Después de fantasear por algún tiempo con la posibilidad de que mi esposa tuviera relaciones sexuales con un extraño, en algún momento me confió su deseo de llevar a cabo la aventura. Vivíamos por aquellos días en Santo Domingo, República Dominicana, y tal vez, el estar rodeada por hombres de color que llamaban su atención y enterarse que muchas extranjeras aprovechaban su estadía en los hoteles de Punta Cana para revolcarse un rato con los locales, precipitó su decisión.
No teníamos idea de cómo empezar o a quién contactar, pero ya había un objetivo a cumplir. Un viernes en la noche, después de una fiesta y con varias copas a cuestas, me desvié de la ruta a casa y la llevé a un motel. En la recepción había un muchacho mulato, fornido y bien parecido, que cautivó su atención. Llegados a la habitación le pregunté si aquel joven le había gustado y me contestó que sí. Entonces llamé a la recepción. Él contestó. Le conté que mi esposa lo encontraba atractivo y que le gustaría estar un rato con él. Me dijo que aceptaba con gusto la invitación y que no tardaría en llegar.
Una vez colgué, mi esposa, que había escuchado la conversación, me dijo que no se sentía preparada aún. Le dije, bueno, en algún momento tendrá que suceder y pensé que ahora, relajados y un poco alicorados, era la oportunidad para empezar. Me dijo que tal vez después, en otra ocasión, pero que esa noche no iba a ser. Y yo, conociéndola, sabía que no había reversa en su decisión.
Al rato tocaron a la puerta de la habitación. Abrí y de inmediato le dije al muchacho, lo siento por hacerlo venir, pero ella se arrepintió. No puede ser, dijo aquel. Deme la oportunidad de entrar y charlar con ella para convencerla; así que lo dejé entrar. Él llegó hasta donde estaba mi esposa, recostada en la cama, y le dijo que le diera la oportunidad de estar con ella, que no se iba a arrepentir, que él tenía experiencia y que iba a disfrutar la aventura. Además, dijo, él tenía buena dotación y, mientras lo decía, bajó sus pantalones para que ella pudiera apreciar su miembro que ya estaba erecto.
Mi esposa no supo responder. Se vio sorprendida y no sabía quehacer ante esta situación. Sin embargo, sin decir palabra, no dejó de contemplar el pene que tenía a su alcance. Él le dijo, señora, mire como está de solo pensar que puedo complacerla si me da la oportunidad. Por favor, tóquelo para que vea que es cierto. Y ella, sin saber por qué, así lo hizo. Acarició ese pene erecto de arriba abajo, suavemente, pero al final le dijo que le gustaba mucho, que él estaba muy guapo, pero que ella no estaba preparada y que lo disculpara.
Bueno dijo él, pero si se decide, llámeme. Le aseguro que no se va a arrepentir. Subió de nuevo sus pantalones y se despidió muy respetuosamente. Yo lo acompañé a la puerta y lo compensé con una propina de dos mil pesos dominicanos, agradeciéndole que hubiese atendido el llamado y me disculpé por haberle generado falsas expectativas. Yo entiendo, dijo, pero llámeme si ella se decide. Sí, le dije; así lo haré.
Me causó curiosidad que, si ella ya había decidido que aquello no iba a ser, por qué diablos aceptó tocar el pene del muchacho y despertar falsas ilusiones en ambos, tanto en él como en mí. Y le pregunté, oye ¿qué pasó? Nada, contestó. Y ¿entonces? La verdad me excité estando en presencia de ese muchacho, pero me dio miedo seguir adelante. Si voy a hacerlo, dijo, tendré que estar más segura la próxima vez. Y ciertamente estaba excitada, porque cuando nos abrazamos y palpé su entrepierna, estaba bastante húmeda y dispuesta. Tuvimos sexo los dos, pero la imagen de la aventura fallida no dejó que aquello se sintiera mejor.
En los días siguientes, y con el objetivo en mente, le propuse subir unas fotografías suyas a las páginas de contactos y ver cómo funcionaba aquello. Estuvo de acuerdo en que le tomara fotos en poses sugestivas, usando lencería, de manera que quienes vieran aquello se motivaran de alguna manera. Los comentarios que recibimos al principio no fueron de lo más favorables para llevar a cabo el proyecto, así que le dije que deberíamos tener paciencia y esperar, porque, al fin y al cabo, aquello era anónimo y cualquier cosa se podía esperar.
