Yo nunca había tenido dioses, nunca hasta ahora, hasta que conocí a la Señorita R. Es mi señora y me ama y yo no soy más que un perro que aun está por educar, pero ella ha decidido hacerlo. Ha decidido adiestrarme con un único objetivo, su placer. Y yo estoy encantado con ello, soy feliz viéndola gozar, incluso disfruto más con los pocos orgasmos que pueda arrancarle a ella que con los míos propios, y estos últimos están siempre bajo su estricto control.
Llevamos algún tiempo hablando, la conocí una aburrida tarde de domingo mientras mataba el tiempo por Internet. Yo buscaba alguien a quien servir, y a ella no le importó hablar con alguien sin demasiada experiencia. Me dijo que tenía 32 años y que desde hacía tiempo quería un perro al que educar. Esa primera conversación duró bastante tiempo, quería conocerme, saber si podía desplazarme, y estar segura de sí valía la pena perder todo el tiempo que iba a invertir en mi educación para quizás al final decepcionarla.
Y después de casi dos semanas voy a conocerla. Ayer me dijo por fin de donde era, que no pensaba decírmelo hasta que no estuviese segura de querer aceptarme en su casa, y ahora mismo estoy entrando en el bar donde hemos quedado. En algo más de media hora he llegado. Estoy nervioso, el momento tan anhelado se acerca y un excitante y morboso sentimiento de miedo se apodera de mí. No estoy muy seguro de donde me estoy metiendo, pero abro la puerta del bar y entro. Que sea lo que dios quiera, lo que mi señorita R quiera más concretamente, pienso con ironía. La suerte está echada.
La señorita R estaba sentada en una mesa, tomando un café y ojeando el móvil, como si nada de lo que allí pasase tuviese algo que ver con ella. Mientras bebía un poco de su taza oyó la puerta del bar y alzo la vista. Allí estaba su perrito, puntual a la cita. Ella había llegado algo antes, le gustaba hacerlo, le daba la oportunidad de observar tranquila a su presa, de ver como se comportaban en esa situación, mirarle a los ojos y contemplar el miedo, la excitación o el nerviosismo en su mirada.
Entré al bar, y fui hacia la barra. Sentía mi corazón acelerado golpear contra mi pecho y estaba seguro de que todo el bar podía oírlo. Pedí una cerveza sin alcohol y eché un rápido vistazo por las mesas, buscando a la Señorita R, pero no la vi y me sentí aún más nervioso, ¿había hecho el viaje en balde? Me puse a hablar con el camarero de temas sin importancia, el tiempo y cosas así. Cuando llevaba un rato ya y la cerveza casi acabada noté una presencia a mi espalda y una mujer apareció por su izquierda.
– Me cobras por favor –le dijo al camarero y este se fue con el billete de veinte que le había dado ella y volviéndose hacia a mí me dijo- llevo observándote desde que has entrado, creo que lo pasaremos bien, voy a hacer de ti mi juguete, te voy a educar como al perro que eres y me darás las gracias por ello. ¿Entendido?
– Si Señora –contesté bajando la mirada al suelo- gracias Señorita R.
– Así me gusta perrito, que seas educado. Bien pues, paga que nos vamos, se hace tarde. Quiero que me sigas, un par de metros por detrás. Tengo el coche en un parking aquí cerca. Cuando lleguemos iré a pagar y mientras quiero que te desnudes y te metas en el maletero. Dentro tienes una bolsa para que dejes toda tu ropa, no la vas a necesitar en todo el fin de semana, ¿estamos?
Yo no contesté, solo asentí con la cabeza, estaba nervioso, nervioso y asustado. Ya no había vuelta atrás, los acontecimientos se sucedían uno tras otro a una velocidad que daba miedo. Observé como ella salía del local, sabía que quizás fuese ese el único momento que podría admirar a mi Diosa con total impunidad. No sé la imaginaba así, irradiaba una seguridad y una confianza en sí misma envidiable, era superior a todos y cada uno de los que se quedaron dentro del bar y ella lo sabía y disfrutaba con ello. Sin perder más tiempo pagué y la seguí, no deseaba perderla la pista entre la marea de gente que a última hora de la tarde andaba por la calle.
