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El regalo: Un antes y un después (Decimoctava parte)
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Tiempo de lectura: 19 minutos

«Trágame tierra y escúpeme bien lejos de aquí». ¡Ojala en una isla desierta! —Pensé aquel mediodía.

—¿Pues de cual Silvia va a ser? Pues de la esposa de Rocky. ¿Acaso a cual otra Silvia conoces? —Le preguntó Almudena a Martha y ésta, mirándome fijamente con mucha intriga, me preguntó…

—Rodrigo, tú… Silvia tu esposa. ¿Es la misma mujer que trabaja para mi esposo? —Me preguntó Martha y yo no hallaba palabras para responderle. La mascarada de mi inocente amistad se había ido al suelo.

—Martha, yo… —Pero ella me interrumpió, golpeando con sus dos manos la mesa de cristal, haciendo saltar y luego caer dando tumbos peligrosamente, el envase de mi cerveza. Y luego plantándose frente a mí, con una fiera mirada de un intenso verde oscuro que nunca había visto yo en ella y en la cual ya no existía aquel misceláneo brillo de miel y caramelo, Martha aspiró suficiente aire por su boca para posteriormente darme una sonora bofetada. Mi cara hacia el lado derecho, ardiente y ella, tan solo empezó a sollozar.

—A ver, a ver… ¿Pero qué coño está pasando aquí? ¿Es que acaso empezaron las romerías y las verbenas de San Isidro y no me he enterado? —Vociferó Almudena interponiendo su cuerpo entre Martha y yo.

—Me… ¡Tú me has engañado Rodrigo! —Y Martha cubriendo su rostro con las manos, se dejó caer con su pesada decepción en una de las sillas, mientras que Almudena no daba crédito a las palabras de su íntima amiga.

—Martha, preciosa te juro que todo esto ha sido una maldita casualidad. Yo no te busqué ni mi intención ha sido engañarte. —Le hablé asustado a Martha, hincando una rodilla sobre la baldosa y con una mano puesta sobre su rodilla. Mi otra mano por supuesto, sobándome aun la mejilla.

—No te creo, no creo nada. ¡Eres un hijo de…! Vete Rodrigo, no te quiero volver a ver en mi vida. —Me respondió Martha, apartando mi mano de su rodilla con bastante brusquedad.

—¡Vamos tesoros, tómense un respiro! —Intervino de improviso Almudena, colocando un brazo sobre el hombro de su amiga y el otro sujetando mi antebrazo–. ¡Que yo no estoy pintada en la pared!… ¡Joder!

—A ver, se calman los dos y me van contando en grupitos de a uno, que es lo que sucede aquí. ¡Empieza tú Rocky que te noto más calmado! —Me ordenó y llenándome de valor, tomando mi cerveza y encendiendo un nuevo cigarrillo, recorrí aquellos cuatro pasos hasta alcanzar el borde del jacuzzi y sentarme, para desde allí, a aquellas dos mujeres exponerles mi verdad.

—Por dónde empezar… Hummm, mira Almudena, hace varios días atrás mí… La normalidad de mi vida y la de mi matrimonio se vio afectada por la decisión de Martha, de tener sexo en su casa con un amante, a sabiendas de que era observada, filmada por unas cámaras instaladas por su esposo. Y Silvia sin quererlo, se fue convirtiendo en el paño de lágrimas y lamentablemente en la desesperada obsesión de su jefe. Un hombre que acababa de descubrir la traición del amor de su vida.

Almudena de pie, no daba crédito a lo que escuchaba, entre tanto Martha ya más calmada, aunque aun mirándome con recelo, también me prestaba su entera atención.

—¡Sí! Almudena, Silvia mi esposa, es la asistente que aquí Martha desea convertir en mártir para ganar su pleito amoroso con su marido. Y mirando concretamente a Martha, continúe.

—A mi mujer le ha tocado paladear con la amargura y la tristeza de tu esposo. ¿Sabes que se emborrachó en una habitación de un hotel? ¿Y que contrató los servicios de una acompañante? ¡Pero tranquila! No fue capaz de hacer nada, según me dijo mi esposa. Sí Martha, tal cual lo vaticinaste. Pero a mi mujer si la llamó para que lo rescatara de su abismo. Y a mí con tu decisión, me ha tocado el papel de víctima en todo esto. Porque sí, me duele, me molesta ver como mi mujer es asediada por un hombre que ha perdido la fe en su mujer y que ahora busca unos brazos ajenos en los cuales hallar consuelo. ¡Y no estoy dispuesto a permitirlo! No con Silvia, no con mi amor.

Almudena, se acercó hasta la mesita que soportaba el peso de la bandeja y sonriendo, apoyó sus brazos en las caderas y con los codos un poco echados para atrás, nos dijo…

—Bueno, ¡Vaya novela! Está como para alquilar balcón. Rocky, ¿quieres otra cerveza o prefieres algo más fuerte? Y tú, Martha querida, ¿otra copa de este espumoso francés? Vamos tesoros, aparten esas caras largas que aquí estoy yo para brindarles la solución. —Y Martha me entregó una nueva cerveza fría y se encaminó hasta la mesa con las dos copas colmadas de champán. Se sentó junto a su amiga y con su mano izquierda agitándola, me indicó que continuara.

