Hace ya más de 15 años trabajé en una empresa agrícola en el norte de Perú. A mediados de mayo de ese año habíamos empezado la cosecha de algodón, lo que nos obligaba a los ingenieros estar los 7 días a la semana disponibles para atender cualquier eventualidad derivada de la misma. Incluso aquellos ingenieros que, como yo, realizábamos labores administrativas.
El día del padre de ese año debí pasar el día en Chiclayo. Pero mi familia (esposa e hija) habían viajado a pasar el día del Padre con mi suegro. El gerente me pidió que se día trabaje en campo, apoyando la cosecha. Como mi costo de oportunidad era bajo, acepté.
Muy temprano por la mañana ese domingo, antes de las 6 am, cogí la camioneta, manejé hasta la zona donde quedaba la empresa, entré unos minutos a la oficina y luego seguí en ruta hacia la zona de la cosecha de ese día, donde llegué hacia las 8 am. La cosecha en ese sector estaba a cargo de un ingeniero agrónomo junior, que no era padre. Tenía a su mando tres mayordomos que coordinaban directamente con el personal. Mi labor era más decorativa que otra cosa. El objetivo era mostrar que la “alta dirección” estaba comprometida con un proceso tan importante para la empresa.
Para el ingeniero y los mayordomos, que yo esté allí fue motivador. En las zonas rurales que alguien de la ciudad vaya a “trabajar” con ellos siempre es importante y, de hecho, para mí era agradable. Prefería mil veces estar al sol, en campo, que sentado en una oficina revisando el planeamiento financiero. No era mi especialidad la agronomía, pero en esa cosecha, todos los ingenieros participamos y me fue muy grato. Aproveché la buena disposición del equipo de trabajo en campo y me pasé toda la mañana conociendo el campo, el cultivo, el proceso de cosecha.
Hacia la 1 pm me informaron que almorzaríamos en la casa de uno de los mayordomos. Que tendría unos 30 años, casi mi edad en aquella época, recién casado por aquellos días. Fuimos a su casa. Su esposa, una sensual mujer de unos 25 años, que no era bonita, pero que tenía el cuerpo firme de las mujeres de campo, había preparado el almuerzo para los cinco. Comimos, tomamos un par de cervezas y volvimos a campo. Sólo presté atención al delicioso sabor del guiso de pavita con yucas (mandioca en otros lados) y, por cierto, al culo de la esposa del mayordomo.
Hacia las 3 pm, ya en la zona de cosecha, el ingeniero de campo me dijo que había olvidado su calculadora en casa del mayordomo. A unos 15 minutos en la camioneta. Me preguntó con temor si yo podía ir a recogerla. Él no podría acompañarme ni ninguno de los mayordomos pues estaba por empezar el acopio de lo cosechado y era el momento más importante del día. Le pregunté donde la había dejado y no lo recordaba. Con la calculadora se estimaba el pago a cada cosechador. Nadie más tenía una.
Accedí y manejé a la casa del mayordomo. Su esposa me recibió “sorprendida”. En esa zona no había señal de celular pues era una casa aislada en el borde de los campos de cultivo. Le comenté el motivo de mi llegada y ella indicó que había limpiado ya y que no había encontrado nada. Comenzamos a buscar la calculadora en el comedor de la casa y en un par de minutos, con nuestros cuerpos tan juntos, sentí una brutal química sexual entre ambos. No podría explicarlo, simplemente es algo que se siente.
Como simulando un encontrón casual, le roce el culo con mis manos. Ella ni se inmutó. Lo volví a hacer y ella igual no reaccionó. Vestía la típica falda de mujer de campo y con la valentía que me dio ser “el ingeniero” y su no rechazo previo, se la levanté. Tenía un calzón de pueblerina debajo, sin ningún glamour, pero un culo firme, de mujer que camina largas horas y apoya en labores agrícolas. Comencé a acariciarle el culo sobre el calzón y empezó a gemir. Se lo bajé, le acaricié el culo, introduje un par de dedos en su coño y la acomodé en 4 patas sobre el sofá de su casa, me desabroché el pantalón y comencé a cogerla en perrito.
Ella estaba muy húmeda y gemía fuertemente. El aislamiento de la casa le permitía hacerlo sin ninguna discreción. Ella me pidió “ingeniero quiero darme la vuelta”. Saque la verga de su jugoso coño, ella se levantó. Se sentó en el sofá y comenzó a mamármela, no tenía mucha experiencia, quizás sólo se lo había hecho a su marido. Pero el sentir una mamada tan burda me excito aún más. Le pedí que me lama los testículos, ella me miró sorprendida y empezó a hacerlo, con la habilidad de quien nunca había hecho algo así.
Luego, se acostó sobre el sofá, abrió sus piernas y me acosté sobre ella. Seguí cogiéndola, escuchando sus gemidos brutales, casi aullidos. Ella me besaba, yo le respondía. No era bella, ni bonita, pero era ajena y era mía. Al empezar a venirse, comenzó a gemir y decir “préñeme ingeniero, préñeme” Nos vinimos juntos. Le dejé todo mi semen en lo más profundo de su peluda vagina.
Se acomodó la ropa. Sacó la calculadora de un cajón donde la había guardado antes de mi llegada, me la dio y partí, sin despedirme, pues ella no podía levantar la vista del piso y no articulaba palabras. Al llegar a la zona de cosecha, nadie se sorprendió por los escasos minutos demás que me demoré, pues les dije que había demorado buscando la calculadora y finalmente la había encontrado tirada fuera de la casa.