—¡Ayyy, que pecadito con Amanda! Tener que dejarla a cargo de la oficina mientras nosotras nos vinimos a escoger la ropa que me llevaré a Turín. —Le dije a Magdalena mientras ingresábamos al piso y sobre el espaldar de una silla del comedor, dejaba mi bolso y el abrigo.
—Mujer… ¿Quieres algo de beber? Y acomoda tus cosas por ahí sin problema. —Magdalena miró a su alrededor y finalmente al igual que yo lo hice, colocó su abrigo en un brazo del sofá y luego se sentó en la esquina opuesta.
—Ni café ni té, Algo más fuerte podría ser. Y por esa loca no te preocupes cariño. ¡Vamos! Que Amanda me ha contado antes de salir, que esta noche se va con su compañera de piso a buscar follón por ahí. —Me respondió Magdalena desde la sala, en tanto que yo abría el refrigerador buscando que poder ofrecer a mi amiga.
—Tengo vino, cerveza y aguardientico. ¿Qué prefieres? —Magda, se colocó en pie y se acercó hasta el mesón y mirándome de manera algo extraña, sin dudarlo eligió la botella de aguardiente.
—Perfecto entonces brindemos. —Y serví en las pequeñas copas aquel licor, casi hasta el borde.
—¿Y por qué o quién brindamos? —Me preguntó ella.
—Pues por nuestro aumento puede ser. —Le contesté yo.
—Bahh, esa es una chorrada tesoro. Mejor hagámoslo por ti y tu próximo viajecito con nuestro queridísimo «ogro». ¡Jajaja!
—Entonces brindemos por mi viaje. ¡Salud! Ayyy Dios mío, estoy tan nerviosa Magda. Será mi primera vez viajando sola y a otro país. —Magdalena se sonrió de picaresca manera y en seguida me dijo…
—¿Sola? Hummm, para nada corazón. Vas a viajar en compañía de nuestro jefe. Él te va a cuidar, tiene mucha experiencia y así tu primera vez con él, puede que no sea tan traumática. ¡Jajaja!
—¡Magda! Pero que tonterías dices. Me refiero a que será la primera vez que viaje sola sin mi esposo. No te imagines cosas donde no las hay. Además él es un señor casado y yo amo a Rodrigo. ¡Qué ocurrencias las tuyas mujer! —Y diciéndole esto, seguramente sonrojada, me empecé a poner un poco incomoda con aquella conversación. Bebí un poco de aguardiente y hasta la mitad dejé la copa para luego tomar del refrigerador una botella de agua.
—No te enojes tesoro. ¡Vamos! Que todas sabemos que el ogro no está nada mal. Es cierto que es muy serio y algo esquivo, aunque está cambiando y vaya una a saber la razón ¡Jajaja! Pero no me podrás negar que es un madurito llamativo y con todo muy bien puesto. Me matan esos ojitos grises. ¿A ti no? —Y Magdalena se bebió su copa de un solo trago, para posteriormente servirse otro más.
—Pues sí, eso no se puede negar. ¿En serio te gustan los ojos? A mí, muchas veces se me antojan fríos y vacíos, bastante tristes. —Y salí de la cocina, encaminándome hacia el balcón. Abrí las puertas y luego de la mesa del comedor tomé el cenicero y de mi bolso la cajetilla de cigarrillos. Magda llenó mi copa nuevamente y me la alcanzó, reuniéndose a mi lado a pesar que ella detestaba el olor al tabaco.
—Silvia, tesoro, no sabes la envidia que me da saber que te eligieron para viajar con nuestro «ogrito». Yo en tu lugar aprovecharía para echarme una canita al aire con él. ¿Te imaginas, darte un buen revolcón? ¡Jajaja! Oye corazón… ¿Crees que será bueno en la cama? A veces me pongo a pensar en él y si está bien «armado» ¿Me entiendes?
—¡Jajaja! Mujer, con razón esa elevada que te pegas a veces en la oficina. Mira en las cosas que te da por pensar. Yo que voy a saber Magda. —¡Pufff! Suspiré y dando una calada a mi cigarrillo, de inmediato di un gran sorbo al contenido de mi pequeña copa. —No lo sé, puede que sí, o puede que no.
Y acabando de dar una aspirada más intensa, me giré un poco para evitar que mi amiga pudiera observar lo turbada que me encontraba con sus preguntas, al recordar con claridad, ese cuerpo desnudo y húmedo, aquella tarde en el hotel. Y por supuesto en aquella dura «herramienta».
