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Ana y su pago del alquiler
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Tiempo de lectura: 12 minutos

El timbre sonó.  Ana miró hacia la puerta sabiendo quien era la persona que llamaba. Esta mañana, Luís, su casero, le había llamado para recordarle que se pasaría a cobrar la mensualidad y la deuda de otros meses sin pagar. Ana sabía que no tenía dinero para pagarle. Apenas habían pasado un par de meses desde que perdió su trabajo y era complicado encontrar un trabajo en este momento donde además tenía que compaginar con sus estudios.

Ana volvió a mirar con miedo hacia la puerta, esperando que Luís pensara que no estaba pero, para su desgracia, volvió a sonar el timbre acompañado de varios golpes en la puerta. Ana se levantó, tomó una bocanada de aire y abrió la puerta. Apareció la silueta regordeta de Luís con poco pelo, medio calvo y rondando los cincuenta años. Sonrió dejando ver algunos de sus dientes torcidos para después saludar de forma burlona. Ana le devolvió el saludo.

Luís mantuvo su sonrisa lasciva con la que siempre había mirado a Ana, parecía no importarle que casi le duplicase la edad ni la cara de desprecio de Ana cada vez que lo hacía. Desde el primer día que se había conocido como casero y rentista, Luís no había escondido ninguna de sus miradas. Ahora se deleitaba con la figura pequeña que a pesar de su tamaño tenía unas buenas curvas. La camiseta de tirantes blanca permitía poder tener una buena vista de pechos los cuales se insinuaban por debajo de la camiseta. Su vista siguió hacia abajo, imaginando las curvas y la piel que habría bajo la tela hasta llegar a su cintura donde volvió a parar para recrearse. Los shorts de color gris que llevaba Ana se ceñían a la cadera y seguro que le marcaban de una forma increíble. Luís se decepcionó al no poder comprobar su teoría sobre el culo de Ana, pero seguro se las ingeniaba para acabar corroborando. Los shorts se acaban bastante pronto y daban a paso las piernas desnudas de Ana donde no era necesario imaginar nada. Luís se podía detener y deleitarse con cada centímetro de piel blanca y disfrutar de las curvas de sus muslos. Llevó su mirada hasta sus zapatillas. No era un fetichista de los pies pero tenía curiosidad por saber si se habría pintado las uñas. Recorrer con la mirada a Ana desde arriba hasta abajo sin dejar un centímetro sin escrutar había encendido aún más a Luís que no necesitaba demasiado para calentarse con su inquilina. Además, había algo en la combinación de conjunto que incitaba a Luís a dejar volar su mente hoy más que nunca.

Regresó con su mirada a mirar a Ana a los ojos. Se aclaró la garganta y con un hilo de voz, sin dejar de sonreír dijo

– Son seis meses. Cinco de retrasos y uno aún vigente. Ya hemos hablado sobre la obligación de pagar las deudas. Sé que no tiene trabajo, pero necesito el dinero, esta casa tiene gastos, no se mantiene solo y no le saco ningún rendimiento.

Luís tenía una voz particular. Algo aflautada, pero con ritmo constante y cortante. Como el de un adolescente que intenta agravar su voz para imponer pero sin llegar a conseguirlo. Sin dejar hablar a Ana, Luís siguió el discurso que ya había repetido en otras ocasiones y que Ana se casi se sabía de memoria:

– El negocio casero es realmente duro. Me deslomo todo el día para atender a mis inquilinos. Debo mantener cada uno de los pisos, arreglar los desperfectos y reponer aquello que se rompe. Además, me tengo que hacer cargo de los gastos de la comunidad, de las revisiones periódicas y de los tributos del ayuntamiento. Cada piso es un negocio que necesita atención, tiempo y dedicación. No hay nada peor que un piso que no rente porque genera costes, pero no ingresos.

Como otras veces, hizo una inflexión de voz, cambió la sonrisa por una expresión más grave. Torció la cabeza dándole un todo grotesco y continuó forzando la voz para sonar con un par de tonos más bajos:

– Si hay algo peor – mascando cada una de las sílabas. Un mal inquilino. Un inquilino que se aproveche de la bondad de su casero y falle continuamente en el pago de sus mensualidades. Un inquilino, o… inquilina que no se sabe agradecer el esfuerzo que él su pobre casero realiza para poder ofrecerle un techo digno.

