A Sergio lo conocí cuando tenía 16 años. Él tenía 40 años, muy buen físico, atractivo y muy elegante, con unos modales exquisitos. Encima profesional, Ingeniero en Sistemas, y como sabría tiempo después, un bocho. Tenía su propia consultora y trabajaba para empresas tanto de Argentina como del exterior.
La noche que lo conocí había venido a cenar a casa invitado por su novia, Roxana, mi madre. Le trajo un ramo de rosas espectaculares, y una torta helada para de postre. Yo no podía sacarle los ojos de encima, me maravillaba como miraba a mi mamá, podía ver en esos ojos cuanto la amaba. Charlamos bastante, pero él cuidó no hacerme preguntas personales, incomodas.
Meses después se casaron. No se fueron de viaje de bodas, del registro civil, a casa. Lo primero que hizo en casa fue pedirme hablar en privado, a lo cual accedí de inmediato.
“Silvia, como te imaginarás conozco parte de la historia de tu familia, la que me ha contado tu madre. Por los momentos que hemos compartido hasta ahora, creo que tendremos una muy buena relación. Obviamente no soy tu padre, ni pretendo ponerme en ese lugar. Solamente quiero ofrecerte dialogar todas y cada una de las veces que lo necesites. Si vos estás de acuerdo, me gustaría ofrecerte mis puntos de vista cuando lo considere, sin que sean imperativos. Me casé con tu mamá, pero espero que los tres formemos una familia. Yo no tengo hijos y deseo que Uds. sean mi familia.” Dijo recalcando las últimas palabras.
“Entonces, si querés que empecemos bien, decime Sil, que es como me dice mi mamá. La verdad es que siempre me caíste bien, desde el primer día y sé que amas a mamá y te preocupas por hacerla feliz. Eso me hace feliz a mí. Y podes decirme todo lo que quieras, bueno, malo, consejos, reproches. Trataré de tomar todo para crecer. Aunque la vieja hizo todo lo posible por ocupar los dos roles, pero no te voy a negar que muchas veces necesité la palabra de un hombre, de un padre.” Dije.
Los años siguientes fueron increíbles, nunca tuvimos roces, cuando me tuvo que decir algo me lo dijo con tranquilidad, explicándome su punto de vista. Yo aprendí a confiar en él, si salía con un chico al primero que le contaba era a él. Y si salía de noche, sabía que él estaba despierto leyendo hasta que yo llegaba a casa, pero nunca me cuestiono la hora.
Con mi mamá, eran la pareja más feliz del mundo. Aunque trataban de cuidarse, muchas noches los escuchaba gozar haciéndose el amor, riendo, o chocando las copas en un brindis en la intimidad. Más de una vez, en el desayuno los molestaba cargándolos por eso, y ellos se reían como dos chicos. Y Sergio siempre decía lo mismo: “Es culpa de tu madre Sil, es demasiado hermosa. Y muy traviesa.” Nunca ocultaban lo mucho que se disfrutaban.
Cuando tuve que elegir una carrera, opté por seguir sus pasos, aunque él nunca influyó en lo más mínimo. Pero cuando empecé, me explicaba lo que necesitara, las veces que lo necesitara. En tercer año me ofreció trabajar con la consultora. No importaba que fuera su hijastra, tenía que cumplir horarios, objetivos, era una empleada más, y como yo tenía mi jefe, él nunca intervenía.
Ocho años de casados llevaban cuando a mi mamá le diagnosticaron cáncer. Un cáncer terminal. En menos de un año se la llevó. Los últimos tres meses el casi no fue a trabajar, estaba a su lado todo el día. Muchas noches lo vi dormir sentado en una silla tomándole la mano a mi madre mientras dormía, llorando en silencio.
Cuando mi madre murió, después de su entierro, nos fuimos los dos a casa. Nunca pude olvidar su cara, sus ojos llenos de lágrimas, cuando me dijo:
“Perdoname, no pude hacer nada, el maldito cáncer no me dejó chance.”
No pude decirle nada, solo pararme y abrazarlo. Era un hombre vencido, encorvado sobre la mesa, y la cabeza gacha. No hablamos más durante ese día. Ni siquiera cenamos. Durante la noche lo escuche llorar, por varias horas, y cuando no lo hacía, abría con cuidado la puerta de mi cuarto, para ver si yo dormía, y yo me hacía la dormida.
Cuando desperté la mañana siguiente lo encontré en la cocina, preparando el desayuno. Su cara era otra, me saludó como siempre, con un beso en la frente, y me sonrió. Aunque era una sonrisa forzada. Me salió de adentro abrazarlo y darle un beso en la mejilla.
“Dale, sentate de una vez a desayunar.” Me dijo haciéndose el malo.
“No te sale bien.” Le dije y él sonrió.