—Pero Martha, no te busqué ni propicié nuestro encuentro. Todo ha sido fortuito, hemos sido los dos, víctimas de las circunstancias. Tú, tratando de salvar tu matrimonio y yo, por supuesto el mío. Como tres aristas de un mismo triángulo, les recalqué. Mi esposa Silvia deseada por tu esposo Hugo, ellos dos por un lado entre un sí y un tal vez; tú en el otro, tratando de concretar un affaire entre ellos, para obtener tu exoneración y yo por último, intentando de evitar que suceda, para que no se repita mi dolor.

Di un sorbo largo al poco contenido de la botella, con otro más corto, inicié a beber de la nueva. Y mi cigarrillo a medias, se consumía solo entre mis dedos. Me acerqué despacio hasta la mesa, finiquité las lumbres del tabaco, oprimiéndolo con firmeza contra el fondo acristalado del cenicero.

—No te conocía, ni sabía de tu existencia hasta el día aquel, que como me has contado, tu esposo invitó a Silvia a almorzar. Ese mediodía, llovía. ¿Lo recuerdas? Yo sin saberlo me atravesé en tu vida. Era el hombre que corría para refugiarse de la lluvia y tu casi me atropellas a la entrada de aquellas oficinas. Y luego nos cruzamos al salir tú del ascensor y yo, atormentado con tantas sospechas y por no hallar a mi esposa, entraba en el elevador, pensando en qué la había cagado con mi mujer.

Martha agachó su cabeza, buscando tal vez en su mente, rememorar aquellos momentos. Y yo, proseguí con el alegato de mi defensa.

—Luego, en aquella curva del camino, reconocí tu pequeño deportivo al verlo, pero adicionalmente a ello, tus elegantes movimientos, la altivez de tu belleza, esa delicada voz y aquellas gafas oscuras que llevabas sobre tu cabeza, me confirmaron quien creía yo que eras tú. El café fue la excusa perfecta para conocer un poco más de toda la historia que mi mujer ya me había relatado y no creí a cabalidad. Necesitaba confirmar su relato por otras fuentes y saber un poco más de ti, por qué habías hecho lo que hiciste. Confronté tu historia y la de mi esposa.

—Sentí mucha lastima por ti, pero también y no lo niego, nació en mi un cariño especial hacia ti, porque aunque puedan ser válidas tus razones, Martha… Preciosa, tus actos te han condenado. Y sentí por igual, pesar por tu esposo. Sí mujer y no me mires así, pues como hombre que soy, entiendo bastante su proceder, aunque ello me afecta y pone en riesgo la estabilidad de mi matrimonio. —¡Pufff! Suspiré y elevando mi mirada hacia el firmamento, dos tragos seguidos de cerveza terminé por beber.

—Y comprendo también a mi esposa, su nervioso distanciamiento, su acomodada sinceridad, repentina consideración hacia una persona que antes de todo esto, ella pasaba de largo. Me alejaba Silvia y mentía, porque ella ya fue protagonista de una traición; me hizo vivir la desolación de la infidelidad, por ello Martha, Silvia está ahora de parte de tu esposo y por eso mismo es que ahora te digo, y a ti también Almudena, que su tramoya no está bien diseñada y se les caerá al piso. Eso de involucrar a mi mujer con su jefe, no va a poder ser.

Tanto Martha como Almudena, se miraron entre sí, con preocupación. Martha seria, y en el rostro de Almudena su sonrisa inicial, desaparecía.

—No porque yo se lo prohíba o la obstaculice, sino porque ahora estoy completamente seguro de que ella no va a volver a traicionarme, porque en estos momentos ella revive situaciones de un pasado que se juró no repetir. Todo esto es solo un espejo, donde ella se observa años después de lo que me hizo, y entiende bien el dolor, el sufrimiento que pasé por su perfidia y no, ¡créanme! Silvia no lo volverá a hacer. Mi esposa y tu esposo no van a tener ningún tipo de relación, aparte de la estrictamente laboral. Lo siento pero su plan no va a funcionar. Y Martha, no me acerqué a ti para engañarte, solo quería saber más de ti y de la relación que llevas con tu esposo. Eres una mujer muy bella, elegante y seductora, pero cometiste el error de no hablar con tu marido antes de actuar y míranos, tú deseas algo que yo no estoy dispuesto a entregar. Y bien eso es todo lo que tenía por decir.

¡Puff! resoplé y a continuación di otro sorbo a la cerveza. Me senté en una silla en frente de las dos mujeres. Me había quitado un peso de encima. Había expuesto con sinceridad lo que pensaba y lo que sentía.