La primera vez que escuchó el discurso Ana sintió algo de compasión. Hasta que descubrió, ese día como día, la mirada insinuante de Luís que podría ser feo o asqueroso, pero no era tonto y había elegido de forma meticulosa cada una de las palabras. Ana comenzó a mascullar un agradecimiento por el esfuerzo y una disculpa por no tener el dinero, pero esa tarde algo cambió en el guion. Luís dio un manotazo a la puerta:

– ¡Ana! No hay más meses, no hay más tiempo. Se acabó la espera. Quiero mi dinero. Si quieres seguir viviendo en esta casa quiero que me pagues mi deuda ahora.

Ana se quedó congelada. Luís siempre había sido una mezcla entre pedante y baboso, pero nunca había mostrado su lado agresivo. Sentía que esta vez sí que iba en serio, y que tenía un problema, porque esperaba poder aguantar un mes más. Ana necesitaba ganar tiempo, solo necesitaba permanecer en aquella ciudad un mes antes acabar sus estudios y poderse ir. Invitó a Luís a entrar en casa. Esperaba que un poco de dulzura y consideración fuera lo suficiente para aplacar los deseos de Luís.

– Luís, te vuelvo a pedir disculpas. Tienes toda la razón, pero sabes que me quedé sin trabajo. La situación es complicada y necesito compaginarlo con mis estudios. Te pido un mes más. Acabaré el curso y con la llegada del verano encontraré trabajo y podré pagarte hasta el único mes que te debo.

Luís pareció creérselo. Más calmado preguntó por sus estudios y donde estaba preguntando para obtener trabajo. Ana le fue contando cada tema con detalle, le fue envolviendo cada una de las historias para que Luís creyera que iba a cobrar algo del dinero que le debía. En el interior, Ana seguía sintiendo repulsa por Luís por la forma por la cual la miraba, aprovechando cualquier descuido de la chica para reconocer una parte de su cuerpo. La conversación llegó a un punto muerto donde Luís había aceptado de facto que debería esperar un poco más. Ana esperaba la rendición de Luís y esta estaba a punto de llegar:

– Puedo esperar un mes más. Llevo esperando seis y podré aguantar otro. El resto de negocios van bien y me permiten ser flexible contigo.

Ana se sentía victoriosa. Había conseguido el mes extra y después, sería libre. Si el cabrón de Luís no veía un duro, ya no sería su problema. Luís volvió a hablar. Ana esperaba la despedida con una sonrisa interior

– Esperaré un mes, pero no te saldrá gratis – esta vez la sonrisa de Luís era diferente. Volvió a ser burlona, pero se podía vislumbrar cierta inteligencia. Como si detrás de esa frase, hubiera un plan. Quiero algo tuyo…

Dejó la frase en el aire para volver a repasar con la mirada a Ana. En medio del recibidor, se permitió rodearla lentamente. Se quedó unos segundos mirando su culo. En silencio. El tiempo discurría lento para Ana que notaba que algo se había torcido. En cambio, Luís paladeaba cada segundo que arrancaba para poder observar a Ana, para perderse en cada una de las curvas y sus pliegues. Volvió a estar enfrente de ella, y dijo:

– Quiero verte desnuda. Quiero que te desnudes para mi. No solo eso. Pienso tomarme tantas fotos como quiera. Cómo casero después de aguantar seis meses ver cómo te pavoneas delante de mí, merezco que resarzas por la espera. ¿Aceptas? ¿O haces maletas?

Ana negó con la cabeza, y cuando iba darle una razón, Luís empujó por los hombros a Ana contra la pared. Notó como sus gordos brazos la levantaban lo suficiente del suelo para que estuviera incómoda y como sus rechonchos dedos la agarraban firmemente.

– Creo que no has entendido. Dicho volviendo a marcar cada una de sus palabras. Si me dices que no, te sacaré ahora mismo del piso. Perderé seis meses, si; pero tú perderás el sueño que has perseguido este año. Me puedo permitir seis meses de tu renta, pero ¿puedes perder tú este año de universidad?

La presión sobre los hombros de Ana disminuyó y la devolvió con cuidado al suelo. No tenía mucha elección, y pensó, que en el fondo no sería el primer hombre que tenía fotos suyas desnuda. Si un par de imágenes le permitían ganar ese ansiado mes, complacería los deseos de aquel cerdo.