La Señorita R salió del bar sin mirar atrás, sabía que yo la estaba admirando y lo hacía sin su permiso, luego se ocuparía de darme el castigo que me estaba ganando a pulso. Caminaba orgullosa entre la gente, estaba ansiosa por empezar cuanto antes. La docilidad y la predisposición de su nuevo perro la excitaba más de lo que quería reconocer. Se había vestido provocativa, como siempre que se encontraba en esa situación. Llevaba una falda hasta las rodillas, pegada a sus curvas y una chaqueta a juego que dejaba ver un generoso escote. Debajo del traje llevaba su mejor lencería, un conjunto de sujetador, tanga y liguero, todo ello de seda negra. También se había puesto unas medias negras y como no sus zapatos favoritos, negros, acabados en punta y con un tacón. Después de un par de minutos andando llegó hasta el aparcamiento, se acercó al coche para abrirlo y se fue a pagar.
Mi nerviosismo iba en aumento, un par de veces creí perder a mi Señora, pero cuando la vi bajar por las escaleras del parking respiré aliviado. La seguí hasta el coche y mientras ella se iba yo abrí el maletero. Como ella me había dicho dentro encontré una bolsa de cuero negro. Mire a mi alrededor buscando a alguien que pudiese verme mientras me desnudaba, estaba asustado y el bulto que se marcaba en mi pantalón era una clara muestra de que además estaba muy excitado. Sin perder tiempo me desnudé. Fuera la chaqueta, la camisa, los zapatos, los calcetines, el pantalón y el reloj, todo a la bolsa. Había acudido a la cita sin ropa interior tal como ella me había ordenado. Eché un último vistazo, me metí al maletero y cerré.
Ella observó todo desde una prudencial distancia quería ver si sus órdenes eran cumplidas. Desde su posición tenía una vista inmejorable de su sumiso, vio cómo se desnudaba y la tremenda erección que me gastaba. Estaba súper excitada, notaba su tanga mojado pegado a su sexo y una imperiosa necesidad de masturbarse se adueñó de ella. Cuando vio que el maletero se cerraba se acercó al coche y lo cerró. Aún no había pagado, ni iba a hacerlo todavía, antes iba a dejar a su perro encerrado un tiempo, que esperase y se desesperase.
La señorita R salió del subterráneo contenta. Tenía un perro atrapado en el maletero de su coche. Era un perro grande y seguro que no estaba cómodo, el espacio era reducido y la postura debía a la fuerza ser muy forzado. Vagó sin rumbo por la avenida comercial, mirando escaparates, zapatos, ropa, lencería, más zapatos. Entró en varias tiendas e incluso llegó a comprar alguna cosilla. Cuando notó que empezaba a anochecer decidió que ya era hora de volver y seguir con sus planes. Caminaba tranquila, saboreando el momento, pensando en mí y en cómo lo estaría pasando. Notaba un agradable cosquilleo en su entrepierna y apretó el paso. Cuando llegó al parking y después de pagar dejo las bolsas en el asiento del copiloto y arrancó.
Dentro del maletero yo estaba asustado, había oído como se cerraba el coche dejándome encerrado y no sabía cuánto tiempo llevaba dentro. Mi erección hacía tiempo que había desaparecido y aunque no hacía calor sudaba bastante. Cuando noté que el coche se ponía en marcha en cierto modo respiré aliviado, la sensación de claustrofobia empezaba a ser preocupante y el reducido espacio del habitáculo no le dejaba mucho margen para maniobrar. Había conseguido entrar a duras penas y aunque no era un hombre demasiado grande su casi metro ochenta me obligaba a estar en una postura forzada, al menos el tiempo de estar en el maletero se acababa, tarde o temprano llegarían a su destino.