—¡Rodrigo!… —Me dijo Martha, ya volviendo a brillar en sus ojos el color miel con chispitas de caramelo–. Discúlpame, lo siento de verdad. Yo no sabía que la mujer que había hablado por teléfono con mi marido esa noche en nuestro portal era tu esposa y cuando los vi tan… ¡Tan compenetrados! pues… Y después de haberle insistido a Hugo en acostarse con cuanta mujer se le pusiera a tiro y el negarse, aduciendo que jamás se acostaría con cualquier mujer, pues yo solo vi en tu esposa, una brecha por donde poder escabullirme de mi error y recomponer la herida autoestima de mi esposo, si lograba emparejar las cosas con él. Con la ayuda de quien ahora me entero que es tu esposa.

—Hace poco averigüé que era una mujer colombiana y que estaba casada. Discúlpame tesoro, no pretendí destruir tu matrimonio y no quiero corazón, hacerte sufrir. Tú… No sé qué me has hecho, pero tienes algo que me hace sentir joven, revitalizada al estar a tu lado. No quiero perder mi vínculo contigo Rodrigo, dolería mucho perderte ahora, dilapidar la amistad que en ti he encontrado. ¡Me haces feliz! ¿Me perdonas? —Y yo bastante sorprendido por aquella sincera declaración, sonreí halagado y posé mi mano sobre una suya, que fue llevada por ella hasta su boca, depositando en el dorso un cariñoso beso de gratitud y posteriormente fue cubierta rápidamente con su otra mano.

—A ver, –dijo Almudena sirviéndose otra copa rosa de champán– todo esto me recuerda un pensamiento de un filósofo francés, ¡Voltaire! si no me falla la memoria. «Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser la causa ignorada de un efecto desconocido». El destino y nadie más que él, ha querido reunirlos por una razón, que al principio no comprendemos ni queremos entender. No fue solo por el azar precisamente, que ustedes dos se conocieran en el camino, ni que tu mujer Silvia, terminara trabajando para el esposo de mi amiga. Se podría decir que ustedes cuatro estaban predestinados a vivir estos momentos. La pregunta que se estarán haciendo ahora ustedes dos, es… ¿Para qué?

Martha separándose de mí, se levantó y caminó hasta el jacuzzi, para meter una de sus manos dentro del agua, quizás aún tibia. Yo, a la corta distancia le veía muy pensativa, nerviosa un poco y girándose hacia su amiga Almudena, preguntó…

—Entonces según tu hipótesis… ¿El destino nos reunió para luego separarnos? Porque por más que lo he intentado, Hugo parece alejarse cada día más y por lo que nos ha contado Rodrigo, su esposa también ha cambiado un poco con él. No sé si ha sido el destino, hilos rojos e invisibles, malabares de la suerte o como lo quieras llamar. Pero si no consigo que Hugo me escuche y comprenda mis sentimientos, no veo otra salida que firmarle esos papeles del divorcio. —Y Martha de nuevo empezó a lagrimear. Almudena se acercó entonces para abrazar con ternura a su amiga y levantando un poco la barbilla de Martha, le dijo…

—¿Y cuáles son esos sentimientos? ¿O son solo temores de verte viviendo sola y que tu esposo no te abandone? ¿Qué él haga de cuenta que aquí no ha pasado nada? ¿Qué quieres tú en realidad, tesoro? ¿Cómo deseas seguir viviendo tu vida? ¿Amargada al lado de un hombre que no quiere cambiar? ¿O feliz junto a otra persona que te haga sentir plena? —Fueron esa tarde muchas las preguntas de Almudena para una Martha, que no se movía a excepción de un ligero temblor en los labios de su entreabierta boca.

—Es que si soy feliz con él. ¡Lo amo, lo prometo! Es… —Martha entretejía entre los dedos sus cabellos con desespero–. Es el padre de mis hijos, es un buen hombre solo que… Con lo que he vivido y sentido, se qué no me hará feliz en la cama. No, si el no cambia, si no aprende. Si no se interesa por brindarme placer, ese que ahora conozco y que siendo tan diferente, deseo compartirlo con él. Y Hugo no quiere darme la oportunidad de enseñarle. Por eso pensé en que estuviera con otra mujer. Pero ahora con todo esto, comprendí que esa mujer debe primero interesarle a él, llamar su atención, hacer que el desee estar con ella. Por eso Silvia era mi única opción.

—¡Tú! tú la viste Almudena, a… A la esposa de Rodrigo. —Al mismo tiempo que señalaba a su amiga con el dedo índice, ella tartamudeaba nerviosa–. Es joven, atractiva, definitivamente muy hermosa. Y… ¡Maldita sea! Rodrigo, se me agota el tiempo, ya con mis hijos aquí, pasaran entre Hugo y yo, unos días en calma pero cuando deban marchar a ese instituto de intercambio en Francia, Hugo ejecutará su amenaza. —Martha respondió a las preguntas de su amiga con la certeza de verse al borde de un abismo, un precipicio que ella por buscar lo que sentía perdido, había hallado demasiado al borde en su vida. ¡Arriesgado! ¿O no?