Al día siguiente los dos fuimos a trabajar. De a poco, nos fuimos acomodando con las comidas, las cosas de la casa. Todo fue muy simple, los dos queríamos que el otro descanse, no haga nada. La primera vez que fue a poner la ropa en el lavarropas lo tuve que parar porque mezclaba toda la ropa. Nos reímos mucho. Y su cara de sorpresa al ver una de mis tangas, fue tremenda.
Una semana después, mientras sacábamos la ropa de mi madre para donarla, me pidió que me siente en la cama.
“Sil, necesito hablar con vos. Lo primero que quiero decirte es que entre las cosas que me dijo tu madre los últimos días, fue que te diga que quiere que sigas siendo libre. Confía mucho en vos, sabe de tu ubicuidad, tu responsabilidad. Te crio libre y quiere que sigas siéndolo.
Segundo, y yo necesito decírtelo, es que estaba súper orgullosa de vos. Toda su vida fuiste la luz de sus ojos.
Tercero, aunque creo que no necesito decírtelo, sigo siendo Sergio, no…” dijo y se quebró.
“Y cuarto, contarte que mañana tenemos que ir a un escribano. Hay unos papeles que tenemos que firmar. Como vos sabes, tu mamá se había divorciado cuando murió tu papá. Por el divorcio ella recibió una cantidad de plata y propiedades. Luego cuando fue lo de tu papá, lo de él pasó a ser tuyo como herencia. Todo eso, lo que recibió tu mamá, las propiedades y tu herencia, tu mamá lo puso en un fideicomiso. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, me hizo firmar para ser yo quien lo maneje hasta que ella… Bueno, ahora es tiempo que yo te lo transfiera, que vos misma lo manejes. Además tenemos que hacer la sucesión por los bienes y el dinero de estos años que estuvimos casados, que también es tuyo.”
“No, no quiero. Nada, no quiero nada.” Dije.
“No pasa por no querer Sil, debe ser así.” Dijo serio.
“¿Qué, no querés que viva más con vos?” Pregunté seria.
“No, para nada.” Dijo casi gritando. “Esta es tu casa.”
“No quiero hablar más de esto ahora.” Dije y seguí juntando las cosas de mi mamá, aunque algunas me las quedé.
Al día siguiente fuimos a la escribanía. Sergio de una carpeta sacó unas hojas, y se las dio al escribano, que las juntó a otros papeles.
“Señorita, aquí tiene todos los papeles. Y también un detalle de los movimientos contables que realizó Sergio en el tiempo que estuvo a cargo del fideicomiso. Por favor, lea detalladamente y cualquier cosa me pregunta.” Dijo el escribano.
Cuando leía la cantidad de propiedades, acciones, títulos públicos y dinero depositado en los bancos no lo podía creer. Eran millones de dólares.
“Escuchen, esto no puede ser, es una locura.” Dije.
“Señorita, Ud. tiene el derecho de firmar en disconformidad, e iniciar las acciones legales si considera que hay malversación de bienes, o dinero.” Dijo el escribano.
“No, no es por eso. Esto es una fortuna. Esto vale millones de dólares. ¿Cómo puede ser?”
“Sil, tu madre siempre quiso preservar eso para vos. Y lo hizo muy bien.”
Me abrace a Sergio y me largué a llorar con todo. Aunque nunca me hizo faltar nada, sabía que mi madre no habría tenido que trabajar si hubiera usado esa plata. Cuando me calmé, firmé los papeles y fuimos de nuevo a casa.
Poco a poco, el dolor y la angustia por su muerte fueron cediendo. Sergio me ayudaba y enseñaba a manejar lo que había recibido.
El tiempo pasaba y seguíamos viviendo juntos, es decir, los dos en la misma casa. Salíamos a cenar juntos muchas veces, siempre porque yo insistía. Sergio no salía de noche solo, casi no se veía con los amigos, ni se compraba ropa o cosas para él.
“Sergio, ya pasaron dos años de la muerte de mamá. No puede ser que no salgas, no te juntes con amigos, ni siquiera te compras ropa. Te pido por favor, deja que termine de partir. Ella seguro que querría verte bien, feliz, hasta con otra mujer. Y si es por mí, dejate de joder. Le diste todo a mi mamá, pero sobre todas las cosas, la amaste y la hiciste feliz. Y yo quiero verte bien, te vas a terminar enfermando de pena.” Le dije mientras almorzábamos en casa un domingo.
“Es que…” Dijo.
“Nada, entende que te quiero ver sonreír. Quiero verte contento, haciendo cosas que te hagan bien.” Dije.
“Bueno, pero y vos? Vos tampoco salís, y no me contaste nunca si estás de novia, tenes un amigovios, nada. Vos también tenes que vivir.” Dijo.
“Puede ser.” Dije.