Una noche, mientras consultaba qué respuestas había en el perfil creado, que anunciaba la disposición de ella, para tener un encuentro sexual con quien estuviera interesado, preferiblemente un hombre de color, apareció el comentario de alguien llamado Andrés García, quien colocaba su correo para ser contactado. De inmediato le escribí y al instante respondió. Acordamos charlar a través del chat y formalizar el contacto.
Le conté sobre la disposición de mi esposa para tener un encuentro sexual con otro hombre que no fuera su marido, pero que sería su primera vez y no contábamos con experiencia para manejar tales situaciones. Me dijo que, la verdad, él también estaba explorando y que le llamaba la atención la propuesta. En ese momento supo que estábamos viviendo en República Dominicana y supimos nosotros que él residía en Bogotá, Colombia, de manera que cualquier cosa que proyectáramos hacer tendría que esperar a nuestro regreso. Mientras tanto se me ocurrió que Andrés podría conversarse con mi esposa, si ella así lo quería, para ir preparando el terreno. Le pedí que me mandara una foto suya para que ella le conociera y que, si él estaba de acuerdo, ella lo contactara. Y así lo hizo.
La fotografía que mandó era de cuerpo entero, vestido, sentado en una silla, con actitud alegre y descomplicada. Se la compartí a mi esposa, mencionándole que ese podría ser un candidato para la aventura y que, para que no fuera a pasar lo mismo que en el motel, lo mejor era que ella tomara contacto con él, se presentaran, charlaran sobre el asunto y concretaran algo si es que había interés. Todavía nos faltaban seis meses para regresar, así que aquello se podría manejar con calma. Ella me contó que había encontrado simpático al muchacho, como a ella le gustaba, y que iba a hacer el deber de hablar con él en algún momento. Y no volví a mencionar el tema para nada.
En los días siguientes seguimos con el cuento de alimentar con fotografías y contenidos el perfil creado, y revisábamos los comentarios y correos electrónicos que allí colocaban para establecer contacto, pero delegué en ella la tarea de estar al tanto y contactar a las personas que pudieran interesarle. Un día, pasado el tiempo, pregunté ¿acaso ya pasó la idea de la aventura?, porque no he vuelto a oír nada del tema. No, para nada, ya todo está arreglado. Y ¿qué es lo que está arreglado, si puede saberse? Ya me conversé con Andrés y quedamos de vernos tan pronto regresemos. Y los otros contactos, ¿qué? Por ahora veamos qué pasa con este, contestó.
El primer fin de semana, después de regresar de nuestro viaje, ella me dijo, quedé de encontrarme con Andrés este sábado. ¿Encontrarte con Andrés? Pregunté ¿Vas a ir sola? Claro que no, contestó, él sabe que los dos andamos juntos en esto y que yo no voy a hacer nada si no estás tú conmigo. Bueno, y ¿cuáles son los detalles del encuentro? Me propuso que nos encontráramos en una discoteca del centro y que, si todo va bien y estamos de acuerdo, después podríamos ir a otro lugar. Y, ¿tú quieres ir a ese otro lugar? Inquirí. Eso lo sabremos allá, respondió. Esperemos.
Ese sábado llegó y ciertamente terminamos en ese otro lugar, pero, dado como ella se comportó con él en aquella ocasión, siempre tuve la curiosidad de saber de qué hablaron durante seis meses y cómo llegaron a compenetrarse para que aquello fluyera como si se hubiesen conocido de tiempo atrás. Así que, ya entrado en confianza con Andrés y siendo él su corneador de planta por esos días, en algún momento tuvimos tiempo para charlar por un largo rato y, entonces, hablando de todo un poco, comenté, que mucho me gustaría saber cómo había hecho para convencer a Laura para que fuera sexualmente traviesa y hacer que se le entregara, como tan fácil, siendo que es una mujer muy prevenida hacia todo y hacia todos. ¿Cómo fue que la convenció?
