Se podría decir que aquella noche previa al viernes, se convirtió en la puerta cerrada que yo sin pensarlo bien, decidí abrir.
Cuando me encontré con la posibilidad de mostrarle al idiota jefecito de mi mujer, que yo era el único hombre en la vida de Silvia, no me lo pensé dos veces. ¿Quería verla? ¿Regodearse con la imagen de mi esposa, modelando para él, los trajes que le había obsequiado? Ok, le daría ese gustico, adornado por una escena de sexo fuerte y procaz con Silvia, recibiendo mis embestidas, haciéndola gemir nuevamente hasta delirar y entre gritos, que gritara delante de él, mi nombre. El de su único hombre, su gran amor. Con eso creí que bastaría. ¿Error?
Coloqué un sillón al lado del sofá, porque estorbaba el paso de mi mujer cuando viniera caminando del pasillo. La mesa del comedor la desplacé hasta dejarla bien pegada al muro que dividía esa estancia con la cocina. Una lámpara de pie, la adecué de tal modo, que brindara una iluminación indirecta, aunque con la claridad necesaria para que la imagen tomada desde el teléfono móvil de mi esposa, le dejara una buena visualización del espectáculo al enamorado y aburrido espectador.
La mesita de centro la retiré por completo, para darle a Silvia, el espacio suficiente para dar una o dos vueltas mostrando elegantemente, la perfección de su cuerpo y de forma coqueta modelar los vestidos elegidos por ella, cancelados con gusto por su jefecito.
También reparé en las puertas de cristal del balcón, las cuales abrí de par en par y sobre el muro, acomodé, el cenicero, la cajetilla de cigarrillos y el encendedor. Adicionalmente, una botella de aguardiente sin destapar, para entrar los dos en calor, junto a dos angostas copitas de cristal.
Pasaban los minutos y mi esposa no llegaba. Me asomé un poco mirando hacia la profundidad del pasillo… Nada, solo oscuridad. Así que me dirigí intrigado hacia la alcoba, para casi darme de narices con la puerta cerrada. Que estaría sucediendo allí. ¿Hablando con su jefe a solas? Pegué mi oreja a la madera de la puerta, sin lograr escuchar palabra alguna.
Decidido, tomé la perilla y la giré. Nuestra habitación estaba a oscuras. Silencio casi sepulcral.
—¿Silvia? Amor… ¿Qué pasó? —Sin poder verla, desde nuestra cama la escuche decir…
—No voy a seguir tu jueguito de macho dominante. Eso es lo que sucede. ¿Qué pasa contigo? Quieres exhibirme como tu trofeo. Piensas acaso… ¿Qué me gusta sentirme como una vaca con moño y cencerro en mi cuello, dispuesta para exhibición en una feria ganadera de pueblo? Pues si es así, déjame decirte qué estas completamente equivocado. Conmigo no cuentes para tus estúpidas ideas de venganza machista.
—Pero que estás diciendo mi vida. Solo pensé que podríamos jugar un poco con el morbo de tu jefecito, dejándole en claro que se fuera olvidando de su ilusión de conquistarte. Y de paso, lograr que en su lejano encierro, pudiera desfogar sus ganas. Quizás que mientras nos viera juntos, se hiciera una paja mientras regresa como un corderito al lado de su esposa y se calme.
—Pues la paja ya se la hizo, gracias por tu misericorde preocupación.
—Ya veo, Silvia… Seguramente colaboraste bastante para ello.
—Puedes pensar lo que quieras. ¿Sabes? Ya no me importa. Mira Rodrigo, ese plan tuyo de víctima no te queda. ¿Qué quieres más de mí? ¿Hasta cuándo voy a tener que cargar con esa lápida de mármol a cuestas?
—Te busqué, te pedí que regresaras porque comprendí lo absurda y vacía que sería mi vida sin ti. ¡Dos hijos, Rodrigo! Dos hermosos niños que parí con dolor y con mucho amor te regalé. Tantos años a tu lado, luchando junto a ti, formando una familia y tratando con mis acciones, de obtener tu perdón. Sí, Rodrigo, esas palabras que nunca me dijiste, las que llevo esperando escuchar de ti. Y mírate. Convertido en un ser celoso, preocupado porque otro hombre se haya fijado en mí. Pero él no me tiene, aquí estoy. Lo he estado siempre y me tienes tú aquí, contigo todos los días con sus noches. Confía un poquito más en mí. Eso te pido.
