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Cogí por el culo a mi suegra
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Como había comentado en otra historia, mi suegra vino a Lima, para acompañarnos y apoyarnos, cuando mi esposa dio a luz a nuestra primera hija. Llegó unos 10 días antes del parto y se quedó poco más de un mes luego del mismo. Mi esposa tenía poco más de 20 años y mi suegra algo más de 40 años, pero a puro gimnasio estaba realmente fuerte.

Una noche, si mal no recuerdo un par de días antes que naciera mi hija, me hizo una mamada que me dejo seco y satisfecho por un par de días. Durante el parto y luego del nacimiento de mi primera hija, pensaba en cualquier cosa menos en sexo. Seguía viendo las muy pequeñas tangas, hilos dentales, de mi suegra en el tendedero, pero no les prestaba mayor importancia, mi prioridad era otra.

Quizás unos 10 días luego del nacimiento todo empezó a normalizarse en casa. Una noche, mientras mi esposa e hija dormían plácidamente, decidí ver algo de tv en la sala. Mi suegra se sentó a mi lado y elegimos ver las noticias. Ambos habíamos estado desconectados del mundo y saber que pasaba era algo hasta necesario. Tras un rato viendo la tv, mi suegra me preguntó si quería un café. Acepté. Fue por el café. Mientras caminó hacía la cocina pude ver su culo, sin tanga pensé, en su pijama medio translucida. Me calenté mucho viéndola, más aún, recordando la mamada que me había dado.

Volvió con el café e (intencionalmente) se sentó pegada a mí. Por su actitud y gestos pude saber que estaba caliente y con ganas de ser cogida. Puse el café en la pequeña mesa de centro frente a nosotros y al retornar a mi lugar como de casualidad cogí su pierna. Ella me miró en forma cómplice y me dijo, voy a ver si Adriana duerme con la beba. Fue y confirmó que ambas dormían profundamente. Al volver fue directa, como era y es actualmente con su lengua, lo era esos años también en el sexo.

Se arrodilló frente a mí. Me desabrochó el pantalón. La sacó ya erecta y comenzó a mamarla con la avidez de la primera vez. Yo tenía muy claro que no me conformaría con la mamada. Quería cogerla. Sin embargo, me dejé hacer, disfrutando sus labios expertos y su lengua traviesa. Fueron minutos deliciosos, ella concentrada en mi verga y mis huevos, dándome placer sin pedir nada a cambio.

Pude contenerme unos instantes antes de volver a venirme en su boca. Me paré y le pedí que se acostara en el sofá. Ella me dijo que no, que no era correcto, pero fue una negación que era una aceptación tácita. Le mamaba la verga a su yerno, en casa de su hija. No estaba, en ese momento, en condiciones de decir que era correcto y que no lo era. Se acostó en el sofá. Le bajé el pantalón de pijama y descubrí que tenía puesto uno de sus micro hilos dentales. Pensé no tenía nada debajo del pantalón, pero era tan minúsculo que al verla caminar no lo pude ver.

Verla con ese hilo de puta me excitó más. Se lo dejé. Sólo terminé de sacarle el pantalón. La acomodé en un extremo del sofá (agradezco haberlo comprado tan grande siendo sólo dos personas adultas en casa). Me acomodé en el otro extremo, puse sus piernas sobre mis hombros y, poniendo de costado su hilo dental, comencé a sopear su ya muy húmeda vagina. Chorreaba, sentía todo su sabor de hembra en mis labios y lengua. Era delicioso sentir como palpitaba mientras la exploraba y más como inhibía sus gemidos para evitar despertar a su hija, mi esposa.

La sopee hasta que tuvo un orgasmo intenso, delicioso sentir como se contraían sus labios con mi lengua dentro. Sin darle tiempo a reaccionar, le “ordené” y la ayudé a darse la vuelta, dejando su culo al aire. Había llegado con algunos lengüetazos a su ano dilatado y vibrando, pero me había concentrado, esa primera etapa, en su coño jugoso. Sabía que su culo era experto y muy tragón. Mi lengua lo había descubierto ya.

Puesta en cuatro patas, me dediqué a lamerle el culo. Claramente un culo muy muy usado, no sólo por mi suegro. Un culo tragón y deliciosamente inquieto. En mucho menos tiempo que con su coño, tuvo un segundo orgasmo con mi lengua dentro del mismo. Pudo contener medianamente bien sus gemidos, pero no un pequeño grito que tuvo al llegar.

Ella estaba jadeante y, por segunda vez, sin darle tiempo a la reacción, tomé la iniciativa. Subí al sofá y con ella aún en perrito, comencé a cogerla por su chorreante vagina. Pero estuve muy poco tiempo allí, era obvio, que me estaba entregando su culo, que quería ser cogida por el culo, que su culo necesitaba verga, más que su vagina jugosa.

Entre en su culo. Sin ningún roce. Sin complicaciones. A sus poco más de 40 años, tenía el culo dispuesto a comer verga sin oponer ninguna resistencia ni fricción. Tras unos minutos montándola en perrito, le tocó tomar la iniciativa. Se dio vuelta, se acomodó con las piernas sobre mis hombros y me entregó el culo en esa deliciosa pose, que me permitía ver su cara de mañosa cachera.

Intenté besarla y no me lo permitió. No insistí. Sólo seguí cogiéndola por el culo, lo más profundo que mi verga entraba. Cuando ella lo contraía en un nuevo orgasmo, nos vinimos juntos. Se acomodó el hilo dental, que nunca se lo había sacado. Se colocó el pantalón de pijama. Me dio un beso en la mejilla, me dijo “buenas noches querido yerno” y fue a su habitación a dormir.

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