Ana cogió de la mano a Luís y lo condujo hasta el salón. Le indicó que se sentara, bajó las persianas, puso algo de música y atenuó las luces. Ana comenzó a moverse al ritmo de la música mientras Luís asistía atónito al espectáculo de sus caderas moverse. Le pidió que se acercara más para poder verla mejor y paró de pedirlo hasta tenerla a un par de metros. Ana se combinaba moviendo lentos y rápidos, se movía desde abajo a arriba y jugaba con su lengua. Vio como Luís comenzaba a sacar el móvil y empezaba a hacer fotos. Ella continuó como si no fuera la primera vez que le hacían fotos. Con una orden clara y corta, Luís pidió que Ana se quitara la camiseta. La tiró al suelo y dejó ver los pechos que tanto ansiaba ver. Eran redondos y naturales. Tal vez una 90 copa b o c. Luís no sabría decirlo pero eran más grandes de lo que se había imaginado. Acompasó su mirada al bamboleo de las tetas dejándose hipnotizar por los pezoncitos marrones. Salió de ensueño para pedirle un par de posturas que quería ver y para ordenar, otra vez con voz firme, que se quitara los shorts. Los pantaloncitos cayeron y esta vez Ana se lo tiró. Luís los recogió y los dejó a un lado mientras sus ojos hacían el viaje de ida y vuelta desde las tetas de Ana hasta el pubis que aún permanecía cubierto por un tanga blanco de encaje.

Luís bajó sus pantalones y Ana observó cómo aparecía el pena erecto de Luís. No eran gran cosa, normal. Al igual que Luís. Ana sabía que el aspecto físico no tenía que ver con el tamaño del miembro de un hombre, pero en este caso, estaba en consonancia. Dejó escapar una sonrisa burlaba y Luís pareció darse cuenta:

– ¿de qué te ríes? ¡Puta!

Ana quedó un poco en shock. ¿Volvía el Luís más posesivo? No quiso darle más vueltas y quería acabar cuanto antes. Comenzó a quitarse las zapatillas cuando Luís le ordenó que se detuviese. Ella paró pero le pidió una explicación:

– No te las quites. Te dan un aspecto de zorra barata.

Comenzaba a salir la versión asquerosa que Ana sabía que debía existir. Un ser interior que hasta el momento se había contentado con miradas lascivas, algún comentario fuera de todo y la petición de las fotos, pero que cada segundo que pasaba afloraba más y más.

– Quítate el tanga y lánzalo.

Ana obedeció y lanzó sus últimos centímetros de ropa a Luís. Luís los miró, lo estrechó en su mano y lo guardó en el bolsillo del pantalón. Se podía ver entre los pantalones arrugado como sobresalía una parte del encaje de color blanco. Luís se preguntaba si los rizos rubios de Ana eran reales o se debían a un tinte. Eran reales o también se había tintado el depilado brasileño que llevaba. Los ojos de Luís ya no viajaban de arriba para abajo por el cuerpo de Ana. Estaban fijos en un mismo punto. En su coño. En ese magnífico pliego de carne femenina con el cual había fantaseado por meses. La escena tenía un aire de patetismo. Un gordo calvo de cincuenta años encargado de llevar las rentas de los pisos de sus padres sentado en un sillón con las dos manos ocupadas mientras, justo enfrente, una jovencita de veinticinco años se contorsionaba con tan solos unas zapatillas deportivas puestas esperando que el gordo aguantara un mes antes de echarla de casa o que ella se fuera sin pagar la deuda que tenía.

– Acércate un poco más, quiero verte en primer plano

Se acercó hasta estar a tan solo un metro. Podía notar la excitación de Luís. Dejó el móvil en el sofá y con esa misma mano buscó el culo de Ana. Ella intentó apartar la mano, pero la fuerza de Luís no le dio ninguna opción. Notó cómo sus dedos se clavaban en su nalga izquierda para continuar con dos sonoras cachetadas. Esa misma mano buscaba ahora la parte delantera pero Ana no estaba dispuesta a dejar que fuera más allá. Se alejó y fue a ponerse su camiseta. Luis se levantó detrás, y pisó la mano de Ana. Soltó un grito.

– ¿A dónde vas? Siento tener que hacerte esto, pero no te he dicho que te pongas la camiseta y estaba harto de tu desobediencia – Levantó el pie. Ahora ya que estás en esa posición, hazme una mamada. Quiero ver si esa lengua y labios saben moverse como tus caderas.

Se quedó quieta. Le dolía la mano e intentó levantarse para irse. El acuerdo eran unas fotos y ya el gordo seboso debería tenerlas. Comenzó a levantarse cuando notó la mano de Ana en su cuello.

– ¿A dónde vas, putita? Si, lo veo en tus ojos desafiantes. Crees que ya me he cobrado, que eran solo unas fotos; pero como bien sabrás, los contratos están para incumplirlos, o como me gusta decir, para negociarlos si las dos partes están de acuerdo. ¿Crees que soy tonto? Que no sé qué intentas ganar un mes para después largarte sin pagar. No eres la primera ni la última que intenta hacerlo. En el fondo, sois todos unos perros; pero tú, eres una perrita muy buena.

