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El regalo: Un antes y un después (Vigésima primera parte)
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—¡Señorita! Al andar derrama usted tanta sal que los que vamos detrás nos hacemos mojana. —Las palabras a modo de piropo, fueron pronunciadas por un alelado Federico, al ver la llegada, –como siempre tarde– de Paola a la reunión de ventas. Y es que sí, mí pesado compañero de ventas tenía mucha razón. Aquella rubia no parecía caminar sino levitar.

Paola saludó a todos efusivamente con sendos besos en las mejillas, pero cuando se acercó a mí, tan solo se fijó en mi presencia y sin pronunciar palabra, se acomodó a mi izquierda, dejando su gran bolso de piel ocupando espacio sobre la mesa de juntas. Las preguntas de rigor realizadas por mi jefe, los informes de ventas y visitas presentados del fin de semana por aquellos que lo laboraron y yo callado sin nada que argumentar, me aburría hasta que la visión de una mano blanca por debajo de la mesa y oculta para los demás, acariciaba mi rodilla, arañaba hacia arriba con sus uñas doradas mi muslo; sin premura sus finos dedos decorados con varias argollas plateadas y cobrizas, palpaban por encima de la tela del pantalón azul, mi hombría. ¡Pufff! La rubia tentación había conseguido su objetivo. Llamar mi atención, colocarme en aprietos y la piel de gallina delatarme en un instante.

—¿Se encuentra usted bien, señor Cárdenas? —¡Ehhh! Claro que sí, don Augusto. Le indiqué cerrando el puño y levantando mi pulgar. —La verdad jefe es que pasé un «finde» espectacular, un poco fuera de lo común es verdad, pero todo bajo control con mi familia. ¡Feliz! Gracias por preguntar. Y le sonreí.

Aquella junta pasó para mí entre bostezos y ganas de salir corriendo por un café a la máquina expendedora. Me enteré de que no había muchos negocios concretados pero si muchas visitas al concesionario. Al terminar me dirigí hacia mi escritorio, organicé mis cosas y colgué del perchero mi saco de paño, quedándome solo con la rosada camisa y estrenando una corbata roja de seda. ¡Un café por favor! Me pedía el cuerpo así que me encaminé hasta la dispensadora para calmar mis ansías de cafeína. El sonido de las monedas despeñándose desde la ranura hasta abajo y el típico sonido del café molido, cayendo en el vaso y el líquido caliente precipitándose segundos después.

—¡Gracias! Qué detallazo rolito precioso. —Y una dorada cabellera ocultó de mi vista el envase, para luego perderme de nuevo en aquella mirada verde esmeralda y su boca que se entreabría para dar un primer sorbo, soplando antes para no quemar el rosa claro de su lengua.

—Buenos días se dice, al menos así me enseñaron a mí. —Le dije algo molesto a mi rubia Barranquillera.

—¡Ajá! ¿Y tú qué, cachaco? ¿Todavía sigues enojado conmigo? ¡Jajaja! Anda nene… ¿Me invitas a un cigarrillito? ¡Ya deja la bobada Rocky y no seas tan charro! —Me contestó sonriente y con su mirada de niña mimada, palmeo mi espalda. Hummm, como negárselo.

—Hummm, está bien. Ten, y aquí está el encendedor. Espérame afuera, donde siempre por favor, mientras espero por mi café. —Y ella se dio vuelta, sonriente y sabiéndose triunfadora se marchó, contoneando sus caderas cual reina de belleza en pasarela. ¡Por ahora!

Un minuto después, me acerqué a mi rubia compañera, quien me esperaba iluminando mí mañana con su sonrisa; en una mano un cigarrillo consumido tan solo una cuarta parte y en la otra, el que era mi café. La cajetilla y mi encendedor no los veía así que le pregunté donde los tenía.

—Ahhh, ¡Anda nene! están aquí metidos en el bolsillo de mi pantalón. Mete la mano, con confianza. —Y miré hacia la izquierda donde se apreciaba el bulto. Introduje un poco mis dedos con delicadeza y saqué la cajetilla primero, para posteriormente meterla de nuevo en busca de mi zippo plateado. Aproveché para rasguñar su pierna, sonriéndole muy cerca de su nacarado rostro.

—¿Entonces no concretaste ningún negocio este fin de semana? —Le dije mientras encendía rápidamente mi cigarrillo, cuidando de no derramar mi café en aquel proceso.

—Ninguno «rolito», pero hice buenos contactos, creo. —Dejó Paola entre sus labios el cigarrillo y metió su mano derecha en el pequeño bolsillo de su americana marrón a cuadros, para entregarme un post-it verde y con su letra cursiva, un nombre escrito más un número telefónico.