Me contó que la confianza se fue construyendo poco a poco y que el proceso tomó tiempo. Que casi todas las conversaciones que tuvieron en aquella época tuvieron que ver con la vida personal de ambos, en detalle, y que en cierto modo se llegaron a conocer bastante en ese lapso de tiempo. Ella supo que él era casado, que tenía un hijo, que tenía un negocio de cabinas telefónicas y servicios de internet en el centro de la ciudad y que, debido a que tenía ese trabajo, tenía acceso a las páginas de contactos y que, por eso, tenía la curiosidad de ver qué pasaba si se atrevía a contactar a alguien por ese medio.
Después de esas largas confesiones, las conversaciones se centraron en saber qué era lo que él quería y esperaba de esa relación con ella. Y que él le había confesado que quería tener la aventura de tener sexo con una señora casada, estando el marido presente. Que no sabía exactamente de dónde surgía la curiosidad, quizá, tal vez, por ver los contenidos de las páginas pornográficas donde se mencionaban las aventuras cornudas, donde los maridos encuentran excitante que sus esposas tengan sexo con otros hombres en su presencia o permitan que ellas tengan aventuras sexuales extramaritales y después les compartan lo sucedido en sus encuentros.
El, básicamente, quería ser el invitado a una de esas aventuras y por eso le había llamado la atención el anuncio que se había hecho en la página de contactos, además que le encontraba a ella atractiva y quería, por lo menos, conocerla, se dieran o no las cosas. Ella, contó, le había preguntado cuál era su motivación para tener ese tipo de aventuras, siendo un hombre casado y tener una pareja estable, a lo cual él le había contestado que quizá para tener la aventura, para correr riesgos, para sentirse más hombre, más macho y ver que podía conquistar y estar con cualquier mujer, siempre y cuando se lo propusiera.
Y que él, a su vez, correspondiéndole a su curiosidad, le había preguntado a ella, cuál era su motivación para atreverse a tener esa aventura siendo una mujer casada y tener una pareja estable, a lo cual le había respondido que su marido había sido su primer y único hombre en su vida y que no contemplaba que el sexo fuera a funcionar igual con alguien que no fuera su pareja, pero que viendo lo que pasaba en otras parejas y lo que vivían otras mujeres, quería darse la oportunidad de experimentar y ver cómo respondía ella ante las situaciones. Que ella ciertamente encontraba atractivos y se excitaba ante la presencia de otros hombres, pero que se negaba a aceptar aquello como algo normal, pero, que, sin embargo, la mejor manera de encontrar respuestas era atreviéndose a tener experiencias.
Y que, llegados a ese punto, ella le había preguntado qué era lo que más le gustaba a él de compartir con otra mujer, comentándole que disfrutaba mucho que ellas se mostraran provocativas y que tomaran el control de la situación, pues él prefería que ellas dijeran abiertamente lo que les gustaba y cómo querían que las cosas se dieran, porque muchas veces se pecaba por exceso o por defecto a la hora de querer complacerlas. Que el hacía su parte, pero que muchas veces los resultados no eran lo esperado y quedaba con la sensación de haber fallado con la pareja. Y que no le gustaba sentir eso. Y que tal vez, al hacerlo con otra mujer, lejos de los compromisos del matrimonio, las cosas se pudieran dar mejor para ambos.
Ella, comentó, por su parte, le había dicho que le excitaba sentirse observada y deseada, y que casi al instante se humedecía de la emoción de verse abordada por un hombre. Ella creía que el disfrute del sexo, en parte, tenía origen en los pensamientos de cada quien, y que, si uno le ponía peros a la relación, seguramente el resultado no iba a ser igual. Ella, según le decía, vivía el momento tal como se presentaban las situaciones y trataba de disfrutar al máximo las experiencias, pero que esto realmente era nuevo, ya que había sido educada de manera muy conservadora y tradicional, especialmente en lo relativo al tema sexual.
Me dijo que habían hablado de sus experiencias individuales, llegando a la conclusión de que esto era similar a como habían llegado al matrimonio, sin experiencia previa, sin saber cómo comportarse y qué esperar el uno del otro. Y que, así como habían procedido con sus parejas en su momento, atreviéndose a dar el paso siguiente, igual lo tendrían que hacer ahora. Y que de ellos dependía lograr un buen o un mal resultado. Y que lo importante era saber qué era lo que quería y buscaba cada cual en esta aventura. Y que así, entre confesión y confesión, habían llegado a establecer una buena comunicación.