—Silvia yo…
—Tú nada Rodrigo. ¿Qué pretendías? ¿Demostrar lo muy hombre que eres? ¡Lucirme delante de él! Claro, por qué mejor te lo presento y en su cara le dices que eres mi macho, el único que puede culearme a placer, cuando y donde tu decidas, porque te pertenezco, porque un día al firmar en el juzgado nuestro compromiso, en alguna cláusula que no leí, rezaba que yo me convertiría en propiedad tuya. Exclusiva, sin voz ni voto… ¿Sin derecho a rechistar?
—Nunca he pensado eso Silvia. Si me dejas explic…
—Pues te equivocas, estoy cansada de demostrarte mi amor y fidelidad. Cometí un error, pero eso fue hace muchos años, cuando aún dudaba, cuando me sentí tan desplazada por tus sueños de ser el mejor en todo. Olvidándote de hacerme reír, de vivir feliz conmigo, centrándote en tus estudios. El mejor claro, el súper hombre, así como en el barrio a punta de peleas te hacías un nombre para que todos te tuvieran miedo y huyeran de ti al verte por ahí.
—¿Dónde quedo eso que decías que me apoyarías, que no te interpondrías en mi desarrollo personal y laboral? Dónde están esas bonitas palabras… ¿Cómo eran? ¡Ahh sí!… «No eres mi propiedad y confió en ti». ¿Dónde Rodrigo, dónde?
—No soy ya más esa niña inexperta, soy una mujer hecha y derecha. Madre de dos hijos, por si se te olvida. Con uso de razón, el suficiente para saber cuándo alguien me está echando los perros y una mujer con el suficiente carácter y entereza para detener los avances de un hombre que tan solo está confundido por la traición de su puta esposa.
—Mira Rodrigo y para que te quede bien claro. Cuando, donde y con quien, decida abrirme de piernas y dejar que me hagan o me deshagan, te lo voy a decir antes. Tenlo por seguro. Y ahora ese señor, el que es mi jefe y tanto temes, mantiene fantasías con su secretaria como la mayoría de los hombres, y te aseguro que él no es mi prioridad.
—Lo siento mi vida, tienes razón pero no es necesario que…
—¿Pero en que estabas pensando? ¿Qué idiotez era esa de mostrarme? Te aseguro que si lo hubiéramos hecho, obtendrías exactamente lo contrario. En lugar de apaciguar sus ganas de mí, acrecentarías su deseo de encamarse conmigo. Te imaginas todos los días próximos persiguiéndome, mirándome de manera obscena y lujuriosa. ¿Es eso lo que quieres? Por qué te recuerdo que la próxima semana estaré lejos de aquí, distante de ti y muy cerca de él. Si es lo que deseas dímelo y de pronto me convierta en una bella genio y les haga realidad a ustedes dos sus deseos.
—No Silvia, ¡por Dios! cómo se te ocurre. Yo te amo y no me gustaría que eso sucediera. Ven, vamos a calmarnos y olvidar todo esto, te parece.
—No, Rodrigo, será difícil para mí olvidar esta noche. Lo que empezaste bien con tus manos, lo acabaste de joder a patadas. Mejor vete a dormir a tu nave espacial. No te quiero cerca esta noche. Déjame dormir sola.
¡Mierda! Lo había jodido todo. Silvia había dejado muy en claro que su jefe no era ninguna amenaza para mí. Otra noche de vuelta a mi soledad.
…
—Buenos días muchachas. Necesito que hoy me colaboren en ubicar algún buen hotel en Turín. —Les expresé a Magdalena y a Amanda, mientras desactivaba la alarma y girando la llave, abría la puerta de la oficina.
—¡Genial! Silvia, eso quiere decir que… Te ves radiante, de seguro tu maridito te chupó todos los deditos de tus pies. ¡Oh, mi diosa del placer! Jajaja. —Me dijo Magdalena, orgullosa de mi, su gran amiga.
—Hubo algo, sí. Pero necesito de tu colaboración Magda. Quiero que me ayudes a escoger de entre mi vestuario que podría llevar para sin llamar la atención, no pasar tan desapercibida. Necesito verme elegante pero no como la típica secretaria rígida y anticuada. ¿Te parece?
—Por supuesto tesoro, cuenta conmigo. Esa es una de mis especialidades. Vas a ver como dejas con la boca abierta a esos italianos. Y de paso le alegras el ojo a nuestro «ogro».