—Mira Rocky, este cliente vino a buscarte. Me pidió que te dijera que lo llamaras esta semana para concretar una visita. —Lo tomé y la verdad que no recordaba haberlo atendido con anterioridad y por la interrogante expresión de mi cara, Paola prosiguió su ilustración. —Humm… Nene, me dijo que había venido recomendado de un cliente tuyo, una mujer. Pero no me dio su nombre.

—Pues muchas gracias Paola. Más tarde hablo con él. ¿Y cómo estás tú? Le pregunté recordando su sesión en la «habitación del pecado».

—¡Y ajá! Pues muy bien. Un fin de semana movidito, jejeje. —Se sonrió, apagó la colilla con la punta del zapato y cuando se iba a marchar dejándome allí solo en el parking, la tomé de su brazo y le dije…

—Sé que estuviste donde Almudena, con tu novio y te dejaste coger por otro tipo… En fin, por eso preguntaba, pues creo que te pasaste de la raya llevando allí a Carlos para… —Paola se dio vuelta y muy seria, también ella con su voz algo alterada me respondió…

—¡Rodrigo!… Que te quede bien claro nene, que lo que yo haga o deje de hacer en mi tiempo libre y con mi cuerpo, es cosa mía y no es de tu incumbencia. Además, para tu información, Carlos es un niño lindo, guapo y divertido, pero igualmente es una persona soberbia y demasiado engreída. Se ha portado mal con varios de mis amigos, tu incluido, así que era necesario poner los puntos sobres las íes. Quería que de una vez por todas y antes de casarnos, sepa bien con qué clase de mujer lo va a hacer. Soy una mujer que ha vivido libre y que pretende, seguir siéndolo. Si lo acepta así, lo recibiré en mi vida como esposo. De lo contrario que vaya donde su mamita a poner la queja. Ahhh por cierto… ¡Te extrañé! —Y se marchó como un ventarrón hacia el interior de las instalaciones.

Sin nada más por decir, yo también me dispuse a iniciar mis labores, revisando mi agenda y los contactos para determinar a qué presas cazar. Revisé mis notas y la verdad era que no veía mucho por dónde empezar, sin embargo estaba pegado en una esquina del ordenador, el post-it verde como un faro al cual acercarme en la oscura tormenta.

Con decisión marqué y al tercer beep respondió. Efectivamente era un conocido de Almudena y estaba pensando en cambiar el automóvil de su esposa y para ello quiso que le visitara en su negocio el siguiente jueves por la mañana. Acordamos la hora y me indicó la dirección y el modelo en el cual se encontraba interesado. Algo era claro para mí, Almudena se había convertido en mucho más que una clienta interesante y diferente, era más como una amiga que se interesaba por mi bienestar.

Hacia las diez de la mañana recibí la llamada de mi esposa, informándome que esa tarde hablaría con su jefe y que por lo tanto yo debería encargarme de recoger a nuestros hijos. Nuevamente ella llegaría un poco más tarde, acompañada por el hombre que estaba con ganas de hincarle el diente. Pero por Martha primero que todo, en segundo lugar por mi esposa, para darle a entender que confiaba plenamente en ella y por mí, para quedar tranquilo si su jefe lograba hablar con su esposa y arreglaban su situación sentimental, quitándome ese «problemita» de encima, debería suceder esa conversación entre ellos dos. Sí… ¡A solas!

Silvia había preparado mi almuerzo y con el tupper en mano, me dirigí hasta la cocina, utilizando el microondas para calentarlo. Ese medio día almorcé junto a la señora de la limpieza y María la guarda de seguridad. Ellas hablando de alguna novela y yo escuchando música con mis audífonos colocados a volumen moderado. Me llegó un mensaje al móvil, que leí con detenimiento. Era de Martha, saludándome y preguntándome como estaba. Creí justo llamarla para devolverle el saludo y de paso comentarle que mi esposa había aceptado hablar con su esposo.

—¡Hola Martha! ¿Cómo estás? —La saludé.

—¡Rodrigooo! Buenas tardes corazón. Yo estoy bien, gracias. Aquí feliz con mis dos hijos, terminando el almuerzo que les preparé. —Me respondió.

—Entonces te hablo más tarde si andas ocupada. —Le comenté tratando de no ser inoportuno.

—No Rodrigo, para nada me incomodas. Ya estamos por terminar. —Me dijo mientras al fondo se podía escuchar las risas de su hija y los gritos de auxilio de su hijo menor.

—Bien, de todas formas solo quería darte las gracias por todo. A mi esposa le fascinó el regalito. Lo pasamos fenomenal gracias a ustedes dos. —Le conté agradecido por su atípica travesura que había dado para mi esposa y para mí, buenos frutos.