A partir de ese día, Sergio salía con amigos, se volvió a comprar esos trajes espectaculares que me volvían loca de chica, perfumes. Yo salía con algunas amigas y de vez en cuando a bailar. La vida en casa era divertida, bromas, noches de Netflix o películas en la tele mientras tomábamos whisky, paseos, compras juntos. Sin querer nos convertimos en una pareja, aunque sin una parte.
Una tarde, estaba con una amiga tomando un café después del trabajo, y vinieron dos chicas que eran amigas de ellas. Yo hablaba y cada rato lo nombraba a “Sergio”. Una de las chicas me preguntó:
“¿Hace mucho que estás en pareja con tu novio, Sergio?”
“No, Sergio es…” dije y me quedé trabada. “Es un amigo nada más.”
“Ah, porque hablas de él, con un amor tremendo, como si fuera tu novio o tu marido.” Dijo.
Me dejó pensando. Un rato después se fueron y me quedé a solas con mi amiga.
“¿Vos pensas lo mismo?” Le pregunté.
“Silvia, hace rato que lo pienso. Sé quién es, pero creo que vos te estas enamorando de él, si ya no te enamoraste.”
“¿Sabes que no te puedo decir que estás loca?” Dije.
Los días siguientes, me puse a ver bien que sentía, como nos movíamos los dos, pero sobre todo por qué yo hacía ciertas cosas. Y tuve que aceptar que estaba enamorada de él. Y de allí, a pensar que hacer, que decir, como, fue un paso.
Yo ya tenía 26 años, y él estaba por cumplir 50. Decidí que era el momento. Una tarde con pretextos me fui de la oficina, compre ropa, un regalo, y fui a una agencia de viajes y llegué a casa antes que él.
“Mañana es tu cumple, 50 años.” Dije.
“Ya voy a ser oficialmente viejo.” Dijo él.
“O no. Te cuento que ya hice reservaciones en un restaurant nuevo, está de moda. Y pasado mañana, a las 9 de la mañana, en un avión chárter, nos vamos a Bahamas por una semana. Así que andá avisándoles a los chicos mañana que desaparecemos por una semana o diez días.”
“Vos estás, loca, eso sale millones de pesos. Creo que te estoy pagando mucho sueldo me parece.” Dijo riendo.
“Es plata mía, y del sueldo hablamos a la vuelta.” Dije.
“No, en serio. Es una locura. Cancélalo.” Dijo.
“No puedo, ya pagué por todo. Ah, y para la cena, te quiero ver en uno de esos trajes espectaculares tuyos.” Dije y me puse a cocinar.
La mañana siguiente, lo esperaba con el desayuno y un regalo bastante voluminoso.
“Buen día, Que tengas un gran día, me voy a esforzar mucho para que así sea.” Dije.
“Gracias, pero ver tu sonrisa ya hace que sea un gran día.”
“Toma, este bulto es para vos.” Dije.
Cuando lo abrió y vio que era un bolso me fue a agradecer pero le pedí que lo abra. Adentro había un equipo de fotografía, cámara, varias lentes, un trípode y otras cosas. A Sergio se le llenaron los ojos de lágrimas.
“¿Cómo sabías?”
“Digamos que alguna vez alguien me contó que era tu hobbie y te habían robado el equipo. Espero que te guste y sirva, porque yo no sé nada. Los chicos de la casa de fotografía lo armaron.” Dije.
“Es una locura, espectacular, pero sale una fortuna, vos te volviste loca.”
“Si, me volví loca…” y me pude parar a tiempo.
“Ah, y acordate, esta noche cena y mañana viaje.” Dije.
“Pero…”
“Nada de peros.” Dije.
A la noche, él fue el primero en estar listo. Cuando lo vi me derretí. Era un traje nuevo y le quedaba espectacular. Él se quedó con la boca abierta cuando me vio. Tenía un vestido largo, con un tajo importante en la falda, bastante escotado y con la espalda descubierta. Además me había peinado y maquillado.
“¿Qué pasa, no te gusta como estoy vestida?”
“Si, claro. Estás hermosa. Sos hermosa. Solo que ya no sos…”
“Una adolescente. No Sergio hace varios años. Soy una mujer.” Dije y fui hacia el auto.
Cuando llegamos al restaurant entre tomada de su brazo como normalmente caminábamos.
“Sr., Sra., adelante, su mesa está reservada.” Dijo el recepcionista.
“Gracias.” Me apuré a decir antes que Sergio fuera a aclarar.
Durante la cena, varias veces el mozo y el maître me llamaron Sra., yo lo miraba a Sergio y le guiñaba un ojo. Antes del postre una pareja amiga de Sergio se acercó a saludar cuando se iban.
“Hola les presento a Silvia, ella es…” dijo Sergio cuando lo interrumpí.
“Una amiga, simplemente una buena amiga festejando su cumpleaños.” Dije.