Bueno, y ¿qué pasó aquella noche, cuando finalmente nos conociste? Tenía nervios. No por encontrarme con ella, porque sentía que ya la conocía, sino por usted y porque no sabía cómo lo iba a tomar y a reaccionar si es que llegábamos a estar juntos aquella noche. Confieso que había esperado con ansiedad esa cita, porque me había pajeado varias veces mirando las fotos que habían colocado de ella en la página y no hallaba el momento de hacer realidad mis fantasías, que no era otra cosa que estar con ella y meter mi verga en su vagina. ¿Qué más podría pensar un hombre de tener la oportunidad de compartir sexualmente con una mujer?
¿Y qué pasó cuando nos encontramos en la discoteca? Como le dije, estaba un tanto prevenido con usted y por eso tardé en abordarla y entrar en coqueteos con ella. No me parecía correcto hacerlo en frente suyo y tal vez la velada se iba alargando, pero todo se compuso cuando salimos a bailar. Esa fue la luz verde para seguir adelante. Pero, cuando estábamos charlando en la mesa, yo me había dado mis mañas para meter mi mano debajo de su falda y sentir que estaba húmeda. Esta es mía, me dije. Y así fue ¿no?
Cuando salimos a bailar, de una, la apreté contra mi cuerpo y le dije que no veía el momento de quitarle la ropa y estar con ella. Al principio ella dijo que había que tomarlo con calma, pues recién nos conocíamos, y yo le dije que llevaba seis meses masturbándome con sus fotografías, y que ahora, estando juntos, no entendía porque ella me decía que había que ir con calma. Y, le pregunté, ¿acaso tu no me deseas? Y ella le había contestado que sí. Entonces, ¿qué esperamos? Bailemos un rato y luego nos vamos ¿te parece? Sí, le había contestado; bueno, pero no esperemos tanto porque esto no va a estar así toda la noche, le había dicho a ella estrechando su cuerpo con el suyo para que sintiera la dureza de su prominente miembro en su entrepierna.
Aprovechando la oscuridad en la pista de baile, que había mucha gente bailando muy junta, y que casi bailábamos en el mismo sitio, metí una de mis manos entre su falda para acariciar sus nalgas y sentí como su piel cambio al tacto. Al parecer nadie se daba cuenta o a nadie le importaba. Así que abrí el cierre de mi pantalón y le pedí que metiera su mano y me consintiera un rato. Y ella lo hizo. Y sentir la suavidad de su mano acariciando mi pene me puso a mil. La besé como loco, en el cuello y en su boca y, de verdad, creo que nos estábamos culeando allí mismo, pero con la ropa puesta. Y, estando en ese jueguito, me vine. Fue entonces cuando nos dimos un respiro para ir al baño y llegar a la mesa.
No sé si usted se dio cuenta, pero cuando estábamos en la mesa, yo tenía mi mano en su entrepierna y ella la suya encima de mi miembro, por encima de la ropa. No me percaté de ese detalle, le respondí, porque estaba viendo que los dos estaban que se comían, pero ninguno decía qué era lo que querían hacer. Sí, dijo él, recuerdo que usted fue quien resolvió el silencio en el que estábamos. Yo, la verdad, no sabía qué decir, y ella, tan solo me tocaba, pero no se atrevía a decir nada. Usted habló con ella y después de eso me preguntó ¿sabe a dónde ir? Yo le dije que sí y, entonces, nos levantamos y nos fuimos. ¿Qué fue lo que le dijo a ella esa vez? Que si usted era el elegido. Ella me dijo que sí. ¿Quieres estar con él? También me respondió que sí. Entonces, ¿qué esperamos? ¡Vamos!
Sí, lo recuerdo. Tomamos un taxi y nos acomodamos los tres atrás. Ella iba en medio de los dos. Yo ya estaba un poco más seguro de la situación, porque ella me había dado vía libre para actuar, así que recordará usted que la besé enfrente suyo mientras acariciaba sus piernas por debajo de la falda. Claro, que lo recuerdo, contesté. No pensé que las cosas fueran a darse así, pero era parte de la aventura ver qué pasaba y cómo pasaban las cosas. Y, la verdad, el trayecto al motel no fue muy largo. Estábamos cerca.