—¡Niños! Por favor no hagan tanto ruido que estoy con una llamada. —Les llamó la atención Martha para luego responderme…

—Me alegra mucho por ustedes dos. —Pero había tristeza en su voz. Por lo visto entre ella y su esposo seguía todo igual.

—Bien Martha, pues solo quería comentarte que mi mujer aceptó de buena manera hablar con tu esposo. Esta tarde saldrán por ahí a tomar café y hablar un rato. Esperemos que tu marido acepte los consejos de mi esposa. Así que a cruzar los dedos. —Le hablé, dándole mucho ánimo con aquella noticia.

—¿En serio? ¡Ohh, Dios mío qué bueno! Gracias Rodrigo, de verdad muchas gracias. Ehhh, tesoro… Debo colgar que mi niño me llama, ¿pero seguro que será esta tarde? ¿Hugo no se arrepentirá? —Me respondió, aunque yo no alcancé a escuchar ningún llamado.

—La verdad no lo creo. Silvia cuando quiere, suele ser muy persuasiva. Igual si pasa algo nuevo y me entero, yo te llamaré para comentártelo. Un abrazo y feliz tarde. —Me despedí de Martha y colgué. Creo que con una amplia sonrisa de tranquilidad reflejada en mi rostro.

—¿Y a donde vamos entonces? —Le pregunté a mi jefe, quien en su rostro mantenía la madurez que le caracterizaba.

—La verdad que no lo sé Silvia, pero lejos de tantas miradas sería lo más recomendable. —Me respondió mientras caminábamos en dirección a la torre de oficinas y él de vez en cuando miraba hacia atrás.

—Creo que dentro del coche podremos hablar con mayor tranquilidad. —Me dijo sin mirarme.

—Pues si puede ser y de paso me acerca hasta el piso. ¡Jajaja! —Me reí por mi repentina y abusiva proposición.

—Pero por supuesto. Vamos entonces. —Y entramos por las acristaladas puertas del edificio, guardando sensata distancia bajamos caminando por las escaleras hasta el segundo nivel del sótano.

Ya dentro de su auto mi jefe caballerosamente se acercó para acomodarme el cinturón de seguridad y aprovechando la ocasión me besó en la mejilla y acarició mi rostro con ternura.

—Ehhh, bueno podríamos ir hasta el parque que está cerca de la urbanización. Solemos llevar a los niños allí pues tiene algunas fuentes de agua muy hermosas que van cayendo unas sobre otras a manera de cascadas y tiene amplios espacios para que mis niños y yo, usemos nuestros patines en línea, mientras mi esposo más pendiente de nuestros hijos que de mí, corre tras de nosotros. Además, no me conoce nadie por lo que podremos caminar y hablar con tranquilidad. —Le indiqué.

—¿Y hablando de tú esposo, Silvia? No estará él por allí. No quiero complicarte la vida, mi ángel. —Me respondió intrigado, claro que él no sabía que esa charla había sido motivada precisamente por Rodrigo.

—Por mi marido no hay problema, ya le he dicho que él no es celoso. Por el contrario, mis vecinas, ellas si pueden ser un gran inconveniente. ¡Jejeje! Son mejores chismoseando, que el circuito cerrado de tv instalado en los bloques de los apartamentos ¡Jajaja! —Y riéndome, don Hugo puso en marcha el coche y salimos por la ruta que el ya conocía.

Mientras tanto yo le envié un mensaje a Rodrigo, comentándole que me demoraría un poco más y que iba junto a mi jefe en camino para nuestro hogar, aunque antes terminaría la conversación en el parque que estaba a pocas calles de nuestro piso. Vi la notificación de leído y a continuación el pulgar en alto y la confirmación de que ya estaba junto a nuestros pequeños jugando. Guardé el móvil en mi bolso y entonces me giré un poco en mi asiento para hablarle a mi jefe.

—Y bien don… Oops, lo siento, es difícil acostumbrarme. Hugo… No me ha respondido. Del uno al… —Y él interrumpiéndome, encendió el radio del auto, sintonizando una emisora de baladas americanas que desgraciadamente, yo no entendía para nada. ¡Debería estudiar inglés! Pensé.

—No se Silvia, en serio que ahora que me haces esa pregunta, me he puesto a pensar y creo que… No he tenido mucha experiencia la verdad, así que con Martha hemos hecho lo que nos ha salido. Supongo que sí, que soy muy malo, un completo desastre por lo que he podido ver en el video. —No se martirice con eso por favor. Le respondí.

—Mire Hugo, nunca es tarde para aprender, es solo cuestión de que usted y su esposa hablen de sus… Pues de las necesidades de ella, de las suyas también. Podrían ir juntos a… No sé, visitar a un experto en relaciones de pareja. Allí quizás los orienten, le expliquen a usted de esos temas. Es una posibilidad para superar esta situación. —Le comenté, mientras don Hugo no apartaba la vista del camino.