—Vamos Magdalena, ya no le digas así, mira que ha cambiado bastante y hasta abogó por nosotras para que nos subieran el salario.
—Es verdad Silvia. Pero tesoro, sigue siendo «nuestro ogro», aunque un poco más tierno, como Sherk. Pero no tan gordo, ni tan feo y por supuesto para nada un viejo verde. ¡Jajaja! —Respondió Amanda, trayendo en sus manos, como casi todas las mañanas, mi taza de té y la suya con café. ¡Si supiera ella, cuánta razón en sus palabras!
—Bueno… ¿Y a qué horas vamos a mirar vitrinas? —Preguntó emocionada Magdalena.
—Pues a ver, creo que le pediré otro permiso a don Hugo. Esperemos que nos llame después de que el asista a su reunión. Yo creo que a la hora del almuerzo se lo consultaré.
—Pero será que si nos dejara salir otra vez antes de tiempo. —Me preguntó Amanda con justa razón.
—No se preocupen por eso chicas, yo me encargaré de convencerlo. Además debe comprender que es por una buena causa, para lucir perfecta al lado de él. —Y me eche a reír.
—Bueno, ahora sí, menos charla y más trabajo. Pongamos a funcionar esta oficina. Las insté a comenzar nuestras diarias labores. Señora Dolores, buenos días. Podría usted por favor, ¿conseguirme algo para desayunar en la cafetería del primer piso? Le agradezco, hoy salí de prisa y no pude desayunar.
…
Dormí un poco más, aprovechando que mis hijos sin colegio ese viernes, estaban con su abuela y el padrastro de Silvia. Tenía tiempo suficiente así que hice un poco de pereza. No se me hizo para nada extraño que mi esposa no me despertara, seguramente estaría aun ofendida, pero me llamaría luego para desayunar.
Entré en el baño auxiliar para ducharme y luego de afeitarme, salir de nuevo para la habitación de invitados y acomodar el sofá cama, doblando con cuidado las sabanas y la colcha. Luego aun en toalla me dirigí hasta nuestra alcoba para vestirme allí.
La puerta estaba abierta y no veía movimiento. Silencio. Y en el baño tampoco se encontraba mi mujer. Estaría preparando el desayuno aunque no se escuchaba el trastear de ella en la cocina. Me vestí en calma, y posteriormente salí, atravesando el corto pasillo hasta llegar a la cocina, pensando en hacerle alguna broma, que bajara la tensión entre los dos.
Cocina vacía, mirada mía alrededor. Nada en el comedor ni en la sala. Mucho menos en el balcón. Silvia no estaba, el desayuno que esperaba recibir, también brillaba por su ausencia. No pensé aquella mañana que las cosas estuvieran tan mal. No era para tanto, creía yo.
Al llegar al concesionario, malhumorado por mi situación, saludé a los que había por allí sin muchas ganas. Directo a la máquina expendedora. Un café, un pastel de pollo. Los mismos catorce pasos para desayunar de pie. Un cigarrillo fue el postre y un trident de hierbabuena para iniciar la acción.
Ya sentado en mi cubículo, tarde como siempre, escuché el taconeo apresurado, la carcajada por usual saludo y la algarabía barranquillera en su voz, para hacerse notar.
—Y ajá, nene buenos días. ¿Qué vamos a hacer hoy? —Me preguntó y yo, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador le respondí secamente…
—Buenos días. Para hoy puedes empezar por buscar otro escritorio donde colocar tus cosas. Creo que ya has concluido tu inducción y con altas notas. —La escuché suspirar. Segundos después, de nuevo aquel sonido de sus tacones pero más mesurados, alejándose despacio de mi escritorio.
¿Pretendía ella que todo seguiría igual entre los dos? ¡Qué ilusa! Por más hermosa que me pareciera, cuando me siento traicionado u ofendido reacciono igual. Esa persona se me va saliendo del rincón de mis afectos.
No estaba enojado por eso en verdad, pero si me sentía decepcionado, bastante. Por eso siempre preferí trabajar sin acompañantes, hacer mis cosas solo. ¿Para qué dar sin recibir? ¿Para qué esperar de alguien, lo que no me puede entregar? ¡Falsas promesas de sincera amistad!