Era ya de noche cuando la Señorita R aparcaba en su garaje. Vivía en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad, en una casa herencia familiar que había remodelado adecuándola a sus gustos. Se bajó del coche y encendiendo un foco que alumbraba justo el maletero lo abrió, viendo a su sumiso desnudo y desorientado por el potente foco que me daba de lleno.
– Vamos perro, sal del coche.
Cuando sintió que se paraba el coche, yo me retorcí intranquilo, llevaba demasiado tiempo metido en el maletero y me dolían las articulaciones y el foco que le cegó cuando se abrió la puerta no ayudaba demasiado a que su situación mejorase.
– He dicho que salgas, si me haces sacarte será peor, ¡vamos!
Oí una voz, no sabía muy bien de donde, solo sabía que tenía que salir del coche y hacerlo rápido, además, no quería disgustar a su Señora tan pronto. Así pues, salí del coche he intente incorporarme, pero calcule mal las distancias y caí al suelo. Cuando empezaba a acostumbrarme a la luz y a distinguir sombras, esta se apagó. Entonces pude ver a la Señorita R como la diosa que era, majestuosa, altiva y yo arrastrado y humillado a sus pies.
– Bien, vamos a empezar con tu adiestramiento. Lo primero que vas a hacer es ponerte a cuatro patas, como el perro que eres, vas a venir hasta aquí y me vas a dar las gracias por permitirte ser mi perro.
Yo obedecí, era lo que llevaba tanto tiempo esperando, por fin mi mayor fantasía se había hecho realidad y de nuevo una considerable erección dejaba claro cómo me encontraba. Gateé hasta los pies de su Dueña y sacando la lengua lamí los zapatos con entrega y dedicación. Cada lametazo era una clara muestra del amor que sentía por ella y esta sonreía complacida al ver a su nuevo perrito lamiendo feliz sus zapatos. Su tanga se había mojado de nuevo, volvía a estar muy excitada y esta vez sí se iba a masturbar. Aún era demasiado pronto para que la viera desnuda así que metió su mano por debajo de la falda, noto la tela mojada y comenzó a frotarse por encima de ella.
– Ni se te ocurra levantar la vista de mis zapatos, o tendré que castigarte, aun no te has ganado ver lo que estoy haciendo.
Yo oía como mi Ama gemía, estaba claro que se estaba masturbando y aunque la idea de mirar como lo hacía era muy tentadora no me atrevía a mirar. No quería que ese momento acabase nunca, me sentía humillado pero el morbo que me producía la situación era tal que sentía como mi miembro latía por la excitación y me centre en lamer con más entrega si cabe los preciosos zapatos negros de su Diosa.
Mientras Ella ya había metido la mano debajo del tanga, con la otra se había soltado los botones de la chaqueta y pellizcaba sus pezones alternativamente. Según iba notando que se acercaba al final metió un dedo a su mojado sexo, luego dos y hasta tres. A sus pies su perro lamía con entrega, le excitaba la sumisión que había encontrado en mí, iba a disfrutar como una loca de mí. Notaba el orgasmo próximo y aumento el ritmo de sus dedos.
– Vamos perro, lo estás haciendo muy bien, sigue así, lame, vamos, no pares, eres mi perrito, mi juguete. Lame, vamos lame, más rápido.
Y el orgasmo llegó, e hizo que pusiera más interés en lamer, estaba disfrutando más de lo que me atrevía a reconocer. Los gemidos de la Señorita R llenaron el garaje, estaba gozando como hacía tiempo que no gozaba. Se agachó y acarició la cabeza de su perrito.
– Muy bien, toma, límpiame los dedos, vete acostumbrándote al sabor de tu Ama.
Limpié la mano que mi dueña me mostraba, era la primera vez que tocaba su piel y la sentí suave y cálida, y el sabor era único. Atrape con mis labios cada dedo, con la lengua los acariciaba mientras ella los alternaba. Cuando estuvieron bien limpios la Diosa se levantó y recompuso su ropa.