El auto se detuvo en un semáforo y mi jefe, volteo su rostro hacia mí. En sus ojos había un brillo, pero causado por la humedad de un ligero llanto. Puse mi mano sobre la suya, la que mantenía él sobre la palanca de cambios y se la acaricié para darle valor; hacerle entender que no estaba solo en esto. Él me sonrió e inclinándose hacia mí, acercó su rostro al mío, en un claro intento por besarme.

—Hugo… ¡No por favor! No hay que confundir las cosas. Me gusta cómo me trata, en serio, pero ahora lo primordial es recomponer su matrimonio y yo no me puedo convertir en nada para usted. —Le contesté colocando en el tono de mi voz, un timbre conciliador, hasta cariñoso si se quiere y para que no se sintiera incomodo por su accionar, acaricié con mi mano su mejilla y le comenté mirando el lánguido gris de sus ojos…

—No debo ser una distracción. Al contrario, quiero ser yo quien pueda hacerlo concentrar su atención para recuperar su felicidad. Ser su mejor amiga, solo su sincera confidente fuera de la oficina, si usted quiere. Hugo, no quiero que cambie nada entre los dos. Usted se merece mi respeto y mi consideración. Es un hombre bueno y de verdad me gustaría mucho verle de nuevo feliz con su familia, junto a su esposa. Y eso incluye pasar la página de lo sucedido entre usted y yo. Cuente conmigo para lo que necesite… ¡Ehhh! Hugo, ya cambió la luz. —Le terminé por decir, haciéndolo recapacitar y obviamente, centrar su atención en la vía.

—¡Ya estamos cerca Silvia! ¿Por dónde es? —Me preguntó y yo le indique el lugar.

—Es por aquí a la vuelta, al fondo ¿Sí lo observa? —Le pregunté mientras pasábamos por el frente del bar de nuestros amigos y al que acostumbraba visitar con mi esposo alguno que otro viernes y que ese día empezando semana, estaba con justa razón cerrado.

Mi jefe detuvo el auto justo al frente de una arboleda y se retiró su cinturón de seguridad y yo el mío.

—Y bien, le comenté. ¿Bajamos y damos un paseo? —Y el sonriente desbloqueó los seguros pero me impidió abrir la puerta, evitando con su mano que la mía jalara la manija. Se bajó presuroso y rodeando por el frente del coche, llegó hasta mi costado y abrió la portezuela para tomar mi mano, ayudándome a descender del vehículo.

—¿Le molesta si fumo? —Le pregunté.

—¡Para nada! —Me respondió.

Así que de mi bolso tomé la cajetilla de mentolados y con mi pequeño mechero rosa, me encendí uno y tomándolo del brazo emprendimos nuestra caminata por el parque donde a esa hora aun habían niños montando bici y una que otra pareja de novios, tomados de las manos.

—Silvia, tengo muchas dudas, temores de volver a intimar con mi esposa. No sé si me comprendas pero es que yo la vi tan entregada, una mujer tan distinta a lo que es conmigo cuando tenemos… No sé si pueda, si yo no… —Me detuve un momento, exhale el humo hacia otra parte y lo miré directamente, interrumpiéndolo para decirle lo que pensaba yo, sobre sus miedos.

—Hugo tranquilo. Mire, creo comprender que se encuentre usted así de dubitativo. Pero si su esposa disfrutó con ese hombre o con el otro, estoy segura de que con usted ella también lo ha hecho y lo hará. Solo hay que hablar primero, relajarse y con estoicismo, pregúntele usted que pasó. Ella debe tener sus motivos y si son como supongo, cansancio y la rutina o falta de atención por parte suya Hugo, pues trate de entenderla. Escúchela, solo eso le pido y como pareja, busquen la solución con algún especialista. Porque ustedes se aman todavía. ¿No es verdad? —Le terminé por preguntar.

—¿Y si no soy suficiente para ella? Es que me voy a sentir a cada instante, con cada caricia mía, en cada beso… Comparado. La verdad creo que ya no hay nada para mí en ella. —Me respondió muy afligido.

Nos acercamos hasta una banca de madera y a su lado una cesta para la basura. Contra su borde terminé por apagar la colilla y la lancé en su interior. Entonces nos dimos vuelta y continuamos nuestro camino por otro de los senderos, el que daba hacia el centro de aquel parque.

—Hugo, si hay amor entre ustedes dos, seguramente los superaran. Pero mire que tiene que ponerle empeño, los dos deben cambiar, mejorar los preliminares, las palabras, los gestos, sus besos y las caricias. Muchos hombres creen que la penetración es lo más importante en las relaciones sexuales, pero andan muy equivocados. Nos gusta el fuego, sí. Pero también es cierto que nos encanta dorarnos a fuego lento primero, para ya encendidas, terminar por arder entre fuertes embestidas. —Soplaba una ligera brisa pero de repente se avivó y se hizo fuerte, tanto que revolcó por completo mis cabellos y entonces mi jefe con su mano, corrigió mi descompuesto peinado con sus dedos.