—Es cierto, –respondió Almudena con celeridad– que con tus acciones generaste en tu esposo una reacción, opuesta a tus iniciales intenciones de hacerle rebelarse, romper con su íntima monotonía y actuar contigo diferente, tal como lo deseabas. Fuiste más allá de lo consentido entre una pareja tan normal, tan tradicional y faltos de experiencias. ¡Tesoro! es que ustedes no se permitieron de jóvenes, disfrutar «con» y «de» otras personas, corazón. Antes de comprometerse a formar una familia. —Almudena se apartó de su amiga, dirigiendo sus pasos y aquella mirada vivaz hacia mí. Su mano alcanzó mi hombro y desde allí entre suaves caricias, la deslizó por mi pecho hasta posarse en mi muslo izquierdo. Dejándola allí, y estirando un poco algunos vellos negros, se acomodó de medio lado junto a mí.

—No podías pretender que al involucrarte con otras parejas sexuales, –continuó Almudena con su intervención– sin el consentimiento de tu marido, su normal decisión sea la de abandonarte y quitarte todo lo legalmente posible. Que sí Martha, que sí. ¡Joder! Qué entiendo tus ganas de descubrir un mundo nuevo y de diferentes sensaciones, pero mujer es que te has pasado y aparte pretender que tú esposo no explotara al verte realizarlo. ¡Puff! Para eso te hizo falta tacto, mesura. Has pensado más con el coño que con la cabeza ¡Mujer! A ustedes dos les faltó honestidad, confianza y mucha comunicación. —Yo me sonreí, pues era básicamente lo mismo que le había comentado a Martha.

—¿Y tú de que te ríes Rodrigo? Acaso… ¿Estas completamente seguro de que tú esposa te ha contado toda la verdad? Mira que una siempre se guarda algo para sí, con tal de no profundizar más alguna herida. ¿Me comprendes? Acaso no ves que tú también obtuviste la misma falta de sinceridad al principio por parte de Silvia, cuando notaste un cambio en ella. No te apresures tesoro, a dar por sentado que ella no se siente atraída por Hugo y que solo es producto de un sentimiento de pesar y benévolo gesto de compasión hacia un jefe traicionado. Si Hugo insiste, puede que alcance su cometido, tengamos en cuenta que pasamos bastante más tiempo en el trabajo que en nuestros propios hogares, y algo más querido… ¡Que Hugo no tiene afán! —¡Mierda! Almudena tenía razón. De hecho la compasiva reacción de Silvia hacia su jefe, le había hecho cambiar notoriamente conmigo, incluso defendiéndolo y anteponiéndolo por delante de mis preocupaciones. ¡Negación! Y en el viaje a Turín… Hugo podría lanzar allí, lejos de su esposa y alejada Silvia de mí, su rastrero ataque.

—Queridos, yo solo veo dos acciones separadas que individualmente, han confluido en una misma dirección. O se unen ustedes dos ahora, o tendrán que soportar la desconfianza, los celos y la angustia de sentir que son los que se van perdiendo. —¿Unirnos? Pensé y un sinfín de contracciones y relajaciones musculares pude percibir recorriendo mi espalda. ¿Frío? No, por supuesto que no era por eso. Era recelo por lo que se avecinaba y Almudena muy ilustrada, lo confirmó.

—Sin embargo lo que ustedes tanto temen, es perder lo que hasta el momento han tenido. Pero el amor no se puede poseer, no es nuestro individualmente, aunque nos parezca que procede de nuestro interior. Sin embargo no se puede decir que amamos, si lo hacemos con el temor a no tenerlo si en el transcurso de nuestros caminos, se comparte. Y ese sentimiento sin dudarlo lo entregamos y lo recibimos, cuando menos lo esperamos. Lo he visto en ustedes, anoche y esta madrugada, entre los dos existe una conexión muy positiva, aunque ahora parezca lo contrario. Entre tu Martha, y tu Rodrigo… Hay un vínculo sentimental, químico y físico, ya engendrado, la espontanea unión a la que se le conoce como «feeling». —Martha y yo nos miramos de manera cómplice y en nuestras caras una sinvergüenza sonrisa de felicidad.

—Ustedes dos dicen amar a sus respectivas parejas, pero si temen perderlas, ese amor nunca existió, pues el amor no se nutre de egoísmos ni de pertenencias. Se ama cuando entregas plenamente y ofreces sin que te pidan nada; se vive amando cuando compartes tus posesiones y por supuesto, si ustedes dos se unen. Se ama con el alma Martha, aunque al hacerlo Rodrigo, lo sientas en el cuerpo. Tengo la plena seguridad que todos… ¡Los cuatro van a poder ser felices! amándose aún más. —¡Un momento! Había dicho… ¿Los cuatro?

