Después de haber tenido mi sesión de amor con Eduardo, quise reponer el tiempo perdido por culpa de la pandemia con mis burros lecheros. Me comuniqué con Pablo a la universidad donde trabaja. Él se mudó desde hace muchos años al norte del país, donde le ofrecieron muy buenas condiciones para continuar su desarrollo profesional, además de las ventajas que tenía su campo profesional en esa región. Nos veíamos al menos un par de veces al año, cuando venía a algún congreso o reunión de trabajo con cierta compañía que lo contrata frecuentemente, también cuando volaba solo a otro país de sur y planeaba en la CDMX el trasbordo para vernos. Desde que nos conocimos supe que él admiraba a mi esposo por lo que conoció de él en sus estudios de posgrado. ¡Qué bueno que yo fui primero!, de lo contrario, un muchacho unos ocho años menor que yo, por muy inteligente que fuera, seguramente se hubiera inhibido al saber que Saúl era mi marido. Lo bueno fue que hicimos el amor muy rico varias veces y ya estaba en mi hato para cuando supo quién era yo.
Quedamos en vernos una semana después ya que casualmente pasaría por aquí para ir a Argentina. Me puse a fantasear en qué nuevas cosas de sexo podría ofrecerle a este sesentón, incluso me puse a hacerle un suéter para que lo usara en el próximo invierno en Buenos Aires, en fin, ¡yo estaba como chicuela enamorada! Eso merecía el festejo de que ya estaba vacunada para ver a mi segundo macho, pero…
En el Facebook vi una invitación a la presentación de un libro. La anunciaban en un espacio amplio, pero advertían que se debía hacer una reservación pues el aforo sería reducido. Se trataba de un poemario de un prometedor poeta en ciernes, pero lo que me llamó la atención fue que entre los presentadores estaría Othón. “¡Ups, yo quiero ir!” Le dije a Saúl leyéndole el anuncio, y callando lo de Othón, pero me contestó que ese día en la tarde él ya tenía un compromiso en la Facultad para atender a tres tesistas. “Bueno, veré cómo llegar allá”, le contesté si darle mayor importancia.
Mi interés por ir, se debía a que a Othón lo veía con menos regularidad ya que vivía en Baja California y casi siempre que venía a la CDMX lo hacía acompañado de su esposa. De inmediato aparté mi lugar. “¿Vendrás solo a la presentación del miércoles?”, le pregunté en un Whatsapp. Por contestación recibí una llamada telefónica, contesté y me fui a mi recámara. En resumen, me dijo que sólo vendría a eso y que regresaría en el vuelo de la noche. Se trataba de un compromiso por la amistad de él con el autor del poemario, quien consiguió los viáticos. Arregló las cosas para que yo lo recibiera en el aeropuerto y después de “saludarnos”, lo llevara al evento, en donde su amigo se haría cargo del resto de las atenciones.
Ese día, cuando Saúl se fue al deportivo, le recordé que en la tarde iría a la presentación del libro. “No te preocupes, yo comeré en el Club”, dijo como contestación y salí unos minutos después de él. Llegué justo a tiempo, estaban anunciando la llegada del vuelo, así que apenas cruzó la puerta de salida lo recibí con un abrazo y él fue quien me besó, además de hacerme sentir su erección.
–¡Uy, te duró el Viagra de despedida! –le dije bajando discretamente mi mano besándolo en la mejilla al tiempo que lo sobaba.
–La verdad, no. No hubo tiempo para despedirme así de mi esposa, fue tu olor –me contestó tomándome de la cintura y dándome un beso en el cuello antes de emprender el camino a la salida.
–¡Qué malo eres! A mí sí me dieron los buenos días, aunque lo disfruté más al pensar en lo que te haría…
Platicamos de generalidades antes de subir al auto y enfilé al motel donde estuvimos la primera vez. Él sonrió cuando entramos. Me adelanté a pedir la habitación para hacer yo el pago en efectivo y puso una cara molesta.
–Tú eres el invitado, todos tus gastos están pagados, y mientras yo usufructúe tu estancia, yo pagaré por ello –dije y él sonrió tomando la tarjeta magnética correspondiente al cuarto.
