Renata, una mujer de 44 años, muy delgada, estaba llorando sentada a la mesa de la cocina enfrente de una botella de vino blanco medio vacía. Su hijo Anselmo, un joven de 24 años, moreno, alto y fuerte, al entrar en la cocina y ver cómo lloraba, le preguntó:
-¿Qué te pasa, mamá?
Renata cogió el vaso mediado de vino, se lo bebió, y con la cabeza baja le respondió:
-Tu padre me dejó. Se fue con otra. Todo es culpa mía. ¡Estoy seca cómo un bacalao!
Anselmo, que se llamaba cómo su padre, trató de consolarla.
-Tú estás de buen ver, mamá.
-¿De buen ver? ¡Solo miran para mí los perros y miran porque ven muchos huesos.
-Te subestimas, padre si se fue con otra es porque toda su vida fue un putero.
-En eso llevas razón. ¿Pero cómo voy a vivir sin su sueldo?
-Viviremos con el mío.
-Tú un día te irás. ¿Y después qué va a ser de mí?
-No me voy a ir, no ahora que te tengo para mí solo.
A Renata le sonó la voz de alarma.
-Espero que no estés insinuando lo que estoy pensando.
-Sí, te estoy diciendo lo mismo que te dije hace dos años después de dejarte padre por primera vez, que te quiero para mí solo.
-Aunque tu padre no hubiese regresado nada hubiese ocurrido entre tú y yo, y lo sabes.
Anselmo se puso filosófico.
-Solo sé que no sé nada.
Renata no estaba para filosofía, se echó otro vaso de vino y le dijo.
-Todos sabemos lo que sabemos y yo sé que no valgo ni para tomar por culo.
Para Anselmo el culo de su madre era un sueño.
-Ese culito. ¡Ay si yo pillase ese culito! Está para comerlo poquito a poco.
A Renata se le pasó la tristeza momentáneamente y rompió a reír.
-Poco ibas a comer. ¡¿Qué acabo de decir?! El vino ya empieza a hacer efecto.
-Ojalá te emborraches.
-¿Para qué quieres que me emborrache?
-Sería más fácil…
Renata la pilló por el aire.
-¡No, hijo, no! Ni de borracha ni de sobria permitiría que me tocases. ¿No te da vergüenza tener esos sentimientos sucios hacia tu madre?
Anselmo no tenía perjuicios.
-No, pues no creo que sean sucios. Me voy a bañar. ¿Ya has hecho la cena?
Renata se dio con la palma de la mano derecha en la frente.
-¡Qué cabeza la mía!
Anselmo se fue de la cocina. Renata sin cambiarse fue al supermercado a comprar un pollo para cenar. Pollo estofado era la comida favorita de su hijo, y eso le iba a hacer. Cenaron, hablaron más de lo mismo, y luego cada uno se fue para su habitación.
Era el mes de agosto y hacía calor. Renata estaba sobre la cama vestida solo con una enagua blanca cuando entró Anselmo en la habitación. Llegó desnudo y con la polla tiesa. Renata lo vio venir y le dijo:
-Si te metes en mi cama mañana me voy de casa y no me ves más.
Anselmo le preguntó:
-¿No podría masturbarme mientras te miro?
-No, vete.
Anselmo le suplicó.
-Por favor, deja que lo haga.
-No, es no.
Al día siguiente Anselmo volvió y la amenaza fue la misma, al siguiente igual, pero al tercer día Renata, después de hacerse media docena de pajas en dos días, le preguntó:
-¿Si te dejo masturbarte mientras me miras dejarás de molestarme?
-Si tú quieres, sí.