—Espera un poco Almudena, según entiendo, nos estas queriendo decir a Martha y a mí, que debemos conseguir que mi esposa no solamente tenga sexo con su jefe, sino que mantengan una relación paralela, ¿si así lo desean? ¿Permitirlo así como así? ¿Ellos dos por allá y Martha y yo por acá? Pero qué idea tan loca, por no decir otra cosa. Es que no te lo puedo creer, Almudena. No me cabe en la cabeza. ¿Quieres que le proponga a mi esposa que no solo se acueste con su jefe sino que viva un romance con él para subir su autoestima? Si estamos como estamos solo por una estúpida insinuación de mi parte para… En fin. ¿Cómo crees que se pondrá cuando le diga…? ¡Oye mi amor! Creo que lo mejor para nosotros, es que te acuestes con tu jefe, a ver si contigo se le despierta el morbo y la pasión. ¡Tranquila mi vida, no te angusties que mientras tanto, su esposa y yo vamos a hacer lo mismo pero en otra parte! Ahhh y después nos encontramos por ahí y vamos a cenar o compartimos unos tragos mientras nos contamos como nos fue y luego cada uno con su cada cual, para su casa como si ni hubiese pasado nada diferente. Jajaja. ¡Por favor!

—Rodrigo, intervino Martha. Yo he entendido otra cosa. —Y acercándose a mí, me tomó del brazo para decirme con determinación, una verdad a la cual yo no le quería dar crédito. ¡Yo te gusto, lo sé. Tú me gustas, mucho. ¿Por qué no poder estar juntos? Tú y yo, tu esposa y mi marido. Como amigos Rodrigo, pero sin mentiras ni tener que escondernos nada de lo que podamos sentir. ¡Ser felices! Sin que exista algún tipo de posesión, de celos. ¿Por qué no poder compartir los cuatro momentos agradables? —Martha eufórica, hablaba con mucha determinación, tanto así que un brillo especial, diferente pude percibir en sus ojos de miel. Pero aquello de compartir algo más que una simple amistad, era imposible de asimilar para mí.

—¿Recuerdas a la pareja y al otro joven que vi aquella tarde en la cafetería? Rodrigo, quiero algo así para mí, contigo. Poder salir por ahí los dos, tal vez de a tres, ojala pudiéramos amarnos los cuatro, sin celos, ni divisiones. Compartir nuestros momentos felices, como lo hemos hecho tú, Almudena y yo. Pero con tu esposa y con Hugo. ¡Intentémoslo! ¡Ayúdame, por favor! Ellos también se atraen. Y así no tendríamos que mentirles para poder estar tú y yo, como lo deseamos. Ocultándonos al igual que ellos dos tendrían que hacerlo. Mentirnos entre todos. ¿No te parece corazón? —¡O no hacerlo nunca! Abstenernos, no volvernos a ver Martha y listo–. Le respondí.

—¿Por qué no podemos ser sinceros con ellos y ellos a su vez, con nosotros dos? Sí ellos también quieren divertirse como lo hemos hecho tú y yo… Rodrigo ¿Qué derecho nos asiste para prohibírselo? Acaso corazón, ¿no has disfrutado conmigo? O es qué… ¿Me has mentido todo este tiempo y no me deseas? Me gustas y me siento muy feliz contigo a mi lado. Eres diferente a mi esposo y tal vez yo sea distinta a tu mujer. Ahí radica lo divertido de todo esto, lo que podríamos explorar, aventurarnos los cuatro a vivir nuevas experiencias. ¿No lo crees a sí? —Me dijo Martha mientras acariciaba con sus manos mis mejillas, para luego abrazarme con fuerza y apoyar su cabeza de medio lado sobre mi pecho.

—¿Y si se enamoran, Martha? ¿Si nos dejan, qué? ¿Te has puesto a pensar en ello? ¡Tu familia, tus hijos, los míos! —Le respondí sintiendo en mi pecho una gran presión.

—Si ellos se enamoran, solo será la respuesta a la pregunta que tanto temes Rodrigo. Tú has expuesto que la adoras, que harías todo para que ella sea feliz. ¿Pero que tanto crees que tu mujer se siente feliz a tu lado con lo que le ofreces? ¿Sera para ella suficiente? Has pensado si en verdad… ¿Ella te ama tanto como lo haces tú? —Respondió Almudena deslizando sus dedos entre mis cabellos, acariciando mi cabeza, que la tenía con tantas ideas, muy revuelta.

—Míralo de esta otra perspectiva. Imagina poder estar con Paola, Martha, quizás yo también si así lo deseas. ¿Te parecemos atractivas?, ¿Te gustamos? ¡Sí! Tesoro, no tienes que mentir. Lo he visto en tus ojos y tú, por supuesto a nosotras también. Silvia y Hugo, se pueden gustar también, quien sabe si alguien más pueda aparecer por ahí, tantas personas que se nos atraviesan en el trabajo, en ese viaje. ¡Rocky! Cariño… Aquí no se trata de restar ni dividir, cuando podríamos sumar y multiplicar ese sentimiento de amor. Ofreciendo Rocky, otorgando libertad. Depositando total confianza en la persona que dices tanto amar y con la plena seguridad de que también vas a recibirla, en igual proporción.—Es una prueba muy grande Almudena, la verdad no me siento dispuesto a afrontarla, ni a dar un paso más. ¡Necesito pensarlo! y además… Un cigarrillo.