– ¿Qué te parece?, ¿qué sientes?
– Una tremenda gratitud Señora, muchas gracias por permitirme lamer sus zapatos y limpiar sus dedos. Hemos abierto la caja de Pandora Señora, soy suyo, le entrego mi cuerpo y mi alma.
– Perfecto, perfecto. Tengo el tanga muy mojado, te has portado muy bien, por el momento esto es todo. Voy a ir a darme un baño y a cambiarme. Sígueme. – La señorita R abrió una puerta y entró, yo la seguía- ¿Así andan los perros?
– No Señora –conteste.
– ¿Y qué es lo que eres tú?
Comprendí y me arrodillé, mi Ama sonrió y siguió por el pasillo que se extendía ante ellos con su perrito intentado seguir su paso. A la altura de la primera puerta de la izquierda se paró y la abrió.
– Aquí tienes un baño. Aséate, y cuando estés listo sigues este pasillo que llegaras al salón. Veras una gran puerta, la de mi habitación. Deberás estar esperándome para cuando salga, ¿comprendido?
– Si mi ama.
– Ahora besa de nuevo mis zapatos.
Y así lo hice, volví a pasar su lengua por la superficie del zapato, varios lametazos largos, en ambos zapatos mientras mi Ama me observaba satisfecha.
– Por cierto –dijo mientras se agachaba- ni se te ocurra masturbarte, te voy a estar observando todo el rato y como vea que te tocas mi castigo será terrible. Luego me encargare yo de ordeñarte.
Y diciendo esto se marchó, dejándome arrodillado en la puerta del cuarto de baño, con un calentón tremendo y con la prohibición expresa de tocarse. Vi cómo se alejaba, altiva y soberbia silbando una cancioncilla y desapareciendo detrás de la puerta del salón por lo que antes le había dicho.
Después de ver a mi ama desaparecer detrás de la puerta, entre al baño. Una vez dentro pensé en cerrar la puerta, pero deseché la idea por lo ridículo de la misma. Observe donde se encontraba. Era un cuartito pequeño con un plato de ducha, una mampara de cristal transparente, un lavabo con un espejo encima y un váter. Había también una toalla colgada cerca de la ducha y otra en cerca del lavabo. Mire mi imagen en el espejo. Aun no tenía marcas externas que delatasen su condición de sumiso, aunque hacía tiempo notaba como me quemaba la más importante de todas, la del alma.
Sin perder más tiempo abrí la mampara y entre dentro cerrando la puerta tras de mi para no poner todo perdido de agua. Solo había un botón y un grifo en la pared de modo que no iba a poder regular la temperatura mi gusto. Cerré los ojos y pulsé el botón esperando un término medio entre el exceso y el defecto. Y me equivoque. El agua salía helada y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentía las punzadas de las gotas en todo su cuerpo y la cabeza comenzaba a dolerme pues era la que recibía de lleno el azote del agua. Trate de salir de la ducha, pero la puerta estaba cerrada por medio de algún mecanismo que escapaba a mi comprensión. Estaba encerrado. Me aparte un poco, dejando que el chorro me golpease en varias partes de mi cuerpo. Al menos mi polla se había retirado, lo que simplificó la tarea impuesta por mi Ama de no masturbarse.
Cuando al fin el temporizador que controlaba la ducha acabó y cortó la presión respire aliviado. Me dolía todo el cuerpo y los dientes chocaban entre sí. Cogí un poco de jabón de una repisa de dentro de la ducha y me enjaboné todo el cuerpo poniendo especial interés en mis partes blandas para que ella encontrase todo bien limpito. Al terminar todo mi cuerpo estaba cubierto de una fina capa de espuma, inspire profundamente preparando mi cuerpo para la gélida agua y pulse el botón, y volví a equivocarme. El chillo que solté se debió de oír en toda la casa y en otra habitación, ella reía ante el tormento de su perro. Esta vez el agua salía casi en su punto de ebullición y sentí como mi piel se deshacía al contacto con el líquido elemento. Todo mi cuerpo ardía, después del frío anterior y ahora con semejante calor su cuerpo temblaba, notaba como las piernas me temblaban y caí al suelo de rodillas. Con las manos trataba de cubrirme la cara y hundí la cabeza en el suelo.
