Al legar a mi departamento, le señalé la barra del pequeño bar que tengo. “Escoge con lo que quieras empezar nuestra borrachera”, le dije, y ella sonrió y fue hacia allá sin quitarse el abrigo.
–¿Qué quieres tomar tú? –me preguntó sin dejar de examinar las botellas.
–Lo que a ti te guste, para irnos parejos –contesté y, le solicité que me permitiera ayudarla para quitarle el abrigo.
–¡Qué caballeroso! ¿Tendrás algún interés adicional? –preguntó con picardía.
–Siempre soy atento y nunca tomo lo que no me den… aunque esté riquísimo –contesté viéndole el pecho con lujuria cuando ya tenía su abrigo en mi mano.
–¡Ja, ja, ja, qué cara de deseo pusiste, ja, ja, ja! –se rio del gesto que hice– Ya veremos si mereces que te ofrezca algo de tomar. No será leche, porque los envases están vacíos desde hace años. En cambio, ustedes los hombres, siempre rebozan y quieren darla tomada o inyectada –dijo acariciándome el pene por encima de la ropa provocándome una gran erección. “¿Será semenólica o sólo alcohólica?”, me pregunté al verla tan insistente en acariciarme, sin soltar la botella que había elegido.
–Empecemos con ésta –dijo, extendiéndome la botella, la otra para los postres, si es que no nos quedamos borrachos con el alcohol –precisó dejándome claro que quería coger.
Le indiqué que iría a la cocina para lavarme las manos y preparar algunos bocadillos de carnes frías, pan y queso, y ella me siguió para auxiliarme. Mientras agachados veíamos en la nevera, pegó su rostro junto al mío, volteó la cara abriendo sensualmente la boca solicitando un beso, el cual le di y abrazándola con una mano en la espalda y la otra en las nalgas. Ella movió su pubis acariciando mi turgencia.
–Terminemos aquí, para ir a divertirnos a la sala –le pedí.
–Sí, será más cómodo… –aceptó, poniéndose a trabajar de inmediato.
–¿Qué música quieres que ponga? – pregunté acercándome al aparato de sonido.
–La que quieras, con la que te guste yo me acoplo –dijo antes de empinarse la primera copa y se quitó la blusa quedando su brasier como si fuese a reventar –después, cuando lleguemos al tequila y estemos tranquilos pones las “tiranas” –concluyó sirviéndose otro trago.
Antes de que también se lo tomara, me acerqué para darle un beso y pasar mis manos por detrás de ella y desatar el sujetador. Sus chiches quedaron libres y me las ofreció levantándose un poco para que me quedaran en la cara. Las acaricié, las amasé y me metí a la boca los dos pezones juntos.
–¡Goloso! ¿No te parece que debes probar primero una y luego otra? –me ordenó y yo le obedecí metiéndome en la boca todo lo que pude de una sola. Stella gimoteó de placer y luego hice lo mismo con la otra.
–¡Qué rico succiona tu boca! Ya me imagino lo que me harás en la vagina –dijo empezando a quitarse la falda y los calzones mientras yo seguía mamando a placer…
–Y vas a querer que tome lo que te dejó Cornelio en la mañana –afirmé.
–¡Ja, ja, ja, no, cómo crees! Me aseé muy bien cuando se fue, no iría mi galán, no había motivo para mantener el sabor en mi pucha ni el escurrimiento en las verijas –me explicó divertida, pero luego cambió por un gesto interrogante– ¿Tú lo esperabas probar…? –concluyó expectante de mi respuesta.
–No, no sabía de los gustos tan refinados en mi amigo, ni el de tus amantes. Lo supe cuando me platicaste, pero como Cornelio recogió a los niños…
–… y me recogió a mí… –precisó interrumpiéndome.
–Sí, supuse que…
–No, hoy estoy limpia. Pero si quieres probarlo, podemos quedar el lunes…
–No es necesario. No sé de esos sabores, al menos no he sabido que me lo hayan hecho así –le aseguré, aceptando la posibilidad.
–¡Vamos, quiero sentir tu boca en mi panocha, chúpame! –exigió mostrando el fuego rojo del deseo entre su mata peluda y yo bajé a beberlo…
Su sabor era muy rico y excitante, yo chupaba con ímpetu y ella mesaba mi cabello, luego apretó mi cabeza contra su pubis y se masturbó frenéticamente con mi rostro. Stella gritaba en espasmos y soltó un río de flujo salado que bebí sin parar. Ella continuó tallando sus labios y clítoris en mi lengua y nariz hasta que después de lanzar un fuerte gemido, quedo quieta. Di los últimos lengüetazos y miré su bello rostro que estaba plácido y con los ojos cerrados, paseando en los sueños de la calma y la satisfacción. Mi verga estaba que reventaba y goteaba el presemen. Aproveché su sosiego para quitarme toda la ropa. La acosté en el sillón y le lamí las chiches.