—Te va bien a ti… ¿Con tu esposo? —Me preguntó don Hugo, mientras llegábamos ya a las cascadas.

—¡Jajaja! Muy bien, no tengo queja. Pero no hablamos de mí. ¡No señor, no se me salga por la tangente! ¿Qué tal se le da a usted el sexo oral? ¿Si lo practican con su mujer? —Y entonces pude observar cómo se le subían los colores al rostro y su mano derecha la llevaba hasta su nuca para rascársela y al mismo tiempo, achinar sus ojos como si yo hubiera dicho algo malo.

—¡Ehhh! ¡Pufff! Silvia yo creo que bien, al principio pero después pues… Lo hago para hacerla acabar y Martha no me ha revelado si lo hago bien o regular pero tan mal no creo. Jejeje. Silvia… Tienes razón en que nos faltó hablar más. —Y se detuvo mi jefe al frente de la pista de skateboarding, donde varios jóvenes practicaban sus piruetas y saltos. Se giró y colocando su mano derecha sobre mi hombro, con delicadeza y me pregunto decidido…

—¿Te gustó como te besé Silvia? —Y entonces, ruborizadas mis mejillas, trague saliva y recordé rápidamente aquellos cortos besos, escasos de tiempo y sorpresivos, tan poco anhelados, así qué algo nerviosa le respondí…

—Es que tampoco fue para tanto. —Y mi jefe se separó de mí un poco–. Quiero decir, que no fueron muchos los besos para saberlo con certeza. Muchos nervios y esa sensación de estar traicionando a mi marido, no me dejaron apreciarlo. Pero si, creo que no estuvo mal usted.

—¿Segura? O lo dices simplemente para no herirme más y elevar mi ego. Silvia… ¡Te quiero besar mi ángel! —¡Qué! Humm, este hombre seguía confundido. ¿O no?

—¡Jajaja! Por favor Hugo y… ¿Para qué? ¿Cómo una muestra de su talento? Primero el beso, ¿luego qué? ¿Sexo? ¡Es eso lo que ve en mí, en su ángel? ¿Un cuerpo para aprender y usarme? ¿Probarse que es tan capaz y hombre como el sujeto que vio sacarle orgasmos a su mujer? —Mi jefe atónito ante mis frases, con sus manos en el aire al frente mío, negaba con vehemencia, mis suposiciones.

—No, Hugo. A mí no debe utilizarme como un experimento. Conmigo no debe probar nada. Intente mejor con su esposa, ella es a quien ama, yo solo soy su amiga incondicional. Le ayudaré en lo que más pueda, pero primero júreme… ¡Prométame que de aquí saldrá para su casa, hablará con su mujer y los dos buscaran la manera adecuada de recomponer sus vidas, por ella, a quien ama. Por sus hijos, que se bien cuánto los adora. Pero sobre todo por usted mismo, porque necesita reencontrase con el hombre seguro, confiado, sereno y decidido que dejó escondido por ahí. ¡Usted necesita ser feliz! Inténtenlo por el bien de su familia y luego si todo sale bien entre ustedes, yo… Yo le daré ese beso que ahora usted quiere, para que comparemos si es que se atreve después de tener todo arreglado, a serle infiel a su esposa conmigo y yo a mi esposo, con usted. —Don Hugo me miró sin ocultar su asombro ante mi promesa. No me abrazó, ni respondió de inmediato, solo tomó mi mano derecha entre las suyas y con firmeza, asintió con su cabeza. ¡Tres veces seguidas! Y sus ojos grises cambiaron, brillaban. Esa tarde-noche, resplandecieron.

Lo sé, fue una promesa absurda la que le ofrecí y que de llegarse a cumplir, podría poner en jaque a mi matrimonio o al de él. Pero también yo quería confrontarlo, hacerle ver que si se esforzaba lograría tener su añorada estabilidad familiar y se olvidaría de mí. No necesitaría más a su ángel y un premio obtendría, si volvía con su esposa y comenzaban a reorganizar sus piezas rotas.

—Está bien Silvia, lo juro, por ti lo haré. Pero antes, necesitaría un adelanto de tu oferta. —Don Hugo sonrió, más no maliciosamente, sería mejor decir que lo hizo con ternura y luego me tomó mi rostro entre sus fuertes manos y ladeando su rostro, continuó diciéndome… —Ya sabes cómo es esto. Los negocios mi ángel, negocios son.