Al terminar de nuevo el temporizador y cerrar la corriente de agua estaba hecho un ovillo en el plato de ducha. Todo mi cuerpo había adquirido una tonalidad rojiza debido a la temperatura del agua y sentía la piel abrasada. Me incorpore como pude y empuje la puerta. Esta vez cedió a mi presión y se abrió. Salí de la ducha sintiendo que aún le temblaban las piernas, necesitaba unos segundos para recuperarme del shock sufrido. Agarré la toalla y me envolví con ella. Olía bien y su tacto era suave. Respire hondo y comenzó a frotar mi cuerpo para secarme. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me había montado en el maletero del coche. Pensé en lo que había sucedido desde entonces y si no estaría equivocado, quien me mandaría meterse en semejantes marrones.
Terminé de secarme y salí del baño apagando la luz. El pasillo estaba a oscuras y solo brillaba un débil resplandor al final, lo que suponía era el salón. Con paso lento y cansado deje atrás el baño de mis horrores y llegue a mi destino. Era una habitación grande, había una gran mesa y ocho sillas a su alrededor. También había varios sofás alrededor de otra mesa de madera apenas levantaba medio metro del suelo. Todos los muebles eran de madera y parecían muy caros. Por el suelo había varias alfombras con distintos motivos geométricos. Una chimenea, una gran pantalla plana y una extensa biblioteca completaban el mobiliario de la estancia. Por suerte para mí, la señorita R aún no había terminado con su baño así que me puse a un lado de la puerta que mi Señora me había indicado y me dispuse a esperarla.
Del otro lado de la puerta había estado observando todo cuanto su perro hacía. La casa disponía de un circuito de televisión cerrado para no perder detalle de todo cuanto pasaba en su morada. Había reído mucho con los aspavientos, los chillidos cuando me duchaba. Esa ducha había sido una de sus más celebradas invenciones. Soltaba chorros de agua fría y caliente alternativamente y la mampara se cerraba por medio de unos imanes en cuanto el agua empezaba a caer y solo se abría cuando el chorro cesaba. Mientras su nuevo perro pasaba por el proceso de purificación al que sometía a todo sumiso que entraba a esa casa ella disfrutaba de un relajante baño caliente con sales y aceites aromáticos.
Al notar que el agua empezaba a enfriarse decidió dar por terminado su baño y pasar a su habitación para prepararse para la larga noche que tenían por delante. Hasta el momento yo no la había decepcionado, había pasado todas sus pruebas satisfactoriamente y no veía el momento de poseerme. Fue hasta su armario y la abrió. No sabía que ponerse, estaba nerviosa, como una colegiala en su primera cita. Se probó varios conjuntos delante del espejo, sujetadores, medias, ligueros, corsés, zapatos, tangas, braguitas. Dio varias vueltas a toda su ropa y al final quedo contenta con la imagen que el espejo le devolvía. Optó por un corsé rojo y negro que elevaba sus pechos y dejaba los pezones al aire. Las braguitas eran también rojas y negras con la parte delantera semitransparente dejando intuir un depilado sexo. Completaban su atuendo unas botas de cuero negro de altísimo tacón. Muy satisfecha con su imagen cogió su fusta y abrió la puerta que daba al salón.
Allí estaba yo, arrodillado a un lado de la puerta y cuando vi salir a mi Diosa fui raudo a mostrarle sus respetos lamiendo sus botas. La señorita R observó la entrega de su perro y no pudo evitar un espasmo de placer.