—Pues es que nuestro ogro tiene los pies grandes. —Dijo de improviso Magdalena, lo cual me hizo sonreír y a continuación le respondí…
—Y las manos también. ¿Y eso qué? —Magdalena se llevó la mano a la boca para amainar un poco su carcajada.
—¡Para agarrarte mejor! Jajaja, Silvia en serio podrías aprovechar ese viaje con nuestro adorable «ogro», ya que el apuesto italiano, juega en otras ligas. —Me respondió aun sonriente Magdalena.
—Eso no va a pasar querida, ni lo sueñes. Mejor pongamos manos a la obra y me ayudas a escoger los vestidos para llevar. —Y salí con ella agarrada de su brazo y nos dirigimos hasta la alcoba principal para revisar mi guardarropa.
Tomé del armario los tres vestidos nuevos, pero el único que le llamó la atención a mi amiga, fue precisamente el brillante gris, que yo había pensado estrenar en alguna salida de rumba con Rodrigo.
—Este está genial para la inauguración. Realmente es espectacular. Anda mujer, pruébatelo ya. —No Magda, es muy destapado, como se te ocurre que me presentaré así delante de todas esas personas. Que pensaran de mí, que soy una… —Y me interrumpió, tapándome la boca con su mano.
—… ¡Una mujer inteligente! y que se va a ver espectacularmente bella, la mujer que se va a encargar de ayudarles con toda una reingeniería financiera a que mejoren sus utilidades. ¡Eso es lo que van a pensar! Lucirás esplendorosa, Silvia. No me hagas enojar ni perder mi tiempo. Éste lo llevaras a esa inauguración. Pruébatelo, pero ya mi niña. ¡Anda! —Me ordenó.
Me fui a regañadientes para el baño y allí me desnudé. Frente al espejo me fui colocando aquel hermoso vestido, acomodando las finas tiras por detrás de mí nuca y observando que mis senos no se fueran a salir en algún descuidado movimiento. Realmente se me veía bien, se adecuaba a los contornos de mi cuerpo como si de una segunda piel se tratara. Los pezones se me marcaban ligeramente, pero mi muslo derecho, que sobresalía bastante por la abertura del costado, me hizo echarme para atrás de llevarlo. Era muy atrevido, demasiado sensual y de seguro esa visión provocaría en mi jefe, alguna reacción que lo llevaría a querer intentar conmigo algo más.
—No Magda, este no puede ser, mira cómo se ven las tetas. Me brincan de aquí para allá al caminar y la abertura está muy alta, se me va a ver todo. No, este no. Que irá a pensar don Hugo al verme. Seguro que se sentirá incomodo a mi lado. Ven, mejor busquemos otro. Pero Magdalena, tomándome de los hombros me obligó a girar, observándome por delante y por detrás.
—¡Este es! No seas idiota Silvia, te queda de maravilla. Solo es cuestión de darle una puntada por aquí y otra por acá. Nada que no tenga solución, tesoro. Y necesitamos unos zapatos de tacones altos. Hummm, tienes pendientes largos, porque el peinado para este vestido debe ser también especial. Creo que necesitas llevarlo recogido en una moña, para que te luzca mejor. Algo así. —Y aglomeró mis cabellos con sus manos y los levantó sobre mi coronilla, sacando a lado y lado de mi rostro, dos mechones que ondularon libres sobre los laterales de mi cara.
—Y un collar de perlas… ¿Este es tu cofre? —Y Magdalena sin mi permiso lo abrió y obviamente reparó en la cadena de oro con el alado ángel. No me dijo nada y lo colocó a un costado. Luego revisó minuciosamente mis joyas y al no observar nada de su agrado lo cerró.
—¡Estás muy mal de accesorios mujer! Tengo que pasarme por el chino que hay cerca de mi casa y miro por allí a ver que pesco para ti. Deja eso por mi cuenta. A ver, que tal si combinamos este blazer azul con algo como… Hummm, si esta falda blanca puede ser. Necesitamos un top blanco también. ¿Tienes uno por ahí? —Déjame revisar, le respondí.
Magdalena había tomado en sus manos una falda que no usaba muy a menudo, pues era algo corta para ir a la oficina. Además se cerraba por delante por medio de unos botones dorados y dejaba mucha piel para ver. Revisé en mi armario y le pasé uno de poliéster que tenía guardado. Era de cuello en V y con finos tirantes dobles para anudar por detrás del cuello.