Y encendiendo rápidamente uno, fui yo el que se dirigió hacia el jacuzzi para sentarme en el borde y notar que tiritaba. ¿Será que Silvia si me ama? Pensé, mientras que la maldita incertidumbre me carcomía por dentro y sobre las baldosas del piso, algunas goteras se negaban a evaporarse, por el sol del mediodía.

—¡Señora Almudena! Ya está la mesa dispuesta. —Fueron las palabras de una mujer joven, delgada y morena. Vestida con uniforme negro de ribetes rojos y delantal blanco y que sin saberlo, me dio en esa tarde, el conteo de segundos necesarios para respirar y recomponerme, mentalmente.

—¡Bueno queridos, vayamos entonces a almorzar! —Nos invitó alegre, la anfitriona.

¡Juepu…! ¿Pero qué mierdas está pasando aquí? Esa fue la palabrota que se me escapó y la pregunta que se vino rauda a mi mente, al terminar la llamada con mi esposo.

¿Pero cómo era posible que Rodrigo estuviera en pelotas con otra mujer y todos tan tranquilos? Se me hizo primero un nudo en la garganta y un horrible vacío sentí en la boca de mi estómago. Pulsaciones alocadas, latidos descoordinados, la ansiedad por saber la verdad. Y claro, mi disgusto fue en aumento, pues yo estuve todo el tiempo preocupada por saber cómo había pasado la noche, imaginándome su soledad y seguramente su tristeza por estar los dos distanciados y disgustados.

Cuando observé a aquella mujer desnuda pasar por detrás de él, se vinieron a mi mente cantidad de imágenes, donde ella y mi esposo, habían sostenido relaciones sexuales. Gestos y poses, gritos y gemidos. Visualicé sus besos, húmedos y apasionados sobre aquellos senos con pezones complementados por aquellos aros colgantes; las probables caricias de Rodrigo tan conocidas por mí recorriendo su piel, ocultándose con parsimonia en el medio de aquel pubis tatuado y por supuesto, la rigurosa frecuencia de profundas embestidas de la verga de Rodrigo dentro de la vagina de aquella mujer, otorgándose placer. Sí, todo un carrusel de pornográficas tomas en diferentes planos y secuencias que martillearon mi cabeza y martirizaban el corazón.

Pero cuando esa mujer tomo el teléfono de Rodrigo y me fue hablando con tanta naturalidad, como si para ella aquello fuera muy normal o demasiado cotidiano, reaccioné. Mientras escuchaba sus palabras, las razones para estar así los dos desnudos junto a aquel espumoso jacuzzi, me fui calmando, razonando más y más. La escuchaba pero yo no le prestaba mucha atención, pues a medida que ella me hablaba, yo me mentalizaba, analizando y comparando. Rodrigo y ella… ¡Mi jefe y yo! Situaciones parecidas que simulaban ser lo que no eran, al menos de lo que conmigo nunca terminó por suceder. Tal vez a Rodrigo le sucedió algo similar.

Y di entonces a mi esposo un voto de confianza, el que yo pedía con rigurosidad a cambio en él. Tal vez si me viera serena, hablándoles con normalidad, pudiera por fin hacerle entrar en razón de que yo no tenía previsto, serle infiel otra vez. ¡Seguridad! Rodrigo tendría que hacerle frente a una situación anormal entre los dos, separados por kilómetros como pocas veces había sucedido, el solo aquí en la ciudad y yo, acompañada por aquel a quien sin querer tentaba, distante a un viaje que estaba ya a la vuelta de la esquina.

En fin, tomando un buen respiro, me dediqué por completo a disfrutar de aquel paseo con mis hijos, mi madre y mi padrastro. Después de almuerzo con seguridad Rodrigo me llamaría y podríamos dialogar más.

—Sabes Silvia… —me dijo Alonso mientras terminaba de darle el almuerzo a mi pequeño terremoto y madre ayudaba a limpiarse las manos a mi hija. —Hay unos senderos muy hermosos para caminar, aunque si lo prefieres con la entrada tendrás derecho a pasar unas horas en las tirolinas.

—¿En las que? —Le pregunté.

—¡Vamos hija, pero en qué mundo vives! Pues una cuerda atada de un lado, para ir hasta el otro extremo y por donde te lanzas colina abajo, es muy divertido pero ya sabes que por mi situación cardiaca, no puedo divertirme como antes, qué más quisiera. ¡Pero tú sí! —¿Yo? ¡Ni loca! Le tengo pánico a las alturas, con aguantarme los nervios de montarme todos los días en el elevador diez pisos hasta arriba y otra decena para abajo, para mí es más que suficiente emoción. ¡Por supuesto que no!

—Pero llevemos a los niños, estarán seguros y se divertirán, entre tanto podremos caminar por ahí. —Bueno, eso sí puede ser–. Le termine por decir.