– Bien, veo que vas aprendiendo y eso me complace. Sígueme, tengo algo para ti.
La seguí a gatas hasta un sillón, una especie de trono, situado justo enfrente de la pequeña mesa de madera. Ella se sentó separando las piernas, mostrando su braga mojada a su perro que se situó arrodillado ante ella. Sin decir nada más levantó una tela que cubría una pequeña mesita redonda dejando al descubierto un collar de cuero.
– Mientras esperabas en mi coche he comprado esto para ti. Acércate que te lo ponga. –y se inclinó hacia delante colocando el collar alrededor de mi cuello que sonreía complacido con la muestra de afecto de mi Ama. – Ves así que bien, un buen perro debe de llevar siempre un collar para que se sepa a quien pertenece. Y ahora te voy a decir una serie de normas básicas que deberás cumplir. Siempre que te castigue te diré porque lo hago para que vayas aprendiendo y no se repita la conducta merecedora del mismo. Habrá veces que lo haga porque me dé la gana, por el simple hecho de castigarte. Las normas son: nunca hablaras si no se te pregunta, andarás siempre que no se te indique lo contrario a cuatro patas, como el perro que eres. Siempre que te castigue me darás las gracias por ello y nunca, repito nunca, me miraras a los ojos. Y por supuesto solo eyacularas cuando yo lo crea oportuno, ¿entendido?
– Si.
– Si ¿qué?
– Si Señora
– Bien perro, así me gusta, que seas educado. Ahora vamos a ordeñarte. Súbete a la mesa y ponte a cuatro patas.
Me subí a la mesa tal como mi Ama había ordenado, mirando hacía el suelo con la cabeza hacía ella.
– Así no perro estúpido, date la vuelta, quiero ver ese culo que enseguida disfrutare rompiendo.
Ella observo como su perro se giraba hasta dejar su culo y sus huevos totalmente expuestos, facilitando el acceso a ellos. Se recostó en el trono y levantó la pierna derecha hasta apoyar el tacón de la bota en la entrada del mi ano. Hizo un poco de presión y sintió a su sumiso estremecerse.
– Será mejor que te relajes, disfrútalo –y lentamente fue metiendo el tacón hasta que quedo bastante hundido en el cuerpo del perro. Luego inició un lento mete-saca mientras con su mano izquierda buscaba su clítoris debajo de su braga y comenzaba a frotarlo. – Mmmm, como voy a disfrutar dándote por el culo perro.
Yo sentí como salía el tacón de mi culo, despacio, tal y como había entrado. Acto seguido me agarro fuertemente de los huevos y comenzó a apretar y a comenzó a dolerme. Me sentía como un trozo de carne, humillado y sometido a la férrea voluntad de mi ama y está cada vez apretaba más. Pronto el dolor empezó a mezclarse con el placer y disfrute con ello. Sentía mi polla reventar con la presión que mi dueña ejercía con hábil mano en mis genitales y al final pasó lo que tenía que pasar, que eyacule gota a gota.
– Mira vicioso, como ha puesto todo, y sin mi permiso, sabes que significa esto, ¿no?
– Si mi Ama, he incumplido una de las reglas.
– Y vas a ser castigado por ello –dijo mientras abría un cajón de la mesa donde estaba subido y sacaba un arnés y un consolador. – Esto servirá para empezar. Limpia lo que has manchado mientras me preparo.
Me giré y me puse a lamer el semen que había soltado. Mientras lo hacía, puede ver como Ella se quitaba las bragas y colocaba en su lugar el arnés, con un pequeño consolador para su propio placer y otro más grande para usarlo con su perro. Una vez armada con la polla de plástico se colocó delante de mí dejando el miembro a la altura de mi boca.
– Chupa –fue su escueta orden y yo me puse a chupar.
Sentí el trozo de goma hasta la garganta, me daban arcadas y no quería ni imaginar cómo iba a ser cuando me penetrara. Después de varias chupadas ella saco el aparato de mi boca y volvió a ponerse detrás de mi. Apoyó la punta en el ano de su perro y empezó a empujar.