—Si ese servirá. Y te adornas el cuello con esta cadena de oro. ¡Que pendiente tan hermoso y delicado! Se ve muy fino, Silvia. ¡A tu esposo debió de costarle un ojo de la cara! Bueno, a ver… Cambio de vestuario mujer y mientras tanto voy por otra copita. ¿Quieres una también? —Y se apresuró a salir hacia la sala, después de responderle que si me apetecía.
Mientras que yo, obedientemente, me cambiaba de ropa y sacaba de una bolsa los dos pares de zapatos nuevos. Los negros de ante, no. Pero los azul marino de cuero, esos sí. Al rato salí de mi alcoba para encontrarme a Magdalena revisando algo en su móvil. No había servido las dos copas con el aguardiente, o si lo hizo para ella, se lo había tomado de una sola vez, sin yo darme cuenta. Cuando me vio se sobresaltó, supuse que era por verme allí con el look que ella me había escogido. Mientras yo colmaba las dos copas con la bebida, Magda se acercó para rodearme y darme su visto bueno.
—Sensacional. ¡Pufff! Nuestro «ogro», con seguridad se va a sentir orgulloso de ti. —Me lo dijo tan seriamente que me molestó su comentario.
—¡Y dale con el tema! Magdalena por Dios. Que no me voy a vestir así para él, métetelo en la cabeza mujer. Necesito verme bien a su lado, sí, pero para no hacerlo quedar mal ante esos inversionistas italianos. No te hagas ideas ni pienses que lo hago para él exactamente. ¡Entiéndelo! Estas intensa con ese cuentico del «ogro» esto y don Hugo aquello. —Magdalena encogió sus hombros y burlándose de mi respuesta, me saco la lengua.
—Bueno, cambiando de tema… ¿Será que llevo algo más veraniego por si nos rinde el trabajo y puedo salir por ahí a darme un «Rolling» y conocer algo de la ciudad? Me enamoré del vestido que vimos ayer. Lástima que no pueda comprarlo. —Le comenté a mi improvisada asesora de imagen, dándole un corto sorbo a mi trago y encendiendo un nuevo cigarrillo, fumándomelo en el balcón.
—Tesoro, por eso no te preocupes. La otra semana nos escapamos un momento y lo compramos. Puedo usar mi tarjeta de crédito y me lo cancelas el otro mes. ¿Qué te parece? —Y pensando que el otro mes ya debería tener más dinero en mi cuenta, le dije que sí.
—Bueno no se diga más. ¡Ehhh! Silvia, no te vayas a ofender corazón pero hay que hacer algo con esos vellos en tus brazos y en las piernas. También oscurecer un poco el albor de tu piel. Mi prima administra un spa, de seguro que nos hace un buen descuento. Depilada total y una sesión de spray tanning para dejarte un color canela parejo. Y de pasada para mí también, que ya parezco una garza. —Miré con asombro a Magdalena y me sonreí luego por sus ocurrencias. Aunque no voy a negar que me llamó mucho la atención. Sería una bonita sorpresa para Rodrigo, verme tan… ¡Diferente!
—¿Otro trago amiga? —Y miré la hora en mi smartphone pues debía salir para la casa de mi madre y quedarme allí el fin de semana con mis hijos. Ya anochecía.
Lo había pensado muy bien en el transcurso de la mañana. Rodrigo me había ofendido bastante y alejarme de él esos días, podría servirle para entrar en razón. No debía desconfiar de mí y menos aún, pretender ufanarse de tenerme, como si yo para el solo fuera un mueble o una decoración más en su vida. Le haría ver lo importante que era yo para él y sobre todo que aunque me gustara sentirme protegida entre sus brazos, yo era muy capaz de cuidarme sola, de hacerme valer como mujer. Que me echara en falta unos pocos días no le vendría mal.
Después del último sorbo, Magdalena me avisó que debía marchar a verse con su esposo y yo igual, reunirme con mis hijos. Así que la acompañé por el pasillo del piso hasta el elevador, quedando de hablarnos el siguiente lunes para ir de compras y visitar a su prima. Me cambié de vestuario por algo más casual y en un maletín mediano, tomé algo de ropa para mis hijos y para mí; salí de mi hogar algo triste pero confiada en que esa pequeña separación seria benéfica para los dos. ¡Ilusa!