Soltó a Ana del cuello y le puso su pene delante. Cogió el móvil con una de las manos y comenzó esta vez a grabar. Golpeó las mejillas de Ana con su miembro, y soltó una sonora carcajada.

– Abre la boca. No te hagas tímida. Seguro que esa boquita tiene buena experiencia. Para no tener dinero, tienes buena ropa y hay muebles que has tenido que pagar tú que no son de cualquier mercadillo. Empieza por los huevos, me gusta así – dijo mientras le ponía los huevos directamente sobre la cara.

Comenzó como le había dicho. Primero lamió uno, luego el otro. Fue cambiando de uno al otro mientras los iba introduciendo poco a poco en su boca. Notaba como su frente chocaba con la barriga de Luís y tenía que recurrir a alguna pose rara. Su mano comenzó a manosear el pene de Luís mientras este se ponía más duro. Escucha los gemidos entrecortados de Luís con insultos hacia ella como puta, guarra o zorra. Su lengua siguió desde los huevos hasta la cabeza. Intentando cubrir todo el tronco con su lengua. En su interior, estaba intentando que Lui se corriese para que la dejase tranquila cuanto antes. Jugó con su lengua en la cabeza, no importando saborear más de la cuenta. Los gemidos de Luís habían aumentado y cada vez que miraba hacia arriba podía observar al móvil grabar la escena. Poco a poco se fue metiendo el pene en la boca. No iba a tener ningún problema con esa talla. Notaba como llegaba al fondo y volvía salir. Repitió mientras los gemidos de Luís aumentaban hasta que en unas de las veces, notó como las manos de Luís le rodeaban la nuca y no la dejaban mover la cabeza. Luís mantuvo la posición unos segundos hasta que soltó un gemido sordo. Ana sabía lo que había sucedido y no tardó en notar un líquido en su boca. Se revolvió, consiguió librarse de la presa de Luís y escupió todo lo que pudo

– ¿no estabas acostumbrada? – Luís reía

La dejó de rodillas sobre el suelo, mientras él se sentaba en el sillón para recuperar el aliento. Ana sabía que la situación le parecía asquerosa pero hasta ese momento, estaba cachonda. Tal vez, Luís no se había dado cuenta pero había un pequeño charco debajo de ellos que no había sido causado por él.

-Cuando recuperes el aliento, necesito que te quites las zapatillas. Necesito una imagen de tus pies para un amigo que me la ha pedido.

Lo miró con duda. ¿Qué amigo? ¿No habría pasado ninguna de las imágenes? La cara de Ana debió de ser suficiente clara para que Luís, tirado en sofá cansado de semejante esfuerzo, le diera una explicación:

– Le he pasado las fotos a un amigo mío. No te preocupes no se las pasará a nadie. Mi amigo me ha pedido que si puede verte los pies. Y no me meto en las filias de cada uno. Y tengo curiosidad, también.

Esta vez no dudó. Se quitó las zapatillas sin dudarlo y mostró sus pies a Luís. Tenía unos pies pequeños, blancos como el resto de su cuerpo. Extremadamente cuidadoso con una piel que parecía seda blanca. Se notaba la buena pedicura con cada una de las uñas perfectamente recortadas sin ningún tipo de salientes y cada una de ellas pintadas de un color diferente. Era increíble que en una mujer como Ana, los pies fueran su fuerte. A otras partes del cuerpo le podría sacar algún defecto, pero esos pies no tenían ni un desperfecto. Tomó varias fotos y se rio nada más enviarlas.

– Dice mi amigo que le encantan esos pies. Solo por tus pies ya mereces las seis mensualidades. Necesito que vengas junto a mí, necesito algo más de ti – Amanda se levantó y se puso al lado de Luís. Aún podía notar el sudor en su piel. Me ha pedido que hagamos una videollamada, imagino que no importará. Es un buen hombre.

No le dio tiempo a responder cuando el móvil comenzó a sonar. Luís descolgó y se pudo ver a una hombre de unos cincuenta años, pelo cano y corto, con un buen bronceado en la piel, con una sonrisa impoluta, gafas de sol y un traje azul marino. Luís y Bernardo se saludaron. Bernardo era todo lo contrario de Luís, parecía que pudieran existir en el mismo y menos conocerse y llevarse bien. Bernardo continuó la breve charla con Luís como si Ana no estuviera completamente desnuda en la cámara. Conversaron durante un rato sobre su vida y se pusieron al día.