—¡Niñooos! Miren quien acaba de llegar. —Silvia ingresaba con su abrigo pendiendo del antebrazo y el manojo de llaves en su mano derecha. Una sonrisa leve iluminó su cara al verme con su delantal puesto.

—¡Hola mi amor! No te demoraste mucho. —La saludé con cariño mientras la estrechaba contra mi cuerpo, he intenté darle un beso pero Silvia en ese instante volteo su cara para agacharse y recibir el abrazo efusivo de nuestros pequeños hijos. Y luego de recibir miles de besos y te amos por parte de mis chiquitines, se enderezó y me miró serena, junto al dibujo en sus labios de una expresión de picardía.

—Mi vida, todo listo. Creo que lo entendió y va a darle una oportunidad a su mujer. —Esa disimulada sonrisa en mi esposa pasó a ser una más amplia y franca. Sin embargo escudriñé cada uno de sus gestos, el arquear de las cejas, el rubor en sus mejillas y sus labios sin pintar.

—¡Qué bien mi cielo! Le respondí, sin exponerle el escaneo realizado a sus facciones. —Y animado por la noticia le insistí.

—¡Cuenta, cuenta! —Tengo hambre mi amor y sed también. Tanta habladera me reseco la garganta. —Me paró Silvia en seco, mi corto momento de emoción.

—Mi vida voy a duchar a los niños mientras comes. Te dejé servido un buen plato de pasta con atún y arroz. —Silvia me miró con su cara de resignación–. Lo sé, lo sé mi vida, soy un desastre en la cocina pero ya sabes que siempre lo preparo con mucho amor. Es el que está dentro del microondas, ahhh por cierto, en el refrigerador hay una jarra con jugo de mango, que me obsequió la señora Gertrudis. ¡Una docena de ellos! Me la encontré hace un rato, que venía de pasear a Toretto. ¡A ese cachorro en definitiva no le agrado ni un poco! Nuestra vecina se fue de compras hasta la tienda de las frutas, la nueva que abrieron por la calle que da al parque y me contó que están de oferta. ¡Ehhh! mi vida, recuérdame pasar a comprar unos aguacates para la frijolada de pasado mañana. Espero que no hayan subido de precio. —Le comenté a mi mujer mientras me llevaba en cada brazo, alzados a mis dos niños hacia la ducha.

La procesión de bañarlos y de colocarles sus pijamas, entre gritos y sus risas, no logró hacer ceder en mi mente las ganas de enterarme de la conversación sostenida entre mi esposa y su jefecito. Por ello con rapidez los acosté y me dispuse a leer junto a mis dos hijos un nuevo cuento, entre tanto observé como Silvia pasaba hacia nuestra alcoba y después se escuchaba el incesante caer del agua en la ducha.

Una vez vencidos mis pequeños por el sueño, apagué la luz y me dirigí a la cocina. Tomé del refrigerador una lata de cerveza y de la mesa auxiliar de la sala, mi cajetilla de cigarrillos, el cenicero de cristal tallado y mi encendedor. Silvia aún no hacia acto de presencia, de hecho mientras fumaba en el balcón, bebiendo largos tragos de aquel líquido frio, recibí una notificación en mi móvil. No apresuré mi calada ni di el último sorbo de manera precipitada. Observaba a los lejos el fulgor de las luces ambarinas de la ciudad que me había acogido desde hacía varios meses, pensando. Tejiendo recuerdos, lucidos unos momentos, en sombras algunos instantes más, pero todos ellos dispuestos para enredarme, capturarme dentro de mi propia telaraña.

—¡Ahhh! Aquí estas. ¿Los niños se portaron bien? —Fueron las palabras de su entrada en mi espacio, disipando mis silencios con su encuentro y Silvia hermosa, envuelta en su bata de tela gruesa, tan llena de calma.

—Los niños bien, como siempre. Le respondí. —No tenían deberes pendientes así que vimos un rato la televisión, ya sabes como son. Los dejé allí y me dispuse a preparar mi especialidad. ¿Te gusto? —Le pregunté y por respuesta su abrazo, con el aroma a manzana que desprendía su húmeda melena, alejo de mí el olor a tabaco.

—¿Acabaste ya? Ven mi vida, vamos a la cama a descansar y hablamos. Tengo que contarte algo. —Me dijo mientras tomaba de su bolso el móvil pero sin reparar en él. Yo tomé el mío y le dejé que se adelantara, mientras yo apagaba luces, verificaba el cierre de la puerta y ventanas. Obviamente presuroso revisé el mensaje en mi teléfono. —¡Gracias! Eres un amor. Te quiero mi leal caballero sin armadura–. Y sonreí al terminar de leerlo.