—¡Hola madre! ¿Cómo estás? ¿Y los niños? —Le pregunté nada más al llegar a su casa.
—Mi vida, estamos bien, gracias. Y los niños en su alcoba jugando con Alonso. Ya sabes cómo los consiente y les hace fiestas a todos sus juegos. —Me respondió, dándome un fuerte abrazo.
—¡Voy entonces a saludarlos! —Le alcance a decir a mi madre pero ella me detuvo por el brazo, y mirándome fijamente me preguntó…
—¿Silvia? ¿Pasa algo entre Rodrigo y tú? —Al parecer me puse pálida pues mi madre posó el dorso de su mano sobre mi frente y luego con las dos, me acarició con ternura de madre, las mejillas.
—No mamá, como se te ocurre. No pasa nada. Solo que él trabaja mañana todo el día y pues no quiero quedarme sola en el piso, así que me auto invité a pasar contigo y con Alonso, este fin de semana junto con los niños. ¿Por qué piensas eso? —Le terminé por preguntar.
—Silvia, corazón que sabes que soy tu madre y te conozco bien. Además… Rodrigo acaba de llamarme. A mí, y eso sabes bien que él no lo hace. —Aquello no me lo esperaba. ¡Para nada!
—¿Y qué quería acaso? —Le curiosee, demostrándole mi inocente desinterés.
—Pues saludar a los niños antes de que se fueran a dormir. ¿Silvia? Cielo dime… ¿De cuál viaje hablaba él y que ni Alonso ni yo estábamos enterados?
¡Mierda! Imposible mentirle a mi mamá. Así que le conté por encima, sin entrar en detalles de nuestro disgusto y que lo del viaje había sido una excusa que por no avisarles con anticipación, se me había salido de las manos.
—Vaya, ya entiendo. —Me dijo un poco intrigada mi mamá–. En fin, que alcance a decirle que sí, que había un viaje y se me había olvidado. Pero los niños se pusieron felices de ir mañana a piscina y adivina que dijo Alonso.
—¿Vamos a ir? ¿Es en serio? —Le pregunté a mi madre, incrédula de ver como aquella pantomima pensada por mí para darle un pequeño escarmiento a mi Rodrigo, finalmente resultaba convirtiéndose en feliz realidad para mis pequeños.
…
—¡Hey, hey! Un momento. ¿Y ustedes de donde se conocen? —Preguntaba casi a los gritos Martha, completamente sorprendida. Entre tanto yo, me acomodaba en medio de aquellas dos mujeres y me sonreía divertido pensando a su vez, que este mundo era apenas un pañuelo.
—Jajaja, Martha… Somos conocidos de poco tiempo atrás. —Le dije aquella noche muy cerca de su oído para no elevar tanto mi voz.
—Almudena tiene algo que me gustaría poseer y yo tengo algo que ella desea cambiar. —Pero Martha retirándose un poco, primero me miró, abriendo bastante sus hermosos ojos de miel y otro tanto su boca, para seguir con el mismo gesto, indagando con sus manos a Almudena que estaba ya más pegada a mí, para poder seguir nuestra conversación.
—¿Aguardientico?–. Les pregunté a las dos y sin dejarlas responder, fui sirviendo hasta un poco por encima de la mitad, las dos copas. Necesitaba otras dos. Una para Eva cuando regresara y la otra, obviamente para mí.
—¡Ya regreso! Voy al baño. —Les avisé, aunque en realidad me acercaría a la barra para buscar las dos copas y de paso mirar entre la multitud por donde andaba mi andaluza tabernera.
La verdad terminé por darme una vuelta por el lugar, sufriendo pisotones y uno que otro empujón, sin resultado alguno. Finalmente me acerqué hasta el pasillo que conducía hacia los baños. Una fila de unas cuatro mujeres esperando su turno para ingresar y del otro lado solo un hombre algo ya bebido que apretaba sus manos entre las piernas, con cara de tener mucha urgencia. Esperé unos segundos y estaba ya por regresar a la mesa, pero tanto la puerta del baño de mujeres como la de los hombres, se abrieron y de allí salieron de un lado, tres mujeres y del frente, un solo hombre. No estaba Eva entre esas pero al menos el borracho pudo entrar apurado a cumplir con sus apremiantes necesidades.
—Vaya si has tardado tesoro. ¡Has debido tener el tanque lleno! Jajaja. —Esas palabras fueron el recibimiento por parte de Almudena, haciéndome sentir apenado delante de Martha.