Una cliente menos, pero tenía en la mira otro probable negocio en las cercanías de Madrid. Así que me dispuse a preparar una oferta irrechazable. Una tabla de colores nueva, algunos suvenires para provocar recordación. Ya estaba terminando de alistar todo en mi maletín cuando la voz de mi jefe se escuchó con fuerza por toda la vitrina.
—¡Cárdenas a mi oficina! Y usted también, señorita Torres.
¡Mala cosa! El qué don Augusto me llamara por mi apellido no era una buena señal. Respiré profundo y enfilé mis pasos hasta su oficina.
—Buenos días jefe. ¿Para qué soy bueno? le dije yo. Antes de que por mi espalda llegara Paola.
—Rodrigo, se te encargó la labor de enseñarle a la señorita Torres todo lo referente a las ventas. En serio crees que en cuatro días ella ya se encuentra enterada de todo… ¿Para que la despaches de tu escritorio? —Me lo soltó franco y directo, como solía ser él.
—Yo, sinceramente pienso que es una alumna muy aventajada. De hecho ya hasta roba clientes y eso no se le enseñe yo. Creo que se lo aprendió a Federico ayer en su desayuno. ¡Es que el anda entre la miel, algo se le pega! —Hablé sin tapujos ni cortapisas.
—Y ajá, pues que te quede claro que yo no tenía idea de que la mamá de mi novio fuera cliente tuya. —De inmediato Paola contraatacó–. Y mi novio insistió en que fuera yo la que los atendiera de ahora en adelante o se irían de compras a la competencia. En serio lo lamento, pero yo no estaba enterada de que eras tú quien les proveía los camiones, hasta que te ví fuera del almacén. —Y dicho esto, fue mi jefe el que tomó control de aquella conversación.
—Los clientes no son de ustedes, pertenecen a la empresa y por lo tanto ustedes dos deben ponerse de acuerdo en quien los va a atender. No podemos permitirnos perder negocios. O lo definen entre ustedes o las comisiones por las ventas serán para la gerencia.
—Pues yo no tengo problema Jefe, igual no será el primer negocio que me roben y tengo ya preparada, otra visita. Por eso no necesito venir a poner quejas. «Lo que por agua viene, por agua se va». Y ya no quiero seguir con ella a mi lado. Voy a trabajar solo como siempre. Con el respeto que usted se merece jefe, si no le parece me avisa para dejarle mi puesto libre. No nací aquí, tampoco he de morir. —El rostro de mi jefe se mantuvo sereno, aunque me pareció estar a punto de explotar.
—Rodrigo, yo no puse ninguna queja, fue Federico el que se metió al verme llorar. —Me dijo Paola, aunque no me importó, pues yo estaba más pendiente de la reacción de don Augusto, ante mi ultimátum.
—Bueno pues entonces, para no hacer más larga y tediosa esta reunión, Paola tu continuaras llevando bajo tu responsabilidad ese negocio. Y hablaré para que te adecuen un puesto de trabajo. Y tu Rodrigo, más te vale que dejes tu soberbia a un lado y consigas más negocios. Y no lo digo por esta empresa sino por tu bolsillo. ¿A dónde piensas acudir? —Me preguntó mi jefe, sarcástico pero sin explotar. Paola me observo un instante, tenía en verdad algo de humedad en sus preciosos ojos verdes, pero salió de nuevo de la oficina para dirigirse hacia el refugio que le brindaba ahora, el pesado de Federico.
—Voy para Torrelaguna, a cerrar una venta. No será mucho, pero de granito en granito, la gallina llena el buche. —Perfecto, me estas comunicando el progreso–. Respondió mi jefe, confiado en mis habilidades y compromiso. Y estrechando su mano, procedí a salir del concesionario.
Una hora y media más tarde ya me encontraba persignándome frente a las puertas de la gótica Iglesia de Santa María Magdalena. Ya había estado allí anteriormente, con mi familia, al poco de llegar a este país. Todo parecía tan bueno, éramos tan felices y ahora, atravesábamos valles de inquietudes, senderos amargos causados por agentes externos empeñados en dividirnos.
Miré mi reloj y me percaté, qué en unos minutos ya serian la diez de la mañana. Me preguntaba si me llamaría, pero definitivamente, primero era cumplir la cita, después trataría de arreglar las cosas con mi mujer.