– Bernardo, esta es Ana. La chica de los videos y de los pies.

– Ya veo, imagino que en persona mejorará aún más. Si nos cogieras con veinte o treinta años menos, esto sería diferente. Bernardo estaba exultante, exageradamente contento, ¿sería siempre así?

– Es una verdadera putilla. Le cuesta entrar en calor pero después se entrega al placer con facilidad.

– Si, seguro. Luís, veamos hasta dónde es capaz de llegar ahora. Esto último lo dijo Bernardo mientras se sacaba cuidadosa la verga del pantalón.

Luís le dio el móvil a Ana. Le pidió que no lo quitara de su cara y que intentara gemir con fuerza para que se escuchase. Ana lo hizo, podía ver en un recuadro pequeño su cara y en la pantalla principal a Bernardo, ya con su verga fuera, y algo en la otra mano que no supo que era. No tuvo mucho tiempo para pensar cuando sintió que Luís le abría las piernas y se las levantó quedando completamente tumbada en el sofá. Luís colocó su cabeza entre ellas y con una precisión milimétrica, comenzó a lamer el clítoris de Ana. Con el primer movimiento, Ana dejó escapar un fuerte gemido. Con la lengua fue recorriendo cada uno de los pliegues del pubis, separando cada de las láminas de piel. Ana gemía y le costaba mantener el móvil enfocada en su cámara. Luís continuó jugando con su lengua mientras comenzaba a meter su primer dedo. Notaba como la humedad de la lengua recorría su clítoris y labios mientras el dedo corazón entraba y salía. Ana comenzaba a retorcerse en el sofá mientras desde el otro lado de la llamada, Bernardo la animaba a gemir acabando todas las frases en puta o putita. Después del dedo corazón llegó el anular, y Luís aumentó el ritmo. Ana gemía, arqueaba la espalda y cerraba los ojos de placer. Intentaba cerrar las piernas para empujar a Luís más adentro. El cabrón que se había corrido en su garganta, estaba cumpliendo con creces. El tercer dedo no tardó en caer y a la pregunta recurrente de Bernardo: ¿eres mi puta, Ana? Ella comenzó a responder que sí entre gemido y gemido.

El ritmo aumentó de forma vertiginosa empujando con la mano que tenía libre la cabeza de Luís. Esos minutos de auténtico placer estaban cambiando la imagen del casero pero tampoco podía pensar mucho más. Bernardo continuaba preguntando y ella siempre respondía con un sí cada vez más entrecortado. Del otro lado del altavoz se escuchó la voz de Bernardo: “Para ya está. No hace falta que la puta acabe” y sin más espera, Luís dejó de mover sus dedos, los sacó y se volvió a poner al lado de Ana. Ella no entendía nada, estaba a punto de llegar al orgasmo, uno de los orgasmos más ricos que estaba teniendo y todo se había acabado. Parecía que había estado en un sueño y que de repente se había despertado. Pudo ver que Bernardo se había corrido y descubrió que aquello que sostenía Bernardo era una foto de los pies de Ana. Ana volvió a sentir algo de repulsa por los dos. Luís volvió a esbozar su risa burlona, sabía perfectamente lo que había hecho y ahora parecía que no iba a darle una explicación. Al final, Bernardo comenzó a hablar:

– Muy buena putita Ana. No pensarías que te íbamos a dejar acabar. A las zorras como tú, no les damos opciones. No eres especial, tan solo una más. Realmente, eres algo más que el resto por tus pies y por lo que he visto esta tarde. Luís me ha comentado que necesitas trabajo para pagar unas deudas que tienes con él, y yo tengo trabajo que te puede interesar… en vista de tus actitudes.

Ana aún estaba enfadada por lo que había sucedido, pero sabía que no tenía más opción.

– Tengo un local para gente con dinero. Irás a trabajar todas las noches. No te preocupes, nada sexual. Solo bailes y algún reservado con tus pies. Lo que hagan los clientes con ellos, será secreto entre ellos y tú; pero puedes imaginar que va a pasar viendo lo que ha pasado hoy. Trabajaras tanto como te pida para poder pagar la deuda así que en este mes tendrás que hacer muchas peticiones especiales. Después podrás hacer lo que quieras con tu vida. ¿Alguna duda?

Había vuelto a la realidad. Había vuelto al punto donde su plan para no pagar se había dado la vuelta y ahora sería solo un objeto que un grupo de cerdos podrían usar. Esa tarde con Luís se lo habían demostrado dos veces. Sabía lo que tenía que responder, y lo que debía de responder.

Esa misma noche, Ana fue a trabajar.

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