A entrar a la habitación, nos desnudamos entre besos y nos metimos a bañar, porque él lo pidió así, ya que salió muy temprano de Tijuana, y no tuvo tiempo de bañarse. Yo me puse una gorra desechable de las que ofrecen en el hotel. Sí, allí fue la primera sesión de amor. Le pedí que me penetrara por el ano, como la primera vez que lo hice así, ya que él fue quien me lo inauguró (tiempo antes se lo había pedido a Eduardo y a Saúl, pero no quisieron).
–¡Puta, sigues igual de puta! –decía mientras me cogía bárbaramente.
–¡Disfrútalo, mi amor, es tuyo, para eso lo abriste! –le gritaba, sabedora que su esposa no quería dejar que él se la cogiera por allí.
Se vino riquísimo y me puse en cuclillas para lavárselo y chuparlo extrayendo la miel que estaba aún en el tronco. Mientras le daba esa alegría, yo me enjuagaba el trasero y me metía el dedo en el recto para que salieran las heces revueltas con semen que más se pudiera. Terminamos de bañarnos y al salir nos secamos uno al otro. Su pene volvió a crecer. “¿Estás seguro de que no tomaste pastillita azul?”, le dije melosamente estirándole el tronco y las bolas con la toalla.
–La tomé una hora antes de irme a acostar y yo creo que se me gastó con mi mujer porque me dio mucha batalla, pero, como siempre, se negó a que le diera por atrás –dijo hincándose atrás de mí, contemplando mi ano aún abierto–, lo bueno es que éste culito sí me ama.
–Es tuyo, mi amor, ya te lo dije…
–¿A poco yo soy el único usuario? –preguntó y me dio una fuerte nalgada.
–Mmmh, no, pero son muy pocas las veces que otro lo usa, generalmente cuando yo lo pido, y a ti ¡siempre te lo pido! –le contesté jalándolo hacia a la cama, agarrándolo de la verga, claro.
Othón siempre trajo el pito parado y yo no le creí que no hubiese tomado algo, ya está cerca de los 70, pero tuve que creérselo al recordar la súper cogida que me dio unos días antes Eduardo, de 75 y también con una pastilla la noche anterior. Lo disfruté en todas las posiciones que me puso y las dos regadas que me dio en la pepa. Acabé cansadísima, pues algunas de las posiciones eran para cirqueros, incluido el 69, estando el de pie y sosteniéndome cargada por varios minutos, hasta que le pedí que me bajara porque sentía la cabeza llena de sangre. Descansamos y salimos a comer, cerca del lugar donde él se presentaría.
–¡Qué hombre! –le dije cuando acaricié su pene bajo los manteles y ¡se le puso rígido de inmediato!
–¡Qué mujer! –me contestó haciendo lo propio y sintiendo lo mojado de mi vagina.
–¡Qué mujer tan puta! –dijo al oler los dedos que me había metido en la panocha– ¡Me tocó pelito! –expresó mostrándome un vello que tenía pegado en el dedo y lo echó a la copa de vino para tomar el último trago.
Pedí la cuenta al mesero, precisando que me la trajera a mí y que le pagaría con tarjeta. Othón volvió a sonreír y al retirarse el mesero me dijo “Esta puta me sigue usufructuando…”
Othón siempre me trata verbalmente de puta cuando estamos solos. “Te amo, putita”, me dijo al despedirse de mí en la entrada del recinto. “Gracias por la cogida que le diste a esta puta”, fue mi respuesta y se metió a buscar a su amigo. Yo esperé a que abrieran la puerta al público para entrar. Todo transcurrió normalmente. Cuando el maestro de ceremonias concluyó el acto, y antes de invitar a la firma de libros, agradeció especialmente a Othón por las casi siete horas de vuelo que habría de cumplir ese día para estar presente. Othón agradeció diciendo “Fue enormemente grato venirme” viéndome directamente a mí. Se quedaron los que querían autógrafos, incluso vi que algunas personas habían llevado libros de Othón para que se los firmara. A una chica le señalé el libro que traía y le dije “El autor es muy bueno, hoy me dio tres firmas antes de que empezara este acto”. La muchacha sonrió afirmativamente, bajó la vista buscando los libros firmados, desconcertándose al ver que yo no traía libros, y me despedí de ella. Al salir, vi que Saúl estaba en el vestíbulo y fui hacia él.
–¿Dónde estabas, que no te vi?
–Llegué tarde y ya no me dejaron pasar “El cupo máximo permitido está completo”, me dijeron y me fui a la casa a dejar mi auto. Regresé en taxi para que nos fuéramos a cenar.