…
Me concentré en revisar con calma y más a fondo los documentos que me había entregado Francesco Bianco. Tomé la primera de las carpetas y me dirigí hacia la maquina fotocopiadora para poder imprimir unas copias y de esta manera poder subrayar cifras y comparar datos. Magdalena hablaba por su teléfono móvil con alguien y cuando me vio allí cerca se sobresaltó. Me observó por un segundo, alzando sus ojos para a continuación, apartarlos agachando su cabeza y luego bajar el tono de su voz. Seguramente pensó que le iba llamar la atención, pues de manera nerviosa, culminó su llamada.
Angustiada, y sin yo demandarle alguna explicación, me comentó que era una amiga que le había invitado a almorzar. Ya estaba por «chismosearle» quien era su amiga y adonde irían, cuando escuché el tono de llamada de mi móvil, colocado sobre mi escritorio. Pensé que fuera mi esposo y realmente no tenía ganas de hablar con él, aún no.
Seguía ofendida con Rodrigo, así que no me afané en alcanzarlo y responder. Pero volvió a sonar y vibrar. Tanto Amanda como Magdalena me hicieron señas de que tomara la llamada, por lo tanto recogí mi teléfono y me apresté a responder.
—Silvia, buenos días. —Era mi jefe y no mi esposo. Tampoco me sentía preparada para hablar con don Hugo. La noche anterior le había cortado de manera intempestiva, una salida bastante vulgar ante su propuesta de que le modelara los vestidos.
—¡Jefe buenos días! ¿Cómo amaneció usted? —Excelente Silvia, aunque me quedé un poco preocupado por ti–. Me contestó amablemente.
—¿Y eso porque don Hugo? —Le pregunté. Aunque intuí por donde iban a ir los tiros.
—Pues Silvia, por la situación de anoche con tu esposo. ¿Todo está bien entre ustedes?
—Claro que sí señor. No era nada importante don Hugo. Tan solo que no encontraba un calcetín. Es un poco desordenado y soy yo la elegida después, para solucionarle sus pequeños problemas. Discúlpeme por dejarle así a mitad de nuestra conversación.
—Menos mal. Me quede pensando en que podría convertirme en un obstáculo entre ustedes, con mis llamadas tan tarde. —¡Jajaja! No señor. Rodrigo no es para nada celoso. Le respondí, mintiéndole obviamente. —Y comprende claramente, que entre usted y yo, por temas laborales debemos estar conectados sin importar la hora. Despreocúpese.
—Ok, perfecto, me quitas un peso de encima, no quiero que tu esposo piense que me interesas, más allá de lo laboral. Pero si te soy sincero, me quedé con las ganas de verte otro rato y hablar contigo sobre lo que me preguntaste. Lo mío con mi esposa. —Me aclaró.
—Claro que si jefe, permítame un momento y reviso en su oficina. ¡Ya! Sí señor. Deme unos minutos que estoy encendiendo su computadora.
—¿Qué? ¿Cómo así? ¡No te comprendo Silvia!
—¡Shhhh! Jefe, es para que podamos hablar con algo de privacidad. Le dije yo bajando mi voz y acomodándome en su silla giratoria. —Listo, don Hugo. Ya podemos hablar. Cuénteme como le fue con su esposa. ¿Hablaron? ¿Se arreglaron?
—¡Pufff! Silvia, hablar hablamos. Entenderla no lo sé. Me pidió que guardara silencio y que la dejara hablar. Que iba a ser completamente sincera. —Y qué le dijo jefe. ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Por qué le puso los cachos? —Intrigada le pregunté.
—Aburrimiento, una búsqueda de renovación personal de energía. Y también una necesidad de conocer sobre el sexo. La verdad, me da pena comentártelo pero te considero una amiga muy especial. Eres mi ángel y confió en ti. —De nuevo yo, convertida en su amiga y por supuesto seguía siendo para él, su ángel. ¿Me vería cómo su premio de consolación?
—Parece ser, –según me explicó– que se sentía descuidada por mí, sexualmente hablando. Por lo visto nuestras relaciones sexuales se fueron convirtiendo en algo rutinario y monótono. Pasaron a ser un mero trámite. Y tiene razón pero yo Silvia, no me di cuenta. Sabes el nivel de estrés que manejo y la enorme responsabilidad que tengo encima de mis hombros. —Su voz la escuché resignada y llena de culpabilidad.
