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José Carlos (Parte I)
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Nos conocimos en un sitio de internet para citas casuales sin compromiso y después de platicar lo básico empezamos a tomar confianza. Inició con el email, pasamos a los mensajes de texto y terminamos hablándonos con frecuencia.

Pocas veces una voz me ha movido las entrañas de forma tan notoria; aún recuerdo cómo me mojaba solo con escucharlo, esa tesitura me hacía temblar las rodillas. Me empecé a masturbar casi de inmediato que empezamos a llamarnos. Cerraba la puerta de mi oficina, desenrollaba las persianas, me sentaba en el sofá, me levantaba la falda hasta que me permitía abrir el compás y empezaba a acariciarme por encima de la ropa interior.

Normalmente me hablaba de lo que estaba haciendo en ese momento y yo le daba pie a que continuara con tal de escucharlo mientras me procuraba placer. Estoy segura de que más de una vez se me resbaló un ligero gemido porque en cuanto lo notaba, empezaba a intimar en la charla.

Pensé que nuestra interacción se basaría únicamente en este tipo de conversaciones esporádicas, hasta que un día me invitó a comer. Me sorprendió tanto la propuesta que hasta titubé en responderle hasta que me exigió una respuesta.

“Claro!” – respondí

“Qué te parece ahora?” – me preguntó

Inmediatamente hice mi inventario personal, outfit… perfecto, ropa interior… perfecta, depilación… perfecta, hasta mis días complicados del mes ya habían pasado incluso, así que no había razón para negarme.

“Nos vemos a las 3 en el Merotoro” – le respondí.

“OK” – asintió.

Pretendí no darle más importancia de la necesaria, pero sin lugar a duda, esa voz y su potencial ocupaban mi mente. Por un lado, no quería desilusionarme de esa voz que me erizaba la piel con cada llamada. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que no fuera un inservible. ¿Quién lo sabe?, ¡quizás hasta pudiera ser un buen polvo!

Llegó la hora de encaminarme, le pedí al chofer del despacho que me llevara para no lidiar con problemas de estacionamiento. Arribé justo a tiempo y no sé si eran mis ganas o mi intuición, pero al ver a un tipo agradable sentado solo en una de las mesas que dan hacia la calle, inmediatamente supe que era él. En lugar de bajarme, le pedí al chofer que diera otra vuelta. Quería estudiarlo, ver cómo se comportaba y en este juego también deliberadamente estaba llegando tarde. Descendí del auto y me senté en una banca del otro lado de la calle y noté que se impacientaba, tomó su celular y me marcó.

“Qué onda contigo?, siempre llegas tarde?” – ese tono de voz impaciente ya no me gustó.

“Estoy llegando” – le respondí antes de cortar la llamada.

Lo vi mover el pie nerviosamente, tomar el teléfono varias veces y mirar incesantemente hacia la entrada del restaurante, pero lo dejé esperar aún más. Realmente quería ver hasta dónde podía jalar de la cuerda y honestamente me divertía contrariarlo. Volvió a sonar el aparato.

“Me agradas mucho, pero si no llegas en los próximos 5 minutos, consideraré tu actitud como una falta de respeto y me retiraré del lugar.” – habiendo dicho esto colgó.

Sentí como si una corriente eléctrica me atravesara el cuerpo, desde la punta de mis pies hasta el cabello. Por instinto me puse de pie de inmediato y me encaminé al restaurante. A media calle reaccioné y comencé a preguntarme, ¿cómo era posible que prácticamente me estuviera dando una orden? Quise detenerme, pero ya estaba en la entrada del sitio.

Inmediatamente se puso de pie para recibirme, pero tenía el rostro esculpido en piedra. Yo decidí usar mi sonrisa seductora para relajarlo, aunque no con mucho éxito, debo reconocer. Pasados algunos minutos seguía desencajado, no había rastro alguno del encanto que le había caracterizado en nuestras conversaciones previas, así que le dije que por favor considerara unos minutos de terapia entre nosotros y se permitiera externar lo que le molestaba. De sobra sabía cuál era el problema, pero él necesitaba decirlo.

Comenzó la diatriba mientras le miraba a los ojos esbozando una ligera sonrisa que pretendía calmarlo, acariciaba su mano con la mía y lentamente fue bajando el tono, hasta que se relajó. No fue difícil honestamente. Bastaron un par de minutos para volver a vibrar con esa voz que me encanta. Sin embargo, en estos breves momentos de nuestro primer encuentro me quedó claro que él no era el típico hombre al que estaba acostumbrada a tratar.

No sólo era muy articulado en su forma de expresarse, sino respetuoso y firme al mismo tiempo. Me demostró educación, pero también me dejó muy claro que no iba a tolerar mis desplantes una siguiente vez. Mientras continuaba escuchándolo, mi cerebro iba procesando la información, analizando y escudriñando su lenguaje corporal; mi vagina fue más clara aún… pronto y contundentemente me hizo saber que él era un elegido.

Comimos y constaté que esa deliciosa vibra que había sentido seguía presente entre nosotros, además me tomé el tiempo para observarlo detenidamente. Generalmente no permito que mi imaginación me genere expectativas, porque la decepción suele ser aplastante. A mi vagina no le gusta eso. Por esta razón, prefiero dejar que la vida me sorprenda y me lleve a lugares insospechados con gente que me tome por sorpresa. Y así fue como comencé a notar su espalda en “V”, no exagerada, pero lo suficientemente delineada para notar como la camisa le queda como dibujada en los hombros, pero resultaba evidente que abotonarla del pecho le era complicado. Era la época del slim fit y su cuerpo apenas cabía en esa funda. Sus manos eran notablemente más grandes que las mías y sus obesos dedos ya me estaban creando fantasías.

Le miraba sus ojos negros y esos labios carnosos que deseaba morder cuando volví de la imaginación al escuchar el vibrador de su teléfono.

“Discúlpa, olvidé apagarlo” – comentó.

“No es necesario, al final estamos en horario laboral” – respondí.

“Hoy no. Hoy necesito saber si la mujer con la que he dialogado durante semanas es cuanto he imaginado” – JC.

La curiosidad ha matado a más de un gato, pensé. Pero en lugar de decirlo, le guiñé un ojo y le sugerí que fuéramos a tomar una copa a otro lugar.

Nos levantamos y él pidió su auto al valet parking. Me abrió la puerta y me guio al interior del vehículo con un toque de cintura. Bastó solo eso para estremecerme nuevamente. Después de una cuadra, le comencé a acariciar el cabello con suavidad y casi como una sugerencia y sin dudarlo, le pedí que me llevara a un hotel.

“Me encantan las mujeres que saben lo que quieren y no tienen miedo a expresarlo” – JC

“Me fascinan los hombres que no se sienten intimidados ante una mujer que toma la iniciativa” – contesté.

Conducía por una avenida cuando sentía perfectamente como iniciaba a invadirme la ansiedad, esa sensación de taquicardia que te desborda el pecho y te provoca agitación. He notado que hasta la mirada me cambia, es como una droga que me intoxica y me transforma el comportamiento. Descaradamente empecé a tocarle el pecho, le metía la mano entre los botones de la camisa para sentirle esos músculos que me impresionaron al verlo. Era muy claro que le gustaba lo que hacía, su piel se erizó ipso facto y eso para mí es la luz verde más grande que conozco.

Mis caricias se volvieron un manoseo descarado, él se puso nervioso, me acerqué y mordisqué ligeramente el lóbulo de su oreja, le susurré muy despacio al oído…

“Apúrate porque te traigo muchas ganas.” – le sugerí.

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