—No seas así, Almudena. Mira que había mucha congestión de vejigas. —Oye Martha… ¿No ha regresado mi amiga?–. Le pregunté un poco preocupado por la desaparición de mi andaluza amiga.
—Por aquí no ha vuelto a pasar Rodrigo. Estará por ahí con otro grupo seguramente. —Me respondió Martha, mientras bebía un sorbo de su vaso con agua para pasar el ardor del trago de aguardiente.
Yo saqué de mi bolsillo el móvil para llamar a Eva, pero timbró y timbró hasta que se fue al buzón de mensajes. Finalicé la llamada, pensando en marcarle unos minutos más tarde. Cuando lo iba a guardar de nuevo dentro de mi pantalón, recibí la notificación de entrada de un mensaje. Y sí, era de ella. Me escribió disculpándose por su repentina ausencia, pero me intrigó el leer las últimas ocho palabras. «Me han pedido que te deje en paz». ¿Quién y por qué? Nunca lo supe.
—¡Ohhh! interpeló Almudena. —¿Están hablando de tu amiga? ¿Aquella hermosa rubia que es tu compañera de trabajo? Hummm, creo saber dónde está y tenlo por seguro que en estos momentos no podrá responder ninguna llamada, pues su boca y los demás orificios deben estar bastante colmados.
—¿Cómo así? —Le pregunté, seguramente con mis ojos desorbitados por aquella no solicitada revelación.
—Tranquilo Rocky, no te afanes por ella. Se encuentra en una sesión privada, ya sabes que le llamó mucho la atención, disfrutar un poco en la «habitación del pecado». Ella misma me llamó para solicitar que le ayudara con su novio. Un muchacho bastante mono, aunque eso sí, con aires de superioridad social pero de personalidad, algo retraído. ¡Carlos! creo recordar que es su nombre. —Bueno, pues allá ella con sus gustos. Le respondí.
—Y no, no estaba hablando de ella Almudena. Preguntaba por otra, una Eva que podría ser de ayuda para Martha y para mí. Pero creo que no va a poder ser. —Y tanto Martha como Almudena, se miraron entre sí, sin entender a que me refería.
—Ustedes dos de que hablan. ¿Cuál es la habitación del pecado? Y… ¿Cómo así que tu amiga Eva, era la solución para ti y para mí? —Preguntó Martha tomándome del antebrazo y acercando su rostro me interrogó con su chispeante mirada.
—¿En serio no sabías nada de aquella habitación? —Le dije a Martha y al ver su reacción, moviendo su cabeza de lado a lado, me giré para observar a Almudena, quien con su maliciosa sonrisa, me confirmaba que su gran amiga no tenía ni idea.
—Vaya, vaya Almudena. ¿Guardándote secretos para con tu amiga del alma? ¡Que tristeza! —Y luego de expresar socarronamente mi inquietud, Almudena se acomodó de tal manera que las cabezas de los tres terminaron casi unidas al igual que nuestros cuerpos, para escuchar con algo de dificultad por el rumbero ambiente, su respuesta.
—A ver Rocky, no es que sea un secreto, más bien pensé, que aquí mi amiga por su obtusa y férrea educación católica, al conocer esos detalles de mi vida íntima, todo ello podría poner en peligro nuestra amistad. —Y a continuación, tomándole por las manos a Martha le dijo…
—¡Tesoro! Solo es una habitación que adecué hace algún tiempo, para mejorar las relaciones con mi esposo. Vamos mujer, que estábamos estancados. ¡Aburridos! Y decidí plantearme la posibilidad de poner un poco de picante a nuestras relaciones sexuales. Un poco de dominar y aceptar ser dominado. Intercambiar los roles, humillar al sometido, vencer sus orgullosos principios morales y otorgar el goce al que entregado por voluntad propia, necesitara un poco de sufrimiento para explotar de placer. —Martha prestaba mucha atención a su amiga y sin darse cuenta, tomó mi mano y la apretaba con algo de fuerza.
—Explorar el mundo del BDSM. —Continuó Almudena con su peculiar monólogo–. Pero creo que si bien al principio lo del «Bondage» funcionó, luego mi marido no lo pudo soportar. Para muchas personas, este tipo de búsqueda del placer a través de la sumisión y un poco de dolor, es una aberración sexual y enfermedad mental, digna de ser proscrita y aquellos que la practican, deberían ser enviados a la hoguera de la Santa Inquisición. Por eso, corazón, no te comenté nada. —Y Martha, más bien poco asombrada, extendiendo su cuerpo por delante del mío, se abrazó con fuerza a su amiga y le obsequió sendos besos en las mejillas de Almudena.