—Me comentó que nadie la impulso a hacerlo. Ninguna de sus amigas, me lo juró. Que fue una decisión espontanea que le llegó una tarde. Me dijo que se dio cuenta de que había hombres y mujeres que se compartían el amor sin prejuicios ni egoísmo. Y otros a los cuales ella les llamaba la atención y que se fueron sucediendo varios encuentros en principio, normales entre ella y algunos conocidos de sus amigas. También de uno de los instructores del gimnasio que frecuenta.
—Se sintió diferente. —Me habló apesadumbrado y sin embargo continuó–. Como renacida, Silvia. Aceptando de buen grado miradas y adulaciones. Finalmente meses atrás, cedió a una invitación. Luego otras más. Y me dolió su sinceridad. ¿Pero sabes que me desbastó? —Sí señor, lo imagino bien. Le respondí. Fue verla en… ¿Acción?
—Sí, Silvia. Hacerlo a mis espaldas, traicionando mi confianza. Sin hablarlo conmigo. Sin tenerme en cuenta. No me dio la oportunidad de cambiar y tomó la decisión de experimentar. ¡Solo sexo! Sin involucrar lo sentimental, según ella. Y que cuando se dio cuenta de las diferencias, comparó lo que había vivido con sus amantes y lo que tenía tan diferente conmigo. Pero que me ama y no desea que termine lo nuestro. —Se hizo un corto silencio, en el cual pude escuchar un leve llanto. Luego tomó aire suspirando y prosiguió.
—¿Tú lo entiendes Silvia? Porque yo aún no lo concibo. ¡Traicionarme! Buscarse amantes. ¿Para qué? ¿Para compararme? Me sentí muy mal al escucharla, se me revolvió la bilis y no pude soportar más aquella confesión que no solo me hacía sentir hundido sino que afectaba mi… ¡Mi ego de hombre!
—Hummm, jefe, eso fue muy fuerte. Lo entiendo. O mejor, a usted si, a ella no.
—Jefe, por favor no lloré más y cálmese. Creo que tiene en unos momentos la reunión. ¿No es verdad? —Si Silvia. Es verdad–. Me respondió.
—Entonces don Hugo, dejemos por ahora este tema aquí y si le parece con más calma lo hablamos personalmente y entre los dos, le buscamos alguna solución. —Tienes razón, como siempre mi ángel.
—¡Jefe! antes de colgar… ¿Será que puedo abusar de usted nuevamente y autorizarme a salir una hora antes hoy también? —¿Y eso Silvia? Antes no solías pedir tantos permisos. Que necesitas, dime.
—Jajaja, no es nada raro. Ayer pues ya vio usted, sesión de peluquería y pasar revista a las vitrinas. Estoy preocupada por vestirme bien para la visita a Turín y esta tarde me gustaría que Magdalena me acompañe hasta el piso para ayudarme a elegir la ropa para usar allá.
—Debería decirte que no, por no dejarme a mí ayudarte con ese tema. —Me respondió ya de mejor ánimo.
—Hummm, jefe estaba mi marido allí. Además es mejor que se sorprenda al verme la otra semana. Allá tendrá tiempo para admirarme. ¿No le parece a usted? ¡Jajaja!
—Está bien Silvia, pero que Amanda permanezca en la oficina hasta el horario habitual, para evitar rumores. —Está bien jefe, tiene razón, le respondí–. ¡Ahhh! Silvia, se me olvidaba un detalle. Por favor, mi regreso no será esta noche, no quiero ni puedo ver a la cara a mi esposa. Consígueme vuelo para mañana temprano. Llegaran mis padres con los niños y saldremos a medio día para el chalet en la Sierra. —Ok, señor. Ya me ocupo de ese tema y le confirmo la hora. Feliz resto de día y gracias
—Lo mismo para ti. Ya deseo regresar para verte.
Y terminé la llamada, fijándome de que fuera, mis compañeras hubieran asumido que yo trabajaba en algo. ¡Pufff! Aquel hombre no cesaba en pensar en mí. Menos mal que no le seguí el juego a mi esposo, pues de haberlo hecho, las cosas entre mi jefe y yo, podrían pasar a mayores.
Apagué el ordenador y salí de allí hacia el escritorio de Magdalena para comentarle del permiso otorgado y a Amanda, la mala noticia de que debería permanecer allí. De la habitual llamada a mi esposo, esa… ¡La dejé pasar por alto!