Sí, yo frecuentaba aquel sitio con alguna regularidad y era conocido. Por eso no hubo demoras en llegar y acomodarnos y, curiosamente, aquella noche no había mucha ocupación cuando llegamos allí. Así que todo fue muy fácil. Una vez adentro, la verdad, yo no sabía qué hacer o cómo empezar. De modo que nos abrazamos no más entrar y nos besamos, continuando lo que ya habíamos empezado en la pista de baile y seguido en el taxi. Recuerdo haber soltado su falda, que cayó de inmediato a sus pies, y acariciar sus nalgas mientras seguíamos besándonos. Me solté el cinturón del pantalón y ella metió sus manos dentro para también acariciar mis nalgas. Duramos un buen rato haciendo eso.
Después yo la empujé hacia la cama, haciendo que se sentara, y yo, parado en frente de ella, saqué mi verga para que ella la contemplara. De inmediato la tomó entre sus manos y se la llevó a la boca, y estuvo chupándola por largo rato. Ahí se me terminó de parar y, entonces, creí que ya era tiempo de hacer otra cosa, así que la levanté y terminé de desnudarla. Me costó algo de trabajo retirarle el “body” que llevaba puesto, pero ella colaboró para deshacerse de él y mientras tanto yo terminé de desnudarme.
Nos besamos un rato más mientras nos acariciábamos estando ambos desnudos. Luego hice que se acostara boca arriba, le abrí sus piernas y me arrodillé al lado de la cama para poder chupar su vagina y estimularle el clítoris con mis dedos. Ella estaba súper excitadísima y muy húmeda, así que chupé y chupé su sexo hasta ver que contorsionaba su cuerpo y apretaba mi cara con sus piernas cuando yo iba bien profundo dentro suyo con mi lengua.
Me incorporé, la llevé boca arriba sobre la cama y me acomodé sobre ella para besarla nuevamente, pero esta vez, mientras lo hacía, la fui penetrando. Su vagina estaba húmeda, relajada y calientica, de modo que mi verga entró suavecito y sin dificultad. Y no más empezar a empujar dentro de su cuerpo, ella empezó a gemir de lo más delicioso, y me excitó mucho que ella lo estuviera disfrutando. Recuerdo que la seguí besando mientras la penetraba y que ella acariciaba mis nalgas con sus manos, presionando para que siguiera moviéndome dentro de ella como lo estaba haciendo.
Y yo, de verdad, estaba encantado con ella, con sus reacciones, con su actitud hacia mí, con la calidez de su vagina, el movimiento de sus caderas y el ímpetu con el que respondía a mis movimientos. Mi pene iba bien profundo dentro de su sexo y creo que a ella le encantaba y estaba extasiada con las sensaciones. Prácticamente no quería parar. Le dije que se colocara en posición de perrito, porque quería penetrarla desde atrás para poder acariciar sus senos y de inmediato lo hizo. Y así lo hice, arreciando la fuerza de mis embestidas y muy excitado porque en esa posición podía acariciar todo su cuerpo y deleitarme con sus senos. Recuerde que eso es lo que más me gusta de ella. Y ahí, en esa faena, me vine, desparramando mi semen en su espalda.
Nos recostamos uno junto al otro, nos abrazamos y nos volvimos a besar. Y allí nos quedamos bastante rato besándonos y acariciándonos. Y mientras estábamos en eso ella, todo el tiempo, masajeaba mi pene. Creo que estaba embelesada con lo que había sentido y quería más. Le pregunté si le había gustado y me dijo que sí, pero no hablábamos mucho, sino que nos besábamos una y otra vez. ¡Imagínese esa nochecita! Una señora casada a mi disposición y loquita por tener conmigo. Lo que nos faltaba era tiempo…
Un rato después mi miembro volvió a despertar. ¿Qué quieres hacer ahora? Pregunté. Y ella, respondió, montándome, y acomodándose mi pene a la entrada de su vagina para ser penetrada. Y así lo hizo, moviéndose con libertad y bastante intensidad. Me gustó como movía sus caderas adelante y atrás, a un lado y al otro, haciendo como círculos. Ella solita ajustaba sus embestidas a la intensidad de sus sensaciones. Gemía y gemía mientras lo hacía. Y yo disfrutaba acariciando su cuerpo, recorriendo con mis manos su silueta, sus senos, sus nalgas. ¡Muy chévere! Yo apenas contemplaba lo que hacía, porque ella era la protagonista de su propia película.