Renata encendió la luz. Anselmo vio los pezones de las tetas de su madre marcándose en la enagua, una enagua negra que le daba muy por encima de las rodillas. Vio sus bellas piernas, piernas que siempre llevaba tapadas con faldas largas y comenzó a menear la polla. Renata vio la mano de su hijo subiendo y bajando por la polla y su coño se empezó a mojar. Cerró los ojos y se quedó quieta, sin mover un músculo y sin decir nada, y nada dijo cuando su hijo le levantó la enagua y se encontró con el negro felpudo de su coño peludo, ni cuando le bajó una asa de la enagua para dejar al descubierto una teta mediana con una areola oscura y un gordo y erecto pezón, ni cuando le paso la polla sobre él, ni cuando se la pasó sobre el otro, ni cuando le pasó la cabeza de la polla entre los labios, ni cuando subió a la cama y se la pasó entre los labios mojados del coño… Se movió cuando le frotó la cabeza de la polla contra el clítoris erecto… Movió su pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo y cuando se corrió sobre su clítoris se corrió ella cómo una loba, diciendo:
-Has hecho que se corra mamá, bandido.
Después de correrse, le preguntó Anselmo a su madre:
-¿Quieres que me vaya?
Renata ya estaba demasiado cachonda cómo para andarse con tonterías.
-Lo malo ya lo hemos hecho. Si algún día pagamos por ello que sea por haber pecado a conciencia.
-¿Qué quieres que te haga?
-Hace años que no me comen el coño ni el culo, y creo que a ti te gusta hacer esas cochinadas.
-Gustan, mamá, gustan.
Renata quitó la enagua y se puso a cuatro patas. Anselmo le acarició las nalgas, se las besó y se las lamió antes de pasar su lengua por el coño empapada. Luego subió para lamer su ojete. Estuvo lamiendo y acariciando sus nalgas, su coño y su ojete un par de minutos, después le metió el dedo pulgar en el coño y le lamió y le folló el ojete con la punta de la lengua. El pulgar dio paso a dos dedos, y estos dos dieron paso a tres dedos, dedos que entraban y salían de su coño al mismo compás que su lengua entraba y salía del ojete. Renata llegó un momento que echaba por fuera y se lo dijo:
-¡Voy a correrme, hijo!
Anselmo la siguió masturbando con los dedos y la lengua hasta que Renata descargó.
-¡Me corro!
Mientras se corría, Anselmo le metió la polla empalmada en el coño y la folló a romper. Renata jadeaba cómo una perra. La nalgueó con las dos manos y le dio leña. Al rato se volvió a correr en su polla.
Al acabar de correrse, Anselmo quitó la polla empapada y se la frotó en el culo, luego mientras se la metía, Renata le dijo:
-¡Me guuusta!
La folló a romper de nuevo, pero a Renata le encantaba, tanto le gustaba que con dos dedos comenzó a frotar su clítoris y cuando su hijo le llenó el culo de leche ella volvió a descargar cómo una cerda, diciendo:
-¡Me corro otra vez!
La cosa no acabó ahí. Anselmo quería probar los labios de su madre, y los probó, probó el sabor de sus labios, de su lengua, el de sus pezones, el de sus areolas, el sabor salado del sudor de sus axilas peludas, el de su vientre, el de su ombligo y luego bajó a su coño, lo abrió con dos dedos y vio que estaba encharcado, lamió de abajo a arriba para limpiarlo y tragó los jugos. Le enterró la lengua en el coño y después volvió a tragar. A continuación fue lamiendo y chupando un labio, el otro, un labio, el otro… Luego con un dedo le echó el capuchón del clítoris hacia atrás y lamió y chupó el glande erecto. Después le cogió el culo con las dos manos, lo levantó y le lamió y folló el ojete con la lengua. Renata estaba perra, muy perra. Anselmo puso la lengua plana entre los labios del coño de su madre, y le dijo:
-Dámela en la boca, mamá, dámela.
Renata volvió a mover la pelvis y babeando por el coño cómo babea un caracol se corrió en la boca de su hijo con una fuerza brutal, exclamando:
-¡¡¡Diossss!!!
Anselmo siguió follando a su madre, esa noche y después de regresar su padre.
Quique.