que me había escuchado follar por la mañana y que le dio envida de ver lo bien que me lo estaba pasando. Le conté con pelos y señales, obviando nombres, y ella, con cara de cachonda, contestó que, como me descuidara, me lo quitaría. Estuvimos jugando a ese juego bastante tiempo hasta que comencé a preguntarme que por qué había necesidad de turnarnos con semejante secretismo; que, quizás, pudiéramos disfrutar de todo esto los tres juntos.

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