–Espera, déjame descansar –balbuceó y la dejé reposar.
Era un deleite mirar su vulva inflamada. Los labios y el clítoris hinchados mostrando un rojo intenso. Los vellos enmarañados y revueltos, mojados de mi saliva y su flujo. Quería cogérmela, pero debía respetar su paz. Creí que dormía, pero sólo descansaba exhausta. Tomé mi copa y me deleité viendo su cuerpo. Cornelio tenía razón cuando en una ocasión me dijo “Si puedes, cógetela para que sepas por qué la aguanté tanto”.
–Discúlpame, pero cuando tengo un orgasmo intenso me vuelvo muy sensible y cualquier roce o caricia me impiden disfrutar de la dicha –se excusó al regresar del letargo–. ¡Ja, ja, ja, qué lindo! –me dijo al verme la verga templada y la jaló extrayendo varias gotas del líquido preseminal y con la lengua lo saboreó– Gracias por respetar mi descanso. Ahora te toca a ti, bueno, a los dos juntos –expresó volviéndose a acostar.
Sin soltar mi pene lo dirigió a su cueva hirviente, forzándome a cubrirla. a dos manos me agarré de sus tetas, la besé y me moví con gusto en la vagina, chacualeando en su flujo. ¡Sí que le gustaba coger, por eso nadie desperdiciaba la oportunidad cuando ella abría las piernas! “¡Dale, papasito, cógeme mucho!”, me incitaba apretándome la cintura con sus piernas, y yo me movía cada vez más rápido hasta que eyaculé soltando tres grandes chorros. “Sí, vacíate así, papito, yo también me estoy viniendo” aullaba melosamente acariciándome el escroto. Quedé yerto pensando que estuvo delicioso, pero ella aún no había terminado de darme placer: sentí los espasmos de su vagina y me exprimió con su perrito. “¡Qué puta más experta!”, me dije feliz de haberla probado. “No, no será fácil dejarla…” Rematé en mis pensamientos.
–¿Ya te repusiste, garañón? –me dijo cuando me levanté y dejé libre su cuerpo.
–Sí, gracias, pero aún es larga la noche –contesté tomando un trozo de queso que me eché a la boca. Llené las copas, y su pecho me entró por los ojos y el olor de la venida por el olfato, cuando se estiró para desperezarse
–Sí aún queda mucho por delante –dijo poniéndose de pie y, con los brazos hacia arriba, giró lentamente para lucir su cuerpo.
–También por detrás… –exclamé viendo sus nalgas sin evitar darles un beso.
–¿Te gusta por allí, puto? –preguntó promisoriamente.
–Sólo si tú quieres…
–La verdad, sí me gusta, pero no con todos. El tamaño normal de tu pene, ni grande ni pequeño, se adapta a mi gusto –dijo dándole una caricia a mi verga, reviviéndole el ímpetu–, pero lo intentaremos más tarde dijo después de pelarle el prepucio y darme una lamida en el glande.
Nos sentamos a comer y beber. Tomó del bar una botella de Tequila y la abrió. Sirvió dos caballitos, me ofreció uno. “Por Cornelio”, dijo como brindis apurándolo hasta el fondo.
–Mamas igual de rico que mi ex –precisó–, tu amigo Cornelio; me lo imaginé mientras me chupabas la vagina. Recordé que así lo hizo una vez que nos sorprendió cogiendo a mi primer amante, Carlos, y a mí. Se esperó a que él se fuera del cuarto para salir de su escondite y chuparme como loco. Cornelio ya había saboreado nuestro amor otras veces, pero esta vez aún escurría la mezcla de mi vagina y se atragantó –confesó algo que ya me había platicado mi amigo (ver el relato “Echar leche después del amante”).
Tomamos abrazados, toqueteándonos y besándonos, no sólo en la boca…
–Ahora sí, pon las canciones “tiranas”, principalmente de José Alfredo, pero con Lucha Villa, Alicia Juárez, y las mujeres que tengas. Ya me llegó el recuerdo de mi verdadero amor. Los demás sólo son machos de uso –gritó y me sentí como “burro para montar”
–¡Perdón, tú no eres así! Te quiero, más bien, eres tan lindo como Cornelio –dijo tratando de enmendar lo que le salía del alma al darse cuenta de mis gestos cambiantes con sus palabras –Bueno, tú me entiendes: A los demás sólo me los cojo, pero contigo siento que lo tengo cerca “Cerquita de mí, corazón con corazón, alma con alma” –cantó a la par que la canción que se escuchaba.