—Bueno chicas… ¡Menos charla y más trabajo! Les dije yo. —Que hemos venido a pasarla bueno. Vamos a parrandear y festejar por este encuentro. —Y colocándome en pie, tanto a Martha como a Almudena, les tendí mis manos, invitándolas a salir conmigo a la pista de baile.
En esos momentos aquel tablado estaba casi al tope, sin embargo nos ubicamos en una esquina y los tres nos dejamos llevar por los ritmos de Don Omar y su pegajosa «Pobre Diabla». Almudena, quien aquella noche vestía un top negro tipo strapless y una falda amplia y larga de látex negro con broches plateados, se movía con facilidad y bastante sabrosura. Entre tanto Martha un poco más contenida, agitaba su cabeza y elevaba sus brazos, agitándolos de izquierda a derecha, eso sí, sin despegar casi sus pies de aquel piso de madera iluminada por los flashes de colores. Intentaba a su manera, cogernos el ritmo.
Luego el Dj, tras hacer sonar un tema de Wisin & Yandel, si no estoy mal «Rakata», nos puso a parrandear con «Gasolina» de Daddy Yankee para con sutileza, ir bajando de a poco el sonido y por el otro canal, empezar a subir el volumen con la más suave y sentimental «Mis Ojos Lloran Por Ti» de Big Boy.
Ya entrados en el calor de aquella rumba latina, los dos sudorosos y felizmente apartados de nuestras incomprensibles realidades, Martha con su mano sobre mi hombro, se acercó a mi oído para pedirme piedad e ir a descansar un poco de sus pies. Almudena por el contrario, consiguió que un joven admirador, paisano mío por su inconfundible… ¡Parce! ¿Será que puedo bailar con la cucha?, prosiguió sus agitar de caderas.
Y yo, levantando mis hombros y sonriendo le respondí con mi cachaco parlamento… ¡Ala mi rey! Si a mi compañera le apetece, no le veo inconveniente. Obviamente que la alegre Almudena, no desaprovechó la ocasión para seguir bailando con aquella nueva compañía. Y en seguida me llevé de la mano a Martha hacia nuestra mesa. Llené las tres copas con aguardiente, me tomé la mía y ofrecí una a la esposa del jefe de mi esposa. Ella bebió hasta la mitad, ya sin hacer mala cara, aunque dio un trago bastante largo al vaso con jugo de naranja que yo había servido para mí. Ella feliz sonreía, mientras de su bolso tomaba un paquete de pañuelos faciales para secar el sudor de su frente y con uno nuevo, acercándose hacia mí, realizo la misma operación en la mía.
—Ohhh, Rodrigo, perdóname. Estoy tan oxidada, que sentí que me iba a desarmar ante tus pies. ¡Jajaja! —Me decía Martha, sobándose uno de sus tobillos.
—Ven aquí, dame tus pies. —Le dije yo.
—¿Pero qué haces? ¡No! —Dijo ella.
—¡Que sí! Le respondí risueño.
—¡Que no Rodrigooo! —Y pataleaba como una niña, pero riéndose a carcajadas.
—¡Claro que si Marthaaa! —Hasta que por fin gané yo, tomándola por sus tobillos, la descalcé y acomodando su pierna derecha sobre mi muslo, pude dar un firme masaje a la planta de su pie, frotando con mi pulgar por debajo, haciéndolo despacio de abajo hacia arriba, y por el empeine con mis otros dedos, lo acariciaba suavemente. Por supuesto en su talón también.
—¿Mejor? —Le pregunté.
—¡Ufff! Pero qué delicia. Mucho mejor. ¡Ahora en este! —Y ella misma me ofreció su pierna izquierda y una mirada de niña mimada, acompañada por el gesto aquel, de colocar su dedo índice en medio de su boca entre abierta. ¡Aprovechada!
—Oye… ¿Y tú amiga? Esta desaparecida. ¿Si estará bien? —Me preguntó Martha, aunque no la sentí angustiada.
—¡Si, preciosa! Ella está bien, no te preocupes. Me abandonó, sencillamente. Es una lástima corazón, porque yo pensaba hablar con ella y proponerle un trato. —Martha arqueó sus cejas en señal de extrañeza.