La cabeza de mi esposa, de medio lado descansaba sobre mi pecho. Su abrazo vadeándome desde mi derecha hasta posarlo sobre mi cadera izquierda me confortaba, su cercana y cálida respiración, más la suavidad de sus palabras al ir relatándome su encuentro con el esposo de Martha en la cafetería, me llenaron de alegría al saber que ya podría quitarme ese martirio de encima.

—Estoy nerviosa mi amor. —Me expresó al terminar su historia, aparentemente.

—¿Y eso? Qué sucede Silvia… ¿Paso algo más? —Le pregunté curioso y un poco angustiado.

—Ese viaje… ¡Yo sola! Sabes cómo sufro con las alturas y no te voy a tener a mi lado para que me protejas. —Y sus dedos dibujaron algo en mi pecho. Letras aparentemente y un imaginario corazón que percibí en mi abdomen, trazado con sus uñas.

—No seas bobita mi vida. Es un viaje corto. No te pasara nada malo mi amor. Sencillamente cierras tus ojos y esperas a que termine el vuelo. —Y acaricié su hombro, recorriendo el tendón de su cuello hasta alcanzar su oreja, rozando el curvilíneo hélix y entrelazando posteriormente sus cabellos aun mojados con mis dedos, masajeando suavemente su temporal.

—¡Nos besamos! —Me dijo de improviso, sin moverse de su posición. ¡Y no! No pude percibir algún temblor en el timbre de su voz, ni siquiera un atisbo de aprensión por su inesperada confesión.

—Mi amor, no fue nada. En serio que no. Solo lo hicimos un momento, como tú con tu amiga del concesionario, esa tal Paola. Por negocios y nada más. No te imagines cosas que no fue para tanto mi vida, tenía que hacerlo y ya, sucedió. —Mi respiración empezó a hacerse más agitada y la tensión en los músculos de mis piernas me causó incesantes temblores, que con seguridad Silvia habría podido notar. Yo no podía estar en calma, aunque lo intenté y sí, abrí mi boca y aspiré para poder decirle…

—Y entonces solo sucedió, así como ahora me lo cuentas, todo tan de repente. —Le respondí manteniendo mi postura pero con las pulsaciones de mi corazón desbocadas. Silvia por fin cambio su colocación, cruzando sus brazos sobre mi pecho y apoyando su mentón sobre su antebrazo, estiró su cuerpo sobre el mío y mirándome fijamente, para ser honestos se mostró muy serena, bastante sosegada y natural, como si ese beso no significara nada, para ella.

—Pues mi amor, ocurrió porque yo lo presioné para que se fuera directamente a conversar con su esposa y se dieran una oportunidad. Y logré convencerlo, pero a cambio de algo que yo le prometí. —Dejé de mirarla un instante para elevar mi vista al techo, buscando fisuras, grietas oscuras en el blanco panorama. ¡Confianza! Y mi esposa me la había dado con Almudena, y yo debía retribuirle, a pesar de que me sabía a hiel la boca por ese beso.

—Tuve que ofrecerle algo a cambio, un… Un incentivo como tú le llamas a esos suvenires o a las ofertas que le haces a tus clientes para cerrar tus tratos. Mi vida, es que mi jefe pretendía… Él quería besarme. Insistía en continuar su fantasía conmigo, olvidándose de todo lo ya hablado, como si yo hubiera perdido mi tiempo esta tarde convenciéndolo de hacer una terapia con su esposa. Así que se me ocurrió la bendita idea de decirle que aceptaría un beso suyo al final de su terapia, solo para calmarlo, a modo de un premio. Pero mi jefe me pidió un anticipo, y fue muy corto. Eso fue todo. Lo juro. —Y me descompuse por completo, me agité y mi corazón empezó con aquel bombeo tan reconocido, tan usual.

Me quite el cuerpo de mi esposa, corriéndome hacia el otro lado. Le di la espalda y ni le respondí ni la miré. Salí de la alcoba hacia mi improvisado cubil. Si, el sofá regalo de mi rubia barranquillera, otra vez a dormir en mi nave espacial.

—Rodrigo, no te portes como un niño. Fue exactamente como lo hiciste con tu amiga, por sacar adelante una negociación. No quiero que te enojes, mira que he sido sincera contigo, podría habérmelo callado y ni siquiera te enterarías. Pero me prometí contarte todo, no volver a mentir, aunque por tu reacción veo que hice mal. Sigues desconfiando de mí. —¡No! Le respondí apresurado–. No es desconfianza, solo que… Silvia me parece que a ti, ese señor te gusta. Presiento que hay algo más que… ¡No quiero compartirte!

—Mi amor… ¿Compartirme? Jajaja, pero por favor, si ese señor es casado y muy mayor para mí. No fue nada del otro mundo, en serio. —Me respondió.

—¿Y te gustó? —Le pregunté temeroso de la respuesta.