Siguieron las canciones “tiranas y las cantamos a “grito pelado”. Me besó soltando las lágrimas Cerró los ojos y exclamó “Te amo Cornelio”, volviéndome a besar tiernamente lamiendo mis labios haciéndome abrir la boca para recibir su lengua.
–Sí, soy muy puta, mi amor, pero sólo te amo a ti, o tal vez a otro, pero tú eres lo que más amo y quiero en la vida –me decía, haciéndome masaje en los huevos y besándome.
Casi todo lo hacía cerrando los ojos, sobre todo cuando me hablaba como si yo fuera Cornelio. Apagó la luz para seguir en su fantasía.
–Entones, si me amas, ¿por qué coges con otros? –pregunté usurpando la identidad de Cornelio, sabedor de que ella estaba en trance.
–No sé, no lo puedo resistir, me los imagino sin ropa y quiero averiguar si los pienso bien. No lo sé. Sé que no todo es cama y besos, pero sí es lo principal cuando me excito con una palabra de picardía prometedora o con una caricia que eriza mis vellos. ¡Perdóname, pero no puedo evitarlo, mi amor!
–¿Por eso te divorciaste?
–Bien sabes que yo no quería, pero tú me exigías que fuera recatada y discreta, pero mi calentura se unía a mi rebeldía de no estar sojuzgada a los deseos de nadie. Pero no merecías que todos te vieran menos por ser yo así, por eso lo acepté.
–Saliste ganando, porque así podrás encontrar alguien que te dé lo que deseas –afirmé intuyendo lo que mi amigo le diría.
–Te agradezco que me hayas entendido y dejaras hacer lo que yo quería. Pero sólo estás tú en mi mente, aunque haya otros queriendo sembrar en mi vientre. ¡Pobres ilusos! Quieren atarme a ellos.
–¿Guillermo? –pregunté nombrando a uno de los evidentes amantes que le conocí cuando estaba casada.
¡Pobre cuate! Ése quería que viviéramos juntos y se entusiasmó mucho pensando que lo lograría. Al estar divorciada, entendió que yo sólo lo quería por su manera de hacer el amor y la ternura con la que me trataba y se molestó cuando me vio cogiendo con su hermano. También, por molestarlo le dije que me acosté con otros de sus conocidos y se deprimió, pero al final terminó siendo un macho más en mi yunta –dijo volviendo a vaciar su vaso y servirse más tequila.
–¿Quién te abrió el culo, nena? –pregunté como si lo hiciera Cornelio.
–Ya te dije que fue Ociel, tú no quisiste hacerlo, ni tampoco Guillermo cuando se los pedí a cada quién. Él no tuvo opción, estaba calentísimo, me cogía de perrito y saqué su verga mojadísima de mi pepa para enterrármela en el ano. Él estaba cogiéndome como si en ello se le fuera la vida y lo enterró de golpe, grité del dolor, pero él siguió bombeando hasta que pronto se convirtió en placer. ¿Quieres metérmelo por allí, mi amor? –dijo melosamente antes de darme lujuriosas mamadas en la verga, dejándomela a punto.
Se sentó sobre mi metiéndose la verga en la vagina y cuando supo que estaba bien lubricada, se zafó, volvió a agarrarme la verga y de un sentón se la metió en el culo apachurrando mis huevos y contradictoriamente sentí un dolor placentero que se mantuvo con cada sentón que ella se daba sobre mi regazo. Nos vinimos juntos. Buscó mi boca y, llorando, me besó repetidamente terminando con un te amo que sentí verdadero al ver en la penumbra sus ojos húmedos y las lágrimas brillar en su rostro antes de que escurrieran en mi hombro. Yo sabía que esos besos y palabras no eran para mí. Cambié la música por otra más suave y, a tientas, nos fuimos a la cama.
A la mañana siguiente, con la luz, se acabó el encanto de la fantasía. Hicimos el amor, nos bañamos y en la ducha la cargué, haciéndola venir repetidamente y por último se agachó, abriéndose las nalgas, invitándome a que la penetrara por el culo. ¡Claro que lo hice!, pero confieso que me gustó más cuando se dio sentones en mí.
Salimos a pasear por la ciudad, desayunamos, comimos y la fui a dejar a su casa. La pasamos muy bien, es cierto que no todo es besos y cama.
–Oye, ¿quieres probar el lunes el atolito que Cornelio y yo hacemos? –me preguntó en voz baja, tomando mi mano y queriendo envolverme en sus relaciones cotidianas.
–No en esta ocasión –le contesté dándole después un beso a manera de despedida, pero dejando la puerta abierta para volvérmela a coger cuando se me antojara, y me fui.