—¿A qué te refieres exactamente? —Me indagó.
—Pues… Se me ocurrió que de pronto Eva, pudiera ser esa mujer que casualmente, tropezara en el camino de la vida con tu esposo y con algo de «ayuda monetaria», se ocupara de hacer realidad tu idea, en vez de su aburrida secretaria. Me parece que Eva si es una mujer de armas tomar. Pero la apartaron muy rápido de mí. —Martha comprendió al instante mi idea y sirviendo una nueva ronda de bebidas para los dos, me preguntó con el gesto de sus manos, tan abiertas como sus ojos, qué había pasado con ella.
—Aparentemente, –le dije yo con tranquilidad– alguien se opuso a que estuviera conmigo esta noche y se la llevo de aquí.
Aun con el pie de Martha en mis manos, llegó extenuada Almudena y se acomodó pesadamente a mi lado.
—¡Aguaaa, por favor!… ¡Aguaaa! —Y agitaba sus manos abanicándose la cara.
—¡Eso te pasa por alocada! Recuerda que ya no somos unas jovencitas. —Le dijo Martha a su amiga, ofreciéndole la botella de agua.
— ¡Viejo el carné de identidad tesoro! Que aquí donde me ves, tengo aun mucha vida por delante y bastante energía por ofrecer. ¡Jajaja! Y obviamente por lo que veo, tú ya no das pie con bolas. —Le devolvió Almudena, la amistosa ofensa y nos echamos a reír los tres.
Martha terminó con su trago de aguardiente y dio otro sorbo a mi vaso con jugo de naranja. Yo por mi parte de un solo envión, me tomé mi respectiva copa de aguardiente. Almudena por el contrario prefería seguir calmando su sed con la botella de agua. Y en el sonido ambiente, se fueron apagando los ritmos salseros para empezar con una tanda de vallenato. Yo miré inmediatamente a Martha, calcé sus pies nuevamente y me dispuse a tomarla de su mano para llevármela hasta la pista de baile.
—Voy a hacer el oso Rodrigo. No se bailar esa música. —No te preocupes preciosa, solo sigue mis pasos, afloja esa cintura y déjate llevar.
En principio, no acerqué mi cuerpo al de ella, aunque tampoco la alejé mucho de mí. Coloqué mi mano sobre su cadera e imprimí un suave movimiento para que diera dos pasos hacia un lado y luego con mi mano tomando la suya, le hice devolver un solo paso. Posteriormente la dirigí hacia el lado opuesto y repetimos la lección, en sentido contrario. Cuando la canción iba por la mitad, sorpresivamente la hice girar despacio y de allí en adelante, decidí acercarme más. La fui atrayendo hacia mi pecho, colocando mi rostro pegado a su cara y mi brazo la fue rodeando por su cintura, sin esfuerzo, sin premura. Una vuelta más y ya sentía la dureza de sus senos, disparando por los poros de mis axilas la presencia sexual de las feromonas y en mi verga, la rígida presencia de mi virilidad al tener a aquella hermosa mujer tan pegadita a mí.
Con plena seguridad y conciencia, Martha lo percibió. Se apretó más a mí y ya los pasos largos hacia uno y otro lado se hicieron mucho más cortos, ni ella ni yo, nos queríamos mover demasiado, aunque creo yo que los dos, queríamos despegar nuestras mejillas, observarnos y concluir la mirada del deseo con un profundo beso. Más no lo hicimos. Solo disfrutábamos en cómplice silencio, aquella tanda de vallenatos, muy abrazados, hasta que finalizando con aquella canción de Juan David Herrera y Miguel Morales, «Sirena Encantada», el Dj en un progresivo crescendo, me metió en problemas al hacer sonar el «Himno de la Feria de Manizales», aquel pasodoble realmente hermoso, pero que yo no sabía bailar.