Ellos lo saludaron por el cumpleaños, y enseguida se fueron.
“¿Por qué dijiste eso, que sos una buena amiga?” Preguntó
“Creo que sería más embarazoso explicar que soy la mujer con la que convivís, la que cocina para vos, la que lava tu ropa, la que te cuida, te mima y a la que vos le lavas la ropa, cuidas, mimas, y cocinas.” Dije.
“Si, claro.” Dijo dubitativo.
“Si pensas un poco, solo nos falta tener sexo, para ser una pareja realmente.” Dije y el abrió los ojos como el dos de oro de la baraja.
“Silvia, ¿cómo decís eso?”
“Es la realidad. Sergio, soy una mujer. Y me di cuenta que el único hombre que me interesa sos vos. Me fui enamorando de vos día a día, comida a comida, gesto a gesto. Si, sé quién soy, la hija de Roxana, que fue tu mujer. Pero también sé que no sos mi padre, que miro a esos ojos y me llenan de ternura, que disfruto peleándote, molestándote, disfruto mimarte, cuidarte, llevarte al médico aunque no quieras. Si, me enamoré de mi padrastro. Un tipo excepcional, un hombre íntegro, que llenó de alegría la vida de mi madre, pero que ahora es libre. Amo todo lo que sos. Te amo.”
“Silvia, es una locura, te llevo 24 años, ya tengo 50 y vos, estas en lo mejor de la vida. Además, la gente que va a decir. No, es una locura.”
“No te escuche decir que no me amas. ¿Te acordás que fue lo primero que me dijiste en esa charla que tuvimos en tu cuarto después que murió mi mamá?”
“Claro que sí. Que quería que fueras libre.” Dijo.
“Nunca me sentí más libre que en este momento. Y es porque te puedo decir lo que siento por vos. ¿Por qué no probas vos ser libre?”
El postre lo comimos sin hablar. Sergio me miraba y no podía saber que pensamientos pasaban por su cabeza por primera vez.
“Sergio, no estás obligado a viajar mañana. Por supuesto que entenderé.” Dije.
Él me miró fijamente, y vi un brillo en sus ojos. Llamó al maître y pidió una botella de champagne. Se mantuvo en silencio hasta que nos sirvieron las dos copas. Cuando me habló sus ojos brillaban y su mirada era penetrante.
“Espero que no te moleste si te saco algunas fotos en la playa ahora que tengo semejante equipo.”
Respiré profundo y los ojos se me llenaron de lágrimas. Como pude le dije:
“Siempre que a vos no te moleste sacar desnudos.” Y nos reímos los dos.
Cuando salimos del restaurant lo hacíamos tomados de la mano, y el gerente nos saludó:
“Espero que el Sr. y la Sra. hayan disfrutado la cena. Los esperamos nuevamente.”
Los dos nos miramos, sonreímos y Sergio dijo:
“La Sra. seguramente querrá venir nuevamente, y como esta vez, ella se ocupará de hacer las reservaciones. Buenas noches.”
Subimos al auto y sin decir nada nos besamos. Fue el beso más hermoso que jamás me hayan dado. Mientras manejaba hacia casa, iba con mi cabeza apoyada en su hombro. Guardamos el auto y fuimos directo a su dormitorio. Entre besos y caricias nos fuimos quitando la ropa.
Nos acostamos y nos abrazamos con todo. “Te amo.” Me dijo al oído. Sentí que me derretía en sus brazos, sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, con una suavidad infinita, su boca las seguía besándome. Mi excitación aumentaba segundo a segundo. Cuando su boca llegó a mi clítoris sentí una explosión de placer. Cuando me penetró, lo hizo lentamente, mis manos en su espalda lo atraían hacia mí. Sus movimientos se incrementaron y unos minutos después, los dos llegamos a un orgasmo hermoso. Mis uñas se clavaron en su espalda mientras nos besábamos.
Nos quedamos abrazados por un rato, fui corriendo desnuda a la cocina y volví con una botella de champagne y dos copas.
Esa noche lo hicimos dos veces más. Yo me fui soltando, y trataba de superar mi inexperiencia ya que era la segunda vez que estaba con un hombre.
La mañana siguiente volábamos a Bahamas, cuando me preguntó: “¿Vos te estás cuidando, no?”
“¿De qué? Contesté y me largué a reír. Sergio se tapó la cara con las manos.
Pasamos unas vacaciones espectaculares, en un resort pequeño en una isla de las Exumas. Playa, paseos en lanchas, muchas fotos, mucho hacer el amor, muchos mimos, y si, hasta nudismo hicimos.
Cuando regresamos Sergio vendió la casa y compramos otra, donde nos mudamos. Poco tiempo después, tuvimos que hacer algunas mejoras.
Los mellizos nacieron a los nueve meses exactos de aquella cena. Hoy tienen 4 años, y somos una familia feliz.