Luego se levantó, se invirtió y volvió a montarse sobre mi pene, dándome las espaldas. Y así, se movía y se movía a gusto. Yo solo procuraba que mi miembro siguiera ahí, firme, para complacer a la señora, que seguía extasiada disfrutando su aventura. Y así, recuerdo, que pasaron varios minutos hasta que sentí que me humedeció más de lo que había sentido. Creo que ella se vino en ese momento. Se retiró y se recostó en la cama, a mi lado, pero se notaba agitada y respirando entrecortado. La faena fue intensa y tardó un tiempito en recuperarse.
Esta vez nos quedamos tendidos, uno junto al otro, sin decirnos nada, pero yo estaba dispuesto a gozármela un poquito más. Le pregunté al oído ¿ya acabaste? Me miró a los ojos y me respondió meneando la cabeza con un sí. Bueno, pues yo aún no he terminado, le dije, colocando su mano sobre me pene, aun erecto. Déjame descansar un ratico, me dijo. Tranquila, tómate tu tiempo. Todavía está por decirse la última palabra. Sonrió, pero todavía se le notaba agitada.
Nos quedamos allí, en silencio, por varios minutos, y me dio la impresión de que se estaba durmiendo, así que dije, yo creo que ya se hizo tarde y ustedes tendrán ganas de volver a su casa. Me dijo que sí con la cabeza. Bueno, déjame despedirte como se merece ¿te parece? Pasó mucho tiempo para que llegara este momento y no sé si se vuelva a repetir, así que no quiero que esto acabe sin más ni más. ¿Me permites que lo hagamos una vez más, de despedida? Y me respondió acomodándose y abriendo sus piernas. ´
Agradecí el gesto acomodándome sobre ella y penetrándola despacio, poquito a poquito, procurando que se excitara nuevamente. Y ya, con mi miembro dentro de su vagina, la besé con delicadeza, metiendo y sacando mi lengua de su boca al mismo tiempo que lo hacía mi pene en su vagina, y muy pronto empecé a sentir que se humedecía y apretaba mi sexo con deseo. Yo estaba muy cómodo y excitado, así que le empecé a hablar al oído mientras copulábamos.
Le exalté la forma en que hacía el amor, le dije que había hecho mi sueño realidad, que me había hecho sentir muy bien y que aún estaba procurando que ella la pasara lo mejor posible, que así era como la había imaginado y que le agradecía inmensamente que le hubiera dado la oportunidad de compartir esa experiencia con ella. Y, cada vez que le hablaba, sentía que ella se movía con más y más intensidad. Los dos la estábamos pasando muy bien. Y, por último, para ponerle la cereza al postre, le dije, oye, ando muy excitado y quisiera terminar dentro de ti ¿puedo? Sí, respondió, así que aceleré mis embestidas hasta eyacular, dejando su cuquita llena de mi leche.
Y no contento con ello, seguí empujando mi sexo dentro de ella hasta que mi pene prácticamente se desinfló. Seguí hablándole, porque, de verdad, me excitó mucho estar con ella. Nunca pensé que fuera a sentir tales sensaciones con una persona con la que recién intimábamos. Fue una noche espectacular. Y no se me olvida. Y tampoco se me olvida que usted no intervino para nada e hizo que aquella aventura entre ella y yo se diera mucho más fácil. Y después, si recuerda, yo la ayudé a vestir, besándola cada vez que le ponía una prenda. Casi que volvemos a empezar de nuevo. Esa noche fue como la imaginé. Y así se dio. ¿Qué más le puedo decir?
Yo creo que todos disfrutamos esa velada, porque pudimos cumplir nuestras fantasías. Sí, así fue, dije yo. Usted pudo cumplir su sueño, descubrió la sexualidad reprimida de mi esposa e inauguró mis fantasías cornudas. Qué más se puede pedir para una sola noche ¿verdad? Andrés estuvo con mi esposa varias veces más antes de viajar para radicarse en China, donde seguramente seguirá explotando sus dotes como corneador, pero sólo aquella vez pudimos charlar sobre esa primera vez. Su fantasía hecha realidad…