Y como por arte de magia, a nuestro lado se apareció Almudena cual matadora experta en lidia de toros, empezó con su gracia a invitarme a bailar. Me negué por supuesto, aduciendo estar cansado, y en vista de mi renuencia para danzar, tomo de la mano a Martha y de aquellas dos mujeres españolas, desbordaron su gran sapiencia y estilo por aquella pista, las figuras aflamencadas, llenas de gran elegancia en sus pasos y en ellas dos, la mirada de una hacia la otra, brindando un soberbio espectáculo a los que allí estábamos presentes. Ni que decir que al finalizar, mis dos acompañantes fueron muy aplaudidas. Se hizo un silencio mientras el Dj, micrófono en mano, nos informaba que la administración de aquella discoteca, esa noche le obsequiaba la cuenta completa a la mesa de aquellas dos esmeradas bailarinas. Más vítores y aplausos se escucharon. Yo, feliz por ellas y por mi billetera, las abracé y a cada una sin pensarlo, les di un beso en sus bocas, para envidia de muchos, sobre todo de mi antioqueño compatriota, que de igual manera, se acercó hasta nosotros para felicitarlas.
Pasaron varias horas, casi sin darnos cuenta, bailando a ratos, hablando de temas sin trascendencia otro tanto. Miré mi reloj y vi que ya era muy de madrugada. Almudena nos dijo que se tenía que ir a revisar que estuviera todo en orden en su casa con sus invitados, pero nos insistió, a Martha y a mí, en ir a desayunar con ella. Martha tomo la vocería y sin consultarme, le dijo que allá estaríamos. Almudena partió sola, sin la compañía de su nuevo admirador, entre tanto Martha me dijo de ir al baño y yo como buen caballero desconfiado la seguí con mi mirada hasta que se perdió en el fondo del local.
—¡Tengo hambre! —Le dije a Martha, mientras salíamos del lugar, ayudándole a colocarse su blazer y por supuesto yo, mi cazadora de cuero. Porque si algo hay más peligroso que tomar sin moderación, es el hecho de salir sin abrigarse bien a la calle y que el frío sereno, le pegué a uno dos o tres vueltas y te deje nocaut.
—¿Tú no? Le pregunté. —Martha tambaleante, sin hablarme me indicó que también, aferrándose a mi brazo y reposando con ternura su cabeza sobre mi hombro.
—Vamos a caminar por ahí a ver si pillamos algo abierto. Y los dos zigzagueantes, deambulamos unas pocas calles para dar en una esquina con un puesto de Hot Dogs que nos iluminaba el camino. ¡Dos con todo, para llevar puestos por favor!
—¡Tengo sed, corazón! —Rechistó de repente mi achispada acompañante. Y convertí como doce euros en cena, desayuno y dos bebidas. Tambaleándonos un poco, ella empeñada en ir hacia su izquierda y yo jalándola hacia mi derecha, casi de manera recta, hicimos una torcida diagonal cruzándonos de acera para en la del frente, conseguir una banca donde merendar con tranquilidad, pues tras una que otra mordida, rastros de papas fritas, cebolla, salsa de tomate, mayonesa y algo que parecía haber sido alguna vez un huevito de codorniz, se esparcían desde la punta respingada de su nariz, hasta un poco más allá de la boca de Martha, decorando su mejilla.
—Eres un colombiano muy loco y borracho. —Me dijo escupiendo migas de pan y papas como balas al hablar, al tiempo que notaba yo, chispear con gran intensidad, el caramelo de sus ojos.
—Y tú, una ebria madrileña elegantemente sucia. —Le respondí, cuidándome de no torpedearle el rostro con algún trozo de piña o de aquella salchicha alemana y brindar con Coca-Cola por nuestro primer amanecer.
Así fue aquella alborada, que entre amorosos insultos y piropos consentidos, nos fuimos acercando, primero por el intenso frio de la madrugada sabatina y después, con el resuelto interés de limpiar ella mi boca y por supuesto yo su nariz… ¡Nos besamos como se besan dos enamorados! Borrachos sí, pero para nada hambrientos. Y caminando bien abrazados, un poco más repuestos y derechos, fuimos al parking por su coche.
—¡Estoy cansada de mis pies! —Me dijo mimosa.
—Está bien preciosa, está bien. Le respondí. —¡Dios mío dame paciencia y en el culo resistencia! Ven a ver, móntate en mi espalda y te llevo a caballito.
Y Martha risueña, adorable como una adolescente en dia de Jean-Day, acomodó sus brazos cruzándolos alrededor de mi cuello y sus piernas rodeando mi cintura con firmeza; con pasos lentos y un poco inseguros, cargué con su divertida inocencia sobre mí y dejó ella su aseñorada elegancia, refundida por ahí.
—¿Sabes cómo llegar a casa de Almudena? —Bajando y subiendo mi cabeza, una, dos y tres veces seguidas, sin decirle nada, cerré un instante mis ojos y solo sonreí.
Continuará…