…
Afortunadamente para mí, cuarenta minutos después, salía caminando hacia la plaza central, con una orden de compra bajo mi brazo. Y la sonrisa triunfante de un buen negocio, la verdad nada del otro mundo pero era algo que antes no tenía y en esos momentos agradecí a Dios, pues fue una pequeña gloria, otra batalla ganada. ¡Hambre! Si esa fea sensación de vacío en mi estómago, acompañado por un gran bostezo. Miré a mí alrededor y me fijé en un restaurante con una preciosa terraza exterior al cual me dirigí.
Realmente no me complico la vida, pedí que me sirvieran una porción de arroz coreano con verduras y huevo, algas y algún tipo de col fermentada. Té por supuesto. Sí, sin darme cuenta terminé en almorzando comida oriental. Entre bocado y bocado, revisaba el móvil, ninguna llamada de Silvia, por supuesto de Paola ni más pero si un mensaje que por algún motivo no escuche. Era de Eva, la preciosa bartender, invitándome a una discoteca esa noche de viernes, con gracia terminó su mensaje escribiendo que era una invitación para una sola persona, y no que fuera a aparecerme con mi esposa.
Un emoticón de un muñequito morado sonriendo con malicia, culminaba la línea del texto. Miré de inmediato mi dedo anular y sonreí. Giré mi alianza matrimonial con los dedos de mi otra mano, recordando cuando años atrás, una compañera de la universidad, que en todos los semestres me miraba como un culo, sin yo haberle hecho algo malo ni cruzar palabra alguna, hasta que finalizando el ultimo, cuando se enteró de mi compromiso con Silvia, decidió hablarme, declarándome su amor y llevándome a… Pero bueno, esa es otra historia que no viene al caso.
—¿Qué postre va a elegir el señor? —Me preguntó con un marcado acento asiático la mesera. Un café negro con dos de azúcar por favor y le sonreí. Ella igualmente correspondió mi gesto y haciéndome una venia de dio vuelta dejándome en una bandejita la cuenta. Casi se me salen los ojos de las orbitas al observar el valor de lo consumido. Obviamente culpa mía por meterme al primer lugar sin consultar otros lugares, como siempre me recomendaba mi mujer.
De regresó en mi auto hacia la ciudad, coloqué en el reproductor el Cd de Maná, «Revolución de amor» del 2002 y Justicia, Tierra y Libertad, el primer track que dio inicio al persistente retumbar de las cuatro bocinas, con los acordes desgarrados de la guitarra de Carlos Santana, dentro del habitáculo de mi Mazda. Poco menos de una hora para devolverme hasta el concesionario, tomando la ruta más corta. Media hora después acompañaba con mi voz de tarro, la de Fher. «Mariposa traicionera», cantaba a pleno pulmón y en mi mente la sensual imagen de aquella chica en el videoclip, culminando la infidelidad conseguida en un baño y bueno, para terminar con la otra chica en ese beso sensual al lado de la barra.
Concluí aquella tarde, con un cigarrillo en mi boca, reposando mi trasero sobre el cofre tibio de mi auto en el parking, antes de ingresar a la vitrina de ventas. No llamé a Silvia, ella tampoco lo había hecho a las diez. Un mano a mano entre los dos. Ella y sus razones. Yo con mis convicciones.
—Hola jefe, regresé. Aquí está la orden. Finalmente la hija de mi cliente se decidió por el hatchback y de rojo su color. —Le dije a don augusto, colocando la carpeta con la orden firmada y remarcada con la huella digital, justo al lado.
—¡Ese es mi muchacho!–. Me respondió mi jefe, dándome una pequeña palmada en el hombro. —Voy a alistar otras propuestas para la otra semana y si no hay inconveniente me agradaría salir un poco más temprano hoy.
Y le ofrecí mi mano por encima de sus pequeñas gafas colocadas cerca de los documentos que acababa yo de dejar sobre su escritorio. Don Augusto sonrió, no me dijo nada más y tan solo me estrechó con fuerza mi mano. Asunto resuelto. Salí de la oficina hacia mi escritorio y con disimulo busqué a mi rubia tentación, mas no la vi por ninguna parte.
Saliendo del concesionario recibí la llamada de Martha. La esperaba sí, pero sabiendo lo que conocía de ella y de su baboso esposo, aún no tenía idea de cómo colaborarle en su reconciliación.
—Hola Martha. ¿Cómo va todo contigo? —Hola Rodrigo, no muy bien la verdad. Me vendría bien hablar con alguien de confianza, alguien como tú.