–¡Ah, qué bueno! –le dije tomándolo de la mano para ir por el auto– lo dejé a donde fui a comer, cenemos allí.
Después de lavarnos las manos, nos sentamos. Él se acercó a mí, olisqueándome el pelo y la ropa. “¿Qué pasa, mi amor?”, le pregunté, “¿No me lavé bien?”, insistí.
–Es que hueles muy rico, ¡hueles a puta muy cogida, Nena! –me dijo aspirando más hondo.
Afortunadamente llegó el mesero con la carta, yo pedí algo ligero y Saúl pidió langostinos y un coctel de ostiones. “En lugar de la pastilla, servirá esto y el perfume que traes” dijo y me quedé pensando qué tanto sabría de lo que había hecho yo. Sacó su celular, buscó algo en Internet, lo leyó y me empezó a besar guardando su teléfono. Me besó y me metió la mano hasta entrar en mi vagina. Cuando la sacó, olió los dedos, los chupó y exclamó “¡Fue Othón el que se cogió a mi Nena puta!”
–¡Qué te pasa, baja la voz! –exclamé en voz baja.
–Ay mi Nena, como si no te conociera… –dijo volviendo a meterme la mano entre las piernas y al sacarla volvió a chuparse los dedos.
–¿A poco los reconoces por el sabor? –pregunté asombrada.
–A veces…
–No te creo –respondí enfática.
–Sí olí tu perfume de puta: muy cogida, y se me paró automáticamente. Probé tu flujo y comprobé que sabía a atole casi recién hecho. Busqué en Internet y vi el anuncio que me mostraste, allí comprobé que estuvo Othón aquí. Es más, apostaría que comieron en esta mesa o en la de junto –afirmó sorprendiéndome más.
Volteé hacia la otra mesa, que fue donde habíamos estado, y vi que tenía el letrero de “No usar. Conserve la sana distancia”, seguramente los cambian de lugar cuando su van unos clientes y antes de que lleguen otros. ¡Llevamos casi cincuenta años de casados y siempre ha descubierto mis andanzas! La cena transcurrió tranquilamente, pues no quise volver a tocar el tema. Con mi silencio al respecto, acepté mi desliz. Al finalizar, pedí la cuenta para acelerar el trámite. El mesero me trajo la cuenta, lo cual no pasó desapercibido a Saúl, pues sonrió, y pagué con mi tarjeta. Sí, era el mismo que nos había atendido a Othón y a mí…
Al llegar a la casa, me empezó a desvestir dándome besos. “Te amo puta, mi Nena”, me dijo con ternura. En la cama volvió a cubrirme de besos, me volteó boca abajo y me dio más besos, desde la nuca a los pies. Después me dio muchos en la nalga donde me había golpeado Othón, que seguramente conservaba alguna marca roja. “¿Te dolió, Nena?”, me dijo al sobármela. Me puso en cuatro y me di cuenta que el pene estaba enorme.
–Te disfrutó como les gusta, Nena. ¡Ahora me toca a mí! –dijo, metiéndomela de golpe en el culo y empezó a moverse frenéticamente, de nada servían mis gritos de dolor por la enculada en frío que me dio– ¡Qué rica puta me tocó! –gritó al venirse con dos chorros en mi cola.
Me empujó las piernas para que yo quedara acostada y se quedó ahí, ensartado como perro. Yo lloraba, no sé si de dolor o de felicidad. Me limpió con la lengua las lágrimas que me escurrían del lado donde asomó su cabeza y dijo tiernamente “Yo también te amo”. No sé si asumía que yo lo amaba, o si se refería a que Othón me amaba. No tenía sentido preguntarle.
Nos metimos bajo las cobijas y dormimos. A las pocas horas me desperté porque Saúl me estaba chupando divinamente la vagina, le tomé de la cabeza y la apreté fuerte contra mi pubis, flexioné un poco las piernas para atrapar también con ellas la cabeza y me pajeé riquísimo viniéndome a chorros que tragaba mi cornudo. En la mañana sólo dijo “Gracias por el atole que me hicieron, Nena puta” y se subió en mí para venirse una vez más. “Te amo, Nena. Buenos días”, me dijo antes de irse a bañar. Yo me quedé pensando “¿Éste a qué hora se tomó la pastilla?” y como si hubiera adivinado, antes de cerrar la puerta dijo “Los mariscos y, sobre todo, el atole de puta son buen afrodisiaco”.