¡No nací con alas, por algo será! Y justo después de recoger todo, nos encaminamos con los niños hacia allí. Mi mamá con mi hija de la mano y mi chiquillo sobre los hombros de mi padrastro. Caminamos un corto trayecto para llegar hasta la zona designada para los más pequeños. Mi mamá como siempre desconfiaba, averiguaba como era, a que altura, cuanto demoraba, quien los iba a recibir del otro lado, en fin, que Alonso me miraba, encogiéndose de hombros y yo un poco avergonzada, tiraba hacia atrás del brazo de mi madre.

—¿ Silvia?… ¡Silvia! —Escuché tras de mí.

¿Esa voz?… ¡Válgame Dios! ¿También por acá?

Y entonces girándome la observé sonriente y acompañada.

—¡Amanda! ¿Pero qué haces tú por aquí mujer? —Y acercándonos nos dimos los consabidos dos besos y un fuerte abrazo.

—Pues qué quieres te diga. Que me gustan mucho los deportes extremos y la aventura, así que junto a esta, hemos tomado el autobús, decididas a lanzarnos por la tirolina y disfrutar de esta tarde de sol. Sentir un poco la emoción y el vértigo. Ahh, mira Silvia te presento a mi amiga y compañera de piso. Me tocó traérmela casi a regañadientes. —Me dijo mientras yo repasaba de arriba para abajo a aquella mujer que la acompañaba.

—Hola preciosa, soy Silvia, mucho gusto. —El placer es mío, soy Eva. —Me respondió.

—La compañera de piso que se tiene que aguantar las ideas disparatadas de esta loca. Y es que mira Silvia, le tocaba resarcirse bien conmigo, pues anoche me sacó casi a rastras de una discoteca y cuando precisamente mi presa había mordido la carnada. ¡Vamos! Qué estábamos en el mejor momento. Vieras lo bien que la estábamos pasando, con esa música tan movida y el hombre que me sabía llevar por la pista. Pues sí, un problemilla el que estuviera casado pero bueno, eso para mí era lo de menos. Lo importante era divertirnos un rato. Pero a Amanda no sé qué bicho le picó y nos fuimos de allí. Creo que ya no querrá saber nada de mí. Y con lo bueno que esta Ro… —Y halando de su brazo, Amanda se interpuso entre las dos para decirme…

—… Rogué a Dios para que esta mujer no se metiera donde no la habían llamado. Es que con tantos tíos buenos que pululan en las discotecas y viene está «casquisuelta» a echarle el guante a uno casado… ¡Hummm! ganas de perder el tiempo. Pero en fin, ¿y con quien has venido? —Me preguntó Amanda cambiando el rumbo de la conversación y yo me giré para indicarle al lugar donde se encontraban mis hijos con mi madre.

—Con la familia, casi completa, ya sabes que mi esposo trabaja hasta los fines de semana. Ni modos. ¿Y en serio te vas a exponer a lanzarte en esos cables? ¡Qué miedo, mujer! —Le dije a mi amiga Amanda, mientras nos dirigíamos hacia ellos.

—Bueno tesoro, aquí todo es muy seguro, no hay nada porque preocuparse. —Amanda y su amiga se detuvieron unos metros antes para despedirnos. —Ustedes por aquí y nosotras vamos hacia allá. Un beso y cuídate mucho, nos vemos en la oficina el lunes. —Y Amanda abrazándome, me obsequió por despedida dos besos en las mejillas, a los cuales correspondí. Igualmente me despedí también con un abrazo y un solo beso, de su compañera de piso.

Mi madre se encontraba gritando afanada, mirando a mis hijos hacer una fila india detrás de otros pequeños más; pletóricos mis chiquitines de alegría y uno que otro niño con rostro de espanto. Y escuché el sonido de mi teléfono móvil dentro de mi bolso, llamando mi atención. Lo tomé con premura y para mi alborozo, esa llamada era la que tanto estaba esperando…

—Hola mi amor. ¿Cómo sigues del «guayabo» mi vida? —Con esas exactas palabras, saludaba aquella tarde a mi marido.

—¿Y bien? ¿Ya se encuentran mejor? —Nos preguntó Almudena después de darle las gracias por el suculento almuerzo.

—Sí, muchas gracias. Ya sabes… «Barriga llena, corazón contento». ¡Jajaja! —Martha se acercó a nuestra anfitriona y con un abrazo y un beso también le agradeció por sus atenciones. Y los tres nos dirigimos hacia el segundo nivel, esta vez girando a la izquierda, a su amplio estudio.