—Bueno Martha, la verdad es que iba para mi piso a descansar pero si quieres podemos vernos por ahí y tomar algo. —Le respondí.
—Me encantaría. ¿Te gustaría verme en el mismo lugar? ¿Cómo en media hora? —Perfecto, salgo entonces para allá. Nos vemos en un rato–. Y colgué la llamada.
Al parecer lo que Silvia pensó haber logrado al hablar con su jefe, no fue tan así. Noté a Martha angustiada y triste. Lo peor era que si buscaba en mí, algún consejo, aún no aparecía en mi firmamento alguna estrella fugaz que lo iluminara.
Cuando descendí de mi coche dejándolo en el mismo parking de la vez anterior, mi móvil en el bolsillo de mi camisa, comenzó a vibrar y sonar. Encaminándome hacia aquella cafetería, tomé la llamada.
—Hola. —Tan solo esa fue su palabra para saludarme.
—¿Qué tal? ¿Cómo están los niños? —De la misma manera fría y seca que Silvia me saludó, lo hice yo también. Desviando la atención de su llamada hacia el estado de mis hijos y su permanencia en casa de mi suegra.
—Rodrigo, no me llamaste a mediodía. —Tú tampoco lo hiciste a las diez–. Le respondí.
—Es que estaba ocupada en una reunión. Los niños están felices como siempre. —¡Ahh! Fíjate que yo igual con un cliente. Me alegra por mis hijos. Pienso llevarlos mañana al parque y al centro comercial a comer helado–. Terminé por anunciarle.
—Lo siento Rodrigo, no va a poder ser. Precisamente te llamo para avisarte que Alonso nos ha invitado a pasar el fin de semana en la Sierra. No me pude negar, ya sabes cómo se pone mi mamá con los desplantes ante las invitaciones de mi padrastro. Y no te dije nada pues pensé que tal vez deberías trabajar. Lamento no haberte llamado para consultarlo contigo y estropear tus planes. —Vaya, llevo días sin poder verlos, seguro que me extrañaran.
—Si por supuesto, ellos te aman con locura. También te extrañan y te mandan saludos, pero estarán muy felices de pasar estos días de paseo. El hotel tiene piscina y varias actividades para ellos. —Me respondió.
—Sí, seguro. Y piensas seguir con esta estupidez. Porque la verdad Silvia, ya me estoy cansando de tus actitudes y reproches. No pretendí ofenderte anoche. Quería que entre los dos le diéramos una lección de amor a ese señor. Pero estas confundiendo las cosas y lo estás llevando muy lejos. En serio te lo digo. No eres para mí un trofeo que mostrar. Al contrario eres la mujer de la cual estoy orgulloso de llevar a todas partes cogida de mi mano. Pero a ti parece ya no importarte. Estas cambiando y no me gusta eso de ti. Para nada.
—¿Me estas amenazando Rodrigo? —Me respondió altanera y elevando el tono de su voz.
—¡No! Solo te estoy explicando cómo me estás haciendo sentir con todo este temita tuyo con tu jefe, tu empresa, los obsequios y ahora el viajecito de la otra semana. ¡Por Dios Silvia! Date cuenta mujer. Analízalo, ponte por una vez en tu vida de mi lado. Ese señor lo que quiere es estar contigo, busca joder nuestra relación. Y creo que lo está consiguiendo. —Le hablé esa tarde con honestidad. Exponiéndole mis temores.
—Ya te dije claramente que no. Que entre él y yo no existe nada de índole sentimental. Mi jefe solo me trata bien. Me aumenta el salario para que pueda yo descansar de llevar y recoger a nuestros hijos del colegio. Y se preocupa por mí. Él solamente valora mi desempeño laboral, alaba mi esfuerzo y desea que yo consiga superarme día tras día. Pero Rodrigo, tú en cambio, te enojas por todo, me celas y solo deseas tenerme a tu lado. Tal vez quieras verme todos los días en la oficina, cubierta con una bolsa en la cara para que nadie me mire. Eres muy celoso. Yo también estoy cansada de todo esto. De pedir que confíes en mí, pero sigues pensando que me voy a abrir de piernas con todo aquel me lo pida. Y eso me ofende mucho. Me estas insultando Rodrigo, no soy una puta. ¡No soy tu puta propiedad! —Y me colgó la llamada.
Continuará…