– Tranquilo, no te pongas nervioso, ya verás cómo te gusta.
Lentamente la polla de goma se hundió hasta el fondo, pegando sus caderas a las mías. De mi boca se escapaban pequeños gemidos de dolor. Los que salían de la de mi ama eran de placer. Tan lento como había entrado la saco y después de un solo golpe de caderas la metió hasta el fondo. Yo chille y ella enfadada sacó el aparato de mí, se colocó a la altura de mi cara, le dio dos tortazos y recogiendo sus bragas del suelo me las metió en la boca para no oírlo más.
– Ves, si es culpa tuya, mira cómo me has puesto. ¿Notas lo mojadas que están mis bragas?, ¿notas mi sabor? Y ahora calladito cabrón o será peor, disfruta sintiéndote poseído por tu dueña.
Y de un solo golpe volvió a meterme el consolador por el culo y comenzó a follárme lentamente, sintiendo como a cada embestida se me clavaba el consolador de su coño y cuanto más profundo hundía la polla de goma en mi culo más profundo se hundía el otro consolador dentro de ella. Los gemidos de su perro salían ahogados por las bragas y lentamente fueron pasando del dolor al placer. Ella también gemía, llevaba todo el día esperando este momento, por fin estaba tomando posesión del cuerpo de su nuevo juguete pues su alma como había podido comprobar ya le pertenecía. Notaba como se acercaba el orgasmo, aceleraba el ritmo y lo disminuía, dejando a ratos la polla bien metida en mi culo, moviéndola en círculos, hacia los lados y luego volvía a penetrarme con más ganas, salvajemente. Hasta que por fin el orgasmo llegó, el cuerpo de mi ama se sacudió con una especie de descarga eléctrica y cayó rendida en su trono. Estaba exhausta pero completamente satisfecha, poseerme había sido lo mejor que le había pasado en años. Contempló mi culo totalmente dilatado de su perro y como mi polla volvía a estar dura otra vez.
Por mi parte al principio sentía como mi Dueña lo desgarraba por dentro, pero los gemidos de esta hicieron que se olvidase en mi propio dolor y se concentrase en el placer de Ella. Aprendí a acompasar mis caderas con el ritmo de las embestidas de mi dueña y al final también terminé gimiendo de puro placer. Cuando la Señorita R estalló en un orgasmo yo me sentí satisfecho por haber sido él mismo el causante de dicho placer. Y sin decir nada me bajé de la mesa y me puse a lamer las botas de mi Ama como agradecimiento por haberle concedido un orgasmo.
-Te voy a recompensar perro, pero no te acostumbre, me dijo.
Y se tumbó en el suelo haciéndome el gento de que me quería encima, con mi cara entre sus piernas y mi miembro dándole en la boca.
-No te corras hasta que no te diga, y saborea mi miel como si no hubieras comido.
Yo empecé a lamer, chupar y mordisquear su sexo mojado y depilado, la lengua se resbalaba por él. Mientras la señorita R me masturbaba con su boca, prácticamente entraba toda en ella.
-Corrámonos juntos cabrón. Me dijo.
Orden que celebre, porque estaba deseándolo, empecé a notar como un líquido salía de ella y me esmere más hasta que empezó a soltar a chorros su órgano, lo cual hizo que yo también acabara en su boca.
Con su mano cogió mi miembro y se limpió las mejillas con el poco semen que se había escapado, acabando de limpiarse toda la cara y metiéndoselo en su boca, para acabar tragándoselo.
-Aparta. Me dijo dándome un azote.
Y así acaba mi relato, mi sueño, mi fantasía… Espero os gustara y lo valoréis y me comentéis, es gratis.
Creo que en mi perfil esta mi correo, por si no os atrevéis a comentar por aquí y queréis comentar sugerencias o lo que sea.
Gracias.