Martha daba un repaso breve a las pinturas, por supuesto también a los bocetos de desnudos que se encontraban esparcidos sobre la mesa de dibujo. Yo por el contrario algo nervioso, reparé en aquella habitación del pecado, pero afortunadamente, la puerta permanecía bien cerrada aquella vez. ¡Pufff! Suspiré más tranquilo, al ver como Almudena tomaba de la mano a su amiga, para llevarla hasta el diván. Las dos se acomodaron allí y yo preferí permanecer de pie, cerca del tornamesa, revisando las caratulas de su colección musical, hasta qué di con una que yo también poseía. «Mecano 20 Grandes Canciones». Y esa portada me recordó que debía llamar a mi esposa y ver como la estaban pasando mis hijos en su paseo sabatino.

Desbloquee mi teléfono pero antes de marcar, Martha me solicitó encenderle un cigarrillo. Me fijé que en una de las mesitas, estaba una cajetilla de Lucky, que no eran de mis preferidos pero al no haber más, pues…

—¡Ten preciosa! ¿Estos están bien? ¿O prefieres uno de los míos? ¿Tú también vas a fumar? —Le pregunté a Almudena y ella sonriendo, me hizo un gesto con sus hombros al levantarlos un poco, como quien no quiere pero al final sí.

Cada una tomó el suyo y yo les ofrecí fuego. Ya me daba vuelta para ir por mis cigarrillos y de paso hablar con Silvia más en privado en la otra estancia, pues ya no quería sorpresas, pero Martha me detuvo con su pregunta. Que me la esperaba, si, obviamente, pero a la cual no quería responder.

—¿Rodrigo? Corazón. ¿Ya lo pensaste bien? Finalmente me vas a ayudar con… ¿Con tu esposa? —¡Vaya ayuda me solicitaba!

—Mira preciosa, le respondí. —Voy a hablar con ella, intentaré buscar alguna manera de exponerle tu situación, pero no es fácil para mí. No encuentro ahora las palabras para hacerle ese tipo de propuesta. Ni tampoco me veo aceptando que Silvia, el amor de mi vida se enrolle con tu esposo solo para alegrarle el rato. ¿Quién nos asegura que de esa manera, arrepentido volverá a tus brazos? ¡Nadie! Mujer créeme, esto es una locura. ¿Sabes que creo yo? Que lo más adecuado y viable, es que Silvia influya de alguna manera en la decisión de tu esposo para ir a terapia contigo. Eso es lo que pienso que es mejor para ti, para él, para todos. Si como dices, mi mujer tiene esa cercanía, esa unión con tu marido, pues le pediré que lo presione para que él hable contigo y ustedes dos decidan con quien acudir, sino es aquí con tu amiga Almudena. —Y Martha con tristeza y decepción en su hermoso rostro, dejó de mirarme para posar su cabeza en el hombro de Almudena y le susurró cerca de su oído como para que yo no la escuchara, algo que yo si alcance a oír… «No lo va a hacer, no me va a colaborar».

—Finalmente preciosa, el problema aquí es de autoestima y falta de ganas. Tu marido esta perjudicado, disminuido psicológicamente al verte en ese video con tu amante, verte hacer cosas que él contigo nunca se imaginó poder realizar. Se siente menos hombre, aunque te siga amando. Así que si la cuestión es de enseñarle a que en un matrimonio se hace el amor con tu amor todos los días, también alguien debe explicarle que se requiere algunas veces, romper la monotonía, tener sexo un poco más fuerte, hacerlo en poses y lugares diferentes y por supuesto, la experta aquí es tu amiga Almudena. O pásate por una librería y cómprale la edición del Kama Sutra ilustrado. Pero Martha, mi esposa no será su conejillo de indias, si es que tu esposo pretende experimentar. ¡Eso te lo aseguro!

Y cuando me aprestaba a salir de allí hacia la otra habitación para hablar con mi mujer y mis hijos, Martha con su voz delicada y suave, me recordó lo deberíamos afrontar la próxima semana.

—¡Rodrigo! Tesoro… Que no se te olvide que ellos dos van a estar de viaje, dos noches a solas y que esa puede ser la ocasión para que Silvia y Hugo, lo hagan a escondidas de nosotros o no y en definitiva entre ellos no suceda nada. En todo caso corazón, si no hacemos algo antes, ni tú ni yo tendremos la certeza de si sucedió o no. Y Rodrigo, no quieres sentir esa incertidumbre, ¿o sí? —Coloqué mi mano derecha sobre el marco de la puerta y entonces giré la cabeza hacía atrás para mirarla, pues tenía Martha en parte bastante razón.

—Si prefieres yo podría hablar con ella y pedirle que…

—¡No! Grité tan fuerte que las dos se sobresaltaron. —¡Ehhh! lo lamento, perdón. No preciosa, en serio por favor déjame a mí hablar con Silvia primero. Te prometo Martha que lo haré, por ti lo haré.

Tres minutos después, destapando la última cerveza que ya navegaba en medio de ínfimos restos de hielo en la cubeta y un cigarrillo humeante de los míos prisionero entre mis labios, fueron el soporte que necesitaba para ubicarme, encontrar mi refugio y llamando a mí esposa, en su voz hallé la esquiva calma…

¡Te amo! Dos palabras, las iniciales por saludo, tan pronto escuché que Silvia contestó.

Continuará…

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