—¡Sí!… Y no. —Lo dijo completamente en calma, mientras que mantenía firme su postura.

—Si me gustó porque no sentí nada raro ni extraño, fue como aceptar el beso de un amigo que se aprecia pero que no despierta ningún interés adicional o sexual si es lo que te preocupa. Y no, no me gusto porque ese señor no sabe ni besar. Va a necesitar de mucha colaboración por parte de su esposa, si es que desea en serio mejorar y ponerse a la altura de la señora Martha. —Ajá, ya veo, le respondí. Era también como una prueba para ti, para determinar porque pasó lo que pasó entre ustedes dos en la oficina y en ese hotel.

—Fueron otras circunstancias mi vida, distintas a las tuyas. Además… ¿Por qué tú sí y yo no? ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué soy mujer y no debo? Mira mi vida, yo no siento nada por mi jefe. Fue solo un beso y nada más. Pero y tú… le metiste las manos a esa mujer y se besaron también después. Rodrigo… ¿Qué sientes tú por tú compañera? Supuestamente nada, eso espero. ¿O sí? —No respondí, tan solo estiré el sofá cama y me tiré allí, sin almohada y sin frazada.

—¡Dime algo! Gritó. —Y temí que se despertaran los niños.

—Con razón llegaste tan… Tan pensativa Silvia. Era solo hablar. ¡Maldita sea, solo hablar! —Y mi esposa de pie recostada contra el marco de madera, empezó a sollozar.

—Entonces si no lo niegas, es porque si pasa algo entre ustedes. —Me respondió evadiendo mis cuestionamientos y se dio vuelta para dirigirse a nuestra habitación, llorando.

¡Hummm! Pasaba que sí, que me gustaba mucho, pero Paola era una mujer muy hermosa, atractiva y con una personalidad atrayente. Pero… ¿Y su jefe? Ese señor no me parecía para nada especial, un hombre muy corriente y al contrario de mi rubia tentación, por lo que ya sabía era tosco, frio y aparte según mi esposa, no sabía ni besar. Entonces… ¿Por qué tenía yo tanta desazón, al ver venir tan cerca ese bendito viaje? Respiré hondamente y me fui a buscarla, de nuevo.

—No pensaste en mí, Silvia. La verdad es que a ti ese tipo te gusta. Ya no me lo puedes negar. —Y la encontré enrollada sobre sí misma en nuestra cama, dándome la espalda. Apagué las luces y me recosté a su lado, abrazándola.

—No seas estúpido, es mi jefe solamente y estaba haciendo lo que me pediste ¡Por Dios! Entiende, no es nada, no fue nada más que un beso. —Me respondió ya llorando.

—De razón. Le respondí. —¿De razón que? Rodrigo te estoy preguntando. ¿Con razón qué?–. Me preguntó.

—Desde que llegaste esta noche, a mí… A mí que soy tu esposo, ni un beso me has dado. —¡Déjame en paz, Rodrigo! La verdad quiero descansar. Y que te de besitos tu amiguita.

—No quiero los de ella, yo deseo siempre los tuyos mi amor. —Le respondí apretujándola con mayor fuerza y depositando en su mejilla un beso.

—¿Perdón? Me respondió. —No quise besarte porque… Me sentí mal después de besarme con él. Pero debía hacerlo y en eso tú influiste. ¿Para qué me metía yo de Celestina? ¿A arreglar problemas que no son los míos? Si ellos se quieren separar pues a mí que más me da. ¡Tú insististe mi amor! Y entonces Rodrigo, si te mentía estaba mal y si te digo la verdad, pues también me va mal. ¡Vaya! Lo hice por ti, porque al besarlo yo necesitaba saber si me sentía atraída por el o era producto de mi imaginación y ya ves, él debe estar con su esposa y yo estoy aquí, contigo, con mi esposo y mi hijos. Por favor mi vida, no nos amarguemos por eso. Ni tú me vas a traicionar con Paola, ni yo lo voy a hacer con mi jefe. ¿Está claro? —Y yo pensé que sí, que todo estaba bien resuelto por los dos.

—También estoy nervioso por dejarte ir con él. Confío en ti, seguro. Pero y tu Silvia… ¿Puede estar él, tranquilo a tu lado? —Le respondí finalmente expresándole mi temor.

—Escúchame bien, todo el tiempo voy a tener el teléfono junto a mí. Prometo responderte siempre mi amor. ¡Por favor confía en mí! —Me dijo ya más calmada.

—Y otra cosa. Me lavé bien la boca y los dientes, si quieres puedes darme ese beso tú, que aparte de saber besarme, tu si me haces sentir mariposas en mi vientre cuando lo haces. ¡Te amo! —Me respondió y entonces inclinándome un poco sobre ella… ¡La besé!

Continuará…

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